LOS SECRETOS DE MI MARIDO
Soy una mujer corriente, ni más guapa, ni más lista, ni más nada que cualquier otra. Morena, delgada, con poco pecho y piernas largas, no soy gran cosa, pero soy atractiva, sin más. A mis veinticinco años, casada con un pelirrojo flacucho y bonachón que me colma de atenciones, vivo feliz y satisfecha. Bueno, casi satisfecha. Hay cosillas que echo en falta en mi vida, pero mi flacucho las compensa con una hiperactividad sexual que me permite poder vivir sin ellas. Eso no significa que no sueñe constantemente con dar rienda suelta a mis pasiones. Soy humana.
Así que cuando todo esto empezó, me pilló tan por sorpresa, que me volví loca pensando que tal vez, alguna de esas cosillas que echaba en falta, podría volver a mi vida.
Levantarme por la mañana y descubrir a mi marido masturbándose, después de la noche que habíamos tenido, fue un auténtico shock.
No me lo podía creer. Por fuerza le tenía que doler la polla. Dos horas empalmado, disfrutándome por todas partes, debería haberle dejado escocido y más que servido, pero aún así, ahí estaba, machacándolsela como un mandril frente a la pantalla del ordenador.
Con los auriculares puestos y dándome la espalda, no pudo notar mi presencia, esto me permitió ser indiscreta y mirar por encima de su hombro.
En la pantalla, una mujer de mediana edad con una elaborada máscara de carnaval, se deleitaba pasando la lengua por los dos falos que tenía ante sí.
Teo, mi marido, cambiaba de mano para seguir masturbándose cada vez que utilizaba el ratón cuando quería avanzar el vídeo.
La mujer pasó rápidamente de babear aquellos dos penes a tenerlos repartidos por su cuerpo.
Teo se cansaba rápido de las escenas, pasaba a la siguiente, y a la siguiente, sin dejar de masturbarse.
No pude resistirme y me acerqué un poco más para ver lo que tenía entre manos.
Ahí estaba, asomando brillante por encima de su mano, palpitando como había palpitado la noche anterior dentro de mí, ese capullo que me vuelve loca. Es ancho y bien formado. Sobresale mucho con respecto al grosor del pene y produce un roce riquísimo cuando el cabrón de Teo lo usa con intención de volverme loca. Puede aparecer en cualquiera de mis orificios sin pedir permiso ni perdón y arrancarme, entre jadeos, las palabras más obscenas de mi repertorio.
La mujer de la máscara yace ahora boca arriba, disfrutando, porque se ve que disfruta, de la polla que le meten hasta el fondo de la garganta mientras sus tetas bailan al son de las embestidas del que la sodomiza.
Teo volvió a cambiar de mano para avanzar el vídeo, ahora un chorro de lefa se esparce por la espalda de la mujer que, entre jadeos, se afana por recibir otro chorro en la boca.
Cerró el vídeo sin dejar de meneársela y emprendió otra búsqueda.
Yo a su espalda, viéndolo así de excitado, empezaba a sentir otra vez ese calor tan familiar. Con una mano inquieta entre las piernas, le observaba en su elección, con la esperanza de volver disfrutar de lo que eligiese. Me había levantado escocida, pero ya no sentía más que deseo. Me hubiese metido debajo de la mesa del ordenador para ayudarle sin pensarlo dos veces, pero preferí seguir observando y disfrutar del espectáculo.
El siguiente vídeo trajo más de lo mismo. Esta vez la mujer que se debatía entre tragarse una polla negra o una blanca, no llevaba máscara y la lascivia inundaba cada uno de sus gestos.
Otra vez avanzó la escena hasta donde la sodomía y la felación compartían protagonismo. Allí, con aquella mujer en éxtasis, decidió arrellanarse en su asiento y dejar que sus huevos se vaciaran repitiendo en voz baja "toma, toma, toma".
Salí de la sala sin hacer ruido, asegurándome de que no supiese que había estado espiando sus fantasías.
Volví a la cama, empapada de nuevo, dispuesta a disfrutar de las fantasías de mi marido en privado, pero no sin antes atracar el cajón de los juguetes.
Dos buenos consoladores me acompañarían en la paja que iba a caer imaginando a Teo compartiéndome con otro hombre.
Qué bien me entraban esos gruesos falos por todas partes, Teo había dejado acomodado cada uno de mis hambrientos orificios.
Deseaba que abriera la puerta y me sorprendiera engullendo un pene de plástico mientras otro vibraba en mi culo. Pero no abría la puerta y yo no conseguía llegar al orgasmo. Cambié las posturas como Teo cambiaba las escenas, buscando la más placentera. Con las piernas levantadas hacía entrar y salir aquellos penes rugosos y fríos en mi ano y vagina abriendo la boca como si Teo me estuviera metiendo su precioso capullo hasta el estómago, pero no lo conseguía. Quería correrme y no podía. Desistí, necesitaba ayuda.
Con una mano delante y otra detrás, fui por el pasillo cuidando de que ninguno de los dos dildos dejase de vibrar dentro de mí.
Teo había dejado de ver porno y repasaba la prensa sentado en el mismo lugar.
Lo rodeé, desnuda como estaba, y sin dejar de apretar dentro de mí aquellos juguetes me escabullí por debajo de la mesa para aparecer entre sus piernas.
El sonido de la vibración se oía o no, según entraban o salían mis insatisfactorios juguetes de los orificios en los que los mantenía ocupados.
―¿Pero que haces,loca?― me preguntó burlón.
―Métemela en la boca― ordené sabiendo que le iba a costar tanto decirme que no, como hacerlo, no había pasado ni media hora desde que descargara sobre su vientre.
Dudó un instante, pero no puso pegas. Sin miedo al fracaso, se la sacó por encima del pantalón del pijama y la puso al alcance de mis labios.
―Métemela tú, oblígame a tragármela― supliqué.
―No sé que te pasa hoy cariño, pero si eso es lo que quieres…
Llevó una mano a mi nuca y con la otra apuntó su flácido miembro hacia mi boca abierta y apretó con fuerza.
Ahora era fácil llevarla hasta el fondo de la garganta, pero cuando estuviese de nuevo erecta, tendría que esforzarme para que esa enorme aureola de carne que coronaba tan buena polla, se deslizase hasta casi mi estómago, porque además es de las que llegan lejos.
A medida que él se animaba, yo aceleraba el movimiento de mis manos mientras variaba las velocidades de mis compañeros de fino látex. Ahora sí, por fin, tenía lo que quería.
Me corrí con la nariz pegada a su pubis, incapaz de zafarme de la presión que ejercía con las manos en mi cabeza. Con los ojos cerrados imaginaba lo que quería, que era lo mismo que querían aquellas cuarentonas que le excitaban a él en la pantalla.
La sacó de mi boca, comenzó a masturbarse y siguió mirando la escena desde su asiento. Ahí me tenía, arrodillada con una mano delante y otra detrás, sin dejar de mover aquellos trastos.
―Sal de ahí debajo y ponte a cuatro patas― ordenó poniéndose en pie.
Obedecí sin sacar ninguno de los consoladores de mi cuerpo. Me arrodillé ante él, dándole la espalda para que eligiera cual de los dos quería reemplazar.
Eligió el que tenía en el culo ¿cual si no? sencillamente le encanta, tiene autentica obsesión y eso a mí me gusta más que a él, de eso estoy segura. Lo sacó, hurgó un poco con los dedos para disfrutar de mi bienvenida sin perder detalle de cómo seguía masturbándome con el juguete que no me había quitado. Yo babeaba porque sabía que compartiríamos la vibración cuando me sodomizara, que es algo que le encanta, y a mí, no poco. Me hizo bajar la cabeza hasta el suelo y comenzó la operación.
¡Qué bien lo hace! Cómo sabe lo que me gusta.
Hizo entrar primero, poco a poco, esa punta de lanza para, una vez dentro, perfectamente acomodado, volver a sacarla repentinamente. Escupió en mi ano varias veces al repetir la operación. Me dio y me quitó una y otra vez, hasta que por fin, se decidió a meterla hasta el fondo, sabiendo perfectamente el cabrón, que yo ya no sabía qué prefería, si sentirme rellena de polla o dilatada, ofreciendo a sus pervertidos ojos la visión de mi ano abierto.
Con fuertes empujones fue sacándome gritos de placer. Sus huevos rebotaban en la mano con la que sostenía lo que deseaba que fuera una polla carnosa y llena de venas, pero que al menos nos acompañaba con su vibrar monótono.
― Cógeme del pelo― le pedí desesperada, todo parecía indicar que me volvería a correr en breve.
Cuando lo hizo, tiró con fuerza, dejando mi boca abierta justo a la altura a la que una polla imaginaria podría follar mi boca, aproveché para tragarme lo que me acababa de sacar del coño aún vibrando.
Lo hice discurrir con fuerza adentro y afuera, gimiendo entre ahogos, para mostrarle lo mucho que podría llegar a disfrutar, si daba rienda suelta a sus deseos.
Agaché la cabeza cuando me soltó la coleta y, apoyando el dildo en el suelo, volví a engullirlo. Daba cabezadas, como si se la chupase a alguien tumbado frente a mí.
Noté que se iba a venir, su polla palpitaba en mi culo anunciando otro orgasmo y no quise perderme ese momento, me escapé de él, no dejé que se corriera.
Me di la vuelta, sin dejarle perder detalle de cómo le sustituía en su amado culo por ese consolador que me acababa de sacar de la garganta. Abrí los labios invitándole a correrse follándome la boca y los ojos para no perder detalle de su cara al hacerlo.
Yo botaba sobre mi juguete, mientras él se corría agarrando con fuerza mi cabeza y aplastando mi nariz de nuevo contra su pubis.
Volví a correrme una vez más al sentir sus últimos empujones y su semen calentándome por dentro, directo al estómago.
Me dejé caer a un costado, sobre la alfombra que tenemos a los pies del sofá, el juguete se salió y los dos escuchamos el gracioso sonido que hace un consolador cuando corretea, primero por la alfombra y luego por el parqué.
Teo me miraba extasiado, pude ver cómo le temblaban las piernas antes de caer de rodillas junto a mí.
―Cómo me pones mi amor― dijo casi sin aliento al tumbarse a mi lado.
Yo no podía ni hablar, estaba aún envuelta en temblores.
¿Y para qué hablar? ¿Qué más le podía decir? Si no captaba la indirecta, o no la quería captar ¿Qué podía hacer yo? Si no se daba por aludido, tendría que pasar el resto de mi vida bebiendo de una única fuente y eso era algo en lo que no quería ni pensar, porque la infidelidad no entra en mis planes.
Pasaron los minutos, acompañados por el silencio, sólo roto por nuestro resuello y el consolador rebotando a lo lejos, hasta que por fin, Teo se decidió a hablar.
―¿Qué te ha dado hoy, loca mía?
Tardé en responder, disimulé dando pequeños suspiros para ganar tiempo y decidirme a no decir lo que quería decir.
Le hubiese dicho sin titubeos que quería verle masturbarse mientras otro me follaba, que quería llevarle al orgasmo con la boca mientras me sodomizaban, que quería que ofreciese mi cuerpo, sólo eso, por verme disfrutar y que yo le viera disfrutar a él.
Tantas cosas se me pasaron por la cabeza en aquel preciso instante, que pensé que era mejor no decir nada.
―Te quiero― alcancé a decir.
―Estás loca y me vuelves loco, no podrías ponerme más.
―Sí, sí podría― se me escapó con voz queda, como si hablase para mí misma, pero me oyó.
―¿Sí podrías? ¿Cómo?― preguntó el incauto entre incrédulo y curioso.
No tuve que pensar mucho para no pronunciar lo que le podría contestar. No sería por cosas que se me pasaban por la cabeza, de esas me sobraban, últimamente andaba más salida que un presidiario. Revoté la pregunta.
―Seguro que hay cosas que te gustan y que no te atreves a proponerme― comencé diciendo.
―No se me ocurre nada mejor que lo nuestro― mintió.
―Alguna cosa seguro que te guardas para ti. A saber en qué o quien piensas cuando te masturbas.
Enrojeció al instante pero disimuló.
―¿Y a ti, qué cosas te gustan que no te atreves a proponerme?― replicó rápidamente para eludir la respuesta.
― Ay si tú supieras, tontito mío.
―Eso no vale, venga ¿Qué cosas te guardas?
Dudé. Dudé mucho. No quería poner las cartas boca arriba. Traté de escapar de mi propia trampa.
―Mis fantasías lésbicas, por ejemplo.
Anduve rápida. Él ya sabía que yo había elegido quedarme en su bando, pero no era tonto, a nadie dejan de gustarle los coños de la noche a la mañana. Estoy segura de que siempre le ha creado bastante inseguridad mi bisexualidad.
―Tienes razón― dijo como sin ganas y guardó silencio.
―¿Y bien?― comencé ―¿Hay alguna cosa que te guardes para ti?
A mí no me la iba a pegar haciéndose el dolido, no dudé en ir directa al grano.
―¿Qué quieres oír? ¿Qué te gustaría que me gustase?― preguntó volviendo a dejar la pelota en mi tejado.
―Me gustaría que dejases de eludir la respuesta. La pregunta es muy sencilla ¿Qué cosas te excitan?
Ya no podía escapar. Tenía que contestar. Dudó un buen rato.
―Nunca lo hemos hecho delante de otras personas.
¡Bien! Pensé. Por fin se dirige hacia donde yo quiero ir.
―¿Ves? Eso a mí también me resulta excitante― dije con toda naturalidad.
―No sé... es solo una fantasía, en la vida real eso no sucede ¿Delante de quién te vas a poner a follar? No me convence.
―Cuando quieras vamos a un local swinger de esos y probamos― dije simulando falta de interés.
―¿Esos sitios no son de intercambio? Yo paso, no te intercambio con nadie.
Se hacía el remolón, pero ya lo tenía donde quería. Lo demás, era solo una cuestión de tiempo.
―No creo, supongo que si tú no quieres follar con nadie aparte de tu pareja, no te obligarán, digo yo― contesté con la misma naturalidad.
―Puff… Clara… No sé.
―Es tu fantasía, no la mía― repliqué sonriente.
―Es verdad. Pero es sólo una fantasía y no estoy pidiendo que se cumpla. Tú, sin embargo, pareces muy interesada.
Vuelta la pelota a mi tejado.
Yo ya me estaba volviendo a poner cachonda y no tuve paciencia. Podría haber seguido jugando a engatusarlo, pero me cansé, no aguantaba más esa farsa.
―Te he visto esta mañana― corté por lo sano ― lo que mirabas en el ordenador mientras te la machacabas como un estudiante de informática, no es solo una fantasía, te ponen los tríos.
Enrojeció de nuevo, pero no calló.
―Eso no es una fantasía, es un recuerdo― dijo secamente y siguió ― todos tenemos nuestro pasado. Yo sé de ti lo que tú has querido compartir conmigo. Tal vez esto no lo quería compartir contigo, pero la culpa es mía, no debí dejarme espiar con tanta facilidad.
―No te espiaba. Me lo encontré sin querer.
―Ya pero por si acaso no me has dicho nada y bien que te has fijado en lo que estaba viendo. Ahora entiendo tu afán por tragarte consoladores.
La sonrojada ahora era yo. No fui capaz de articular palabra. Teo sin embargo, parecía animado por sus propios recuerdos y siguió hablando.
―¿Quieres saber el origen de ese recuerdo?
¡Qué pregunta más tonta! Si no me lo cuenta, lo mato.
―Claro que quiero― grité casi ―¡Cuéntame, cuéntame!
¿Qué recuerdos serían esos? Me tenía intrigada.
―Érase una vez un estudiante de medicina...― comenzó bromeando.
Reímos los dos. Me abracé a él, allí tirados en el suelo como estábamos, sobre la alfombra empapada con mis flujos, acompañados aún por el sonido del correteador fálico a lo lejos y me dispuse a escuchar la típica historia de un trío que hizo no sé cuándo y con no sé quién. Anda que no habré hecho yo tríos, cuartetos y de todo, pero como muy bien dice él mismo, hay cosas que igual no hemos querido compartir con el otro.
Comenzó con su historia.
―Cuando llegué a Barcelona a estudiar, me instalé al principio, hasta que encontrase mi propio piso, en casa de unos amigos de mis padres, ya les conoces, los que vinieron al funeral de mi abuelo.
―¿La zorra y el calvo?― pregunté sabiendo la respuesta. No podían ser otros.
No me había olvidado de aquella puerca. Mientras yo sujetaba la mano de mi afligido marido, ella le apretaba los brazos, palpando su musculatura y le endosaba dos besos, socialmente aceptados, en la puta comisura de los labios. ¡En un funeral! Qué asco le cogí a aquella cerda en cuanto la conocí. Su marido era un encanto, siempre tenía una sonrisa y un comentario amable. Era orondo y con gafas de culo de vaso. Entrañable aunque feo, sentía lastima por él ¿Como no había podido encontrar algo mejor que aquella zorra?
―Esos mismos― continuó ―Al principio todo era normal, pero Lola pronto empezó a insinuarse.
―Pero si es una vieja putrefacta― exclamé asqueada porque sabía que me iba a decir que aquella marrana se había follado a mi joven proyecto de cirujano.
―Entonces no era tan vieja― la defendió el imbécil.
―Lo curioso era que también me tiraba los tejos delante de su marido y él se reía, como si no se enterase de nada.
Hizo un silencio. No estaba enteramente cómodo con lo que tenía que contar.
―La primera vez que me hizo una paja que terminó en mamada, para no ensuciar que decía ella, su marido fumaba mirando el televisor después de cenar a apenas dos metros de nosotros.
―¡No jodas! Menuda puta― dije sin disimular el asco que le tenía.
―Él hacía como que no se enteraba― siguió relatando ― Hasta que un buen día, después de hacerse el sorprendido al descubrirnos, se quedó mirando tranquilamente, con su sonrisa bobalicona y animó a su mujer seguir con lo que estaba haciendo. Por algún motivo, tenerlo ahí mirando, me hizo venirme enseguida. Me corrí en la boca de aquella mujer mientras él la animaba a no dejar una gota de semen por tragar.
―¡Joder con la vieja y el cornudo! Me estoy poniendo cachonda, no te digo más― Exclamé para animarle a seguir con su historia sin sentirse juzgado y porque de verdad me estaba poniendo cachonda.
―Con el tiempo, él se sumó a nuestros encuentros, aunque al principio solo quería mirar. Le pedía a su mujer que me la chupase a todas horas y yo me dejaba hacer. No lo quería reconocer, pero me gustaba que aquel cabrón de picha corta se excitase viendo a su mujer disfrutar de una buena polla. Me acostumbré rápido a tenerlo siempre ahí, pajeándose, mientras su mujer perdía la cabeza tratando de tragarse mi polla aunque fuera incapaz. Él le animaba a ir más allá. “Venga, un poco más” le decía a veces, y ella lo intentaba hasta casi provocarse el vómito. Esto a él le volvía loco y se corría enseguida.
Más adelante se sumó al juego porque Lola quería que se la follase mientras se comía aquella “polla maravillosa” que le gustaba decir. Lo que más les gustaba a los dos, era que me corriese cuando él le daba por el culo. “Ay mi culo” decía mirándome picarona sin soltarme la polla, y, volviendo a metersela en la boca, la chupaba con más brío si cabe hasta que me corría. En cuanto ella notaba que su boca se llenaba de semen, gemía como una loca para que el otro la escuchase y se corriese conmigo.
Volvió a hacer un silencio y concluyó ―Y así me pasé todo el primer año de carrera, para el segundo año me mudé a un piso de estudiantes normal y corriente, porque todo aquello era un poco raro. Aunque me encantase y me hubiese pasado todo un curso viviendo con ellos, había que poner fin a aquello.
―¡Joder con los pervertidos!― exclamé esta vez ya, asombrada de verdad.
―Bueno, hay que entenderlos. A él no se le levantaba si no veía a su mujer bien servida. Nunca follé con ella, solo me la chupaba. Tampoco era tan grave.
―¿Que no era tan grave? ¿A ti te excitaría que yo se la chupase a otro para pajearte mirando?― fingí escandalizarme.
―No. En absoluto. Ni mucho menos. Y aclarar que el que se masturbaba era él, no yo, no lo olvides. Otra cosa es, si me gustaría que alguien se masturbe mirando cómo follamos tú y yo, y eso, aunque me de vergüenza, reconozco que sí, sí me excita.
Vale. Esto no estaba en mis planes. Lo que yo quería era otra cosa, pero imaginarme haciendo una de las cosas que más me gusta y que mejor se me da, delante de un extraño, me parecía un buen comienzo. Bueno y apetecible. Muy apetecible de hecho.
Me ardían el culo, el coño y la garganta, pero tenía que volver a follármelo, primero porque me salía del coño y segundo para demostrarle que no iba a escaparse de esta. Ya me las arreglaría para conseguir lo que quería, hasta entonces, tendría que joderse y darme lo mío aunque le doliese la polla, porque estaba otra vez echando de menos el consolador que se quedaba sin batería en un rincón.
―No por favor― suplicó cuando empecé a bajar por su tórax y estomago, dándole tiernos besitos, camino de esa “polla maravillosa” que tanto le gustaba a la zorra, que por cierto, empezaba a caerme mejor, no sé por qué, aunque no fuese más que una puta guarra.
―hum― ronroneé―déjame jugar un poco con ella, solo acariciarla y besarla mientras me cuentas más cosas de esos dos pervertidos, me han excitado ¿Cómo fue esa primera vez con el marido mirando la televisión?
Tumbada a su lado, con la cabeza apoyada en su vientre y con su polla flácida en la mano, al alcance de mi boca, comencé a acariciarla con suavidad. Se le escapaban pequeños lamentos mientras buscaba las palabras.
―Cuéntame por favor― supliqué abarcando sus huevos con la totalidad de la mano.
Le costó arrancar, pero cuando lo hizo, se sumergió en los recuerdos y compartió conmigo la excitación que le producía ver a aquella mujer disfrutar de su polla.
―Después de cenar, Francisco siempre se sentaba en el sofá a ver la televisión mientras su mujer recogía la mesa, que estaba justo detrás de él. Fue de un modo muy simple y tonto. Tiró un trozo de pan al suelo sonriendo, y al ir a recogerlo, se apoyó en mi pierna haciéndose la despistada mientras se arrodillaba. Una vez allí, a mis pies, alargó la mano y me acarició la polla por encima del pantalón de chándal que yo llevaba siempre por casa, consiguiendo que me empezase a empalmar rápidamente. Con un gesto de sigilo, llevándose el dedo indice a los labios, me hizo callar mientras seguía acariciándome. Yo miraba a su marido atónito, notando cómo se me iba poniendo cada vez más dura con las caricias y luego con la presión que hacía sobre el pantalón.
A medida que me contaba estas cosas, su polla se iba endureciendo frete a mis ojos, no quise abalanzarme sobre ella y comérmela como una loca, que era lo que deseaba. Me limité a sacudirla suavemente sobre mi mejilla pidiéndole que siguiera con la historia.
―La lujuria en su rostro cuando la sacó del pantalón no se me olvidará en la vida― continuó ―Se le abrieron los ojos y comenzó a salivar. Antes de llevársela a la boca, la acarició de un extremo al otro, apretándola con fuerza, disfrutando de su dureza y longitud. Se entretuvo mucho tiempo manoseándola, la acariciaba de arriba a abajo mirándola con deseo, quería saborearla, como solía decir, pero primero quería hacerme llegar al orgasmo a golpe de muñeca. Era una experta en esto, hacía unas pajas increíbles. Yo miraba la calva de su marido tratando de que mi respiración no me delatase y antes de darme cuenta mis huevos querían explotar. Se la acercó a la cara, sin dejar de mover la mano con fuerza, abrió la boca, sacó la lengua y esperó a que su saber hacer le trajese su premio. En cuanto la primera gota de semen tocó su lengua, se abalanzó sobre mi glande, abarcándolo y succionándolo para no desperdiciar ni una gota de mi repentino orgasmo. Sin dejar de pajearme, chupó en silencio y con mucha suavidad, disfrutando de mi polla, hasta que perdí la erección. Al incorporarse me besó en los labios y me susurró al oído que le encantaba mi leche.
―Qué guarrilla― dije apretando con suavidad el miembro creciente que tenía en la mano antes de besarlo ―Cuéntame ¿Cómo os sorprendió? ¿Dónde estabais? ¿Qué dijo?― Pregunté sintiendo mi escocido coño palpitar de nuevo.
Tardaba en responder, así que apreté sus huevos provocando un lamento de dolor.
―Cuéntame, no pares ahora cabrón.
―La vez que nos pilló, fue por la mañana― empezó a relatar después de gimotear y suplicar que no lo torturase ―Lola había entrado furtivamente en el baño cuando estaba a punto de ducharme, como había hecho los días anteriores, porque decía que le gustaba el sabor me mi polla sudada. Al poco rato, su marido llamó a la puerta, casi me muero del susto, ella sin embargo, se la sacó de la boca,sonrió y me dijo que entrara en la ducha antes de dejarle pasar. Francisco entró y fue directo al retrete. Afortunadamente no venía a cagar. Escuché el sonido del pis mientras hablaba con su mujer. Le preguntó si se iba a duchar, simulando que no sabía que yo estaba al otro lado la cortina y ella le contestó que tendría que esperar a que yo terminase. Apartó levemente la cortina que me separaba de ellos y al verme ahí en pie, desnudo y totalmente erecto, exclamó “Menuda polla” y sonrió.
No había que ser muy listo para saber lo que había estado pasando hasta su llegada, tenía la polla llena de saliva.
―¿Y que hizo Lola? ¿Trató de disculparse? ¿Se inventó alguna mentira? ¿Qué pasó?― Pregunté comenzando a mover mi mano arriba y abajo a lo largo de ese pene que no terminaba de endurecer, pero que ya tenía cuerpo suficiente como para ser disfrutado.
Se lamentó por el dolor que le producía la caricia con un leve gemido pero no me pidió que parara y prosiguió.
―Lola, sencillamente dijo: Lo siento cariño, es que le he sorprendido masturbándose y... Fíjate qué cosa más bonita, y señaló mi polla, sería un crimen dejar que se desahogara solo ¿No crees?
―¿Eso dijo? ¿Así, sin más?
―Como lo oyes, yo me quedé de piedra
―¿Y qué dijo él?― pregunté sin dejar de mirar con deseo la polla que estrujaba.
―Se rió, como hacía siempre y le dijo: “Tú siempre tan caritativa”. Luego nos dio la espalda y comenzó a cepillarse los dientes.
―¡Ole!― exclamé ―¿Y qué hicísteis?
―Yo nada, estaba tremendamente impactado, no sabía qué hacer o decir, tampoco Francisco se había dirigido a mí, sólo había hablado con su esposa. Lola me miró con unos ojos que no me había mirado hasta entonces. Aparte del deseo, se adivinaba el morbo que le producía que su marido supiese lo que habíamos estado haciendo y lo que íbamos a hacer. Me sonrió salivando y se arrodilló a los pies de la ducha dejándome solo frente al reflejo de Francisco, que miraba hacia abajo en el espejo, donde la cabeza de su mujer comenzaba a moverse adelante y atrás. A ratos levantaba la mirada, me miraba sin dejar de mover el cepillo de dientes y sonreía con al boca llena de espuma―
―Increíble― dije con la boca llena yo también, pero no de espuma.
―Me corrí de repente, apenas duré unos minutos. En ese momento Lola tenía mi polla fuera de la boca y el primer chorro de semen se le esparció por la cara. El resto lo devoró con gula, como había hecho las otras veces pero gimiendo bien alto esta vez, sin tapujos, ya no necesitaba actuar a escondidas, la emoción de lo prohibido daba paso al placer del exhibicionismo, que sin duda le gustaba más. El marido se dio la vuelta para observar directamente su cara de éxtasis al vaciarme los huevos. Cuando terminó le dijo: “Te has dejado un poco ahí” y señaló su pómulo sin dejar de sonreír, donde aún quedaban restos de semen.
Volvió a gemir dolorido porque no pude resistirme a darle un buen chupetón a lo que tenía en la mano mientras escuchaba cómo Lola se había llevado a la boca los restos esparcidos por su cara mirando a su marido, la historia me estaba excitando una barbaridad. Quería que siguiese contándome las aventuras de esta pareja de salidos.
Puso las manos en mi cabeza y comenzó a mover la cadera en círculos, con mucha suavidad, para disfrutar de mi boca mientras proseguía.
―La siguiente vez que Lola me la chupo delante de él, estábamos viendo la televisión después de cenar. Fue muy incomodo al principio. El deseo de aquella mujer por comérmela a todas horas era irrefrenable y estando allí sentados, me la manoseaba suspirando, anunciando que no iba a tardar en bajar la cabeza. Lola se sentaba entre ambos así que al agacharse para mamármela, quedábamos Francisco y yo cara a cara. Y como siempre, él sonreía.“¿No te importa que mire, verdad? Me gusta ver disfrutar a mi Lola y tu polla le gusta tanto…” Me dijo con ternura y naturalidad, cualquiera diría que lo que me proponían era normal. No esperaron a oír lo que yo tuviera que decir, Lola se arrodilló frente a mí y continuó con su atracón de polla, pero mirándole a él a los ojos y ofreciéndole la mamada de la que yo disfrutaba, porque eso era lo que más le gustaba, ver a su mujer disfrutando de una buena polla.
Teo seguía moviendo su pene creciente en mi boca a su antojo, sin forzar, dándose un paseo entre mi paladar y mi lengua, sin disfrutar aún de mi garganta mientras continuaba contándome, muy animado, la primera vez que aquel hombre se la sacó y comenzó masturbarse delante de ellos.
Se estaba haciendo una paja con mi boca recordando a sus antiguos anfitriones. La de pajas que me habré hecho yo recordando amantes y polvos. Envidiaba a Teo por ello, pocas cosas me gustan más que cerrar los ojos, cuando tengo una boca en el coño, y soñar. Que cachonda me ponía que Teo me utilizase de esa manera, de algún modo me hacía sentir como una prolongación de sí mismo.
―Después de unas cuantas veces― me decía ―yo ya, no sólo me había acostumbrado a verle con la polla en al mano mientras su mujer gemía con la cabeza entre mis piernas, incluso le miraba con complicidad cuando la cogía del pelo y apretaba hasta donde podía tragársela. Él se la sacudía más fuerte animándome a seguir haciéndolo y ella daba fuertes cabezadas acompañadas de sonoras arcadas. Siempre se acercaba a ver de cerca como Lola se deleitaba con mis orgasmos y luego le decía “enséñamelo” y ella abría la boca y le mostraba su trofeo.
Estos recuerdos estaban provocando que, poco a poco, esa polla ya endurecida que se paseaba por mi boca, quisiera abrirse camino por mi garganta.
―Cuando empezó a follar con ella mientras me la chupaba, Lola, desde abajo, me decía con la mirada que era mi polla que le gustaría tener en su vagina. Yo también deseaba follármela, pero al parecer su marido solo le permitía saborearme.
No le pregunté si se la folló alguna vez a escondidas porque tenía la boca ocupada en otras cosas más importantes.
―Y cuando, después de varios encuentros de estos, por fin se decidió a darle por el culo en mi presencia, tenías que ver la cara de vicio de esa mujer, como se agarraba a mi cipote cuando decía “Dame, dame fuerte cabrón” y cómo se la volvía a meter en la boca diciéndome con la mirada lo mucho que le gustaría tener esa polla larga y dura en el culo y no la de su marido, que era mucho más pequeña ¡Qué cachondo me ponía!
Me decía todo esto discurriendo ya por la totalidad de mi boca, llevaba su glande hasta mis labios, donde yo aprovechaba para succionarlo, y lo regresaba al fondo de mi garganta. La excitación que le producían sus recuerdos, sumado a la humedad, calor y cariño de mi boca, se plasmó en otro orgasmo que recibí pegando la nariz a su pubis, por segunda vez ese día.
Volví a imaginarme que me sodomizaban mientras le sacaba hasta la ultima gota que le quedaba en los huevos. Creo que tuve un micro orgasmo o algo parecido, cuando acompañó su corrida con esas palabras que nunca me había dicho y que le escuché decir frente al ordenador. “Toma, toma, toma”. Claro que tomé, y bien a gusto además.
Me di cuenta de que yo era prácticamente igual que aquella mujer, salvo que la polla maravillosa la tenía en casa, sólo necesitaba otra, u otras, para mis cuartos traseros. Cómo me gustaría decirle a Teo con la mirada, mientras me dan por el culo, que me gustaría tenerle en todas partes a al vez y que elegía tenerle en la boca porque chupársela me produce un placer infinito, como a aquella mujer. Y es que tiene la polla más rica y maravillosa del mundo. No es la mayor ni la más gruesa, las he conocido mejores, pero es irresistible, como muy bien sabía la cochina aquella.
Pero todo llegaría, si empezábamos poco a poco, seguro que acabaría volviendo a tener todos mis orificios llenos y no de juguetes, si no de vibrantes pollas de carne, que era algo que echaba mucho de menos. Casi tanto como comerme un buen coño, que por cierto, eso era algo que también habría de llegar más pronto que tarde.
Teo yacía boca arriba, sujetaba aún mi cabeza, gritando desesperados quejidos y yo daba los últimos cabezazos en su polla, que menguaba rápidamente en mi boca. Estaba indefenso, temblando y lloriqueando.
La irritación no servía para disuadir a mi vagina, y ya que no le había dado una polla, que era lo que desde el principio reclamaba, le daría una boca experta, una lengua inquisitiva y la certeza de una cara deseosa de recibir cuanto quisiera escupir.
Hice el camino inverso. Desde su polla fui besando su vientre, su tórax y por último su boca, dejándole saborear su propio semen. Me subí sobre él, como quién sube a una moto y le ordené que me comiera el coño. Entre jadeos me suplicó que le pusiera el coño en la boca. Coloqué cada una de mis rodillas un poco más arriba de su cabeza y me senté en su cara. Sólo veía sus ojos desde mi posición, y a ratos, no los veía porque restregaba mi vagina por su cara hasta casi las cejas, buscando esa lengua que siempre me mete en el culo.
―¡Qué cachonda me has puesto, Teo!― comencé a decir mientras le veía aparecer y desaparecer tras mi bello púbico ―1Que zorra la vieja! Cómo le gustaba esa polla maravillosa y qué cabrón el calvo, cómo disfrutaba viendo a su mujer perder la cabeza chupándola, igual que la pierdo yo.
Teo sujetaba mis nalgas para no morir ahogado y me mantenía en el aire. Repartía sus lengüetadas por donde le venía en gana, consciente de que no tardaría en correrme si se esmeraba demasiado, y no quería eso. Él, al igual que yo, quería disfrutar lo máximo posible del placer de saborearme.
―Quiero que me vean comerte la polla, Teo― dije gimiendo ―Qué se masturben mirando como pierdo la cabeza con ella, que se mueran de envidia. Quiero que les mires a la cara cuando me metas la polla hasta le fondo de la garganta y cuando me azotes con ella en la cara para volver a hacérmela tragar― continué presa del morbo sin dejar de moverme sobre su cara, disfrutando en cada pasada del saber hacer de mi chico, que respiraba pesadamente incapaz de dejar de lamer todo, desde mi culo hasta mi clítoris.
Le estaba excitando aquello más que a mí, lo sabía por su forma de jadear, quería más y no dejaría que me corriese hasta satisfacer su gula.
Su ego no podía estar más arriba. Imaginar su polla en el centro de la acción, volver a ser lo que fue años atrás, ese pedazo de carne ansiado y deseado que se saborea con pasión. Y yo alimentaba ese ego con las cosas que le decía. Excitada y deseosa de ampliar nuestro circulo de amigos, le narraba las ganas que tenía de ver brotar el semen de la polla de un desconocido al que miraría mientras se la chupaba a él. No iba más allá, no le decía que ese semen lo prefería en el culo mientras recibía el suyo en la boca, eso me lo guardaba para mí, ya habría tiempo para abrirle los ojos.
Por fin se decidió a dejar que me corriese. Mantuvo mi culo al alcance de su lengua durante al menos un largo minuto. Un minuto en el que profundizó en mi ano, lo amplió y lo humedeció para poder hacer algo que nos vuelve locos a los dos, en especial a mí. Sabe perfectamente qué hacer para que sus dedos de cirujano profundicen en mis orificios, dos por cada uno, y sabe como mover esos dedos en mi interior y como succionar mi clítoris para llevarme al orgasmo. Durante un maravilloso momento, dejó la mano quieta para que yo misma discurriese adelante y atrás sobre los dedos que entraban y salían de mí, mientras me restregaba por su cara.
Cuando, mirando desde arriba, su cara reaparecía bajo mi pubis, veía que estaba cada vez más empapada en flujos, lo que me hacía moverme con más brío, consiguiendo verle más feliz y satisfecho en cada pasada. Era un circulo vicioso. Una vez más, uno de mis potentes chorros se esparció por su cara con violencia, como una explosión. Teo abría la boca para recibir al menos una parte de mi orgasmo en su interior, si pudiera, se lo bebería todo.
Agarrándole por el pelo, me di el último paseo por su cara disfrutando de mis propios fluidos y de su lengua, que seguía buscándome después de sacar esos maravillosos dedos de mis super-irritados orificios.
Me tumbé a su lado de nuevo, jadeante como él, dispuesta a concretar algo y empezar a cumplir fantasías.
―¿De verdad te gustaría que me viesen comerte la polla?― dije cuando recuperé el aliento.
Tardó en contestar. Buscaba las palabras adecuadas para decirme lo que me quería decir.
―Lo de esta mañana― comenzó ―Lo de ver esos videos...― guardó un pequeño silencio ―Es por un motivo― confesó y volvió a callar.
Después de hacerle la pregunta que su silencio me obligaba a hacer, que cuál era el motivo, escuché con atención lo que no se atrevía a plantear.
―Los catalanes han venido de visita y están en casa de mis padres―
―¿La zorra y el calvo?― Pregunté de nuevo.
―Sí. No te había dicho nada porque no tenía intención de verlos, y menos contigo, que menuda pasada te pegaste con ella en el funeral de mi abuelo.
Esto era cierto, no fui muy amable con ella. Pero ¿Qué debía hacer con aquella puta asquerosa? ¿Acaso debía consentir que sobara a mi marido y lo mirara como se mira un dulce al otro lado de una vitrina? Sugerirle que tuviese cuidado con esas risotadas histriónicas que soltaba constantemente porque a ciertas edades una se puede mear encima, era solo una forma sutil de decirle que estaba mayor para andar haciendo el ridículo de esa manera.
―¿Y qué me quieres decir con eso?― pregunté en tono conciliador. Ya le estaba viendo venir.
―Nada, no sé. Déjalo―
¿Dejarlo? Pobre ingenuo. Este hueso no lo iba a soltar ni loca. Si lo que le excitaba era que yo me follase al pajillero, pues me lo follaba. Si quería follarse a esa vieja, yo le animaría, incluso me sumaría a darle a esa zorra más de lo que podía digerir. Nada de lo que me propusiese estaba fuera de mi alcance. Llevaba demasiado tiempo sin darme un homenaje. Dos años de matrimonio me habían dado muchas alegrías, pero me faltaban también muchas cosas. Si el camino a la consecución de esas cosas pasaba por la entrepierna de la zorra incontinente, pues que se mease en mi cara si quería.
―¿Cómo que nada? ¡No me dejes así! ¿Qué se te pasa por la cabeza? Dime.
Con qué naturalidad lo dije, me sorprendí hasta yo.
―Nada, déjalo. Es sólo una fantasía.
―¿No decías que era un recuerdo?― insistí entre risas, quitándole hierro al asunto.
No se animaba a verbalizar su deseo. Tuve que ayudarle.
―Tú lo que quieres es repetir la experiencia. Quieres volver a verla perder la cabeza al bajarte el pantalón ¿A que sí?
Enmudeció. No podía ocultar la respuesta afirmativa, su cara de culpabilidad le delataba.
―Qué marrano eres― dije con satisfacción.
―No es más que una fantasía, o un recuerdo, como prefieras. No te preocupes.
―Sí me preocupo. Esta mañana, mientras te corrías frente al ordenador, me han asaltado dudas. ¿Te estaré dando lo que necesitas? ¿Debería hacer más de lo que hago por darte placer? ¿Debería dejar que disfrutaras con otras personas? Claro que me preocupo. Quiero verte feliz y formar parte de esa felicidad ¿Qué quieres de mí? Haré lo que me pidas y lo haré encantada.
La emoción empezaba a aparecer en su rostro. Yo podía ver que ya se veía a sí mismo sujetando de nuevo, esa cabeza de puerca mientras el cornudo sonriente le animaba a ir más allá, a través de esa garganta que, al contrario que la mía, no podía albergar esa estilizada, larga y cabezona polla que tanto nos gustaba a las dos.
―¿Tú estarías dispuesta a permitir que tu amiga la zorra volviera a ponerme las manos encima?.
―Si tú me lo pides, hasta le ayudo hacerlo. Yo también quiero ver como os volvéis locos dándole a sea furcia lo que tanto ansía.
―Tú no tienes que hacer nada si no quieres, sólo mirar si te apetece. A mí me volvería loco verte mirando.
¡¡¡¡BIEEENNNN!!!!
Ya le tenía donde quería. Esto sólo era un tramite. Me prestaría a su juego. Si así lo quería, me sentaría, gin&tonic en mano, a ver como vaciaba sus huevos en la boca de esa viciosa. Animaría al marido a empujar con fuerza y si era necesario, yo misma le haría una paja a ella mientras la colmaban de pollazos.
Por otra parte, sentía una extraña necesidad de marcar el terreno. Me obsesionaba la idea de demostrar a aquella puta barata que yo sí sabía manejar esa polla y que además, la tenía en casa cada día.
Con respecto al marido, me parecía tan entrañable que deseaba poder ayudarlo a ponerse a tono mientras disfrutaba del espectáculo. Pero eso igual era demasiado para la primera vez. Ya se vería.
―¿Tú crees que tu amiga querrá volver a verme? ¿Igual deberíamos invitarlos a cenar y enterrar el hacha de guerra? Si todo va bien, tal vez a los postres tengas lo que quieres.
―Tienes razón, Lola no querrá.
―Que tal si vamos a casa de tus padres a verlos. Tú tuviste mucha relación con ellos ¿No? Lo normal sería que fueses a saludar― traté de razonar.
―Sí, pero no sin avisar. Debería llamar primero.
―Mira, hacemos una cosa. Les llamas, vamos a verles, estamos con ellos, si tengo la oportunidad me disculpo, y si acepta mis disculpas, puede que consigamos arreglar ese problemilla tuyo con los recuerdos.
―¿Qué problemilla?― rió.
―Venga, desayunamos de una vez, que estoy desfallecida, y los llamas. ¿Vale?
―¿Estás segura?
¿Segura? Pobrecito mío. No me siento culpable porque sé que al final va a disfrutar tanto como yo de todo esto.
Desayunamos en silencio, mirándonos con ojos temerosos. Cabía la posibilidad de que nuestro plan funcionase y no tardásemos en vernos disfrutando de esos pequeños placeres, tan conocidos como añorados.
―Sólo te digo una cosa― rompí el silencio ―Se me ha metido una imagen en la cabeza y me muero por verla cumplida. Quiero correrme en tu boca mientras esa guarra te la come, y si es al tiempo que la sodomiza su marido, mucho mejor.
―Esa imagen también la tengo yo, mi amor, pero desde hace mucho― confesó.
¡Ay mi guarro!
La llamada posterior nos dio esperanzas. Iríamos esa misma tarde a tomar el café con ellos y mis suegros. Si todo iba bien, podríamos invitarles a comer o cenar cualquier día mientras estuviesen por aquí.
Teo, tras la llamada, se mostraba especialmente nervioso.
------------------------------
No sé si el desenlace de este desatino puede interesar a alguien, si así fuera, no dudar en comentarlo.