Hola, queridos lectores.
Quiero agradeceros vuestros comentarios de ánimo y apoyo, pero ante todo quiero disculparme con vosotros por la tardanza en continuar con mi historia, la vida cotidiana es así y me ha tenido un poco ocupada, pero sobre todo disculpadme por el tostón de mis dos primeros relatos, en los que lo que os he contado básicamente han sido penas, pero creo que debía hacer una pequeña introducción para que supieseis algunos detalles de mi vida para comprender acontecimientos posteriores que han ocurrido en la misma. También he pensado que podría estar bien intercalar diálogos que, aunque no exactos, sí que son más o menos como fueron en su momento. Ya me diréis qué os parece.
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Os dejaba en el momento en el que me decidí a romper con mi vida anterior, a dejar atrás un matrimonio que tan sólo me había aportado sinsabores. Después de lo que os conté estuve un tiempo trabajando con aquella señora que aceptó contratarme, hice varios cursos gracias a la oficina de empleo (casi todos de tipo sanitario, ya que siempre había sido un trabajo que me había atraído mucho) hasta que, debido a ellos, encontré trabajo en una clínica privada de Marbella, por lo que tuve que irme a vivir a dicha ciudad.
También durante ese tiempo me dediqué a intentar recuperar viejas amistades, encontrando el mejor apoyo en dos amigas de la infancia, una separada como yo (Carmen) y la otra soltera (Pilar), con las que quedaba para tomar café, salir de tapas, alguna noche de copas, etc. También me apunté al gimnasio, por que poco a poco fui recuperando mi figura, aunque no totalmente como antes de ser madre, pero mirándome al espejo cuando me vestía contemplaba satisfecha los cambios.
Cuando salíamos de fiesta no era raro que tuviésemos que aguantar los avances masculinos mientras bailábamos en la pista o nos sentábamos a tomarnos nuestras copas. Algunas veces les dábamos un poco de charla, más que nada por no ser unas bordes, aunque en el fondo nos diese igual lo que pensasen, despidiéndoles educadamente otras veces, ya que lo que nos apetecía era estar tranquilas. Para mí no era una prioridad volver a enrollarme con alguien, si tenía que volver a tener pareja el tiempo lo diría, pero quien parecía querer recuperar el tiempo perdido era Carmen, quien les daba un poco más de cancha. No era raro que en algún momento de la noche se acercase a nosotras para despedirse para marcharse acompañada. Después, en los días siguientes, cuando le preguntábamos qué tal había ido la noche contestaba riendo. “¿Tú qué crees?” solía ser su respuesta las más de las veces, quedando ahí el tema aunque, otras veces, dado su carácter bromeaba acerca del tamaño del miembro masculino que había disfrutado la noche anterior, teniendo que pedirle que por favor se callase, que otras estábamos a pan y agua y no nos quejábamos. “A vosotras lo que os hace falta es un polvo”, añadía sin dejar de reír, lo que provocaba que Pili y yo decidiésemos dar por zanjada la conversación.
El caso es que una de esas noches, casi un año después de mi separación y ya con el divorcio firmado, ocurrió algo totalmente imprevisto, algo que yo no esperaba jamás que ocurriese y menos con quién ocurrió.
¿Os he hablado de la chica con la que mi ex me engañó el mismo día de nuestra borda, verdad? Cuando empezaron los problemas en mi matrimonio empezaron a llegarme rumores del engaño, algo que ya digo que no supe ver en su momento, pero desde entonces tenía esa espina clavada, ganas de echármela a la cara y decirle cuatro verdades, pero por prudencia jamás lo hice. El caso es que se había casado unos años después que yo con uno de los chicos por entonces más guapos del pueblo, un chico de carácter un poco chulo, extrovertido y (¿por qué no decirlo?) de familia relativamente adinerada lo que le permitía ir siempre vestido con ropa de marca de arriba a abajo, pero muy buena persona en el fondo, lo que ayudaba a que le cayese bien a todo el mundo. El caso es que le vimos varias veces en el pub al que solíamos ir, pero recuerdo perfectamente la conversación con Pilar la primera vez que le vimos allí, sentadas en un rincón de la barra mientras Carmen bailaba seductoramente con un tipo que había conocido momentos antes esa misma noche. Pude sentir el codazo de Pilar en mi costado, girándome hacia ella para ver qué quería.
- Míralo, ahí lo tienes.
- ¿A quién? – contesté yo un tanto despistada.
- A Carlos, el marido de Diana
Me giré hacia donde señalaba su mirada viéndole allí con otros dos amigos, impecablemente vestido con una camisa de rayas y unos vaqueros que, la verdad, le sentaban de muerte.
- El pobre… Con lo bueno que está y con la bruja que ha ido a dar – siguió Pilar.
- Bueno, ¿qué le vamos a hacer? A lo mejor lo tiene contento…
- ¿Carlos contento? Más bien toreado, querrás decir…
- ¿Qué le vamos a hacer? No siempre tenemos lo que queremos o nos merecemos. Él sabrá – dije mientras me encogía de hombros.
- No te hagas la tonta, Marta, tú lo sabes tan bien como yo… - a este último comentario reaccioné fijando mi mirada en sus ojos.
- Dímelo, Pili.
- ¿El qué…?
- ¿El qué? Pues lo que pasó, lo que sabes…
- ¡Ay, cariño! – respondió – Lo que sé yo y lo que sabe medio pueblo.
- ¿Qué soy una cornuda? Eso no hace falta que me lo digas, eso ya lo sé yo solita.
- Sí, claro, y los cuernos que ella le pone con el primero que pilla…
- Bueno, pero si él no lo sabe… A mí me importa la parte que me toca, no la de los demás…
- Ya, claro, a cada quien le pica donde se rasca…
- Te he dicho antes que me lo digas y no me has contestado…
- ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué te engañó? Tú sabes que sí. ¿Qué fue con ella? También.
- No digo sólo el día de la boda, digo después.
- Pues… - dijo mientras miraba el fondo de su vaso – Sí.
- Eso quería oír.
- Marta, yo….
- Tranquila, cielo, era algo que, como tú bien has dicho, ya sospechaba, sólo quería tener la certeza.
- Yo, perdona sí…
- Nada, Pili, tranquila. Pide otra copa, anda, mientras voy al baño.
Ahí terminó la conversación sobre Carlos. Cuando volví del baño Carmen ya había regresado, con un mohín de fastidio en la cara porque su ligue de esa noche se había tenido que ir, al parecer porque trabajaba a la mañana siguiente y se tenía que levantar temprano así que, dado que ya era tarde, nos marchamos a casa tras terminar nuestras consumiciones.
Esa noche, tumbada en la soledad de mi dormitorio, repasaba los acontecimientos de la noche, sobre todo las miradas que había podido percibir por parte de Carlos y su grupo de amigos. La verdad es que creo que no estábamos nada mal, tan sólo había que ver el éxito de Carmen con los hombres, pero Pilar y yo tampoco nos quejábamos y, ahora hablo por mí, se notaba el tiempo que llevaba apuntada al gimnasio. Mi figura se había tonificado bastante, ya no tenía los michelines que había tenido que padecer durante tanto tiempo y, debido a ello, había tenido que cambiar buena parte de mi guardarropa. De esas miradas me había dado cuenta por el rabillo del ojo al ir y volver del cuarto de baño, o cuando mirábamos en su dirección y podíamos ver como giraba la suya para que no nos diésemos cuenta. Una idea revoloteaba por mi mente, y no era otra que Carlos se había fijado en alguna de nosotras, quizá en mí, pero casi de inmediato la aparté, concluyendo que podían ser imaginaciones mías, que Carlos no era como ella, y así me quedé dormida.
Pasaron un par de semanas de aquella noche durante las cuales habíamos vuelto a salir, aunque no siempre terminásemos en el mismo local, incluso algunas veces cogíamos el coche y nos íbamos de marcha por la costa, y así fue como una noche quedamos para irnos a la costa, a un puerto deportivo (para el desarrollo de esta historia cuál fue concretamente no tiene relevancia) que se suele ambientar bastante y con buenos locales para tomarse una copa y bailar. Estaba preparando la comida para mis hijos y para mí cuando recibí la llamada de Carmen.
- Sí, dime…
- Petarda, ¿qué haces?
- Aquí en casa, preparando la comida, ¿y tú?
- Pues nada, tirada en el sofá viendo la tele...
- Uf, estarás atareadísima…
- Sí, jajaja. Oye, una cosa….
- A ver, venga, ¿qué se te ha ocurrido ahora?
- Calla, déjame hablar, no es para mí.
- ¿Entonces para quién?
- Para Pilar.
- ¿Qué pasa con Pili?
- Mira, verás, es que me ha llamado diciendo que ha conocido a un chico por internet y que ha quedado esta noche con él…
- ¿Y qué pintamos nosotras?
- Bueno, tú ya la conoces. El caso es que dice que ese chico va a ir con un par de amigos y no se termina de fiar.
- Jolín, tía, que todo el mundo no son violadores ni asesinos…
- Ya, pero tú sabes. Quiere que vayamos con ella, más que nada para que la cosa esté un poco equilibrada.
- ¿Y dónde ha quedado con él? Bueno, con ellos…
- Pues según me ha dicho han quedado en la costa, en el puerto deportivo. La idea en principio es, si vamos nosotras, tapear algo por allí y luego tomar una copa en algún pub, más que nada para irse conociendo.
- Uf, pues ahora mismo no sé, en un momento te llamo y te confirmo si voy.
- No seas tonta, yo ya le he dicho que sí. Además, quizá conozcamos a alguien interesante, que ya llevamos un tiempo de secano, jajaja….
- Hala, otro zorrón en potencia…
- Venga, déjate de tonterías. A las 8 pasamos a recogerte, estate preparada.
- No, si la culpa es mía por dejarme liar… Venga, vale, a esa hora nos vemos.
- Ya verás lo bien que lo vamos a pasar. ¡¡¡Chao petarda!!!
- Chao, bruja. Besitos.
Colgué el teléfono y terminé de hacer la comida, tras lo cual me quedé sentada en el sofá viendo la televisión hasta que llegó la hora de prepararme para la noche. Mi hija me preguntó si otra vez se iban a quedar con los abuelos, añadiendo un sonoro “¡Qué guay!” cuando le dije que sí. La verdad es que se lo pasaban muy bien en casa de mis padres y a ellos no les importaba quedarse a su cuidado, así que por ese lado estaba más que tranquila. Cuando volví a casa de llevarlos llegó la parte difícil, ya que no sabía que ponerme. No es que fuese un sitio para ir de etiqueta, pero la gente por allí solía ir bastante arreglada y no quería desentonar. Al principio pensé ponerme unos vaqueros y una blusa azul eléctrico con el hombro al aire, todo ello con mis botas, pero lo descarté y finalmente decidí ponerme un vestido atado al cuello que dejaba mi espalda al aire, falda corta de corte asimétrico y mis taconazos. Se trataba de dar buena imagen, ¿no? Así, a la hora indicada, tras terminar de maquillarme cogí una chaqueta de ante que conjuntaba muy bien con el vestido y bajé a la calle al escuchar pitar el coche de Carmen.
Así fue como llegamos al sitio indicado, encontrándonos casi al instante con la cita de Pilar y sus amigos. Al principio no nos causaron mala impresión, la verdad, y durante la cena, aunque dentro de la conversación general, parecía que cada uno de ellos se había fijado en una de nosotras, teniendo conversaciones un poco más privadas casi como si fuésemos tres parejas. Tras pedir la cuenta (que nos invitaron ellos como buenos caballeros, jejeje) decidimos ir a alguno de los pubs cercanos a tomar una copa. Sentados en una de las mesas seguimos con la conversación, hasta el momento en el que me tocó a mí ir a la barra a pedir otra ronda.
No es que hubiese mucha gente, pero parecía que había elegido el momento de mayor concurrencia, y podía notar los leves empujones de la gente que intentaba llamar la atención de los camareros. Finalmente llegó mi turno, atendiéndome un morenazo que quitaba el hipo. “¡Ole esa rubia guapa! ¿Qué te pongo, princesa?” fueron las palabras con las que me saludó. Los camareros de la Costa del Sol siempre han tenido fama de zalameros, así que ese saludo me hizo reír. “Anda, bombón, ponme esto, esto y esto”, le contesté mientras le sonreía, lo que hizo que me guiñase un ojo mientras contestaba “Volando”. Tras pagar, y ya con las copas en la mano, me giré para dirigirme de vuelta a la mesa, momento en el que me pareció que chocaba contra un muro, derramándose y cayendo al suelo, poniéndonos empapados de bebida tanto yo como contra quién había chocado.
- Perdón… - apenas pude susurrar, mientras intentaba secarme la mano.
- No, no, perdona tú, debí darme cuenta de que te girabas.
- Sí, pero debí haber estado un poco más…
“Pendiente” iba a decir, pero en ese momento me quedé sin palabras cuando vi que contra quién había chocado era Carlos.
- Ostras… Carlos, perdona…
- ¿Marta? ¡Qué sorpresa verte por aquí!
- Lo mismo digo – contesté mientras tomaba un par de servilletas de la barra para intentar solucionar el desaguisado en mi vestido.
- Eres la última persona que esperaba ver hoy.
- ¿Tan fea soy? ¿Qué tengo que hacer, quedarme en mi casa?
- No, mujer – contestó riendo – Es que como normalmente te veo con tus amigas por otros locales no te imaginaba aquí….
- Bueno, es la primera vez que vengo.
- ¿Y qué tal, te gusta?
- Pues la verdad que sí. Está muy bien y la música es bastante buena.
- Yo suelo venir mucho, la verdad es que sí, que tienes razón, pero espera… ¡Oye, chaval! – dijo llamando al camarero – Llena las copas de mi amiga, la ronda la pago yo.
- Oye, no tienes porqué, ha sido culpa mía que no he mirado para girarme.
- Y yo estaba demasiado cerca, así que digamos 50-50, ¿vale? Pero de todas formas pago yo.
- Bueno, como quieras, pero luego me dejas que te invite yo, ¿vale?
- Acepto. Si luego nos vemos te acepto la invitación.
- Venga, hasta luego entonces.
- Hasta luego. Saluda a las chicas de mi parte.
Tras despedirnos volví a la mesa con las copas, dándome cuenta cuando me senté de que Carmen me miraba muy fijamente, como interrogándome con la mirada, así que le pregunté qué miraba. “No te hagas la tonta”, me respondió, a lo que repuse que no sabía de qué hablaba. “¡Venga ya!”, añadió, “Si te estabas comiendo a Carlos con los ojos”. Le dije que no era lo que parecía, que simplemente había estado hablando con él porque había tirado las copas al girarme para volver a la mesa, a lo que repuso que hacía tiempo que no veía esa mirada en mis ojos. “Va, Carmen, déjalo”, le contesté, “Y no bebas tanto, que dices tonterías”, añadí. “Sí, sí”, repuso ella para a continuación darle un sorbo a su copa.
Así transcurría la noche, casi entre bostezos. Pilar bailaba con su cita en la pista, mientras que sus amigos hablaban entre ellos de temas totalmente desconocidos para nosotras de los que, la verdad, no teníamos ni idea, aunque de vez en cuando se dignaban prestarnos un poco de atención. Me estaba aburriendo como una soberana ostra (creo que a Carmen le pasaba lo mismo), así que en un momento dado me levanté y me dirigí a la barra para pedir otro par de copas, yendo a parar precisamente al lado de Carlos que, casi de inmediato, reparó en mi presencia.
- Vaya, ¿a pedir otra copa?
- Sí, que los vasos tienen un agujero y se vacían – le contesté a modo de broma.
- Jajaja. Sí, estos vasos están defectuosos – contestó él - ¿Qué vas a tomar?
- No, no, de eso nada. Esta vez invito yo, te lo dije antes.
- Venga, como quieras. Ron con naranja, por favor.
Tras ordenar las bebidas fui a llevarle la suya a Carmen quien, ¡qué raro!, estaba hablando animadamente con un chico que acababa de conocer ya que, al parecer, los acompañantes de la cita de Pilar se habían marchado, habiendo desaparecido esta también. Así que para no estorbar volví hasta la barra para retomar la conversación con Carlos.
- Qué pronto has vuelto…
- Sí, Pilar se habrá marchado con su cita y Carmen parece que está ocupada.
- Bueno, míralo por el lado positivo, así puedes hablar conmigo – me dijo a la vez que guiñaba un ojo.
- Hey, no te embales – le dije – Sólo hablar, ¿eh?
- Tranquila, no quiero ligar contigo.
- Ah, ¿no?
- Joder, chica, aclárate. ¿Quieres que ligue contigo o no?
- No seas tonto – le dije dándole un amistoso toque en el brazo – Hace mucho que nos conocemos, y siempre te he considerado un buen amigo.
- Sí, es verdad, pero es que me gusta verte así, contenta, alegre….
- Vaya, muchas gracias.
- No es eso, Marta. Es simplemente que me han contado todo lo que has pasado y, la verdad, me alegra que te hayas repuesto tan bien.
- Bueno, cuestión de mentalizarse y tirar adelante…
- Sí, por supuesto, pero de verte como te había visto por el pueblo a verte ahora la verdad es que sorprende…
- Hombre… Tenía dos opciones: o hundirme o intentar nadar, y después de tocar fondo ya sólo podía tirar hacia arriba y, la verdad, no me apetece ahogarme…
- Pues la verdad es que me alegro, de verdad. Siempre fuiste una chica resuelta y…
- Oye, para, que me harás sonrojarme, jajaja. Venga, cuéntame un poco de ti, yo también te veo muy bien.
- Bueno… Voy tirando. Tengo un buen trabajo, un buen coche, una niña maravillosa…
Dio un sorbo a su copa mientras hacía una pausa, instante en el que me sorprendió un poco que mencionase todo eso antes que a su mujer, pero yo ya me olía porqué, así que decidí preguntarle directamente.
- Oye, ¿y con Diana qué tal? Hace mucho que no sé nada de ella…
De nuevo un sorbo a su copa, esta vez con una leve mueca en la cara muestra evidente de que la pregunta no le había gustado.
- Estamos, que ya es mucho…
- Lo dices como resignado…
- Bueno, ya sabes eso de que cada uno en su cortijo sabe cómo van las cosas…
- Sí, es verdad. Perdona si me estoy metiendo donde no me llaman.
- No, Marta, en absoluto. Es más, casi te agradezco que me preguntes…
- Ya sabes que siempre se me ha dado bien escuchar, que se me da mejor ayudar a la gente antes que a mí misma…
- Sí, y por eso te lo digo… - nuevo sorbo mientras me miraba a los ojos – Mira, Marta…
- Dime…
- ¿Si te cuento algo me mantendrás el secreto?
- Palabrita del Niño Jesús – le dije con una sonrisa.
- En serio, Marta, por favor. Para mí es muy delicado.
- Lo imagino, perdona, si no lo fuese no me lo estarías pidiendo de esta manera.
- Verás, es que es un poco difícil de explicar y no sé cómo empezar…
- ¿Qué tal si empiezas por el principio?
- Sí, pero… ¿dónde está el principio? Eso es lo que no sé, Marta….
- Venga, inténtalo, verás cómo sale sólo…
- Yo… es que… - sabía lo que le estaba pasando, no es nada fácil para un hombre reconocer que es un cornudo o, al menos, sospecharlo – Es que creo que Diana me es infiel…
- ¿Qué? – dije yo, haciéndome la sorprendida, aunque en mi fuero interno seguía confirmándose lo que yo ya sabía o imaginaba. – Pero si hacéis una pareja estupenda…
- Eso es lo que parece, pero hace tiempo que no sé qué le pasa ni en qué anda. Le pregunto dónde ha estado y me contesta con evasivas, se arregla demasiado para salir…
- ¿Es malo que una mujer se ponga guapa?
- No, joder, no es eso. ¿Tú te maquillas o te vistes para supuestamente ir a ver a tu madre como si fueses a salir de fiesta?
- Pues la verdad que no…
- Pues a eso me refería, que sale excesivamente arreglada – De nuevo una pausa para beber, como si se le secase la boca – También llamadas a horas raras, mensajes al móvil…
- Hombre, a mí eso me mosqueaba bastante, la verdad.
- Entonces sabes a qué me refiero. Pero… lo más jodido es que llevamos ya casi tres años sin tener sexo, creo que desde poco después de quedarse embarazada de la niña, y de eso ya hace casi 4 años…
- A ver… Eso ya es más jodido, sí…
Le contesté mirándole a los ojos, algo de lo que debió darse cuenta por la pregunta que me hizo a continuación.
- Tú sabes algo, ¿verdad?
- ¿Yo? ¿Yo qué narices voy a saber?
- Por la mirada que has puesto. Mira, no soy tonto, sé reconocer cuando una mirada quiere decir algo más…
- Pues… Sí, Carlos, tienes razón. Diana te engaña.
Le había escuchado mientras agitaba mi copa con la pajita, mirándole, hasta que finalmente le contesté. Mi respuesta fue dura, lo reconozco, pero creo que eso fue lo mejor, algo rápido y sin dolor, sin anestesia. Hablé con él de los rumores que había en el pueblo, le conté lo que había hablado con Pilar días atrás, aunque sin mencionar su nombre, hasta que finalmente le conté lo sucedido el día de mi boda, cuando él y Diana aún eran novios. La mirada en sus ojos se tornó mucho más sombría, pude notar como sus ojos se hinchaban casi hasta el punto del llanto, mientras su puño izquierdo se abría y cerraba. Sabía que no iba a agredir a nadie, que simplemente era un acto reflejo producto del dolor que estaba sintiendo, pero por un momento no quise estar en la piel de quien pudiera haber recibido un puñetazo de Carlos en ese momento. No sé por qué lo hice, pero mi mano acaricio su rostro en un gesto de comprensión, de cariño, de la amistad que teníamos desde niños.
- Carlos, yo…
- Déjalo, Marta, no te preocupes.
- Perdona si te he hecho daño, pero tú me lo has preguntado.
- Sí, y me has contestado lo que esperaba. Ya me habían llegado rumores a los oídos, algunas miradas al pasar, y sólo quería saber si era cierto.
- Te pido perdón, de verdad. Te tengo mucho aprecio y entiendo cómo te sientes.
- Sí, claro, la frase típica: “Te entendemos, te queremos, cuenta con nosotros…”
- Oye…
- No, Marta, déjalo, es mejor que me vaya a mi casa. Cuídate, ¿vale? Saluda a las chicas de mi parte.
- Yo… Es que…
- Venga, Marta, chao.
Se despidió de mí dándome un beso en la mejilla después de haber apurado su copa de un trago y le vi dirigirse hacia la salida del local. No puedo negar que, en parte, me sentí como una mierda por mi alarde de sinceridad, pero él mismo me había preguntado. Seguí allí, apoyada en la barra hasta que tuve la necesidad de ir al baño, donde me quedé apoyada en el lavabo, con la mirada perdida en el reflejo que me devolvía el espejo, dándole vueltas a cómo todo parecía converger de una manera extraña. No quiero decir que pensase que nuestros caminos se iban a cruzar ni bobadas románticas parecidas, sino a cómo todo parecía que todo parecía extrañamente unido, que a ambos nos habían hecho daño dos personas que queríamos y que todo había empezado precisamente el día de mi boda.
Hacía años que no fumaba, pero en aquel momento sentí la necesidad de fumarme un cigarro, más que nada a ver si así podía tranquilizarme un poco, y le pedí un cigarro a una Pilar. Cuando le dije que iba a salir se ofreció a acompañarme, lo que rechacé diciéndole que me apetecía estar un momento a solas, así que salí fuera y encendí el cigarrillo, fumando mientras paseaba por la acera mirando hacia el suelo mientras mi cabeza seguía dando vueltas. Ni me di cuenta de la presencia hasta que escuché una voz a mi espalda.
- Marta…
Giré la cabeza, un tanto sorprendida, dándome cuenta de que Carlos estaba allí, sentado en un banco hacia el que dirigí mis pasos para sentarme a su lado. Permanecimos un momento en silencio, como si ambos pensásemos cómo romperlo. No estoy segura, pero me parece que fui la primera en hablar.
- ¿No te habías ido?
- Bueno… Esa era mi intención, pero creo que fui muy duro contigo.
- No, no, en absoluto. Ya te he dicho que te entiendo perfectamente, pero creo que me he pasado de sincera.
- Sí… Pensándolo bien, la verdad es que a veces se agradece esa sinceridad.
- Es verdad, pero que te lo suelten así a bocajarro…
- Tú lo has dicho antes, yo te he preguntado. ¿Sabes? Mientras estaba aquí sentado estaba pensando en la conversación, y creo que si no me lo hubieses dicho y después me hubiese enterado de que lo sabías entonces sí que hubiese sido cuando no hubieses actuado como una amiga de verdad.
- Yo y mis cosas, pero…
- Sssst, calla. Ven aquí, anda.
Esto lo dijo mientras rodeaba mi hombro con su brazo, quedando mi cabeza apoyada en él. Hacía años que no me abrazaban así, que no sentía una sensación tan reconfortante, y no pude evitar devolverle el abrazo, permaneciendo ambos en silencio.
- ¿Sabes que cuando éramos jóvenes quería estar contigo así?
- ¿Así cómo?
- Pues así, abrazada a mí…
- ¿Qué pasa, te gustaba o qué?
- Emmm… Pues sí…
- ¿Y por qué no me dijiste nada?
- Pues no sé, pero siempre te vi más como una buena amiga que como novia…
- Debiste haberte atrevido, creo que ambos nos hubiésemos ahorrado mucho, ¿no crees?
- Pues sí, la verdad, pero la vida es así…
- “…Tú te vas, y yo me quedo aquí…”
- ¿Cómo?
- Nada, una tontería….
- Venga, cuéntame esa tontería….
- Es una canción de Rocío Dúrcal, “La gata bajo la lluvia”.
- Creo que me suena. ¿Te la sabes?
- Bueno, más o menos, el estribillo es muy bonito…
- ¿Por qué no me la cantas? Al menos lo que te sepas…
- No te rías, ¿eh?
- Prometo no reírme.
No sé por qué, pero tras quedarme un momento en silencio empecé a entonar el estribillo de una canción que, la verdad, me encanta.
- "Ya lo ves, la vida es así / Tú te vas y yo me quedo aquí / Lloverá, y ya no seré tuya / Seré la gata bajo la lluvia / Y maullaré por ti…”
Cuando terminé de cantarle aquella estrofa pude notar cómo se quedaba mirándome, con una sonrisa en sus labios.
- Qué bonita, y qué bien cantas…
- Sí, como un grillo mojado – contesté riéndome.
- No, en serio. Me suena mucho, pero tú la cantas muy bien.
- Siempre me ha gustado mucho, la verdad.
- Pues tienes muy buen gusto, la verdad. Luego la buscaré.
Se quedó mirándome, como esperando, hasta que susurró “Ven aquí, gatita”, tras lo que pude sentir sus labios en los míos en un breve beso que no puedo negar que me hizo estremecer de los pies a la cabeza. Hacía tiempo que no me besaban así, y sentir aquella sensación hizo que mi piel se electrizase. Tras separarnos nos quedamos mirándonos, como dudando quién daría el siguiente paso, hasta que fui yo la que le devolví el beso. No sé describir lo que me pasaba en ese momento, pero mis labios buscaban los suyos, nuestras lenguas se entrelazaban, jugando en nuestras bocas, mientras sentía como sus manos acariciaban mi espalda desnuda hasta que pude sentir como bajaban para apretar mi culo a manos llenas mientras me movía para quedar encima de él, con mis manos sujetando su cara mientras no dejaba de besarle. En ese momento noté algo muy duro entre mis piernas, rozando mi sexo, una sensación que me hizo jadear mientras le pedía que nos fuésemos a un sitio más tranquilo. Ni me contestó, tan sólo me hizo levantarme y tomándome de la mano me guio hasta su coche, un todoterreno de muy alta gama que en ese momento me pareció la mejor habitación del mundo.
Salimos del aparcamiento y estuvo conduciendo un rato, como si buscase un determinado lugar, hasta que tomó un desvío que nos llevó a una solitaria y escondida calita a orillas del mar. Tras buscar un sitio en el que poder aparcar y no ser vistos fácilmente, mirándonos en silencio hasta que le susurré “¿Por dónde íbamos?” para, a continuación, volver a besarle con más deseo todavía que antes, producto de la excitación que se había apoderado de mí. Nuestras lenguas se enredaban en su boca o en la mía mientras sus manos acariciaban mi cuerpo, hasta que me sugirió pasar al asiento trasero donde volvimos a enzarzarnos en apasionados y profundos morreos. Mientras su lengua recorría hasta el último rincón de mi boca podía sentir sus dedos en mi espalda desnuda y como mis pechos presionaban el suyo, mientras que mi mano acariciaba el bulto durísimo que se había formado en el interior de sus pantalones, hasta que bajé la cremallera y metí mi mano en su interior para liberar su pene y empezar a pajearle lentamente, subiendo y bajando con mi mano. Él, por su parte, tampoco se estaba quieto, y hacía ya un rato que sus dedos habían desatado el lazo de mi vestido para dejarlo caer hasta mi cintura y dejar mis tetas desnudas, lanzándose a besar y lamer mis pezones, lo que me hacía gemir de placer. Estaba tan cachonda, hacía tanto tiempo que no me sentía tan caliente como en ese momento que, haciéndole parar para dejar caer mi vestido y quedarme sólo con mi empapado tanguita, mi cabeza se dirigió hacia su entrepierna para buscar aquello que podía sentir endurecerse cada vez más entre mis dedos y lamerlo como una desesperada, haciéndole gemir de placer hasta que una de sus manos se apoyó suavemente en mi nuca indicándome claramente lo que quería que hiciese a continuación, y así empecé a meterla en mi boca mientras mi cuerpo giraba para quedar recostada en el asiento.
Así seguí chupando y lamiendo la que en ese momento me pareció la mejor polla del mundo. No es que hubiese visto muchas en mi vida, quizá 4 o 5, pero la de Carlos me pareció digna de un dios quizá no por su largura, que no lo era exageradamente, pero sí por su grosor. Mi cabeza subía y bajaba mientras mi boca la envolvía hasta sentirla en mi garganta, alternaba movimientos rápidos y lentos, mientras su mano apoyada en mi nuca parecía no querer dejar que me la sacase, mientras que su mano acariciaba mi cuerpo prácticamente desnudo, acariciando mi culo hasta que sus dedos se deslizaron entre mis nalgas para llegar a mi coño, que a esas alturas parecía un auténtico charco, hasta que sentí como sus dedos entraban en mi vagina apenas sin esfuerzo. Tal fue la sensación que sentí, el gemido que su polla no dejó salir de mi boca, que pude notar como entraba entera en mi boca, con el vello de su pubis cosquilleando mi nariz y sus hinchados huevos en mi barbilla. “Joder, nena, como te la comes. Vas a hacer que me corra”, pude oírle decir con voz entrecortada, mientras mi mente se debatía entre seguir chupándosela o que directamente me follase.
Dejando de chupar aquel caramelo que se me había presentado le susurré “De eso nada, cielo. Déjame que me la meta”, mientras me subía sobre él con mis piernas a los lados de las suyas, y mi mano guiaba su polla hacia la entrada de mi vagina. Me dejé caer y la sentí entrar en mi coño, sintiendo tal sensación que no pude evitar correrme cuando apenas hacía unos segundos que me había penetrado. Mi cuerpo se movía sobre él, mis caderas giraban para sentirla todavía más profundamente, mientras sus labios volvían a besarme o a chupar mis pezones, metiéndoselos en la boca con una deliciosa succión que me hizo acelerar mis movimientos. Así estuvimos hasta que le anuncié mi inminente orgasmo, respondiendo que él también estaba a punto y preguntándome si quería que lo hiciese fuera, a lo que le respondí que no, que no se preocupase y que quería su semen dentro de mí, acelerando mis movimientos hasta que ambos nos corrimos casi a la vez. No sé el tiempo que él llevaría sin correrse, pero sí sabía el tiempo que yo no lo hacía de esa manera, y podía sentir los chorros en mi interior mientras nuestros labios sellados impedían que nuestros gemidos fuesen auténticos gritos de placer.
Así me quedé sobre él, besándonos nuevamente sin dejar de moverme sobre él, mientras sentía como su polla se relajaba y salía de mi coño, quedando flácida debajo de mí y rozándome suavemente. Estuvimos un rato así, acurrucados, hasta que decidimos vestirnos y me sugirió ir a tomar un café o una infusión a una cafetería abierta las 24 horas, lo que acepté gustosa. Tras vestirnos y arrancar el motor condujo de nuevo hasta que llegamos al local en cuestión, al que entramos con su brazo rodeando mi cintura y su mano acariciando mi costado. Nuestra sorpresa fue que, cuando íbamos a entrar, vimos en su interior a un grupo de gente que conocíamos del pueblo, lo que hizo que instintivamente intentase soltarme, a lo que respondí con mi mano sujetando la suya para que no me soltase. “No seas gilipollas”, le susurré mientras entrábamos y buscábamos una mesa que estuviese libre. Tras sentarnos pedimos las bebidas, quedándonos un instante en silencio, aunque sin dejar de mirarnos, como esperando a ver quién de los dos rompía el hielo.
- Joder, Marta, ha sido increíble….
- Uf, ni que lo digas – le contesté – Te confieso que creo que ha sido el mejor polvo de mi vida…
Esto último lo dije mientras sentía como mis mejillas se encendían, como sin entender mi reacción después de lo que había pasado en su coche.
- Y de la mía – respondió – La espera ha merecido la pena.
- ¿Cómo…? – dije, sin entender muy bien a qué se refería.
- Pues que después de tantos años de verte, de desearte, por fin te tengo…
- Hey, hey, detenga ese coche – bromeé en un tono de voz que quise pareciese como se oía a la policía en las películas – Esto no quiere decir que seamos novios, ¿eh?
- Lo sé. Pero que sepas que si no estuviese casado ya te habría propuesto que fueses mi pareja.
- Bueno, ¿quién sabe? Quizá si algún día te separas de esa puta podríamos hablarlo – me sorprendí a mí misma por utilizar ese lenguaje para referirme a Diana.
- El tiempo si esto ha sido sólo un polvo o tal vez algo más, cielo. Oye, una pregunta…
- Sí, dime…
- ¿Por qué me has dicho que no sea gilipollas?
Me quedé un segundo mirándole, moviendo la cucharilla en mi taza.
- Ay, Carlos… ¿Todavía no te has enterado?
- ¿De qué?
- ¿Qué hemos hablado antes en el pub?
- Pues tantas cosas… Ahora mismo me has pillado en fuera de juego.
- A ver… ¿Yo no te he dicho lo que se habla en el pueblo? ¿No te he dicho que, de una manera u otra, sois la comidilla del pueblo?
- Ah, bueno, te refieres a eso… – esto último lo dijo con cierto tono de tristeza.
- Por un momento no sé si has sentido vergüenza de que te viesen conmigo, si te ha dado miedo…
- No sé qué me ha pasado, de verdad. Quizá todavía un poco de falso orgullo… - lo dijo mascullando entre dientes, a la vez que bajaba la mirada.
- Oye, mírame – lo hizo y seguí hablando – Tienes motivos para tener orgullo…
- Pocos…
- ¿Pocos? ¡Joder, tío! Sigues siendo guapo a rabiar, te conservas de maravilla, tienes un buen trabajo, la gente te aprecia….
- Y otra se ríe de mí…
- Pues déjales que se rían, piensa en esta noche… ¿Es que no te lo has pasado bien? Y no me refiero sólo a que hayamos follado…
- Hombre, la verdad es que ha empezado regular con tu sinceridad, pero luego se ha enderezado – lo último lo dijo mientras sonriendo me guiñaba un ojo y levantaba su dedo índice.
- Eres un capullo, tontorrón – eso lo dije riéndome en respuesta a su gesto – Ya en serio, Carlos, piensa en eso. Has salido de tu casa dudando, casi amargado, y vuelves después de haber hecho el amor con la chica de tus sueños…
- Y ha sido increíble, ya te lo he dicho.
- Pues déjales que murmuren, que se rían, esa es la mejor hostia que puedes darles. Lo hemos pasado bien y eso es lo importante. Venga, tonto, sonríe….
- ¡Ay, Marta! Con lo que has pasado y que tengas esa fuerza…
- Me he propuesto a mí misma que nadie va a volver a pisarme, que voy a ser feliz y que voy a disfrutar de la vida, y creo que lo de hoy ha sido un gran paso para mí.
- Entonces…
- ¿Entonces qué?
- ¿Volveremos a vernos?
- No sé, quizá, por mí no hay problema, pero poco a poco, mantengamos la tranquilidad.
- Vuelves a ser la chica del instituto, Marta, y eso me gusta.
- Pues aprovechemos el momento, cielo – mis labios actuaban más rápido que mi cabeza – Esta noche eres mío.
- ¿Cómo…?
Mi respuesta fue levantarme de mi silla y sentarme sobre él para volver a besarle, pero esta vez procurando que nos viesen bien. ¿Qué hablaban? Pues que hablasen, pero con motivos. “Vámonos”, susurré en su oído y me respondió que dónde, a lo que le respondí que a mi casa. Esa noche íbamos a aprovecharla. Así, cuando llegamos a casa, volvimos a hacer el amor, esta vez sin prisas, en mi cama. Cuando se marchó a la mañana siguiente sentía dentro de mí sensaciones hace tiempo olvidadas, y me sentí contenta, feliz. No es que estuviese enamorada ni mucho menos, habían sido un par de polvos entre viejos amigos, pero en ese momento mi moral estaba por las nubes. De paso, y casi sin quererlo, digamos que había podido disfrutar una dulce y satisfactoria venganza. ¿Qué pensaría Diana si notaba el olor a mi perfume? ¿Tendría valor para montarle una escena de celos? “Que le den”, pensé. Otro pensamiento rondaba mi cabeza. ¿Terminaría con Carlos? Ya se vería. Se había roto la capa de hielo entre nosotros y habíamos hecho el amor como pocas veces una persona lo hace en su vida. Ya sé que ya nada sería lo mismo entre él y yo, pero no pensaba forzar nada ni acelerar lo que pudiese surgir. También pensé que al día siguiente alguna de las chicas me llamaría y tendría que dar muchas explicaciones, sobre todo por mi forma de desaparecer, pero me daba igual. Ya pensaría en cómo hacerlo. Mi vida tendría baches y altibajos como las de todo el mundo, pero me notaba lista para encajarlos y poder superarlos. Se lo había dicho a Carlos y lo tenía muy claro: No iban a volver a pisarme…
¡¡¡Besos de Marta!!!
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Pd: Por favor, decidme en comentarios qué os ha parecido que haya metido diálogos en mi historia, si creéis que aportan algo. Ya digo que no son exactos, pero sí que son más o menos lo que se habló en aquellos momentos. También perdonadme si os ha parecido demasiado largo, si he sido demasiado descriptiva. Es algo que me han dicho siempre, desde que estaba en el colegio, y ya sé que no es lo mismo una redacción escolar que un relato en una página web. Agradezco vuestras críticas constructivas.
¡Besos de nuevo!