El empañamiento del cristal evitaba cualquier mirada indiscreta que pudiese existir en los alrededores del parking. Aunque el espacio en el asiento de atrás era reducido, el moreno se acoplaba a la perfección entre las piernas de la joven, y con ello, su lengua repasaba los pliegues de un sexo completamente depilado para posteriormente abrirse paso hacia el interior del canal alentado por los gemidos de la muchacha que se cogía a su cabeza, a fin de que se hundiera todavía más. En el interín, buscó el pequeño nódulo que asomaba del capuchón y lengüeteó reiteradas veces mientras las caderas de Emma se retorcían elevándose ante la inminencia de un orgasmo que la atrapó jadeando sin control. A continuación, el moreno se incorporó mientras ella trataba de recuperar el resuello. Se desabrochó la impoluta camisa blanca, luego el cinturón, seguidamente hizo descender el zip de su bragueta siguiendo una ruta ascendente para, a continuación descender por el pronunciado paquete, se bajó unos centímetros los pantalones y una vigorosa verga saltó como un resorte señalándola a modo acusatorio. Emma la contempló sólo el instante justo antes de que desapareciera por completo en su sexo, y con ello exhaló un grito, mezcla de una conjunción de dolor y de placer. La joven tumbada en el asiento trasero y abierta de piernas se encontraba sometida —sin apenas poder moverse— a los embates del moreno de ojos claros. Ambas miradas se encontraron deseosas, y como en una colaboración ensayada empezaron a gemir y a jadear cuando la polla de George inició una percusión de forma más enérgica en el coño empapado de la muchacha, quien de nuevo vislumbró otro orgasmo fraguándose en su cuello uterino y ramificándose por toda la zona genital. Su piel se erizó, los pezones se le endurecieron intentando perforar el sujetador, y los jadeos se trasformaron en gritos de gozo mientras se corría aferrándose a las duras nalgas del moreno, apretándolas con saña e intentando traducir el placer a la presión ejercida en ellas. Los espasmos y las convulsiones de la vagina, —producto del clímax— llevaron a cabo la tarea para la cual fue diseñada, de ahí que George soltara lastre en su interior con fuertes y reiterados golpes de riñón hasta haber liberado su esencia en su totalidad. Y para dar constancia de ello, una última acometida del adonis, acompañada de un gruñido, dejó vacía por completo su recámara.
Felicia durmió mal y se levantó ojerosa. Sabía que, de un modo u otro, iba a aparecer en algún noticiero debido al juicio. La expectación no la generaba el proceso en sí, sino la que fue la célebre locutora de más audiencia de los informativos y que un día decidió pasarse al lado oscuro, despertando el morbo, tanto de los noticieros, como de su audiencia. Aquel aciago día que se embarcó en el mundillo de la lujuria y de la perversión según algunos medios de dudosa credibilidad.
Apenas había pegado ojo. El hecho de pensar en la prensa acosándola no le dejó dormir más de dos horas seguidas. Se dio una ducha rápida, se tomó dos cafés, se maquilló intentando cubrir sus ojeras —fruto de la falta de descanso—, y se vistió muy elegante destacando más, si eso era posible, su atractivo. Llevaba un vestido ceñido al cuerpo que dibujaba su espléndida figura. Era de cuadros negros, grises y blancos. Lucía unos zapatos con un tacón considerable, y una rebeca negra con un cinturón fino cosido a ella que la cerraba, dejando asomar cuatro centímetros del vestido por debajo y unos cuantos más por arriba. El escote del vestido era discreto. Cualquiera que la viera confirmaría lo elegante y atractiva que iba. Su melena castaña recién lavada descendía ligeramente por detrás de los hombros, y estaba peinándosela cuando sonó el timbre, sabiendo que era su abogado que pasaba a recogerla. Subió al ático para acompañarla hasta el coche y que los paparazzi no se le echaran encima. Felicia se colgó el bolso negro, cerró la puerta, se colocó unas gafas negras y ambos bajaron en el ascensor. En la puerta ya estaban aquellos acechantes y miserables que no le iban a dar ni un respiro. Su abogado tenía el coche aparcado en doble fila unos quince metros más atrás y corrieron hacia él, sorteando e intentando eludir los micrófonos que le colocaban en la cara esperando alguna respuesta a unas preguntas de lo más absurdas y retorcidas que nadie pudieran imaginar.
Después de toda aquella metralla lanzada a su persona, el letrado consiguió abrirle la puerta para que accediera al interior, librándose momentáneamente de la agobiante muchedumbre, mas, no fue distinto cuando llegaron a los juzgados. A la voz de “ahí llega” otra avalancha de paparazzi se abalanzó sobre el vehículo intentado, cada cual, encontrar esa primera línea que le permitiera tomar las instantáneas y conseguir de primera mano cualquier declaración que hiciese, incluso, cualquier palabra soez que saliera de sus labios, pues todo tenía cabida para aquellos infames llamados periodistas.
El camino hasta la entrada de los juzgados fue un suplicio. Aquella marea humana no le permitía avanzar un paso sin que la asediaran desde todos los flancos. Finalmente consiguieron entrar en el juzgado, dejando fuera el alboroto que había despertado su llegada.
El fiscal la llamó a declarar con objeto de intentar encontrar un resquicio con el que inculparla, si bien, la magistrada no halló indicio alguno de culpabilidad en ella, por lo que, después de escuchar las declaraciones de los testigos dio un golpe con la maza dando por concluida una sesión en la que, contrariamente a lo que Felicia pensaba, todo fue sobre ruedas. La jueza recogió sus papeles y abandonó la tribuna.
El revuelo que levantó el anuncio de la aparición de Felicia Cuéllar en el programa “El salón” no fue menor. Ningún otro programa del momento había levantado tanta expectación. Aquello era una primicia de tal relevancia para un país que le daba más trascendencia al morbo que despertaba la vida sexual de una famosa, que al hecho de que ese mismo país se dirigía a la deriva a causa de un presidente sin principios y sin moral, y con el beneplácito de una plebe adoctrinada y aborregada. Un país en el que se le daba más relevancia a los romances de una celebridad que a la decadencia a nivel político a la que se encarrilaba la nación. En definitiva, un país en el que se premiaba al holgazán y al sinvergüenza frente al que se dejaba el sudor, la piel y las tripas todos los días trabajando para pagar unos impuestos destinados a los despropósitos de algunos políticos carentes de escrúpulos. Algo parecido dijo Valle-Inclán en “Luces de Bohemia”.
Felicia haría su aparición en el programa de Román Soto “El salón” tras varias tentativas y ante la insistencia de éste, donde iba a formularle algunas de las preguntas que mantenían en vilo a medio país y despertaba la curiosidad del otro medio.
Pensó que era mejor contar su verdad a un populacho que ya la había etiquetado, que la aseveración de esa misma chusma queriendo distorsionarla. Ya le habían otorgado el apelativo de furcia. ¿Por qué no defenderse pues y dejar patente que nadie tenía derecho a inmiscuirse en su vida? Su vida era suya y a nadie deberían importarle sus devaneos. Si con todo ello iban a pagarle una suma importante. ¿Por qué no sacar rédito? Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Sun Tzu en su libro ”El arte de la guerra” lo expresó muy claramente en esta trascendental frase.
Un lujoso mercedes negro pasó a recogerla a su casa para llevarla a los estudios de televisión donde todo estaba ya dispuesto. Los técnicos comprobaban todas las luces, el sonido, las cámaras y demás componentes técnicos. El chófer entró en el parking y tres miembros del equipo formado por dos hombres y una mujer se aproximaron para recibirla, saludarla y llevarla con el fin de hacer las protocolarias presentaciones y señalarle algunas directrices a tener en cuenta. Después de las pertinentes presentaciones donde todo el mundo fue exquisitamente amable, la condujeron a un camerino para darle unos retoques de maquillaje, a pesar de que ella consideraba que ya iba lo suficientemente acicalada. La expectación que había en el estudio era manifiesta. Parecía la Kim Kardashian española. Román Soto estaba junto a ella en todo momento y, al igual que todo el personal, estaba fascinado por el encanto natural que Felicia transmitía, unido al morbo que la acompañaba al conocerse su promiscuidad. Iba con un pantalón negro, tacones de considerable altura y una blusa negra con motas blancas con apenas escote. Le quitaron el abrigo al entrar en los estudios y lo guardaron para volver a colocárselo cuando todo hubiese acabado y tuviera que marcharse.
Cualquier cosa que dijera en la entrevista no iba a hacer cambiar la opinión de Emma. Para ella, su madre se había convertido en una adúltera depravada, y por mucho que llegase a divagar en la entrevista los había traicionado, tanto a su padre como a ella.
Desde su atalaya, allá en la sierra, un exmarido despechado se sentaba en el sofá, expectante y con un vaso de whisky con hielo en la mano a la espera de ver en qué desembocaba aquel circo mediático, y después de la presentación del programa con la música de inicio, apareció en la pantalla su director Román Soto sentado en un sofá con Felicia a su lado, a una distancia prudente entre ambos. En realidad, pese a que no quisiera reconocerlo, se alegró de verla, aunque sólo fuese en el plasma. La encontró preciosa. Ya no estaba tan delgada como la última vez que la vio. Estaba radiante, o al menos, así la encontraba él, a pesar de todo el odió que abrigó y que acabó consumiéndole. Seguía amándola, a sabiendas de que era imposible, por ninguna de ambas partes, volver a estar juntos.
—Muy buenas noches queridos televidentes. ¿Cómo están? ¿Están bien? Por supuesto que sí. Como todos ustedes ya saben, esta noche está con nosotros Felicia Cuéllar. Buenas noches Felicia, —la saludó el presentador muy cortésmente.
—Buenas noches, —respondió la entrevistada un poco nerviosa.
—Todos conocen a Felicia Cuéllar. Tiene un timbre de voz que encandila y te atrapa desde que pronuncia sus primeras palabras, pero, junto a ellas, su oratoria convence a sus oyentes con su gran carisma. La biografía de Felicia Cuéllar no necesita de muchos prólogos porque todo el mundo sabe bien quién es. Ella es periodista, presentadora de televisión y escritora. La mayoría de la gente la conocemos por su trayectoria profesional en la televisión durante más de veinte años, pero tenemos que decir, por si alguien no conoce este dato, que tiene dos libros publicados, dos novelas muy interesantes, de las cuales, una de ellas estuvo entre las diez más vendidas en España hace unos años. Como todos ustedes saben también, Felicia ostenta en su haber el “Premios Onda” a la mejor presentadora. Su desplome comenzó hace unos meses en un hecho fortuito en el que murió su amante, un becario que colaboraba en su programa en una desafortunada circunstancia, y por ello salieron a la luz momentos de su vida que nadie debería haber conocido. Por consiguiente, esta sorprendente trayectoria se ha visto ensombrecida por esos hechos que quizás han sido alimentados por los rumores que hablan de que la relación con su marido iba cuesta abajo. ¿Qué responde ella?
—Esos rumores no son ciertos. Mi relación era estupenda. Aquello fue un error. Me equivoqué y lo pagué. Pero, aun no siendo así, ¿a quién debería importarle?
—¿Y cómo te sientes ante esta avalancha de malsana información?
Felicia respiró hondo e intentó ser lo más elocuente posible sin desvelar información que no fuese estrictamente necesaria.
—Como tú dices, Román, toda mi trayectoria profesional, ni qué decir de mi vida personal, se ha visto empañada por unos hechos que no tuvieron que haber ocurrido. Siento que todo esto se me escapa de las manos y es incontrolable. Es como una metástasis que se va expandiendo sin que pueda hacer nada para evitarlo.
—Pero, al margen de lo que ocurrió y de lo que pueda pensar la gente de tu vida privada, tú eres una gran profesional, sin embargo, no hemos sabido mucho de ti últimamente.
—Muchas cosas han cambiado. Para bien o para mal, ya nada es lo que era. Mi vida privada, así como mi bagaje profesional han sido enturbiados por los acontecimientos escabrosos de aquel fatídico día en el que murió una persona, y ningún medio ha hecho hincapié en la principal noticia de esta historia. La noticia siempre se ha centrado en mi persona, y es a mí a quien se ha vilipendiado durante meses, y lo cierto es que debido a ese primer grado y a ese desprestigio al que se me ha sometido, nadie en su sano juicio apostaría por mí para conducir un programa de televisión en la actualidad, pero lo cierto es que este es el momento en el que yo tampoco querría, dadas las circunstancias. Como he dicho, han cambiado demasiadas cosas, como también la actitud de demasiadas personas.
—Vayamos a los hechos ocurridos aquel día. La autopsia reveló que tu becario tenía un soplo en el corazón. ¿Estabas al corriente de ese dato?
—¿Cómo iba a saberlo? Era una persona enérgica y sana, —admitió, arrepintiéndose al momento del calificativo.
—No nos cabe duda —dijo en un tono mordaz el presentador, cosa que no fue del agrado de Felicia, pero intentó serenarse, mantenerse impasible y conservar la compostura.
—¿Cómo era tu relación con él? —continuó el presentador.
—La relación era meramente profesional. No había ningún tipo de vínculo sentimental. Son cosas que ocurren, sin más.
—¡Sin más! —repitió el presentador subrayando sus palabras.
—¡Felicia! ¿Cómo reaccionó la gente de tu entorno al conocerse la noticia?
—Es evidente que mal, —respondió escuetamente y, dado que no hizo ningún otro comentario, se produjo un silencio incómodo. Después, Román Soto siguió con el interrogatorio.
—¿Te has sentido apoyada después de lo ocurrido?
—En absoluto. Sólo ha habido humillación, ofensas e insultos.
—¿Qué fue más duro, el escarnio público o las decepciones de la gente que supuestamente debería haberte apoyado?
—Lo más duro, sin duda alguna, fue ver sufrir a los míos y que la prensa se cebara también con ellos. El resto, son decepciones personales y demás, no me las esperaba, pero puedo vivir con ello.
—Evidentemente, tu marido y tú os separasteis, pero ¿qué me dices de tu hija? ¿cómo encajó la noticia?
Era obvio que, a pesar de la entereza que mostraba Felicia en la entrevista, fue ese un momento crucial en el que exteriorizó su pena por todo lo que pensaba su hija de ella.
—No hablamos mucho, —afirmó, sin hacer más comentarios al respecto, y el entrevistador, al notar su congoja, no quiso echar más leña al fuego, pasando a la siguiente pregunta.
—Felicia, se dice que llevabas una doble vida, tu vida profesional y otra más oscura de vicio y lujuria. ¿Es cierto?
—No, no lo es. Como has dicho antes, son chismes alimentados por toda la basura que se ha vertido sobre mi persona.
—Pero cuando ocurrió aquella tragedia en la que murió tu amante, tú no estabas precisamente paseando por el parque, ni cogiendo amapolas, estabas con tu becario alimentando esa doble vida que desmientes.
—Cuando un rumor se extiende lo suficiente acaba siendo cierto porque la gente quiere creer que lo es. Los rumores siempre tienen como objeto desacreditar a una persona. No, no tenía una doble vida, ni siquiera una relación con él. ¿Fue una equivocación? Sí. ¿Quieren pensar que éramos amantes? Estupendo. La mitad de la población tiene amantes y no se les juzga. A mí no se me ha juzgado, a mí se me ha ejecutado directamente.
—La autopsia del muchacho reveló que en su sangre había un nivel elevado de alcohol y otros estupefacientes. Quizás eso podría haber estimulado la patología que sufría el muchacho. ¿Qué puedes decirnos de eso?
—Ese informe lo tiene la jueza y no halló anomalías que indicaran que fue el detonante. Yo no sé lo que tomó, —mintió.
—Quizás fue un exceso de euforia, ¿no crees?—añadió con sorna el entrevistador.
—Quizás, —respondió ella ajena a sus provocaciones.
—Hay gente en la redacción que afirma haberos visto esnifando cocaína a ambos. ¿Es cierto?
—También hay gente que sostiene que mantenía una relación sentimental con él. ¿Significa que es verdad?
—Es difícil saberlo.
—¿Por eso estamos aquí, no? Para aclarar la verdad, —protestó.
—Por supuesto, Felicia. Eso queremos. Descartamos por tanto que hubiese una relación más allá del sexo y esperamos que la gente también lo entienda así.
—Quizás lo que debería hacer la gente es centrarse en sus asuntos y no alimentar leyendas urbanas destinadas a dañar a los demás.
—Aunque fuese un devaneo de una sola noche, como dices, no deja de ser adulterio…
El periodista insistía en meter el dedo en la llaga y Felicia, quien, a pesar de estar capeando el temporal con eficacia, era consciente que aquello era carnaza para la audiencia.
—Nunca he dicho que no lo sea.
—Por tanto, podría considerarse como una doble vida.
—Si tener un desliz una noche es tener una doble vida, entonces sí que la tenía —contestó intentando no remover más ese asunto, sabiendo que había perdido esa batalla.
—Que sepamos… —remarcó Román Soto, y Felicia lo miró molesta, pensando que aquel periodista que parecía un palomo estaba resultando ser un cuervo para conducirla a la culpa. Parecía que el entrevistador quisiera ejercer el papel de fiscal acusatorio. Ni siquiera se había sentido tan juzgada ni en el propio juicio.
—Se supone que estoy aquí para avalarlo, ¿no? —se defendió ella.
—Por supuesto, —asintió el entrevistador. —¿Crees que eres una mujer promiscua, Felicia?
—¿El hecho de serlo me califica de buena o mala, o de inocente o culpable?—le preguntó para provocarle la misma incomodidad que el presentador parecía pretender ocasionarle a ella.
—No veo por qué tiene que se ser malo, —tuvo que admitir. —¿Si pudieses viajar en el tiempo, cambiarías esa fatídica etapa de tu vida, o no tan fatídica?
Felicia reflexionó unos segundos antes de responder. Antes hubiese querido cambiar algunas de las decisiones que tomó erróneamente, ahora no lo tenía tan claro. Profesionalmente su vida estaba hecha trizas, pero después de conocerse los hechos, supo qué podía esperar de cada persona que para ella significaba algo. Se sintió desamparada por familiares y amigos que no la apoyaron en los momentos difíciles. Los familiares son los que te tocan, pero a los amigos los eliges. Eso era lo que pensaba en un principio, que había elegido bien a sus amigos, sin embargo, después de aquello, nadie la apoyó, con lo cual, era obvio que se había equivocado en la elección de sus amistades. Eso la hizo recapacitar, y quizás ahora no querría volver atrás en el tiempo, como tampoco podría volver con su marido, a pesar de esos veinticuatro felices años de matrimonio. Para bien o para mal, aquellos hechos que alteraron el curso de su vida le hicieron ver la otra cara de la moneda y saber qué cabía esperar de cada persona cercana a ella.
— Es evidente que cometí errores, pero lo hecho, hecho está.
—¿Quieres decir que no cambiarias nada de tu pasado si pudieras?
—Creo que todo, tanto lo bueno como lo malo, me ha hecho ser quien soy hoy. Cuando una puerta se cierra, una ventana se abre, estoy segura de ello.
—¿Cuál es esa nueva ventana que se ha abierto, Felicia?
—Nada en concreto. La metáfora pueden ser muchas cosas, pero en principio te diré que he conocido gente nueva que me quiere por como soy y no me juzga por lo que haya podido hacer. Me preguntabas si volvería atrás para cambiar algo, y lo cierto es que no lo haría. He aprendido con todo esto que es importante aprender a cerrar etapas, capítulos o hechos de mi vida, porque precisamente eso es vivir: cambiar, renovarse y no permanecer en la dichosa zona de confort. Después de aquel infortunio, intenté controlar mi vida, que no se me fuera de las manos más de lo que ya se me había ido, y cada vez me generaba más malestar, pero aprendí que la vida es cambio y que hay que aceptar esos cambios.
Con aquellas palabras, su exmarido ratificó que la mujer que hablaba en el programa no era la mujer de la que se enamoró. Habían pasado muchas cosas en un corto periodo de tiempo que la habían cambiado, pero, a pesar de todas las adversidades, en su fuero interno, reconoció que seguía despertando en él sentimientos muy fuertes. No había rehecho su vida, ni siquiera intentaba hacerlo. Después de lo ocurrido, se sumió en su mundo en el que iba del trabajo a casa y de casa al trabajo. Sabía que nunca iba a encontrar ninguna mujer como ella. Se consolaba pensando que todos los años vividos juntos fueron dichosos, que no eran una mentira. La mentira vino al desmelenarse con su becario, y viendo ahora su porte y la serenidad con la que respondía a las preguntas que le formulaba el presentador, cayó en la cuenta de que seguía amándola como si no hubiese pasado nada, como también, de que, si ella le hubiese propuesto volver, en esos momentos, posiblemente no lo hubiese dudado. Se preguntó si realmente en aquella época la satisfacía sexualmente y acaso ella se dejó seducir porque no lo hacía. Su cabeza era un avispero y, aunque seguía sintiendo un rechazo hacia ella por el daño que le ocasionó, aceptó que no había dejado de amarla.
—¡Háblanos de tus proyectos inmediatos, o a largo plazo, como prefieras! Has dicho antes que no querías volver a hacer televisión y que has hecho un paréntesis. ¿Qué es lo siguiente?
—Estoy escribiendo una novela.
—¿Quieres decir que no vamos a poder seguir disfrutando de verte en televisión?
—Lo veo difícil, al menos de momento. De todos modos, mi idea es vivir el día a día, haciendo lo que me haga feliz en cada momento, y ahora lo que quiero hacer es escribir.
—¿Va a ser autobiográfica?
—No, desde luego que no, —respondió con rotundidad.
—Bromas aparte, creo que sería un superventas.
—No es el dinero mi motor para escribir. De todos modos, creo que ya se ha especulado lo suficiente sobre mi vida como para seguir alimentando las habladurías y el morbo.
—Esperaremos ansiosos tu nueva novela, Felicia. ¿Para cuándo, más o menos estará publicada?
—No hay fecha. Puede ser medio año, o más, no lo sé.
—¿Podemos tener una primicia sobre lo que vas a escribir?
—Va a ser un thriller de venganzas y traiciones, una novela que hablará del precio del exceso.
—¿De alguna manera, en esa temática, vas a hablar de ti, o te sientes identificada con los personajes de tu historia?
—Directamente no, pero cuando se escribe, afloran sentimientos, gustos, maneras de pensar o recursos de la vida del autor/a que, a veces, sin pretenderlo los traslada a sus personajes o situaciones.
—Esta bien, Felicia, volvamos a ese fatídico día. ¿Tu becario tenía veinticuatro años, no?
Al preguntar sobre sus proyectos, había bajado la guardia. Era como si hubiese hecho una pequeña tregua en su ataque antes de volver a lanzarse a su yugular.
—Así es.
—Se dice que te gustan jovencitos.
—Se dicen muchas cosas, ya lo sabes. Ya me han llamado de todo, de modo que ya nada me sorprende. Lo que me molesta es que se frivolice sobre este tema.
—¿Crees que los espectadores lo verán del mismo modo?
—Como te he dicho antes, Román, cada uno cree lo que quiere creer. Si yo dibujo aquí un seis, para mí será un seis, pero para ti será un nueve, porque lo ves desde tu perspectiva. Las cosas no siempre son blancas o negras, puede que tengan sus matices de gris. En cualquier caso, ¿Va a cambiar algo? Como he dicho antes, es mi vida y a nadie le importa lo que haga con ella. Hay cosas más importantes de las que hablar en este país que de mi vida.
—Estamos todos de acuerdo con eso Felicia, pero estamos aquí para hablar de ti, no del país. Y, aunque a ti no te guste, al ser un personaje publico tan querido y tan carismático como tú eres, entiende que la gente quiera respuestas.
—¿Respuestas o alimentar el morbo?
—Quizás las dos cosas. Somos personajes públicos y en ocasiones, aunque no nos guste, nos debemos a nuestros oyentes. En un mundo perfecto nadie tendría que especular acerca de la vida privada de otro, pero este no lo es, de modo que no siempre la gente se va a comportar como nosotros deseamos, y menos tratándose de una personalidad relevante como tú.
—Creo que estamos metidos en un bucle y no salimos de él. Sólo puedo decir que cada uno piense lo que quiera, y si se sienten más felices acusándome, estupendo entonces. Yo no puedo hacer nada al respecto, y estoy un poco harta de tener que justificar mis actos ante todo el mundo. Hace tiempo que decidí vivir mi vida sin tener que pensar en lo que puedan creer o pensar los demás. He venido a tu programa para dar mi versión de los hechos. No sé si ha sido un error o un acierto. Lo que sé es que los rumores son llevados por hipócritas, difundidos por tontos y aceptados por idiotas.
Después de unos segundos de silencio, Román Soto se dio por aludido y tuvo que aceptar la veracidad de sus palabras dando por concluida la entrevista sin dañar más su imagen porque, a pesar de haberla sometido a aquel primer grado, la admiraba como periodista, y como no, como mujer.
—Felicia, ha sido un placer tenerte con nosotros en el programa y saber que sigues siendo auténtica. Estamos plenamente satisfechos de que hayas aclarado muchas de las dudas que la gente tenía acerca de ti y esperamos que todos tomemos nota y que, en un futuro los medios de comunicación, principalmente, no alimentemos las fake news que tanto daño hacen. Un placer Felicia. Gracias por acompañarnos.
—Gracias a vosotros, —se despidió igualmente ella.
Las palabras fluían solas conformando una historia que empezaba a tomar forma en la pantalla cuando el timbre sonó. No esperaba a nadie, pues su vida era ahora solitaria y así deseaba que continuase. Cuando sonó el timbre dudó un momento. Fuese quien fuese no le apetecía teniendo que seguir justificándose por nada ni con nadie. Pero cuando volvió a sonar con más insistencia, cambió de parecer.
¡Emma! Exclamó al abrir la puerta. En su fuero interno se alegró de verla, sin embargo, no le apetecía seguir con un tema que daba por zanjado a todos los niveles y con todas las personas. Menos todavía le apetecía que siguiera incidiendo en lo mala madre que se suponía que había sido, de modo que la hizo pasar, aunque sin la efusividad que podría esperarse y Emma daba por hecho que tenía razones más que suficientes para que así fuese.
Ambas se sentaron en el sofá y se miraron a los ojos.
—Lo siento mamá, —dijo entre sollozos.
Dos lágrimas descendieron en paralelo por el rostro de Felicia abrazando a su hija e inmediatamente ésta se soltó cogiéndola de las manos.
—Mamá.
—Dime cariño.
—Estoy embarazada.
Quizás era un poco pronto para ello, pero su madre se alegró de ser abuela.
—En hora buena tesoro. Me alegro mucho por vosotros.
—Mamá… No es de mi novio.