INFORME DE JULIA Y PROBLEMAS DE MERCEDES - (13).
Con un par de interrupciones por parte de la enfermera para controlar los equipos y aplicar una inyección, no quise excederme, no permanecí allí más que quince minutos y con los datos que obtuve, fundamentalmente nombres de oficiales superiores, del compañero, repentinamente, asignado junto a Julia y la dirección en que fue atacada me di por satisfecho como para comenzar a desentrañar esa madeja, ya seguiría en su casa cuando le dieran el alta en dos días. Al salir de la habitación noté la ansiedad en el oficial encargado de la seguridad de la paciente y, en lugar de irme hice un aparte para conversar con él, no se animó a preguntar abiertamente y me expresé yo:
Me vino genial que el oficial quisiera “apuntarse unos porotos” con el Jefe y no me asentara en ningún registro, había pasado por alto eso, a mí no podrían ubicarme por el nombre que figuraba en la autorización, tampoco me ubicarían por medio de filmaciones, pero, esto activaría alarmas en los presuntos corruptos (de eso no me cabían dudas) y le generaría un problema a Julia. Algunas veces, la suerte juega a tu favor, el tema es que me despedí con él y salí del hospital con una bronca supina, pues todo apuntaba a sacarse de encima a quien, les podría jugar en contra. Una vez más se ponía de manifiesto aquello de: “Uno “bueno” no tiene cabida en una banda”, por más que no hable ni se meta, a los que tienen el “culo sucio”, les molesta”.
Me fui rumiando a sabiendas de que, en realidad, mi “trabajo”, digamos “encubierto”, tenía mucho que ver con la “limpieza” de corruptos. A no engañarse ni hablar de pajaritos de colores, nadie paga por los servicios de un “profesional” de elite para sacarse unas broncas con el vecino y me di cuenta que la corrupción generalizada me estaba molestando más de lo que debería. Había algo que tenía claro y no podía evadirme de eso, me habían enseñado y había aprendido todo lo que sabía del “rubro”, formaba parte de mí, como si fuera parte de mi ADN, pero…
Los “peros” tenían que ver con, de alguna manera, equilibrar la cosa, ni por asomo pasaba por un cargo de conciencia que podía manejar a mi antojo, ni por no entender que todo lo que tenía y de lo que disfrutaba provenía de mi “trabajo especial” y/o era producto de una herencia que tenía poco de santa, ni que tampoco podría ser tan iluso como para desprenderme de algunos “encargos” si no me quería tirar en contra todo un sistema “subterráneo” que, a todas luces, existía.
No, absolutamente, lo que yo entendía por “equilibrio” pasaba por otro lado, quizás por sentimientos nuevos que nunca tuve o porque me abría a expectativas nuevas con otras personas, personas a las que nunca había considerado y que entendía que formaban parte de un entorno íntimo que jamás tuve en cuenta y que comenzaba a descubrir en base a mi elección. Me llegaban las dudas de ese entorno, me dolían sus problemas, me molestaba mucho que los trataran de joder. Si se quiere, había aprendido todo lo “malo”, pero, sin ninguna duda, se imponía lo genético, lo “bueno” heredado del viejo y de la vieja.
Como fuere, las condiciones en que había quedado Julia, fue como un mazazo en la boca del estómago y me juré a mí mismo que los autores de esa maldad no se la llevarían de arriba, el mismo modo de pensar lo hacía extensivo a todas las personas que me interesaban y a cualquier otro caso en que la injusticia se ponía de manifiesto. Posibilidades me sobraban, ya no tenía necesidad de cobrar para aplicar “castigos”, por ende, muchos culos iban a temblar. Me quedaba claro que no podría ser ni a tontas ni a locas ni que era una forma de purgar pecados anteriores.
“Después de todo, esta forma de pensar y actuar, ya la puse de manifiesto con mi vecina y allí no había dineros de por medio para cobrar, ni tantos sentimientos”, esto lo dije en voz alta mientras conducía y me causó algo de gracia. Comprobé el interior de la casa antes de ingresar y luego de dejar el auto en el garaje, me bajé sintiéndome tranquilo y con decisiones firmes, puse en un plato unos pedazos de queso, otros de pan, me serví una gaseosa en un vaso alto de acero inoxidable y me zambullí en mi cuarto “secreto”.
Lo primero que hice es indagar en las conversaciones telefónicas de los jefes de Homicidios y de Toxicomanía, lo mismo hice con los dos oficiales subalternos que actuaban de segundos de estos. En otro equipo averigüé sobre los bienes mobiliarios de estos tipos enfocándome, fundamentalmente, en el jefe principal de la división en la que prestaba servicios Julia. Toda la información que iba apareciendo se volcaba a la conexión de la impresora y ésta la imprimía en distintas hojas, después me tocaría a mí separar las mismas e investigar cual información valía y cual no.
Acorde al movimiento de los teléfonos celulares que había incorporado al programa, saldrían las conversaciones telefónicas y los mensajes de texto, después, de acuerdo a lo que se sacare en blanco de éstos, me dedicaría a las averiguaciones sobre los ingresos y egresos de los investigados. Me llevaría un poco más de tiempo, habida cuenta que los implicados eran muchos y yo estaba solo para canalizar toda la información. Lo podría haber hecho uno por uno en orden de prioridades, pero, me hice a la idea de tomarlo con calma, ya vería que hacer luego con todos los datos. Cuando salí del cuarto me di cuenta que ya eran más de las ocho de la noche y las células fotoeléctricas de las luces exteriores de la casa habían encendido cuatro de las luminarias que dejaban ver el frente de la casa, gran parte del parque, la zona de la piscina y la parte del portón de ingreso. No esperaba que viniera Karina y no me dio por cenar comida preparada, a lo suma me haría una hamburguesa y tomaría una copa relajándome en el sofá mientras las máquinas trabajaban.
Pretender estar tranquilo no siempre tiene que ver con los deseos de los demás. Habían pasado unos cuarenta minutos desde que salí del cuarto privado y sonó mi celular, me extrañó el nombre que aparecía en el visor, era Mercedes, me resultó raro que me llamara, la exuberante morocha era quien había desistido de venir a mi casa por lo que tuve que recurrir a Karina cuando necesité de una presencia femenina que me “mimara”. Daba por descontado que no sabría que me había puesto de novio y que ella fuera quien me llamara no se correspondía con su proceder.
Me vestí rápido de elegante sport, dejé las máquinas que se detendrían solas cuando el trabajo estuviera terminado y salí para ir a verla a Mercedes, la escort, hija de un estanciero que se pagaba sus estudios por medio de su trabajo de “acompañante” era o había sido junto a Karina quienes cubrían mis necesidades de “mimos” hasta que “la colorada” se había impuesto calando un poco más firme en mis sentimientos. Siempre había tenido un trato de lo más agradable con ella y me pareció que sería de muy “hijo de mala madre” si no me prestaba, cuanto menos a escucharla.
La morocha alta estaba infartante, su rostro parecía el de una muñeca de porcelana y lo enmarcaba con un cabello lacio que le llegaba casi a la cintura. Vestía una camisa blanca con volados que en lugar de botones se cerraba con pequeños lazos de la misma tela, era una prenda que llamaba a mirarla para quedar extasiado ante la vista de dos erguidas tetas de ensueño, tetas que yo conocía como naturales y que mi mano no llegaba a cubrir. Completaba el cuadro con unos pantalones marrones de cuero fino que parecía una calza que resaltaba pantorrillas, muslos y caderas, las botitas de cuero y de tacones altos y gruesos realzaban toda su estampa, la campera, también de cuero, aunque en un tono más claro, colgaba de su brazo.
No me había visto entrar, ella no conocía al AUDI y yo, luego de mirarla, pasé directamente al estacionamiento, al salir del mismo me vio y la sonrisa iluminó aún más la entrada del famoso hotel. No tardó en acercarme y saludarme con un beso en la mejilla y no hizo ningún tipo de ostentación ni alharaca, algo que, por otro lado, siempre me había atraído de cualquiera de las dos “favoritas”. Pasamos directamente al restaurant, le dije que estaba más hermosa que de costumbre y le pedí que dejara las explicaciones para después de cenar, ya que había hecho el viaje, me merecía disfrutar de la comida. Cenamos muy bien, hablamos de bueyes perdidos y al momento de los cafés, le pedí que me explicara su problema…
Después que terminamos nuestras copas y acabamos con la conversación, en la que ella se cuidó muy bien de hacer alguna insinuación para pasar la noche juntos y yo no me iba a comportar como un palurdo, le pregunté a Mercedes si había traído auto. Me contestó que había venido en taxi y la llevé hasta el edificio en que tenía su departamento, no dijo nada sobre el auto, pero se dio perfecta cuenta de que clase era. Luego del saludo y de las recomendaciones para que se fuera a la casa de los padres, me volví para casa pensando en que lo de los policías podía esperar un tiempo más.
Me fui pensando que hagas lo que hagas, el pasado, de alguna manera termina siempre por alcanzarte, unas veces para bien o tras para mal, pero es difícil desprenderse completamente de él. Esa financiera había sido mía, en realidad, la había recibido como parte de la herencia de Raúl y, como era un negocio que no me interesaba, se la había vendido al actual dueño, dándole un montón de facilidades para que me abonara el precio fijado en su momento. Es más, algunas veces operaba con ellos haciendo que “lavaran” importes que oscilaban en los cincuenta o cien mil dólares por medio de una cuenta off-shore.
Sabía bien como operaban y lo de ellos era únicamente en efectivo, no me cuadraba eso de ejecutar vía judicial un crédito para adueñarse de un campo o establecimiento rural productivo. Ese tipo de operaciones dejaban “huellas” factibles de ser localizadas por el Fisco y, acorde a los importes que se manejaban, las “coimas” con los Inspectores Fiscales y/o con las autoridades de ese Organismo serían más que onerosos y los porcentuales mensuales sobre estos “arreglos” se irían a las nubes.
Al llegar a casa apagué todos los equipos, junté las hojas impresas y me fui a dormir pensando en que después del mediodía iría a hacer una visita para solucionar el problema de Mercedes, sabiendo que más de un culo se pondría a temblar.
ABUSOS - LA FINANCIERA. (14).
Me levanté temprano en la mañana y cuando iba conduciendo hacia el colegio recibí una llamada de Karina, no me dejó ni decir hola… “Hola mi cielo, buenos días, ya estoy saliendo para la empresa, te extrañé mucho anoche, la cama me pareció enorme, ¿pasás a verme más tarde?” … Al contrario de lo que siempre me había sucedido antaño, no me molestó esa, si se quiere, intromisión en lo cotidiano de mi vida. Me vino bien que no estuviera “pegada” a mí, pero, aunque no se lo diría, también sentí que la cama era un enorme territorio que, sin su presencia, se veía más grande.
Corté la comunicación haciéndome el ofendido y la dejé con todo el entuerto. Podría haberme callado la boca, pero siempre fui un convencido de que, muchas veces, la mejor forma de ocultar determinadas verdades teñidas de mentiras, es decir, precisamente, la verdad. Me curaba en salud, Karina se mordería para no llamarla u optaría por comunicarse con ella y tratar de averiguar algo, usando las consabidas “mentira-verdad”, eso sí Mercedes no la llamaba o no la había llamado ya para enterarse por boca de ella lo que yo le había dicho.
Me desentendí rápido de eso, no estaba por la labor de dar explicaciones, además parecían conocerse bien y las dos habían utilizado la mención de ciertos códigos que hablaban bien de cada una de ellas. La mañana comenzó bien en el colegio, hasta, más o menos las nueve de la mañana, a esa hora se apersonaron en mi oficina, la maestra de uno de los terceros grados, la Psicopedagoga y la Asistente Social. Quedaba claro que, aunque uno no busque los problemas, estos siempre rondan y un Director de Colegio no está exento de ellos ni puede mirar para otro lado. La exposición tenía que ver con el informe médico de uno de los alumnos de tercero. El chico en cuestión había faltado al colegio durante tres días seguidos, como era norma, se trató de averiguar el motivo y, según la madre, el hijo había sufrido un accidente al caer de una escalera y tenía un brazo roto.
El colegio tenía un servicio médico de urgencia a domicilio para todo el personal y los alumnos y en el contrato firmado por los padres o tutores quedaba manifestada la potestad del establecimiento para corroborar y justificar las faltas, esto porque, ante esta justificación lógica, se podía optar por mandar a una docente a la casa para que no perdiera el ritmo y/o descontar los días de enfermedad de la cuota mensual. La cuota del establecimiento era alta y a los padres les convenía esta posibilidad, a mí no me generaba pérdida alguna y los padres, en su inmensa mayoría, se sentían protegidos por esto. El caso fue porque en el informe médico elevado a la Asistente Social, se hacía notar que la criatura tenía golpes en distintas partes del cuerpo que no se correspondían con una caída. Se estimaba que podía ser un caso de abuso y había que estar seguro para actuar al respecto. En estos casos se ponía en marcha un mecanismo “de oficio” y, desde la Dirección del establecimiento que avalaba la medida, se hacía la denuncia por medio de la Asistente Social y tomaba la intervención el Estudio Jurídico y Fiscales del Área de Familia.
Convenimos todos en que el caso de abuso existía y firmé las actuaciones para que se procediera. Sabía que eso sería engorroso, el padre abusador tenía un buen nivel adquisitivo, era empresario y buscaría con sus medios de zafar del problema, pero no era el sólo él quien estaba metido en el meollo, la madre no podría ignorar lo que sucedía y la atención médica primaria se había llamado a silencio cuando procedieron a enyesar el brazo del nene. Se abría todo un abanico, pero era necesario actuar así, aunque en mi intimidad yo pensaba que había otros modos de hacer entrar en la variante al abusador, aunque, lógicamente, me guardé mis elucubraciones.
Mi bronca era superlativa con esto, ya lo había experimentado desde chico, no en mi persona, pero, en el barrio, varios de mis compañeros de escuela habían sufrido golpizas y malos tratos de sus padres. La mayoría actuaba por ignorancia y munidos de una educación basada en los golpes y el miedo, el caso es que yo había visto demasiados moretones en amiguitos y muchísimos silencios a su alrededor y eso era algo que trataba de evitar en el colegio del cual era dueño. No siempre se podía y en algunos casos era peor que en las clases denominadas más bajas.
Con esa tramitación iniciada di por completa mi mañana en el colegio, estaba un tanto ahogado allí adentro y me fui a verla a Karina. La primera que me salió al paso apenas entré en las oficinas de la empresa, fue Marta, la hermana de Julia no se cortó en decirme que había hablado con la hermana y necesitaba hablar conmigo a solas, “estás segura sobre eso”, -le pregunté con una mirada pícara-… “Absolutamente y a total disposición, decidí cuando, tengo un montón que agradecerte”, -me contestó con ganas de tirarse encima de una-, la denunciaba la mirada y la señal al morderse el labio sugestivamente…
La miré recorriendo su cuerpo y lo que vi no me disgustó en absoluto, la pollera a medio muslo, las sandalias de tacos altos y la camisa que apenas podía contener sus tetas, unido a su mirada y sonrisa de picardía que anunciaba placeres, hicieron que le contestara que la llamaría a la brevedad, pero que antes debería de preocuparse y ocuparse de la hermana. Saludé luego con un beso a la secretaria principal, le pedí que no nos pasara llamadas y sin anunciarme, ingresé a la oficina de Karina, “enseguida salgo Camila”, -escuché desde el baño-.
La voz de mi novia proveniente desde el privado de su oficina me tentó, primero pensé en entrar directamente, pero, me pareció un tanto desubicado y me senté en el sofá a esperarla. No bien salió del baño y me vio, dio un gritito como de adolescente y se tiró encima de mi cuerpo para comerme la boca. Esas manifestaciones me ponían a mil y actué casi por reflejo abrazándola para no dejarla despegarse de mis labios. Tardó lo que para mí fueron milésimas de segundos en sacarse la pollera tableada y desabrochar su camisa.
Sin sacar su boca de la mía, trataba de aflojar mi cinturón, a mí también me urgía eso, separé mis labios y aflojé el abrazo para dejarla actuar. Y no, no hubo preliminares, no bien sacó el ariete a que le diera el fresco, con una de sus manos tomó una de las mías para apoyarla en su sostén y con la otra se arrancó la tirita de la tanga para sentarse y hacer que, desde mi verga, se trasladaran todas las sensaciones de placer a mi cerebro mientras se penetraba despacio. Masajes y apretones de sus músculos vaginales estaban logrando que eso de aguantar y no acabar se convirtiera en una utopía.
Lo que sí tuve que aguantar fue el grito de placer cuando llené de leche caliente toda su cavidad. Su cabello abundante me tapó el rostro cuándo pasó la cara por el costado de la mía y mordió el respaldo del sillón para que su placentero grito de descarga quedara ahogado allí y sus temblores actuaran como si fueran parte de los míos. Mi verga no se aflojó, fue ella quien con sus movimientos musculares iba extrayendo lo poco que quedaba en mis testículos y la dejé, poco podía hacer para resistirme. De pronto tomó conciencia y salió rápido de su lugar para que el pantalón no se manchara, fue de pura casualidad, pero quedó limpio de huellas pasionales. Me dio un piquito y volvió al baño, de dónde salió un rato después, vestida, peinada y un tanto maquillada, aunque sin ropa interior pues la tanga había quedado sobre el sofá y, tal como se veía, tenía destino de cesto de papeles.
Era un poco después del mediodía cuando entraba en la financiera y me dirigí directamente al primer piso, a la oficina del dueño, me anuncié con la secretaria después de preguntar por él y me dijo que no podría atenderme porque no tenía cita, ante esto, le puse mi mejor cara de frialdad y le expresé en voz baja que debió haber sonado un tanto glacial porque se estremeció, “dígale que lo busca José María y que es por trabajo”. No tardó mucho en meterse en la oficina y menos tardó para salir y pedirme que pasara. Era uno de los pocos que sabía lo que me había enseñado Raúl y, aunque nunca entró en esa temática, sabía muy bien de que se trataba ese negocio. Me recibió parado en mitad de la oficina, era un hombre de unos cincuenta años, delgado, no muy alto y pulcramente vestido de traje oscuro. Su cara parecía pintada con tiza cuando me extendió la mano e hizo una mueca cuando trató de sonreír…
La chica salió de la oficina como si se la llevaran los vientos y aproveché para preguntarle si habían cambiado la temática de la financiera y se dedicaban a ejecutar los bienes de los deudores.
La chica entró con una ficha en la mano, no era una carpeta y expresó: “Señor la carpeta, junto con algunas otras, fue retirada por la oficina de morosos del Estudio Jurídico, lo único que puedo mostrarle es la ficha con el detalle del crédito otorgado, las cuotas y los intereses” … La palidez del dueño de la financiera era cadavérica cuando le solicité la ficha con los datos.
Se me complicaba toda la historia, en principio pensé en que me debía de encargar de ese Abogado pues tenía de antemano el “modus operandis” de ese delincuente, por lo menos lo había imaginado, pero ahora se hacía todo más engorroso. Si por mis modos fuera, me haría cargo de los dos Abogados, poco me importaba que fuera yerno del dueño de la financiera, sin embargo, había que evitar que la Justicia metiera sus narices en todo el entramado de la financiera y con los dos responsables del área legal eliminados, se abrían puertas a otro tipo de investigaciones. El tema que le planteé a Miguel era el de hacer que el socio del yerno se “suicidara”, esto después de rescatar toda la papelería y darle un susto de muerte grande al yerno, pero “perdonándole” la vida a instancias del suegro y arrancándole la promesa de abandonar el país “apesadumbrado” por la muerte del amigo. De todos modos, Miguel no se la iba a llevar de arriba, lo que más me importaba en ese momento era solucionar el problema de la deuda del padre de Mercedes y se lo hice saber…
Con la papeleta de la liberación de la deuda firmada por él en mi presencia a nombre del padre de Mercedes y con la promesa de entregarme los papeles de la Escritura de Propiedad, salí de la financiera luego de saludar a Miguel sin perder el tono de frialdad en mis gestos y en mi voz. Ya en el coche me puse a pensar en cómo haría con ese leguleyo de marras, pero lo primero era tranquilizar a la familia de Mercedes y a ella misma, para eso la llamé desde el coche.
Llamarla a Estela para que me cubriera todo el día en el colegio fue apenas un trámite, de paso aprovechó para decirme que lo del chico golpeado ya estaba todo encaminado y el empresario, padre del chico, fugado y con captura. La otra llamada fue para avisarle a Karina que la pasaba a buscar para irnos a la casa de Mercedes y que dormiríamos allí. Sólo me pidió que pasara por el departamento para darle tiempo a darse una ducha y llevar un par de mudas de ropa. Me encantaba eso de mi novia, nunca ponía un “pero” ante un pedido mío.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.