Estaba viviendo un sueño con Silvia. Si apenas 2 semanas antes, alguien me hubiera dicho que acabaría follando de la manera en que lo había hecho con aquella impresionante madurita, amiga de mi madre, que ella misma sería la que me obligaría a comerle el coño o que ella misma se volvería loca mamándome la polla, le habría aconsejado ponerse en manos de un especialista, porque pensaría que estaba loco.
Pero así sucedió, y yo, como cualquier chaval de 18 años, estaba en una nube.
- Llevas unos días que parece que estás tonto –me dijo mi hermana Blanca una tarde en la que estábamos los dos solos en casa y, cuando salió de su habitación, me encontró en el salón, con la tele puesta pero mirando a las nubes por la ventana.
- Estoy en mis cosas, ¿a ti qué te importa? –le dije en plan borde.
- No sé, pero estás muy raro, hermanito, quizá ha habido algún alma caritativa que te ha hecho conocer las mieles del placer… -dijo, cachondeándose de mi, aunque sin saber que, realmente, era así.
- Anda, gilipollas, ve a hacerte un dedo, que estás falta de orgasmos –le dije, con todo el descaro que pude.
- Hace mucho que, para masturbarme, utilizo otra cosa que es mucho más placentera que los dedos –terminó diciéndome mientras volvía a su habitación.
Unos minutos después, y pensando en lo que me había dicho mi hermana, me acerqué sigiloso hasta la puerta de su habitación. Agucé el oído y pude escuchar una sucesión de tímidos gemidos, junto con un ruido extraño, una especie de vibración lejana. No me había mentido, estaba jugando con algún consolador o satisfayer.
Por otro lado, era normal que lo hiciera. Blanca tenía 3 años más que yo. Había tenido novio hasta hacía unos meses pero, por lo que pude saber, había roto con él después de enterarse de que él le puso los cuernos en las fiestas con una niñata amiga de ella. Desde entonces dijo que no quería tener pareja, que sólo servían para follar y dar problemas.
Cuando estaba en su puerta, espiando aunque fuera de oído a mi propia hermana, sonó mi teléfono móvil. Era Silvia, tan caliente y salida como siempre. Me proponía quedar con ella. Le dije que en mi casa estaba mi hermana, en la suya tampoco se podía. Pero a sus 44 años no había límites si algo se la antojaba, y yo era su antojo. Pasaría a recogerme para ir a un lugar tranquilo. No pude negarme.
- Blanca, salgo un rato –le dije a mi hermana cuando iba a salir.
- ¿A dónde vas? –me preguntó saliendo de su habitación, supongo que ya se habría corrido.
- Me ha llamado Rodri, vamos a dar una vuelta –Rodri era mi mejor amigo.
- ¿Estás seguro de que te ha llamado Rodri? –me dijo.
- Sí, idiota. ¿Es que no puede llamarme? –pregunté. No sabía a qué venía tanta preguntita por parte de mi hermana.
- Vale, vale. Pero te has perfumad, y eso sólo lo haces si te vas a ver con alguna chica. Ten cuidado, no vayas a ser demasiado cariñoso y la dejes embarazada –me dijo riéndose.
Eso debía de ser la intuición femenina de la que ya había oído hablar muchas veces, y que a lo largo de mi vida he podido comprobar.
Para ser un poco más discretos, quedé con Silvia en una pequeña plaza a la espalda de la calle en la que vivía. Llegué apenas 5 minutos antes que ella, por lo que ni siquiera aparcó, simplemente se apartó un poco a un lado y me abrió la puerta para subir.
Cuando entré en el coche me quedé embobado. Silvia vestía como si tuviera 20 años menos y, la verdad, le sentaba de vicio: falda corta negra de cuero, con blusa blanca y cazadora también negra de cuero, a juego con la falda. Sentada cómo iba, la falda apenas lograba tapar un poco más abajo de su coño. De inmediato mi polla reaccionó, poniéndose tan dura y caliente como siempre que estábamos juntos. Además, también se había perfumado, su aroma penetró en mi cuerpo a través de la nariz. ¿Cómo no iba a soñar despierto?
- ¿Me has echado mucho de menos? –me preguntó nada más sentarme a su lado.
- Sí, la verdad es que sí –le respondí.
- ¿Te has corrido muchas veces pajeándote, mientras pensabas en mi? –hacía las preguntas con tal naturalidad, y tenerla a mi lado, con aquella ropa tan sexy y provocativa, que estaba provocando que mi cabeza hirviera. Mi polla se había convertido en un lanzallamas.
- Claro, me he pajeado varias veces, no sé cuántas, pensando en ti y en lo bien que estoy contigo –le dije.
- No te vayas a enamorar, cielo. El corazón resérvalo para las chicas de tu edad. Pero tu polla es para mi –y casi sin terminar de decir la frase, agarró mi polla por encima del pantalón, llenando su mano y transmitiéndole el inmenso calor que desprendía.
Continuó conduciendo, hacia las afueras de la ciudad. En el corto trayecto me dijo que ella también se había masturbado. Que hasta hacía poco lo hacía bastante a menudo con un par de juguetitos que la satisfacían mucho más que los hombres maduros con los que había follado, lo cual era confesarme que su marido llevaba unos buenos cuernos desde hacía tiempo. Pero añadió que, desde que follábamos juntos, prefería mi polla mil veces antes que sus trastos a batería. Cada confesión que me hacía, y cada pregunta que yo le respondía, hacía que el morbo no dejara de crecer, al igual que mi excitación y mi polla.
Finalmente vi a dónde nos dirigíamos: un hotel discreto fuera de la ciudad. Un auténtico picadero para pareja que tienen que mantener la discreción. Tras hacer el pago a través de una discreta ventana, sin salir del coche, entramos con éste al parking subterráneo del edificio, y desde allí, acceso directo a una habitación.
La habitación era amplia y tenía las paredes decoradas con infinidad de imágenes de cuerpos desnudos de mujer, a cuál más espectacular, y en actitud sexy y provocadora.
Apenas me dio tiempo a nada más. En cuanto la puerta se cerró detrás de nosotros, Silvia me empujó contra la pared y su boca se hizo dueña de la mía. Me volvió a besar cómo siempre hacía, con toda su fuerza, con ímpetu, con deseo y ansiedad acumulados en los breves días que habían pasado sin vernos.
Su lengua llenó mi boca, sus labios mordieron los míos, mi lengua se enlazó con la suya, para danzar juntas, lamiéndose y rozándose la una a la otra, mientras sus manos comenzaron a desnudarme con avidez, como si le fuera la vida en ello.
Por alguna razón, Silvia estaba mucho más ansiosa que de costumbre, casi podría haberme asustado si no hubiéramos compartido placer un par de veces antes. Casi arrancó mi polo, y desabrochó mi pantalón con absoluta pasión. En cuanto lo hizo, dejó de besarme la boca, para acariciar mi pecho con sus labios y su lengua, mordiendo mis pezones como habitualmente hacía yo con los suyos, haciéndome estremecer de placer cada vez que sentía sus labios cerrándose sobre ellos y tirando con suavidad pero firmeza.
Yo apenas podía moverme, aprisionado contra la pared por su cuerpo y sus manos. Aun así, conseguí sobar su culo deslizando una de mis manos por debajo de su minifalda. Nunca logaría acostumbrarme al tacto sedoso de su piel, a la calentura de su cuerpo ni al ansia de su deseo. Su ropa interior ya estaba completamente mojada.
En cuanto Silvia comprobó que había logrado desabrocharme el pantalón, se arrodilló delante de mi, me arrancó el bóxer, rompiéndolo, y engulló mi polla de una sola vez, llenándose la boca y la garganta con ella. Aquella mujer me hacer estallar de deseo y excitación.
Comenzó a mamarme la polla con tal intensidad que, a cada movimiento, una arcada bloqueaba su garganta, haciéndola casi vomitar, ahogándose casi por completo. Pero el vicio que sentía era tal, que no dejó de mamar mi verga, de hundirla una y otra vez en su boca, provocando un chapoteo frenético e hipnotizante.
Por mi lado, yo me apoyé con fuerza en la pared, no podía hacer otra cosa, y sujetaba la cabeza de Silvia con las dos manos, más por acompañar sus movimientos que por obligarla a tragar mi sable, ya que ella sola lo hacía con todas sus ganas.
Cuando ya llevaba unos minutos mamando así mi polla, comenzó a acariciarme los huevos e incluso el ano, por debajo de ellos. El placer que me hacía sentir era inmenso, indescriptible. Sentí como mis huevos se llenaron pronto con el fruto de mi placer, como mis huevos se endurecieron, a la vez que mi polla botaba rabiosa dentro de su boca, siempre insaciable.
Unos minutos después estallé. Yo no pude contenerme, y Silvia no quiso que lo hiciera. Me corrí en su boca. La llene de semen. Mis huevos se vaciaron, tras varias contracciones y varios movimientos más de su boca a lo largo de mi polla, hasta que de la punta de mi verga ya no brotaba más leche.
Lentamente, sin dejar de acariciar mi verga con sus manos, Silvia se incorporó, se puso a mi altura y, delante de mi, acariciando mi polla con una mano, y mis labios con la otra, se tragó toda la leche que acababa de ordeñar de mi polla.
- Me encantas, mi joven semental –me dijo mientras se alejó de mi, camino de la cama.
- Perdona, no quería correrme tan pronto –le dije.
- ¿Acaso piensas que yo no quería que sucediera así? Quería sentir tu corrida, con toda tu fuerza, todo tu vigor de macho joven, inexperto y pleno de fortaleza, en mi boca –me respondió, ya habiendo alcanzado la cama.
Me acerqué al otro lado de la cama, con las piernas aún temblorosas y con la polla algo más floja que unos minutos antes, pero sin llegar a estar flácida del todo.
- Échate en la cama y descansa mientras hago algo para ti –me dijo Silvia.
Me eché en la cama, recostado en el respaldo para poder ver mejor lo que Silvia fuera a hacer. Ella se puso a los pies de la cama y, tras poner música de fondo con un mando a distancia que yo no había visto hasta ese momento, comenzó a bailar y contonearse para mi, mientras se iba desnudando muy despacio.
Primero de deshizo de su cazadora. La lanzó al suelo, cayendo al lado de mi ropa. Continuó desabrochando muy despacio los botones de su blusa, sin dejar de bailar y de contonearse, por momentos me miraba de tal forma que me hacía arder.
Pronto tuvo la blusa completamente desabrochada. El sujetador era blanco, semi transparente, tanto que sus pezones rosados y endurecidos por la excitación, se clavaban de tal forma que apenas quedan ocultos.
A continuación comenzó a jugar con su minifalda. Primero la subió todo cuanto pudo, hasta casi dejar a la vista su ropa interior. Después la volvió a bajar, sin dejar de bailar, girando sobre sí misma, agachándose delante de mi, para mostrar la redondez de su rotundo culo. Después comenzó a desabrocharla, hasta dejarla caer al suelo.
Silvia quedó delante de mi, con un sujetador casi transparente, y un tanga a juego con éste, también tan transparente que los labios de su coño eran perfectamente visibles en la corta distancia a la que estaba. Mi polla comenzó a reaccionar de nuevo y, sin darme cuenta de lo que hacía, una de mis manos llegó hasta ella para acariciarla y recorrerla con los dedos.
Silvia hizo lo propio con su cuerpo: pellizcó y presionó sus pezones, a la vez que rozaba y acariciaba su coño y clítoris, aun por encima de la ropa interior. Pero apenas dos minutos después dejó caer el sujetador al suelo. Tan sólo llevaba el minúsculo tanga y sus zapatos de tacón.
Lo siguiente que hizo fue quitarse el tanga. Lo deslizó muy despacio por sus muslos, acariciándoselos a la vez que se deshacía de su ropa interior. Cuando se lo hubo quitado, me lo lanzó a la cara. Lo recogí y lo llevé a mi nariz y boca. Me llené con el aroma de su cuerpo encendido, con el suave tacto de la humedad de su coño impregnando aquella diminuta prenda.
Cuando iba a quitarse los zapatos, la detuve:
- No, no lo hagas, déjatelos puestos –la pedí.
- Mmmm, cómo tú quieras, cariño. Hoy mandas tú –me dijo mientras se subió a la cama, gateando desde los pies.
Así es, como si se tratase de una gata en celo, que se coló entre mis piernas, para volver a lamerme. Levantó con suavidad mi, de nuevo endurecida, polla para poder lamer mis huevos con su lengua. Los acarició con tal maestría y entrega, que pronto los hizo volver a la vida, endureciéndose y ansiando todo el placer del mundo.
A la vez pude alargar una de mis manos y acariciar su coño, mojado y ardiente, con los labios ligeramente abiertos y rosados, rezumando fluidos sin parar, y mucho más cuando acaricié su clítoris y tiré de él, suavemente pero con firmeza, haciendo que, por primera vez aquella tarde, de su garganta escaparan gemidos de placer.
- Me tienes, loca cabrón. Esta polla es incansable –me dijo después de haberla engullido de nuevo.
- Nunca imaginé que fueras así –le dije
- Así… ¿tan puta? –preguntó.
- No quería decir eso –intenté rectificar.
- Soy muy puta, cariño. No te preocupes. Todas las mujeres lo somos. Solo algunas lo admitimos y… lo disfrutamos –me dijo de nuevo, mientras pegaba su coño a mi polla, estirándose sobre mi, a la vez que sus pezones se clavaban en mi pecho.
Comenzó a moverse sobre mi, haciendo que mi polla rozara su coño. Fue incrementando la intensidad y la fuerza de sus movimientos y roces. No dejó que mi polla entrara en su cuerpo, pero era suficiente para que ella gozase de verdad, sus gemidos eran cada vez más nítidos y claros, mientras que a mi me estaba haciendo enloquecer de nuevo.
Me agarré con fuerza a sus nalgas, ayudándola así a empujar y arrastrase sobre mi. Incluso pude llegar a acariciar su coño por debajo de su culo, llenando mis dedos con sus fluidos. De forma inconsciente aproveché su lubricación natural para insertar mi dedo índice en su culito. No le costó mucho entrar, lo que me hacía pensar que no era virgen por su entrada trasera.
A la vez que Silvia se movía sobre mi, cada vez con más fuerza e intensidad, provocando una cascada de fluidos que de su coño salían a borbotones, mi dedo penetraba poco a poco en su culo, moviéndose juguetón dentro de él.
Lo siguiente que vino fue una monumental corrida de mi amante madura: mordiendo el lóbulo de mi oreja izquierda, empujando con toda la fuerza de que fue capaz sobre mi polla, logró que ésta rozase de tal forma su ya excitadísimo clítoris, que verdaderos gemidos de placer escaparon de su boca, a la vez que mi dedo penetró por completo en su maravilloso y suave culo.
Estuvo moviéndose sobre mi como si se tratase de una anguila coleando, vaciando su cuerpo de fluidos, llenando el ambiente con los gemidos de su garganta, hasta acabar por descansar su cabeza sobre mi pecho.
- Repito: me vuelves loca. Mereces el regalo que quieras –me dijo.
- ¿Eso significa que puedo pedirte hacer lo que yo quiera? –le pregunté con la polla absolutamente enrabietada.
- No me lo pedirás, me lo ordenarás. Te lo debo -me respondió.
- Voy follarte el culo –fue mi orden.
Silvia se levantó y se puso a 4 patas sobre la amplia cama. Me fui tras de ella colocando mi verga, enorme y dura, en la entrada de su ano. No le di tiempo para pensar ni decirme nada. Empujé dentro de su culo, moví mi pelvis contra su ano, haciendo que mi polla penetrara ligeramente en aquel orificio oscuro y suave.
Nunca, en mi corta experiencia sexual, había hecho algo así. Lo había visto en infinidad de videos, pero nunca había podido hacerlo. Me moría de ganas por hacerlo, y traté de lastimarla lo menos posible. Pero Silvia tenía el culo hecho a todo tipo de penetraciones, la mía no la iba a asustar. Fue ella quien me indicó que empujara con más determinación, sujetándola por las caderas a la vez que lo hice.
Así sí logré penetrarla con mi verga. Me sentí poderoso, como un Dios con la más maravillosa mujer a sus pies, a su disposición. De inmediato comencé a bombear dentro de su cuerpo, a llenarla con mi verga, dura y caliente, mientras me sujetaba con fuerza a sus caderas, temeroso de que mis embestidas la hicieran perder el equilibrio. A la vez, Silvia masajeaba y estimulaba su coño y su clítoris sin duda ansiosos por sentir una nueva corrida.
Tras varios minutos de un mete saca sin contemplaciones, llenando y vaciando su culo por completo, mis manos se movieron solas, de forma autómata, y le propiné varios sonoros azotes en sus nalgas, haciéndolas enrojecer. Silvia reaccionó gimiendo y gritando de puro dolor, y dándome una orden más:
- Rómpeme el culo, cabrón.
No podía creerlo. Aguantaba mi follada como lo más normal del mundo, con mi polla encabritada y dura como una barra de acero, además de los azotes que le había acabado de dar, enrojeciendo su blanca piel.
Apenas un par de minutos después, estallé como un animal dentro de su culo. Mi polla derramó de nuevo toda la leche que mis huevos habían acabado de producir. Después de unas embestidas más, mis huevos se dieron por satisfechos, mi verga disminuyó su tamaño y dureza, y salí completamente vacío de su cuerpo.
Mientras lo hice, Silvia atizó con fuerza su clítoris, para acabar corriéndose también, mezclando con sus dedos, la leche que salí de su culo, con los fluidos que no dejaban de aflorar por su coño.
Los dos caímos rendidos y sin fuerza sobre la cama.