Capítulo 10
No, no podía ser una broma. Aurora me observaba expectante, esperando mi respuesta.
—Estuve hablando con las chicas y llegué a la conclusión de que me gustaría experimentar el sexo sin que haya sentimientos románticos de por medio —dijo—. Siempre creí que solo podía dejar penetrarme por chicos de los que estaba enamorada. Pero ahora tengo mis dudas de que sea bueno poner a las relaciones sexuales en un lugar tan elevado.
Decía todo esto sin sonrojarse. No era una conversación muy erótica que digamos. Estaba siendo demasiado directa, lo que le quitaba morbo a la situación. Además, estaba cubierta hasta el cuello con las sábanas. No, no era sexy que una mujer te dijera que quería coger solo para experimentar lo que se sentía tener relaciones con alguien que no amaba. Sin embargo, mi hermanastra era preciosa, y yo conocía bien lo excitante que era la textura de sus curvas. Y ahora la tenía entregada en bandeja.
—Bueno, veo que no querés. Perdón. No tendría que habértelo dicho —dijo de pronto.
Me percaté de que mi silencio le había dado a entender que no tenía interés en hacerlo. Me salí de mi cama y me puse en cuclillas a su lado.
—Yo también quiero coger con vos —le dije.
Agarré la sábana y el acolchado con el que se había cubierto, y los hice a un lado. El pijama rosa cubría todo su cuerpo, y era bastante holgado, por lo que la sensualidad aún no se hacía presente en mi hermanastra. No obstante, su sugerente sonrisa y la inminencia de lo que se avecinaba, fueron suficiente aliciente como para que la excitación, hasta ahora negada, apareciera con fuerza en ese cuarto.
—Me vas a tratar bien, ¿no? —preguntó. Los ojos azules tomaron un brillo enternecedor.
—Obvio que te voy a tratar bien —respondí de inmediato, acariciando su rostro, dibujando su perfecta forma con la cara externa de mis dedos.
Sin embargo, la duda se apoderó de mí. ¿Cómo se suponía que debía comportarme en la cama con una chica como ella? ¿Qué era lo que Aurora esperaba de mí? No obstante, no era el momento para dejar que le incertidumbre se apoderara de mí. Era tiempo de coger.
La besé. Estuve un par de minutos, ahí inclinado, comiéndole la boca. Luego me percaté de que debía tener un preservativo a mano. Con Samara había tenido la imprudencia de no utilizarlo. Daba por sentado que ella tomaría las medidas necesarias al día siguiente, pero igual me había quedado con la sensación de que me había comportado como un imbécil. Así que esta vez fui a buscar el profiláctico.
Aurora no aprovechó ese momento para quitarse la ropa. Por lo visto estaba acostumbrada a que su exnovio se hiciera cargo de todo. Mejor para mí. El striptease de Samara había sido increíblemente estimulante, pero despojar a una mujer de sus prendas también tenía su gracia.
Llevé las manos a la cintura de Aurora. Agarré del elástico del pantalón pijama. Hice apenas un movimiento hacia abajo. La miré. Ella asintió con la cabeza, dándome su consentimiento. Así que seguí deslizando la prenda. La ropa interior de mi hermanastra apareció ante mi vista. Era una bombacha de algodón del mismo color que su pijama: rosa.
Corrí la prenda superior del pijama hacia arriba, lo que dejó su blanco y plano abdomen a la vista. Me incliné, y le di un beso en el ombligo. Ella se terminó de sacar la prenda, mientras yo seguía besándola, al tiempo que apoyaba mi mano en su muslo, para luego acariciarlo con fruición.
Sin quitarle la mano de encima, mis besos fueron ascendiendo lentamente, hasta que mis labios se encontraron con los senos. Tenían un tamaño perfecto, y el brasier rosa los mantenía uno pegado al otro. Le di un beso en esa suave y blanda protuberancia. Aurora irguió el torso durante un momento, y se desabrochó el corpiño, aunque sin quitárselo. Luego apoyó la espalda nuevamente en la cama. Yo agarré los breteles y los deslicé por los hombros. Luego la despojé por fin del brasier.
Me puse de pie, para observarla. Ahora solo estaba cubierta con su braguita. Las tetas se habían separado, ahora apuntando cada una a un lado. No eran perfectamente redondas, lo que le deban el encanto que tienen los senos naturales; y en esa zona la piel estaba mucho más pálida que en el resto de su cuerpo. El pezón erecto evidenciaba su excitación. El pelo ondulado estaba suelto. Sus ojos claros me observaban con una profundidad que nunca había visto. Sus facciones hermosas parecían congeladas, sin más expresión que la latente lujuria que se le escapaba por los ojos. Por lo demás, parecía una muñequita de porcelana.
Me desvestí, percatándome de que ella disfrutaba viendo cómo iba quedando desnudo. Mi verga apareció hinchada y semidura. Me sentí tentado de hundir ese carnoso falo en medio de los labios de Aurora. Pero por el momento me contuve. Aún no estaba seguro de a qué se refería con eso de tratarla bien, aunque claramente no podía ser tan brusco como lo había sido con Samara.
—¿Querés que apague la luz? —preguntó.
Nunca había pensado en eso. Pero sabía que muchas personas mantenían relaciones a oscuras. No obstante, al tratarse de alguien tan hermosa como lo era ella, sumirnos en la oscuridad me parecía un desperdicio.
—Sinceramente, quisiera poder verte en cada instante —dije.
Ella sonrió, tomando mis palabras como un halago. Me subí a la cama, y me puse encima de ella. Nuestras pieles juntas se sentían muy bien. Aurora era todo suavidad y calidez, y ahora que sentía cada centímetro de su cuerpo en el mío, esas sensaciones se amplificaban. Nunca había estado con nadie en una unión física como esa. Ni siquiera con mis experiencias con Abril y con Samara había sentido el calor corporal ajeno atravesando todo mi ser.
Nos besamos. Al principio pareció un beso romántico, uno en el que solo importaba el contacto de los labios y de las lenguas, y de nuestras mentes en sintonía. Pero enseguida sentí el impulso se apretar esas tetas con mis manos. Se sentían suaves y firmes, y Aurora dejó que las magreara todo lo que quisiera.
Estaba ya con la pija dura como una roca, así que, ansioso por penetrarla, le quité la única prenda con la que aún contaba. Cuando la tuve en mi mano, doblé prolijamente la bombacha y la dejé sobre la mesita de luz, para luego agarrar el preservativo. Lo abrí, y me lo coloqué con cierto nerviosismo, pues era la primera vez que lo hacía. Pero si bien no tenía práctica, sí que conocía cómo hacerlo. Apreté la punta, para que no quedara aire, lo coloqué en el glande y luego lo fui desenrollando, hasta que mi tronco quedó cubierto por completo por el látex.
—¿Sos virgen? —me preguntó de repente.
Como la pregunta venía de ella, era imposible creer que lo decía con sorna, aunque sí parecía divertirle la idea. Claro, ya no era virgen, pero el hecho de que hubiera dejado de serlo hacía apenas unas horas hacía que mi comportamiento no fuera muy diferente al de alguien que jamás había cogido.
—Sí —respondí.
No lo dije por ocultar lo que había pasado con Samara. Bien podría haberle dicho que no lo era. Ella no tenía por qué saber con quién me había acostado. No obstante, la certeza de que de seguro no iba a desempeñarme como un amante experimentado, y que ella iba a notarlo, me hicieron responderle de esa manera.
—Me gusta ser la primera —dijo—. La primer mujer a la que mi hermano menor se va a coger. Suena raro, pero lindo.
No había imaginado que a ella también le generaba morbo nuestro vínculo. Me gustó esa faceta desconocida de Aurora. Aunque por otra parte también me hizo preguntarme qué otras cosas desconocía de ella.
—A mí también me gusta que seas la primera —dije, firme en mi mentira.
Acomodé mi verga para penetrarla. Ella separó más las piernas, y las flexionó.
—Despacito —advirtió—. La tenés más grande que mi novio —agregó. Luego, percatándose de su error, aclaró—: Digo, que mi exnovio.
Como hombre básico que soy, el ego subió por las nubes al saber que tenía un miembro más grande que el de su ex, y poco me importó que lo mencionara en un momento tan inoportuno. Manipulé mi verga, buscando el hueco en donde debería enterrarla. Di un empujón, pero me encontré con resistencia. La había errado. Traté de controlar mis nervios. No podía ser tan difícil. Sabía dónde se encontraba su hendidura. Tomé aire. Si fallaba de nuevo, quedaría como un idiota. Hice un movimiento pélvico. Por fin me encontré con su sexo.
Aurora se retorció y largó un gemido. Me estaba abrazando, y cuando le hundí la verga sus brazos me apretaron con violencia. Se sentía apretado. Muy apretado. ¿Tan chica la tenía su novio? Sentía que si hundía más mi verga iba a romper algo en ella. Así que hice caso a su pedido, y me moví con suavidad. Mi miembro se introdujo unos centímetros más.
—¿Estás bien? —le pregunté, pues esta vez su gesto parecía de dolor.
Ella asintió con la cabeza. Se mordió el labio inferior. Empujé de nuevo. Ella formó una o con los labios, pero no emitió sonido. Cerró los ojos y tomó aire, para luego espirar largamente. Entendí que le dolía, pero por algún motivo prefería tolerarlo antes que pedirme que parara. Supuse que el placer debía ser más potente que el dolor.
Era raro. Se sentía muy apretado, pero claramente estaba mojada. Podía notar que sus paredes vaginales estaban resbaladizas, aunque seguían siendo estrechas. ¿Se dilataría lo suficiente como para que yo disfrutara de la penetración? Hasta ahora mis movimientos habían sido tan lentos y pausados que casi no podía gozar por la fricción de nuestros sexos.
No obstante, eso no significaba que no estuviera disfrutando. Estaba descubriendo que el sexo no era solo penetración. Aurora se veía encantadora con ese rictus de sufrimiento y placer en su angelical rostro. En su elegante cuello se marcaron las venas, como si estuviera haciendo mucha fuerza. Sus tetas se bamboleaban suavemente, al lento ritmo en el que se sacudía su cuerpo.
Llevé mi mano a una de sus tetas, envolviéndola por completo. La magreé con suma vulgaridad, como si estuviera probando hasta qué punto soportaba la presión que ejercía en ella. Luego cerré mis dedos en ella, haciendo que se irguiera. El pezón puntiagudo sobresalía encantadoramente. Me incliné y lo apreté con mis labios, al tiempo que hacía otro movimiento pélvico con el que la penetré con mayor profundidad.
Aurora soltó un gemido que me enloqueció. Parecía empezar a acostumbrarse a mi miembro.
—Sí, un poquito más fuerte —dijo, confirmando mi suposición—. Pero solo un poco. No quiero que nos escuchen —agregó después, entre jadeos.
Ahora la agarré de las tetas y levanté el torso. Apreté los senos, cada vez con mayor fuerza, para medir hasta qué punto lo toleraba. Ella ni chistó, por lo que empecé a masajearlos con fruición, al tiempo que empezaba a menear mis caderas para penetrarla a un ritmo mucho más intenso de con el que venía haciéndolo.
Se empezaba a sentir mucho menos apretado, aunque igual su sexo parecía seguir siendo muy estrecho para mi verga. Aurora cerró la boca y apretó los dientes. Pero igual de su garganta brotaba el sonido del placer. Me pareció oportuno aumentar nuevamente la intensidad de mis embestidas. Me aferré con fuerza a su senos, deseando haber hecho algo similar con las enormes tetas de Samara, e hice un movimiento pélvico con el que enterré buena parte de mi pija. Sentí cómo mi falo se hacía lugar a la fuerza, como desgarrando el interior de mi hermanastra.
—¡Ay! —exclamó Aurora, horrorizada—. No. Pará —dijo después.
Me empujó sin mucha fuerza, pero dejando en claro que quería que me detuviera.
—¿Te lastimé? —pregunté, aunque era obvio que sí lo había hecho.
—¡Ay, mi conchita! —dijo ella, poniendo las manos entre sus piernas.
Me sentí un idiota. Debía haber sabido lo que iba a pasar si hacía un movimiento como el que hice. La excitación me había jugado en contra. Ella no parecía enojada, pero claramente estaba fuera de combate. Sentí mucho miedo al imaginar que realmente la había lastimado.
—Aurora, ¿te duele mucho? ¡No me digas que tenemos que ir al médico! —pregunté, y luego, percatándome de lo egoísta que había sido mi comentario, agregué—: Obvio, si tenemos que hacerlo, vamos. No puedo creer que haya sido tan bruto. Perdón, perdón, perdón.
—No fue para tanto —dijo ella, con una risita, haciendo que el alma me regresara al cuerpo—. Pero no me vas a poder penetrar más por ahora —agregó después.
—Claro, obvio.
Era lo mínimo que me merecía. Debía agradecer que no me estuviera llenando de insultos. Pero no por eso dejaba de sentirme miserable. Había arruinado el polvo con Aurora. Al final, mis temores no eran infundados: mi desempeño en la cama era pésimo. Me iba a costar recuperarme de semejante golpe a mi orgullo. Y pensé que cualquier probabilidad que tenía de volver a estar con ella se había reducido a cero.
Hice un movimiento para bajarme de la cama, pero antes de que lo hiciera, ella me detuvo.
—¿A dónde vas? —preguntó.
—A mi cama. Como dijiste que ya no querías que te penetre… —dije.
Aurora rio. Y yo me percaté en ese instante de mi inocente error. ¡Si hasta hacía unos minutos yo mismo me había dicho que en el sexo no todo es penetración!
Mi hermanastra separó las piernas. Vi su carnosa vulva sonrosada.
—Creo que si me hacés masajes con la lengua, con mucha saliva, puede aliviarme el dolor —dijo.
—¿Ah, sí? —pregunté, poniendo las manos en sus pantorrillas, para luego mover sus piernas hasta que quedaron flexionadas.
—Chi —dijo ella, con una carita de nena inocente.
Sin pensármelo mucho, hundí mi cabeza entre sus muslos. Lamí su sexo, encontrándome con un extraño sabor algo ácido. Pero sabía perfectamente que la gracia del sexo oral estaba en el clítoris. Si no hubiese visto tantas películas porno me hubiese costado adivinar que ese pequeño botón era el punto más erógeno. Así que, después de lamer sus muslos y su vulva, comencé con los masajes en ese punto.
Aurora se estremeció con una intensidad mucho mayor a como lo había hecho cuando la había penetrado. Esa fue una buena señal de que lo estaba haciendo bien. No estaba seguro de qué movimientos debía hacer con la lengua. Así que simplemente me limité a frotarla una y otra vez en el clítoris, asegurándome de usar toda la saliva que podía.
Cada tanto levantaba la cabeza, para ver el movimiento ondulante de su cuerpo y la expresión de júbilo de su rostro producto del sexo oral que le estaba practicando.
Cuando su éxtasis iba llegando al nivel más alto, empezó a acariciar mi cabeza. Mis mandíbulas estaban cansadas, y a simple vista yo no debía tener ningún placer debido a la tarea que estaba llevando a cabo. No obstante, los gemidos de mi hermanastra, el olor a sexo y el intenso sabor de los flujos que eran cada vez más abundantes, como así también el estremecimiento continuo de su cuerpo mientras la lamía eran recompensa más que suficiente para estar ahí, doblado, succionando su concha sin parar.
Aurora alcanzó el orgasmo, y cuando lo hizo me sorprendió que restregara su sexo con violencia en mi cara. No parecía ser un gesto típico de ella, aunque supongo que la inmensa calentura que tenía entonces la llevó a actuar así.
Cuando me erguí, la encontré agitadísima, con las manos cubriéndole la cara. Había hecho lo posible por reprimir todos los sonidos de su garganta, pero con el orgasmo había sido difícil. Si bien no gritó, sí que hizo más ruido del conveniente.
Mientras su respiración se iba normalizando, cerró los ojos, con una sonrisa que reflejaba una absoluta tranquilidad.
—¿Te gustó? —le pregunté. Una pregunta tonta y arriesgada, aunque suponía que en esta ocasión la respuesta sería afirmativa.
—Digamos que compensaste el hecho de haber destrozado mi pocholita —dijo.
—¿Todavía te duele? —pregunté.
—Eeeemmm —dijo ella, como si necesitara tiempo para saber la respuesta—.No. No fue para tanto.
Me acosté a su lado. Aún tenía el preservativo puesto, y mi verga no perdió ningún poco de su rigidez. La abracé. Aurora era fácil de abrazar. Era como un lindo oso de peluche que uno deseaba tener entre sus brazos en todo momento. Le di un beso en el hombro. Giró la cabeza y me clavó sus deslumbrantes ojos azules.
—¿Pensás que después de esto vamos a poder ser hermanos? —preguntó de pronto—. Supongo que tendría que haberlo planteado antes. No quisiera que te obsesiones conmigo.
Su brutal sinceridad me causó gracia, y a la vez me dio pie a responder yo mismo con total honestidad.
—En realidad, de todas formas no creo que algún día pueda verlas como hermanas —dije—. Y no lo digo por el hecho de que no llevemos la misma sangre, sino porque nuestra familia se ensambló cuando todos ya somos adultos. Si papá se hubiese casado con Amalia cuando éramos chicos, sería otra cosa.
—Entiendo. Tenés razón —dijo. Su semblante se tornó sombrío—. Las chicas tenían razón. Es tonto pretender que seamos verdaderos hermanos. Yo siempre quise un hermano varón. Pero bueno, de todas formas, después de hacer esto, ya sería imposible que lo seamos. Me siento rara. Nunca había actuado movida por la lujuria.
—Pero quizás sí podamos ser amigos —dije, acariciando su cabeza—. Y no, no me voy a obsesionar con vos.
Realmente el hecho de que esa relación fuera algo pasajero era lo que más me convenía. Me estaba quitando las ganas con Aurora sin ningún compromiso. Eso me dejaba vía libre con las otras dos. Aunque, por otra parte, en realidad no me había quitado las ganas.
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, Aurora me dio la espalda, quedándose recostada de lado. flexionó una de sus piernas, dejando un espacio entre sus muslos. Me pregunté si era una invitación. Me arriesgué a pensar que sí lo era. Aurora tenía experiencia en el sexo, y por más autista que fuera, debía conocer ciertas señales para invitar al otro a la copulación sin tener que pronunciar palabra. Y ciertamente darme la espalda, sacando culo era una señal inequívoca de lo que quería que hiciera.
Me arrimé a ella, y la abracé por la cintura. Se había puesto en una pose muy erótica, pero me iba a dificultar penetrarla de esa manera. Maldije mi casi nula experiencia en el sexo. Pero entonces ella flexionó aún más la pierna izquierda, y su sexo quedó expuesto. Me pegué a su pomposo trasero. Luego manipulé mi verga y la llevé a la entrada de su sexo. Empujé y se la hundí. No es tan difícil como parece, me dije. Me relajé. Ya estaba adentro de Aurora de nuevo. La agarré de las caderas y empecé a menearme suavemente.
—Podés hacerlo más rápido. Solo no metas tanto de un solo movimiento —me indicó.
Le hice caso. Empecé penetrarla con movimientos pélvicos más veloces, pero muy cortos, con los que solo le introducía un tercio del miembro. Ahora se sentía mejor. Mucho mejor. Además, ella ya estaba más dilatada y muy lubricada.
—Ahora andá metiéndola de a poquito.
Me aferré a sus senos, y me hundí más en ella. Fue un trabajo de hormiga. De a poco, muy muy de apoco, la pija fue enterrándose en Aurora, hasta el punto de que ya había entrado la misma cantidad que le había metido cuando la lastimé. Así que no había sido el tamaño el problema, sino la brutalidad de mi movimiento. Tomé nota de mi error, y traté de que la creciente excitación que sentía al invadir esa estrecha hendidura no me llevara a arremeter con más fuerza de la conveniente.
Me concentré en el tacto de su delicada piel, en el olor de su cabello, en la tersura de su trasero que sentía en todo momento en mi pelvis. Me concentré en la caricias, en sus musicales jadeos, en sus deliciosos estremecimientos, y no tanto en el mecánico y repetitivo movimiento genital. Me concentré en todo eso, y el placer se convirtió en algo más armónico, más duradero.
Me sorprendió el tiempo que estuve penetrándola. Pero mi cuerpo ya parecía necesitar un descanso. Además, la eyaculación ya era inminente. Me apreté más a ella. Quedamos acurrucados, como si yo la estuviera protegiendo del frío. Me di cuenta de que mi falo se había metido casi por completo en ella. Así como estábamos, en ese reducido espacio que me quedaba, la penetré ahora con cortísimas estocadas, hasta que eyaculé.
Fue un orgasmo intenso, mucho más intenso del que había tenido con Samara. No sabía si esto se debía a que con la otra lo había hecho bajo el agua, o si era porque que en esta ocasión la erección se había mantenido por mucho tiempo. En todo caso, esta vez fui yo el que hizo más ruido del conveniente.
—Espero que las chicas estén bien dormidas —dije.
—Eso espero. Me daría vergüenza que supieran que estuve teniendo sexo —dijo ella—. Igual no hicimos nada malo —aclaró después—. A lo mejor tenemos suerte y piensan que los gemidos lo hicieron algunas de ellas.
—Como si se hubieran estado masturbando —dije, completando su idea.
—Sí. Un par de veces las escuché —susurró ella.
—De Samara no me extraña, pero de Abril… —dije.
Si bien recordaba que me había contado que en sus rituales solía masturbarse, estaba seguro de que lo hacía cuando estaba completamente sola.
Hablamos un rato más. Pero yo estaba más cansado de lo que había imaginado. Coger dos veces seguidas en una misma noche era un tremendo ejercicio. Además, en ambas ocasiones la cosa había sido muy intensa, aunque de diferentes maneras: Con Samara tuve la dificultad de hacerlo en el agua, y con Aurora la cosa había durado mucho tiempo, lo que me dejó exhausto.
Nos quedamos en la misma posición. Ella de lado y yo abrazándola por detrás. Mi verga fláccida estaba aún adentro de su sexo, y a ella no parecía molestarle en absoluto. Acaricié su cabello suavemente. Pero pareciera que esas relajantes caricias me afectaron más a mí que a ella, porque a los pocos minutos el cansancio me venció, y me dormí.
Me desperté en medio de la oscuridad. Seguía en la misma posición en la que me había dormido. Escuché la respiración de Aurora. Estaba dormida, y por lo visto estaba teniendo un sueño plácido.
Retiré mi miembro. El preservativo estuvo a punto de salirse cuando hice ese movimiento. Lo agarré de la base e hice presión, impidiendo que se saliera del todo, evitando así el enchastre.
Ella no se despertó. Agarré mi celular y alumbré el camino, para ir al baño. Tiré el preservativo usado. Meé, y me lavé a consciencia. Entonces pensé en Abril. ¿Me estaría esperando? Miré el celular. No me había enviado ningún mensaje, aunque eso no implicaba que no me estuviera esperando. Consulté la hora. La una y media de la madrugada. Era mucho más temprano de lo que había imaginado. ¿Tenía ganas de echarme otro polvo? La verdad es que sentía que por el momento no me quedaba leche en los testículos. Me costaba imaginarme teniendo una nueva erección. Ya había agotado mis energías sexuales y era hora de dormir.
No obstante, la idea de estar con tres mujeres en una misma noche era una proeza que probablemente jamás volvería a repetir. Estaba siendo demasiado optimista, era cierto. Después de todo, no tenía idea de si Abril iba a estar tan dispuesta como sus hermanas. Pero la manera en que se estaban dando las cosas hacían que me fuera imposible no ser optimista.
Y había otra cosa más. Si no lo intentaba en ese momento, era posible que en los siguientes días Abril se enterara de que estuve con alguna de sus hermanas, o incluso con ambas, y eso le generara un rechazo ante la idea de mantener relaciones sexuales conmigo. Así que la mejor oportunidad era en ese mismo momento.
Me vestí en la oscuridad, aguzando el oído en todo momento, asegurándome de que Aurora siguiera dormida. No era conveniente que se percatara de mi ausencia, aunque si lo hacía podría inventar alguna excusa. La cuestión era que ya estaba determinado a ir a ver a Abril.
Antes de salir de la habitación, le mandé un mensaje. “Voy a verte. Aurora está durmiendo como un angelito. Voy a entrar a tu cuarto directamente, para no hacer ruido al llamar a la puerta”.
Sali del cuarto de Aurora. Esperé uno minutos frente a la puerta del dormitorio de Abril, a que me respondiera el mensaje. No me sorprendió que no lo hiciera. Pero quería que al menos me dejara en visto. Si lo hacía y a la vez no me decía que no fuera a verla, sería una aceptación tácita.
Pero no sucedía. La brujita de la casa ya estaría dormida. Me sentí decepcionado. Estuve muy tentado de entrar de todas formas, pero eso sería demasiado invasivo, y podría asustarla mucho.
Esperé un rato más. Pasaron cinco minutos y no pasó nada. Le envié otro mensaje, esta vez solo con una carita que parecía estar meditando, con la intención de hacer sonar su celular y que viera el primer mensaje. Pero Abril ni me respondía ni me dejaba en visto.
Entonces se abrió la puerta. Me sorprendió la manera en la que estaba vestida. Llevaba un extraño vestido estilo oriental, negro, con flores rojas. Era muy ceñido y de una tela brillante. Las mangas cortas dejaban ver algunos de los tatuajes de sus brazos, y si bien la prenda cubría el cuello, tenía una abertura justo en medio de los senos, que dejaba ver parte de otro de sus tatuajes. El pelo estaba recogido y los labios estaban pintados de un rojo muy intenso. Me daba toda la impresión de estar frente a una geisha.
Abril se rio al ver la impresión que me generaba su apariencia.
—Pasá, no te quedes ahí —dijo. La habitación estaba iluminada por velas que formaban un círculo alrededor de su cama—. ¿Te gusta? —me preguntó, señalando su extraño vestido—. Es un qipao —explicó, adivinando mi ignorancia—. Un vestido chino.
—Te queda hermoso… Sos hermosa —dije.
Me senté en la orilla de la cama, dando por sentado que íbamos a coger. Abril no se molestó en contradecirme. Se acercó a mí. La agarré de las caderas y la atraje hacia mí. Le di un beso en la barriga, a través de la suave tela del vestido. Sentí su rico olor. Se había puesto un perfume suave y fresco.
Me pregunté hasta dónde estaría dispuesta a llegar. Sabía que no podía penetrarla por la vagina, debido a su enfermedad. ¿Pero solo me masturbaría de nuevo? El ambiente me decía que estaba preparada para algo especial. No me hacía ilusiones con el sexo anal. Pero el sexo oral…
—¿Ya se cumplió tu deseo? —preguntó de pronto—. Lo que pediste aquella vez… —agregó, como si necesitara recordarlo.
Nunca me olvidaría del sigilo. Esa noche había sido muy especial, aunque esperaba que esta lo fuera aún más.
—Digamos que depende de vos que se cumpla esta misma noche.
Abril sonrió. Se había esforzado mucho por lucir atractiva, y lo había logrado. Estaba exquisita.
—No creo que tu gran anhelo haya sido que te hiciera una mamada —dijo. Y entonces frunció el ceño—. De hecho, no fue ese tu deseo, ¿no? —agregó después, como si estuviera escrutando en mi interior.
Me sentí alarmado ante su mirada escrutadora.
—Bueno, en realidad eso es algo muy personal, ¿no? —dije, tratando de escaparme del embrollo en el que intuía que me estaba metiendo.
Ella puso el dedo índice en mi mentón y levantó mi rostro, obligándome a mirarla a los ojos.
—Ya entiendo… —dijo—. No es que no hayas deseado eso, sino que solo fue parte de tu deseo. —Me miró con mayor intensidad, como atravesando mi alma con sus ojos. después, cuando pareció encontrar lo que buscaba, me miró con estupefacción—. Te acostaste con mis hermanas.
Se apartó de mí, con las manos cubriéndole la cara.
Continuará
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