Pedro, continuó su vida normal, sin que nada ocurriera durante las dos siguientes semanas. Se extrañaba no haber visto a la joven vecina en el jardín de su casa, ni en su huerto, pese haber hecho aparición él en algunas ocasiones. A través de su esposa, supo que la joven había marchado fuera para terminar sus estudios y presentarse a unas oposiciones.
Una tarde, observó desde la ventana de su casa que daba hacia el jardín, como Dora la vecina, y madre la Verónica, se adentraba dentro de la huerta que dichos vecinos tenían detrás de su casa, viendo que perdía entre la misma. Recordó lo que ocurrió bajo el ciruelo, y excitado se dirigió hacia su huerto, con suma cautela. Entró entre el maizal hasta llegar donde se localizaba el ciruelo. Sabía que aún quedaban bastantes ciruelas en el árbol, y era posible que la vecina volviera a por ellas. Al acercarse, se percató de que sus sospechas se habían hecho realidad: allí bajo el árbol se encontraba Dora quien con un palo tumbaba las ciruelas, ya que le era imposible a ella subirse al frutal. El tenía a mano su móvil y le gabó. Continuó agazapado observando a la vecina, que llevaba puesta un traje bastante cerrado, como siempre acostumbrada, y realmente bajo.
Mientras esperaba pudo comprobar como la vecina tras tomar unas cuentas ciruelas, se pegó al tronco del ciruelo, y de espaldas al mismo comenzó a pasarse sus manos por los pechos, aún sobre el propio traje que llevaba, tocándose éstos, para ir bajando una de sus manos hasta comenzar a tocarse su entrepierna. ¡Aquella mujer volvía a masturbarse bajo aquel ciruelo! No lo llegaba a comprender, parecía una mujer super conservadora, que no mataba una mosca, de estricta moralidad, y, sin embargo, allí estaba, masturbándose al aire libre bajo aquel árbol. Obviamente la excitación del hombre se puso de manifiesto, especialmente al comprobar como la vecina comenzó a subirse el traje hasta la cintura, dejando a la vista sus bragas bastante grandes de color rosado. Su mayor contraste fue comprobar el intenso color blanco, casi lechoso de los muslos de la mujer. Pronto, comprobó como aquella apartó un poco la braga, apareciendo una buena mata de vello bastante negro que cubría su vagina. Su verga se endureció bajo el pantalón ante aquella visión. Esta fue en aumento, cundo observó como se introdujo unos dedos y comenzó a masturbarse con gemidos entrecortados. Pedro no salía de su asombro, y su verga estaba tan fierra que parecía que iba a romper su pantalón.
El vecino n perdió detalle de la escena y la grabó casi en su totalidad, tomando al propio tiempo varias fotos de la mujer. Los gemidos de aquella comenzaron a hacerse más intensos, hasta verificar como aquella alcanzaba el orgasmo, para luego recostar contra el tronco del ciruelo, mientras se relajaba. Luego se bajó el traje, tomó las ciruelas y marchó de nuevo por donde mismo había venido.
Pedro no pudo evitar tener que masturbarse ante lo que había visto. Era evidente que Dora era una mujer muy caliente, pero que, dado el estricto control de su esposo, hombre sumamente conservador a ultranza, casto religioso, no le permitía a la misma expresar y realizar sus deseos sexuales como ansiaba. Eso lo dejó perplejo.
Transcurrió una semana más, durante la cual mantuvo al acecho a la vecina. Estaba jubilado y disponía de tiempo suficiente. Por fin una tarde, pudo ver de nuevo a la vecina, viendo cómo se dirigía de nuevo hacia el huerto. Esta vez llevaba en la mano, una prenda que le pareció a una toalla o similar, para luego perderse en la lejanía. Pedro, se excitó ante la posibilidad de captar de nuevo a la vecina en plena faena. Por ello se dirigió de nuevo al ciruelo. Sin embargo, comprobó que la mujer no estaba por allí. No por ello se quedo quieto. Su excitación y curiosidad le llevó a acercarse hasta el límite entre ambas propiedades, adentrándose en la del vecino. Este estaba lleno de bastante hierba alta y matorrales. Intentó como pudo sortear los matorrales, pensando que aquella mujer tenía que estar en algún sitio. Pronto llegó como a una pequeña senda, creada entre aquella maleza, observando que por allí había pasado gente. Esa senda traspasaba la huerta del vecino y se adentraba en una zona más boscosa y de intenso y tupido matorral que pertenecía a los pastos de entidad pública. Raras veces de había adentrado en aquella zona pública, dada la dificultad para acceder.
Esta vez decidió hacerlo. Se fue acercando con el menor ruido posible, hasta que pronto descubrió un claro entre todo aquel matorral. Se acercó más, quedándose perplejo al observar que allí estaba la mujer del vecino. En ese momento, observó que la misma coloco la toalla en el suelo, y para proceder a bajarse el cierre de la falda que llevaba puesta, hasta retirarla, quedando únicamente con unas enaguas, que al momento igualmente se quitó, quedándose únicamente con una braga de color rojizo. Dado que hacía bastante calor y el sol brillaba, Pedro pudo comprobar el intenso color blanco de los muslos y piernas de aquella mujer, donde solo destacaba algún lunar negro o rojizo. La mujer se sentó sobre la toalla, y luego se retiró igualmente la blusa, quedando únicamente con el sostén blanco que resguardaba unos pechos algo voluminosos. El vecino estaba excitadísimo.
Estaba contemplando por primera vez el cuerpo de la mujer del vecino, y estaba sorprendido al verificar que aquella mujer mantenía una figura bastante buena, esbelta, con un trasero bien redondo, totalmente blanquecino, y no resultaba nada gruesa pese a su edad. No dejo de tomar fotos nuevamente de la mujer.
Observo como luego, se recostó sobre la toalla y se dispuso a tomar sol. Pedro la contempló durante unos minutos, viendo que, al rato, la mujer miro para todos lados, y viendo que hallaba sola, alejada, entre aquellos matorrales, se desprendió del sostén, quedándose con sus pechos desnudos. Pedro pudo contemplar por primera vez los pechos de vecina. Estos eran voluminosos, terminados en aureolas, con unos pezones algo negruzcos bastante pronunciados. El hombre se dio cuenta que aquella mujer tenía un cuerpo delicioso, y que no había llegado a detectar por estar escondido baja las prendas tan conservadoras que siempre usaba.
El pene de Pedro se encabrito. Agitado, decidió seguir observando, comprobando como la mujer poco después comenzó a tocarse los pechos, masajeándoselos, para ir bajando su mano hasta introducirla por dentro de su braga, alcanzado por fin su coño. Al instante vio como comenzó a tocarse allí, excitándose y moviéndose sobre la toalla. Pedro no pudo más. Tenía una erección a rabiar. No se lo pensó dos veces y decidió hacer su aparición ante la vecina.
La mujer al verlo se quedo de piedra, sorprendida. Detuvo lo que estaba haciendo, colocándose sus manos sobre sus pechos, exclamando: oh ¿qué hace aquí? ¿quién le ha dado permiso para venir hasta aquí?
Buenas tardes vecina. ¿Acaso no puedo estar aquí? ¡Que yo sepa esto es público o, al menos no de nadie conocido! Le contesto. Pasaba por aquí y la he visto y me he acercado.
-Pero, …. salga de aquí. ¿No ve que estoy desnuda? Le manifestó la mujer agitada y nerviosa.
-¿Lo dice porque usted esta desnuda y yo no?. No se preocupe. ¡Eso tiene fácil solución! Y ante la sorpresa de la mujer, el hombre se bajó el pantalón, y retiró la camisa, quedando solo con un slip, donde se mostraba el abultamiento de su pene, que parecía romper el mismo.
La vecina, se agitó al ver lo que estaba haciendo su vecino, diciéndole: ¿pero ¿qué hace? ¿Por qué se ha desnudado?
-¡Tú lo estas!. ¿Qué problema hay en que yo haga lo mismo?
La mujer mantenía sus manos sobre sus pechos, al tiempo que sus ojos, se habían concentrado en el tremendo bulto de su vecino. La mujer no nada crédito a la visión de aquel el slip a punto de reventar. Era una mujer sumamente casta, y jamás había visto desnudo a ningún otro hombre que no fuera su marido. En ese momento tenía ante su presencia, al vecino jubilado, que parecía disponer de una buena verga.
-El lugar esta perfecto para tomar sol, en pelotas. ¿La verdad es que no pensaba que estuviera este descampado aquí? – le comentó Pedro, acercándose más hasta la mujer. De hecho, se interpuso entre donde se hallaba aquella tendida sobre la toalla, y donde se localizaba el traje y sujetador de la mujer. Pretendía que aquella no pudiera en un arrebato intentar vestirse.
Oh por favor, Pedro… debe marcharse. Esto no es correcto. Por favor…
Pedro había comprobado como la vecina, pese a todo, continuaba observando el bulto de su slip. Eso le demostró que aquella mujer se había quedado impresionada con el bulto de su pene. Por ello decidió complacerla, y en un arrebato de auténtica locura, se bajó aquella prenda, quedándose en pelotas ante su vecina. Dejo al aire su tranca con una empalmadura, que permitía tener el pene enfilado hacia delante, y con un buen grosor.
Oh que hace … oh dios mio… ¡tápese...! ohhh exclamó Dora, al contemplar lo tremendos atributos masculinos del vecino. Jamás había visto algo parecido. Intentó inicialmente no mirar, pero su morbosidad pudo más, y aunque protestando, volvió a mirar el tremendo falo que blandía con una erección considerable. Tampoco pudo evitar fijarse en los tremendos testículos del hombre, que colgaba entre sus piernas. Se quedó alucinaba. No pensó que pudiera existir penes de aquel tamaño. Había visto en muy contadas ocasiones el pene erecto de su marido, pero era una mendicidad al lado de aquel tremendo falo.
-oh por favor tápese. Volvió a decirle tímidamente.
El hombre al ver que la vecina tenía la mirada fija en sus genitales, le manifestó: ¿Que pasa vecina?. ¿acaso no ha visto a su marido en pelotas?
-¡Oh que dice! oh, Dios mío. Por favor debe marcharse. Si mi esposo sabe esto lo matará y a mí también. Exclamó aquella.
-No se preocupe por su esposo. “Nadie sabrá que la he visto desnuda”. Pero, reconozco vecina que es una mujer bastante bonita y hermosa. Debería colocarse prendas más ligeras que dejen apreciar su preciosa anatomía. Le dijo el hombre, viendo que ella se mantenía sobre la toalla, ahora sentada, con las manos intentado cubrir algo sus hermosos pechos.
-Oh ¡no me siga mirando! Y, al ver que el hombre se sentaba junto a ella, intentó como alejarse diciéndole: pero no se acerque…. ¡voy a gritar!
-relájese, ¡aquí nadie la va a oír! Tampoco querrá que la vean desnuda con el vecino, aqu´`i entre estos matorrales ¿verdad? le dijo.
La mujer lo miró algo aterrada. Sabía que estaba en una encrucijada. Era evidente que había sido pillada por el vecino, en una zona pública, pero bastante oculta. Gritar y que apareciera cualquier vecino, las consecuencias serían catastróficas. Su marido se divorciaría de ella. Su reputación por el piso. Por ello, tímidamente le pregunto: -¿Qué es lo que pretende?... ¿no pretenderá abusar de mi?
El hombre la miró, mostrando una cara de tremenda morbosidad, contestándole: Dora. Jamás pensé que estuviera tan buena. Además, ¡sé que es una persona que necesita que alguien la haga gozar! Su marido no la satisface como vd desea. ¿o me equivoco?
-que dice… ¡está loco!... ¿de dónde saca eso? - exclama aquella.
El hombre entonces le comentó: -he visto que antes de llegar se estaba masturbando. ¿lo va a negar?
-¡eso es mentira…! le comento aquella con cara de enrojecimiento al verse sorprendida.
El hombre toma su cámara y le mostro el video. Aquella se quedó perpleja y le recrimino: ¿me ha estado grabando? Eso es ilegal. ¡Un delito!. Le voy a denunciar.
-haga lo que quiera. Pero no creo que su esposo le guste ver las fotos y videos de su mujer desnuda junto al vecino. Luego la miró y le dijo: ¡también la he visto bajo mi ciruelo!
La mujer lo miro más aterrada. Evidentemente se dio cuenta que el vecino la había espiado. Se quedó nerviosa, y nerviosa le pidió que le diera su la ropa para vestirse, pero el hombre le contesto: ¿Por qué tiene tan prisa? Aquí nadie sabe que estamos. ¡Se que necesita desahogarse un poco!
La mujer le miro, observando nuevamente el pene del hombre que seguía manteniendo una tremenda erección, y le dijo. Pero… ¿Qué es lo que quiere? Sabe que soy una mujer casada y nunca le he sido infiel a mi esposo. Oh… pero ¿es que no se le va a bajar? Terminó por preguntarle al ver como el pene del vecino seguía enfilado.
El hombre entonces la mira y le dice: ¡Mire Dora! Vd tiene muchos deseos sexuales sin explotar, y necesita desahogarse. Mi esposa tampoco me satisface tras su menopausia. ¿Por qué no aprovechamos y nos desahogamos juntos?
La mujer salto como un resorte, sonrojada, alterada ante aquellas palabras. Diciéndole: ¿quiere que me acueste con vd? ¿Cómo se le ocurre pedirme eso?
Pedro la miro, le muestro su herramienta y le dijo: Vamos Dora. No se haga la modesta. Sabe de sobra que la he visto masturbándose aquí y bajo mi ciruelo. “Necesita que le echen un buen polvo”. Y, ¿Cómo ha visto, tengo una buena mandarria para hacerla disfrutar?
La mujer estaba fuera de sí. Jamás se había encontrado ante una situación similar. Aquel vecino le estaba pidiendo follar en aquel recóndito lugar. No es que no lo necesitara, pero hacerlo con el vecino era algo que no lo tenía claro. Sin embargo, la visión de aquel enorme nabo, blandiendo entre las piernas del vecino, la tenían excitada. Pensó, que, aunque aceptara, tenía cierto miedo ante la dureza y longitud que presentaba aquel tremendo falo. Y encima, ella era una mujer fértil aún, y no estaba protegida.
-Por favor, Pedro. ¡Creo que debemos dejar esto como esta! Debería vestirse y marcharse.
-¡No pienso marcharse sin antes darte una “buena montada”. Exclamó el hombre con total cara dura, y decisión. ¡He visto tu precioso cuerpo, sé que lo necesitas! “Le voy a echar un polvo de los que no olvidará”. Le terminó diciendo, completamente decidido, intentado acercarse hacia donde se encontraba la mujer. Aquella al ver su cercanía se echó un poco hacia un lado saliéndose de la propia toalla.
Pero el hombre, con total decisión se echó encima de la mujer, agarrándola, forcejeando con aquella sobre la hierba verde de aquel lugar. Resultó sumamente erótico contemplar aquellos dos cuerpos desnudos, hombre y mujer, sobre aquel manto verde de hierba, revolcándose, forcejeando, hasta que, tras varios movimientos, el hombre logró quedarse encima de la mujer, metido entre las piernas de la misma, obligándola abrirlas, al tiempo que la sujetaba por ambas manos.
-oh cabrón… ¡quítate de encima de mí!… oh me vas a mancillar… no… sueltamente…
La mujer no paraba de forcejear, de maldecir y lanzar toda clase de insultos e improperios contra el hombre que se encontraba encima suyo, viendo que, pese a todo, no conseguía soltarse. En el fondo renunció a gritar. Era consciente de que tampoco le interesaba. Aunque mostró oposición continuada. Pero esa tenacidad y defensa fue cediendo al contemplar que no le deba resultado. Por otro lado, veía como el vecino que estaba sobre ella, la mantenía abierta de piernas, permaneciendo ella con todo su pecho descubierto, y sus manos estaban a ambos lados de su cuerpo, sujetas por las del hombre. Estaba claro que estaba siendo sometida sin consentimiento. Pero, era una mujer ardiente sexualmente, y su esposo no la satisfacía. De hecho, buscaba momentos para poder desahogarse y satisfacerse mediante la auto masturbación.
Por tal motivo, pese a estar siendo sometida contra su voluntad, Dora se encontraba excitada, y hasta, deseosa de sentir la daga de aquel vecino. Sentir la fortaleza de aquel hombre, mayor que ella, pero que parecía seguir conservando una vigorosidad envidiable, la seducía. Jamás hubiera pensado nada semejante de su vecino. Ver la fortaleza que el mismo mostraba entre sus piernas, aumentaba más su excitación.
Pedro por su parte, comprobó que tenía a su completa disposición a la mujer del vecino. Algo que nunca hubiera imaginado. Tampoco pensó que se conservara tan bien aquella mujer. Observó los hermosos pechos de la misma, y agachándose sobre ella, acercó su boca hasta alcanzar los exuberantes pechos. Su excitación se incrementó. Comenzó a saborearlos. Primero con algunos lengüetazos ambas aureolas y los sobresalientes pezones, para luego continuar chupando y succionando los mismos, logrando obtener los primeros gemidos de la mujer.
Dora, se veía indefensa ante aquel hombre, su vecino, que se estaba apoderando totalmente de sus senos. Lejos de molestarla, la acción de aquel varón sobre una de sus partes más sensibles, la agitó: Oh no … los pechos no …ooo… déjame ….oooo . Dora intentó levemente, y sin convicción, mostrar su oposición a tales actos tan seductores que aquel hombre aplicaba a sus delicados pechos. En el fondo los ansiaba.
Por supuesto Pedro no cedió ni un ápice. Al contrario, intensificó el chupeteo de su boca sobre aquellos hermosos senos, casi blanquecinos como el resto de su cuerpo, viendo como la mujer pese a su oposición, comenzó a gemir entrecortadamente ante el placer que le producían los lengüeteos y chupadas que le estaba propinando el vecino.
Mientras se concentraba en los pechos de la mujer, Pedro fue acercando su mandarria hasta colocarla, “justo en los labios de la vagina de la mujer”. Su enorme tranca se hizo paso entre la tupida pelambrera de vellos, hasta alcanzar los labios vaginales. Pese al estremecimiento manifestado por la mujer: Oh no … no puedes meterla, Pedro decidió pasar primero todo su pene por encima de los labios vaginales, embadurnando su glande con los fluidos de la mujer, al tiempo que realizó movimientos como de penetración, pasando su pene por encima de los labios vaginales, sin llegar a penetrarla. Esa acción agitó más a la vecina. Dora sentía la dura pieza del vecino frotándose con toda la raja de su coño, llegando incluso a sentir los grandes testículos del mismo.
-Oh que haces ooo por favor…. Manifestaba una y otra vez, ante la agitación que le producía sentir aquella gran polla frotándose contra los labios de su coño. Oh no … oh por favor … no la meta…-oyó Pedro que le rogaba la mujer.
Dora, a pesar de su miedo por la enormidad de aquella pieza, ansiaba que se la metiera. Los frotamientos la estaban haciendo sufrir. Necesitaba sentir aquella barrena en su coño. De hecho, se abrió bien de piernas, para facilitar la acción del vecino, que no paraba de excitarla, pasando su mandarria por encima de los labios vaginales.
Pedro tampoco podía más. Necesitaba clavar a la vecina de una vez. Se había percatado de la tremenda lubricación de aquella mujer. Era evidente de que, pese a su negativa, y las palabras de oposición, en el fondo se encontraba excitada mientras sentia el paso de su pene por toda la ranura del coño. Ese frotamiento estaba acabando con cualquier oposición de la mujer.
-Te has dado cuenta preciosa. Tengo una buena daga. Uf Dora, tu coñito se haciendo agua con solo frotártelo por encima. Le comenzó a decir, sin dejar de frotarse contra ella. ¿Estas deseando que te le clave ya verdad? ¡Uf me estas poniendo como una moto! No pensé que la mujer de mi vecino pudiera estar tan buena. Le comentó Pedro, sin dejar de pasar su tranca por encima del coño de la mujer.
-Oh Pedro… oh no siga. ¡No se loco… no haga algo de lo que luego se vaya arrepentir! Le contestó la mujer.
Mientras el hombre le contestaba: seguro que no me voy arrepentir. Eso te lo aseguro. Al propio tiempo, decidió clavar aquella hembra. Dirigió su falo a la entrada del coño, y de una perfecta estocada, le envaino más de la mitad de su verga.
Oh… nooo. Oh ¡que grande…me vas hacer daño… sacala ¡…- le contestó la mujer, sorprendida ante el avance e invasión de la mandarria del vecino. Oh cabrón…. lo has hecho ooo- exclamó Dora al sentir como la verga del vecino se introducía por primera vez dentro de su cavidad vaginal.
Pese haber tenido una hija, parecía que, debido a la escasa actividad sexual de su esposo, su vagina daba la impresión de hubiera vuelto a cerrar. Ella misma notaba la estrechez de sus paredes vaginales, que se abrían de forzadamente ante el paso del grueso pene del vecino. Aunque apenas tuvo tiempo de rechistar, ya que, de una segunda estocada, el hombre le ensartó la totalidad de su verga. Sintió claramente los testículos colisionar con sus nalgas. Signo evidente que la había atravesado totalmente. Oh que daño… oh me la has metido toda…ooo
Pedro se sorprendió al comprobar que aquella mujer parecía bastante estrecha. Pero esa circunstancia no lo contuvo. Sentir como su verga iba abriendo las paredes vaginales de la mujer, lo excitó de tal manera, que arremetió con todas sus fuerzas, en una segunda estocada, clavando su verga íntegramente en aquel ardiente coño.
-Uhm… Dora. ¡Que buen coño tienes!… Uf que delicia… Estas tan estrecha como una jovencita, pero ya la tienes toda dentro. ¿la sientes verdad? ¿sientes mi polla? le dijo el hombre, para excitarla aún más.
La mujer, pese a sentirse ultrajada y sometida por aquel vecino, comprobó que tenía dentro de su vagina una verga como dios manda. Era un pene de unas dimensiones bastante grandes y bien grueso. Nada que ver con el de su esposo, que para colmo la mayoría de las veces le entraba medio flácido. Notaba la extrema dureza del sable del vecino, como había abierto las paredes de su vagina, y se encontraba totalmente alojado en su coño. Se notaba llena, como si aquel sable la fuera a reventar.
La sensación de sentir la tremenda dureza de aquella verga en su coño, hizo olvidarse a la mujer de todos sus prejuicios y temores. A los pocos minutos, comenzó a colaborar. Necesitaba saborear ese momento. Por ello, miró al hombre a la cara, viendo que aquel interpretó que es lo que deseaba. Deseaba que comenzara a bombearla. Necesitaba que la hiciera correrse como una verdadera fulana. Estaba entregada.
Pedro, comenzó entonces a perforar aquel coño, realizando los movimientos de mete y saca. Primero de forma tímida, para ir aumentando, sintiendo como las paredes vaginales iban cediendo en su presión, y facilitaban la entrada de su verga. Eso lo animó a acelerar sus bombeos, metiendo y sacando con gran poderío su tranca, sacándola hasta la misma entrada vaginal para luego volver a meterla hasta la misma base. El hombre estaba extrañado. Se estaba dando cuenta que follar aquella mujer le parecía incluso más placentero que follar a su propia hija. Por ello, tomó las caderas de la mujer y comenzó a clavarla una y otra vez, viendo como su polla se abría paso hasta lo más profundo de la vagina.
-Oh Pedro… me abres mucho…. Oh si cabronazo… sigue asi…. Vas hacer que me corra… oh si .. sigue…exclamó una y otra vez la mujer, excitada y notando que pronto alcanzaría el orgasmo. Llevaba mucho tiempo sin alcanzar el orgasmo con el pene de su marido dentro, por lo que, en ese momento, necesitaba alcanzarlo a toda costa.
-Si preciosa… Uf Dora…. ¡que buena estas! … así… ¿te gusta mi polla verdad? ¿Tenías ganas de polla verdad?
-Oh cabronazo … calla … y ..”continua metiéndomela”. Y cuando estaba a punto de alcanzar su orgasmo lo miró fijamente a los ojos y le dijo: si cabron… “estaba necesitada de polla”. ¿Qué esperas para reventarme? Clávame tu puta polla hasta el fondo…. Oggg asíii…
Pedro ante las peticiones de la vecina, arremetió con tal fuerza que todo el cuerpo de la mujer se comenzó a palpitar y estremecerse, ante cada penetración. Observó claramente como la vecina alcanzaba el orgasmo. Eso lo animó a perforarla una y otra vez, como si fuera una autentica apisonadora.
Dora, sintió que se fraguaba el primer orgasmo de la tarde. Se iba a correr. Lo necesita. Aquel semental del vecino, la estaba volviendo loca. Pedía una y otra vez que se le metiera más adentro. Que la terminara de reventar. Jamás había sentido una sensación tan gratificante. Aquel pene la llenaba totalmente. La hacía suspirar y gemir entrecortadamente, hasta que no pudo más. Comenzó a convulsionarse de una forma casi escandalosa, agitando su cuerpo sobre la hierba, mientras se retorcía, hasta alcanzar el clímax deseado: Oh si ooo…. me vengo oooo
Pedro observó atónito, como aquella mujer comenzó a convulsionarse, moviendo hacia arriba las caderas, haciendo palpitar su verga dentro de la vagina, retorciéndose de autentico gusto. Los movimientos de la mujer fuero tan agitados, que parecía que le pretendiera partir su pene dentro. Hasta que, por fin, tras algunos minutos de autentico vaivén con su cuerpo, la mujer se quedó relajada, aflojando sus miembros, manteniendo toda la verga dentro de su coño.
El vecino dejó que aquella se recuperara. Mantenian sus cuerpos uno encima del otro, y las caras bastante cercanas. En ese momento Dora miró al vecino. Se le notaba cara de auténtica felicidad. Había tenido el mejor orgasmo de toda su vida. Aquel vecino la había llevado a la gloria. Por ello, en un acto reflejo, acercó su boca a la del vecino, y ambos se fundieron en un ardiente beso. Pedro se dio cuenta que aquella mujer estaba entregada. Se besaron sin parar.
Esos besuqueos, aumentaron la excitación de ambos. Dora al ver que la verga del vecino seguía invicta, y dura como una auténtica roca, lo hizo girarse sobre la hierba, para posicionarse ella sobre el hombre. Pese a que se había desencajado el pene, no tardó mucho en sentarse sobre la mandarria del vecino, clavándosela hasta la misma base: ¡oh cabron … que buena polla tienes!
Sin poder contenerse, la vecina, presa de auténtica lujuria, comenzó a cabalgar la polla del vecino. Se hallaban en pequeño descampado, rodeados de una tupida maleza. La mujer, excitada, comenzó a saltar sobre la verga del vecino, profiriendo auténticos gemidos, hasta gritos de autentico placer.
Pedro la dejó, viendo como al poco tiempo la mujer volvió alcanzar el segundo orgasmo, retorciéndose nuevamente de forma casi alocada, saltando encima del mismo, clavándose y desclavándose la verga. Al terminar quedó completamente agotada recostándose sobre el cuerpo de Pedro, aún con toda la verga dentro de ella. El sol de la tarde resplandecía sobre el cuerpo de la mujer, que se mostraba completamente desnuda sobre el cuerpo del vecino.
Paso un tiempo, el suficiente para que la mujer se recuperara. Miró a la cara al vecino y le dijo: Oh Pedro me has hecho correr dos veces, y aún sigues así. Noto tu pene duro dentro de mi coño. Le miró fijamente y le pregunto: ¿seguro que estás pensando en correrte dentro? Pero no puedo permitirlo. Yo aún soy una mujer fértil, y podrías embarazarme. No tomo nada.
Pedro le contesto: “Pues tengo ganas de regarse por dentro”. Se que también anhelas sentir mi leche calentita. Llevo días sin correrme, y “debo tener bastante espeso mi semen”.
-¿estás loco?. ¿Sabes lo peligroso que es? ¿Y si me dejas embarazada? Le recriminó la vecina, agitada ante la pretensión del vecino.
El hombre no le contesto. Dora se quedó bastante preocupada. Era verdad que ansiaba sentir la leche del vecino en su coño. Sentir que la regara por dentro. Pero era una temeridad. No sabía si podía estar en sus días fértiles. De hecho, dada la escasa actividad sexual de su esposo, hasta había perdido la cuenta. Sabía que debía estar cerca. Un estremecimiento la abordó.
Sin pensarlo, decidió conocer por ella misma el volumen de semen que tenía depositado el vecino en sus pelotas. Por ello, retirándose de encima del mismo, observó el pene que continuaba recto como una viga. Vio los tremendos testículos del mismo, los cuales alcanzó con sus manos. Los palpó descaradamente, apretándolos entre pequeñas manos, constatando que parecían dos bolas de tenis. Un nuevo estremecimiento recorrió su cuerpo. Aquel semental debía tener una buena carga de semen en sus pelotas. No le cabía la menor duda. Sin retirar su mano de los testículos del hombre, le miró a la cara y le dijo: Joder. ¿Los debes tener llenos? ¿Y pretendes correrte dentro de mí?
El vecino le dijo: ¿Tampoco sabes si estas ovulando? Anda Dora. ¡Déjame que te riegue ese coñito! ¡Que sientas mi leche calentita dentro! ¡Te aseguro que jamás nadie te habrá regado como yo!
La mujer volvió a mirar los huevos del hombre, que no dejaba de masajear, respondiéndole: ¡de eso estoy completamente segura! Se quedó indecisa. Y tras unos momentos, le volvió a decir: Oh Pedro. Mira, mi marido, apenas me hace el amor. Por eso me he tenido que masturbar. ¿No es que no quiera sentir tu leche? Pero, es que temo poder quedar embarazada de nuevo.
El hombre le volvió a decir: ¿no pretenderás dejarme así? Ya has visto como me tienes. Necesito descargar.
-¿quieres que te toque una paja? Le dijo aquella tímidamente.
El hombre le contesto: ¡a mi eso no me va!. ¡Quiero vaciarme dentro de su ardiente coño!
La mujer se dio cuenta que el hombre estaba decidido hacerlo. Se quedo preocupada preguntándole: ¿no pretenderás hacerlo a la fuerza?
Pedro, agitado, le contesto: Dora, desde que te vi bajo el ciruelo, he tenido la firme decisión de follarte y llenarte con mi leche. No quiero hacerte daño. “Pero, tengo la firme intención de llenarte. Y te juro que voy a conseguirlo”.
-Pero Pedro. Que cabronazo eres. Veo que “eres capaz de violarme de nuevo”.
CONTINUARA