CITA CON SORPRESA - VIDA LEGAL E ILEGAL. (1).
Volvía para mi casa tratando de manejar tranquilo, controlar podía controlarme, era “mi trabajo”, respetaba semáforos y velocidades, las cámaras de tránsito no podían captarme, pero tenía una bronca conmigo mismo que me carcomía las entrañas. Me había descuidado, no había respetado mis propios tiempos y mis “códigos” auto impuestos y aprendidos, todo por culpa del ego, del machismo que solía “escaparse” y de las ganas de “hacer un culo”, hermoso, parado, duro, ejercitado, llamativo y sensual, aunque, apenas uno más.
Tampoco pensé en la posibilidad agobiante que podría surgir en el “después”. En realidad, tendría que haber dejado que esa “mamá” desatendida se quedara con las ganas y no caer en la estupidez de aceptar sus remilgos y sus idioteces cuando enarbolaba su condición de “gata Flora”, aquella de la que habla el dicho: “Cuando se la ponen grita, cuando se la sacan llora”.
“Qué sí”, “que no”, “que no me decido”, “que quizás”, “que puede ser”, “que podríamos, pero…”, todas idioteces, histeriquismos que se desmoronaban con sus modos y gestos tratando de ponerle “el cascabel al gato”, utilizando para ello voz sensual y/o el movimiento de sus manos, el arreglo del cabello o dejando notar los pezones excitados y duros cuando hablaba conmigo. Las tetas más que medianas y erguidas, otros de sus “llamadores” apuntaban por medio de esos pezones que, desnudos de cualquier sostén, parecían decir “aquí estamos” como con ganas de asomar por debajo de su remera ajustada y con escote en “V” que se veía detrás de su campera de cuero desabrochada.
En ocasiones, que sin dudas fueron varias, exhibía una pollera, que por poco no llegaba a ser minifalda, tampoco podía disimular las nalgas paradas y sustentadas por muslos y pantorrillas modeladas y sostenidas por zapatos o botas de tacones finos y altos que solía portar esa morocha infernal de ojos verdes, enormes, entregados y decidores. La, a la postre, pobre infeliz, era la mamá de unos de los alumnos del primer grado de la primaria, fue ella la que, tres semanas antes, a la hora de la entrada, había bajado del BMW y, con andar insinuante, se acercó a presentarse y a preguntar por el desempeño de su hijo.
La consulta podría haber pasado por normal, pero a mí me sobraba experiencia para darme cuenta que venía por “algo más”. Se “cortaba sola”, no se hablaba con ninguna de las otras madres y los movimientos de su cuerpo, junto al jeans elastizado y botas que cubrían sus rodillas, dejaban adivinar un conjunto de muslos, caderas y nalgas más que apetecibles. Juro que traté de comportarme como todo un Director de Escuela privada profesional y dedicado, respondí a su saludo, le hablé del comportamiento de su hijo y nos reunimos con la maestra del grado para dilucidar cualquier tipo de dudas, de todos modos, tanto la maestra como yo, nos dimos cuenta que el hijo no importaba tanto, ella buscaba otro tipo de “acercamiento” y cometí el error de deslizar un par de piropos y algunos dichos con doble intención a los cuales contestó del mismo modo.
Apareció luego un par de veces más y aunque me había auto impuesto una “sequía” en esa localía y pretendía “comportarme”, como quien dice para “no comer donde se defeca”, esto es, no intentar nada sexual con maestras y/o madres de los chicos, entré como un idiota en sus variantes en que se mezclaban rubores con miradas de mujer fatal y esbocé un par de invitaciones, lo que le dio pie a negativas que dejaban implícito un “si quiero, pero…”. Actué como un soberano pelotudo y lo peor de todo, sin ninguna necesidad de hacerlo.
Es como lo cuento, debí dejarla pasar, mujeres de esa talla (alrededor de treinta años, incluso un poco más “veteranas” y con físicos similares, no me faltaban), sin embargo, ni siquiera la investigué, me confié en su rol de “figurita decorativa”, total, yo lo tomaba por un “toco y me voy” y accedí a visitarla ese viernes en la casa luego de una invitación que dejó deslizar haciéndome saber que, esa tarde, el hijo pasaría el fin de semana con la abuela y la servidumbre tenía franco. Dos más dos, igual a cuatro, sabíamos ambos a lo que iría y di por descontado que el marido, un conocido empresario industrial que le llevaba unos veinte años de edad, no aparecería hasta tarde. Según también me había dicho, asistiría a un Congreso en un hotel importante de la ciudad, no volvería esa noche por la casa, además, eso sí lo investigué y casi por inercia, había averiguado por medio de la Informática que el Congreso existía y que él estaba en la lista de concurrentes…
La casa, enorme y apartada unos doscientos metros desde la ruta, estaba ubicada en las afueras de la ciudad y había dejado el portón de entrada abierto para que no tuviera que bajar a abrirlo. Recorrí esa única calle asfaltada, notando al llegar que las luces exteriores de la casa estaban apagadas y eso me agradó porque, sin luces y con el bosquecillo que tapaba el frente de la casa, el coche no se vería desde la entrada. Una tontería para cualquiera que lo pensara, pero, para mí, no era ninguna tontería, estaba acostumbrado a prever este tipo de circunstancias. La computadora del auto y mi celular de última generación, por medio de programas hechos “especialmente” para mí, me convertían en “invisible” ante cualquier cámara, pero la oscuridad “natural” no venía nada mal. Eran las siete de la tarde, la incipiente noche invernal se presentaba oscura y me sonreí pensando que la cena tendría lugar después del “postre”.
Ella me recibió junto al marco de la puerta, las luces interiores ayudaban a resaltar su figura enfundada en un vestido blanco que dejaba traslucir todo su contorno y me gustó entender que pronto ese cuerpo sería mío por dónde a mí se me antojara. Había llevado el Audi RS3, era un automóvil que dejaba por el suelo al BMW con que ella se movía y antes de saludarme hizo un comentario referido a que no esperaba que yo tuviera semejante auto, “las apariencias engañan” le contesté mientras le estiraba los brazos para el saludo.
No le di tiempo a que opinara nada más o a que intentara escaparse del abrazo cuando me dijo de servirme una copa tratando de “manejar” sus propios tiempos haciéndose desear de entrada. Bastó con que la apretara contra mi pecho para que se diera cuenta de que las cartas estaban repartidas, aflojó el cuerpo y se brindó al beso, aceptando con agrado las caricias y los apretones a sus nalgas liberadas de ropa interior.
Se movió gimiendo cuando le apoyé el bulto en su pelvis, la altura de sus tacos me lo permitía y no tardó en colocar su mano para catar el tamaño, la palma recorría el miembro endurecido y amagó a deslizarse para proceder a soltarme el cinturón. No la dejé, le pedí de ir directamente a la habitación y sin contestarme, giró y caminó delante de mí dejando que notara el sutil encanto del ondular de sus nalgas al subir las escaleras. Se le daba bien, sabía y tenía con que hacerse desear.
No fuimos al dormitorio principal, ingresó en una habitación aledaña y ya en su interior, se soltó el vestido que cayó en la alfombra, parada delante de la cama me mostro su cuerpo desnudo esperando algún tipo de halago por lo que estaba ofreciendo. Me acerqué sonriendo y el leve empujón hizo que cayera de espaldas en la “King”, las piernas le quedaron ligeramente abiertas, no atinó a cerrarlas y mi boca no tardó en apropiarse de su entrepierna totalmente depilada.
El gemido alto y de placer se escuchó en toda la habitación y el amago para incorporar su torso quedó sólo en eso, una de mis manos apoyada en su pecho por debajo de sus tetas se lo impidió, no le quedó más que abrir los brazos y estirarse dejándome a mí la degustación de ese exquisito plato. Sus movimientos se incrementaban desacompasados y la tuve que mantener con firmeza de sus caderas para evitar sorpresas con los apretones de sus muslos. Mi lengua se dedicó con placer a recorrer toda su intimidad y noté que el orgasmo se estaba gestando con ganas, la boca aspirando el clítoris conjuntamente con uno de mis pulgares incursionando en el asterisco, de por sí, bastante “querendón”, dio lugar a una explosión que no quiso contener y la descarga, con grito de placer incluido, halagó mi ego.
Todavía se movía con las contracciones de su orgasmo cuando la giré para que quedara con el culito frente a mis ojos, pensaba en continuar por ahí, era para lo que había acudido a la casa de la “mamá” y no estaba por la labor de esperar, después se vería, pero primero me “comería” ese culito inquieto que se movía y que parecía acostumbrado a pedir y recibir verga. Me había sacado los zapatos y apenas alcancé a bajar el cierre del pantalón cuando el grito desaforado proveniente de una garganta masculina activó todas mis alarmas.
El hombre se me abalanzaba blandiendo un cuchillo de cocina de proporciones y al grito de “hijos de puta malparidos” venía dispuesto a ensartarme como si fuera un chorizo. Fue sorpresivo y mi respuesta instintiva, ni siquiera me fijé en que era más alto y corpulento que yo, la “Otoshi Mawashi Geri” (patada voladora descendente) se impuso como activada por un duro resorte, giré el cuerpo en el aire al saltar y estrellé mi talón derecho en un costado de su cabeza, en ese momento, era él o yo, el ruido fue como para que se te pararan los pelos de la nuca y el tipo se desplomó como una bolsa de papas.
La mujer atinó a gritar como loca y el histerismo fue evidente, “mi marido, mi marido” decía chillando, tomándose los cabellos y mirando al tipo caído. No le di tiempo a decir nada más. Fue como parpadear y, para su desgracia, yo había cambiado el “chip”. Sabía que el tipo estaba muerto, lo supe en el momento en que el talón se estrelló contra la parte alta del costado de la cabeza y mis dedos, de forma casi instantánea, apretaron la carótida de la mujer para hacerle perder el conocimiento.
También fue instintiva la puteada que lancé al aire en voz alta, ¡Carajo, me cago en la puta madre!, ¡todo por un culo de mierda!, para colmo, ni siquiera lo pude “hacer” ni disfrutar, ya no podría pues había sacado a flote mi capacidad oculta, la que me permitía llevar la vida cómoda que llevaba. Sin comerla ni beberla tenía que “armar” todo un escenario para zafar de las consecuencias y encima, gratis. Me puse los zapatos, bajé rápido a la planta baja y vi que no había nadie más en las cercanías, luego subí para “armar” todo un “escenario” acorde.
Me costó porque el tipo era grande, pero lo pude poner de frente a la mujer, él como si estuviera parado y ella acostada en la cama boca arriba y con los pies colgando. Luego, aferrando el puño que sostenía el cuchillo, lo incliné sobre el cuerpo de la mujer y, para mí, mover el brazo del tipo empleando una fuerza descoordinada fue coser y cantar. La primera puñalada entró en el centro del pecho y le siguieran varias más en distintas partes, costado de la garganta incluido, hasta que el cuchillo quedó clavado encima de su teta izquierda. Ya no volvería a engañarlo.
Lo más difícil fue cargar el peso muerto del fulano. Lo logré poniéndolo espalda contra espalda y lo llevé hasta el borde de la escalera tratando de no mancharme con sangre, arrastré su pierna para que quedara una marca como si se hubiera resbalado en el borde y, mirando su cabeza inclinada hacia un costado de su hombro, lo dejé caer rodando por la misma, el golpe en la cabeza y la quebradura quedaba cubierto. Sabía que no había tocado nada, pero igual volví a subir para secar la entrepierna de la mujer con mi pañuelo y controlar que no hubiera nada que me pudiera identificar.
Incluso borré todos los datos del teléfono celular de la “mamá” en que aparecía mi nombre, mensajes incluidos, lo hice de tal manera en que nada se pudiera rastrear y después lo limpié concienzudamente con una punta de la sábana. Una vez que quedé conforme miré por última vez a la “esposa infiel”, tuve ganas de putearla porque me había arruinado la noche, pero me privé de eso, tenía presente y debía reconocer que me había dejado llevar por una idiotez que debí prever, había actuado como no debía y, en mi profesión “oculta”, esos errores me podrían costar la vida o la libertad.
Conforme y seguro de lo que hacía, salí de la casa, subí al auto y emprendí la marcha despacio para que no quedaran marcas del rodado, hice los doscientos metros hasta la ruta con las luces de posición encendidas y, ya sobre la ruta, aceleré un poco más y prendí todas las luces reglamentarias. Esa ruta provincial tenía poco tránsito, igual conduje a una velocidad moderada. El grito de descarga y el auto insulto sonó fuerte en el interior del automóvil, nunca me había pasado algo similar, todo lo anterior había sido por “trabajo”, pero esto había surgido por “necesidad”, no me importaba tanto porque nada era personal y la conciencia no me planteaba cuentas por saldar, todo pasaba por mi estupidez. Para peor el dolor de huevos cargados me hacía sentir incómodo y tenía un hambre atroz.
Mientras conducía iba pensando en el cómo, el cuándo y el porqué de esta “profesión”. Mi nombre es José María, fui hijo único, criado en una familia de clase media baja, en un barrio que poco a poco se iba deteriorando y donde comenzaron a aflorar los malos hábitos y la inseguridad por la delincuencia alimentada en la ignorancia, la decadencia social y por una Economía degradante, sin contar que la “coca” y el “paco” aparecían para pasar a ser casi de libre circulación.
Era alto, bien parecido y amigo de bromas y de compartir con chicas y chicos. Mi cabello era oscuro, castaño oscuro y en mi rostro se destacaban un par de “faroles verdes” que, según decía “ellas”, además de lindos, eran pícaros, todo lo demás era acorde al casi metro noventa que exponía, sí, sí, allí abajo también y un poco más grueso de lo normal… No siempre tuve este físico, después de que me dieran una paliza entre tres en una fiesta de chicos que nosotros llamábamos “asaltos”, en la que cada cual llevaba su bebida y comida y donde bailábamos, escuchábamos música y charlábamos intentando hacernos de “noviecitas” o “noviecitos” en caso de las chicas, tuve que aprender a cambiar.
Según parece, uno de los chicos más grandes, cercano a los diecisiete aspiraba a la misma chica que yo y como ella me daba más “bola” a mí, sucedió el altercado pues el auto-nombrado “macho Alfa” de marras, se apareció en el “asalto” con dos amigos más y antes de que yo entrara al lugar me dieron entre los tres para que tuviera y guardara, para peor, se quedó con la “noviecita” a la que yo aspiraba. Mi madre asustada por mi ceja y mi boca partida abogaba para que no saliera más y mi padre aconsejaba respecto a que tenía que aprender a defenderme. Por eso, luego de recuperarme de los golpes y de la fisura en un par de costillas, me empeñé en vengarme de esos tres, a los quince años, comencé con las clases de Karate en un gimnasio de la zona.
El Sensei se asombraba porque yo, además de asimilar sus enseñanzas, me prendía en combates desiguales con chicos de mayor edad y, aun recibiendo de todos lados, también hacía sentir mis golpes. Para mejor complementaba todo con un circuito de entrenamiento con pesas que fortaleció mis músculos y ayudó al desarrollo de todo mi físico. Al final, el Sensei me sacó las ganas de vengarme de los que me habían dado la paliza y los ignoré, lo mismo hice con la chica. Sabía de mi potencial físico y mental porque aprendí también a pensar, esto ayudado por la guía de mi maestro con el cual tenía largas conversaciones, en lo sexual también mejoré y esto fue gracias a una tía, en realidad no era tía de sangre, pero en casa la llamábamos así porque era muy allegada a mi madre desde chica. Parecía una “solterona”, pero luego me enteré que, era a voluntad porque ella vivía su vida sin compromisos, algo inusual para la época.
Mi madre me mandó para ayudarla a correr unos muebles y para pintar su casa, de resultas de eso, cuando me vio las “tablas” porque me había sacado la camisa para no transpirarla, se volvió medio “loquita”. Yo tenía casi dieciséis y me sentí intimidado cuando la vi que me miraba con los ojos entrecerrados y cambiaba la voz al pasar las manos por mi abdomen firme y duro. Llevó la conversación al tema de lo sexual, supo de mi condición de virgen y contenta por la posibilidad de ayudar en “mi debut”, llevó las manos al bulto indisimulable de mi erección, no podría decir que la “veterana” me violó, pero, casi, casi…
Lo mejor vino después de esa vez primera vez, porque una o dos veces por semana me “secaba” y me enseñaba, hasta que llegó un momento en que el alumno superó al maestro y era ella quien me pedía por la madre o por la Virgen para que la dejara descansar, la pobre tía quedaba rendida, echando humo por sus oquedades y satisfecha por las cataratas de orgasmos que le sabía provocar… Por lógica, esto, de algún modo, lo “pagaban” las chicas del colegio, había salido con un par de ellas del último año y acababan siendo insulsas y limitadas, con las del barrio, ni hablar, su nivel era paupérrimo, demasiado chabacano y yo aspiré siempre a mejorar.
Mi vida era bastante cómoda, estudiaba, iba al gimnasio, me “mataba” en tardes de sexo con mi “tía”, aprendía sobre la Informática y llegué a ser considerado un “nerd” por muchos de mis compañeros de colegio, eso sí, un “nerd” al que nadie se animaba a joder o a gastarle bromas, el “bullyng”, como se lo denomina ahora, existió siempre, pero antes eran bromas pesadas o “cargadas” un tanto humillantes que, conmigo, no alcanzaban a surgir.
Faltando pocos meses para cumplir los dieciocho, la vida me pegó el primer gran “sopapo”, mi “viejo” que conducía un vehículo de transporte de pasajeros (un “colectivo”, según nuestra idiosincrasia), fue asaltado en uno de los recorridos, no sólo se llevaron el dinero, luego de eso lo mataron como a un perro mientras estaba sentado en el lugar del conductor. Se exigía trabajando horas extras para que en casa no faltara nada, no era un padre “compinche”, pero era un buen tipo, de pocas palabras, muy de su casa y amistoso con los vecinos.
En casa se descompaginó todo y como no tenía edad para conducir un vehículo no seguí sus pasos en esa empresa, en cambio de eso, me puse en casa un tallercito para arreglar computadoras, monitores y televisores, eso se me daba bastante bien y mi madre, con el dinero del seguro, a pesar de que su salud no la ayudaba mucho, se puso un quiosco de venta de productos variados en la habitación de mi casa que daba a la calle.
Yo estaba “envenenado” tratando de ubicar a los tipos que habían asesinado a mi “viejo”, en eso no le daba “pelota” al Sensei que me insistía para que me olvidara de todo, que la venganza no conducía a nada, que no valía la pena, la intención era buena, pero para mí nada de eso tenía sentido, sólo eran palabras que no llegaban a atemperar mi dolor, peor era cuando la veía sufrir a la “vieja” y mis ganas de venganza se redoblaban. Más de una vez, luego de cerrar el tallercito, me iba con la motito o me tomaba el colectivo para ir al barrio dónde había ocurrido el robo y asesinato. Era frustrante porque no tenía idea de a quién buscar, tampoco me importaba, pretendía encontrarlos y haría justicia por mi mano, habida cuenta que la policía, poco y nada se preocupaba por esto, ellos también entraron dentro del “paquete” de mi bronca, aunque entendía que no había pistas ni testigos.
Una noche cuando salía del gimnasio se me acercó un conocido del barrio. Lo conocía de vista, aunque no tenía relación con él, entre otras cosas porque sabía que era el jefe de la banda que distribuía droga en la zona y en zonas aledañas. Tenía buena “percha”, dinero, buen coche, pero todos sabíamos de dónde provenían sus ingresos… “José María, tengo que hablar con vos”, -me dijo poniéndose de frente a mí y no era para hacerle un desprecio-.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.