UN VIAJE DE PLACER - UN VIAJE AL NO SÉ DÓNDE. (11).
No tuve mucho que explicarle, sólo le dije que en media hora la pasaba a buscar para ir a cenar y estuvo dispuesta al 100%, únicamente me preguntó cómo se vestía, lógicamente, para estar acorde con el lugar, le contesté que de acuerdo a como ella estuviera vestida elegiría el lugar y no me defraudó. Al avisarle que la esperaba bajó rápido de su departamento, el cabello suelto, el labial de brillo sutil y el delineado de las pestañas dejaban ver un hermoso rostro feliz salpicado de tenues pecas. El vestido era negro, entallado, con escote sesgado que tapaba completamente una teta y dejaba ver el maravilloso monte de la otra, diez centímetros por encima de las rodillas y las sandalias de taco alto delineaban unas piernas espectaculares, demás está decir que la ropa interior parecía no existir y entendí que jamás me sentiría defraudado al llevarla del brazo. El sobre, fino, delicado, a juego con las sandalias y una chalina que llevaba en la misma mano, hicieron que le dedicara una mirada de aprobación y el halago no tardó en salir de mis labios.
Lo recibió con agrado, me saludó, se acomodó y no me preguntó dónde iríamos, como corresponde, dejó que yo decidiera. En el restaurant de categoría exclusiva ya me conocían y no hizo falta pedir mesa, el maître nos precedió cruzando todo el salón y mi ego se puso a tono viendo las miradas de admiración o de envidia de los demás comensales. Cenamos bien, bebimos un vino excelente y lo pasamos de lo mejor, toda la charla versó sobre bueyes perdidos y algo de vida personal, jamás se tocó el tema laboral. Tenía claro que podría haberle dicho de pasar la noche en su casa o irnos a la mía, ella no diría que no y sus gestos, mohines y miradas de picardía que se sumaban al conjunto de su físico espléndido, elevaban mi libido, pero, de entrada, jamás había sido esa mi intención. Luego de uno de los mejores momentos que había pasado junto a una compañía femenina le dije de llevarla a la casa, me pareció notar un cierto y sutil gesto de desilusión, pero no opinó al respecto y la magia no se rompió. La despedí en la puerta del edificio con un piquito en los labios diciendo que nos veríamos en la mañana.
Esa noche dormí como tocado por ángeles, no recordaba una noche igual alejado del sexo que, por momentos, me obsesionaba y entendí que Raquel era “especial” para seguir teniéndola a mi lado y no tan sólo como Secretaria. Tampoco la pavada, el sexo por el sexo en sí no dejaría de existir con otras, pero con ella sería de otro calibre, comparable quizás al de mi abuela o mi madre.
En la mañana pasé primero por la oficina, Raquel me saludó y noté un brillo completamente distinto en su mirada, estaba claro que, por si algo faltaba para que su entrega fuera total, la cena y el trato de la noche anterior cerraban el círculo, el haberle dado el lugar y tratarla como a una verdadera mujer la convertían en una incondicional y, ciertamente, era lo que yo buscaba. Amalia, mi abuela estaba también rozagante y fantástica cuando la pasé a buscar, el traje sastre gris, de diseñador, la camisa blanca dejando ver el inicio del canal de sus tetas, su cintura, sus caderas acordes, sus nalgas firmes y paradas y su altura equiparada con sandalias de tacos altísimos, la hacían ver como una MILF al cubo, sin que se notara su edad o pasara ésta a un tercer plano. Me saludó con un piquito y me habló:
Me reí solo pensando en que, cuando chico y durante mucho tiempo, conocí a una abuela que era una matrona de un clan familiar, que metía miedo de sólo pensar en cambiar alguna palabra con ella y ahora se me mostraba, con su mismo rol de abuela, pero harto mejorado, como si fuera una mujer liberada de ataduras autoimpuestas, una hembra total y una amante sensacional, ciertamente, el cambio me había beneficiado mucho y, aun con el tiempo transcurrido, creo que también a ella. En el Banco pedimos hablar con el Gerente y nuestra presencia revolucionó toda su Secretaría y a él mismo, el tipo se desvivía por atendernos y mi abuela se dejó ver con todo su aplomo de mujer empresaria de firmeza reconocida. Mientras tomábamos un café cortado que nos ofreció con marcada deferencia se puso a buscar en la computadora una Caja de Seguridad con mi nombre y apellido.
Abrimos la Caja de Seguridad introduciendo ambas llaves y el Gerente se retiró para que pudiéramos ver, gozando de absoluta privacidad, lo que estaba guardado. Amalia se tapaba la boca abierta por la sorpresa y abría los ojos grandes cuando veía, entre otras cosas, el recibo del Banco de La Nación de cuando mi abuelo fue a cobrar el premio mayor del PRODE, también el recibo por la seña de la mansión, las planillas de Excel donde detallaba las operaciones que debería llevar a cabo con las distintas empresas, todo el detalle del movimiento de la Bolsa de Comercio y hasta de los premios de la Lotería que yo había anotado para obtener dinero rápido. También estaban las fotos que le mostré al abuelo para convencerlo respecto de quien era yo, un estuche que se veían dos palabras escritas con tinta, “para Ignacio” decía y, al abrirlo, vimos que contenía un hermoso reloj pulsera Girad Perregaux de oro, “ese reloj se lo compró Enrique unos cuatro o cinco años después de que vos te fueras, pensé que se lo habían robado”, -dijo mi abuela sin poder evitar que las lágrimas cayeran por su rostro-.
Además, aunque eso mi abuela lo tenía en su poder, estaba el número de cuenta con fecha de cuando abrió la cuenta en el Banco extranjero para depositar los dividendos mensuales que me guardaba mes a mes, cuenta que, para ese momento, tenía un saldo cercano a los ciento sesenta millones de dólares por depósitos e intereses acumulados de treinta años, algo que sólo podría usar después de cumplidos los treinta y cinco. Mi abuela guardaba todas las planillas en unos sobres que había en ese cuartito del Banco y se encontró un sobre para cartas tamaño oficio caratulado, “Para mi nieto Ignacio”, me lo extendió temblando, “esto también es para vos”. Abrí el sobre y me puse a leer en voz alta…
No quedaba nada más por hacer allí, anulé la tenencia de esa Caja de Seguridad y la llevé a Amalia a la casa grande, en el viaje iba pensativa, seguramente rememoraba muchas cosas acaecidas durante todo su matrimonio y no quise interrumpir sus cavilaciones, sólo le toqué el muslo como para hacerle saber que yo estaba y me lo agradeció con una tenue sonrisa. Al llegar a la casa mi madre me pidió que me quedara a almorzar, pero quería despegar de todo el entorno de penas o broncas.
Me daba cuenta que yo también estaba de un humor “especial” y, lo que menos tenía eran ganas de mimos, lágrimas o insultos contra mi padre, quedarme solo en mi departamento no era tampoco solución y regresé a almorzar en la empresa. Le dije a Raquel que quería estar un rato solo antes de almorzar y pasé todas las “viejas” planillas por la trituradora de papeles. No dejaba de sonar raro escucharla decir a la abuela sobre las “viejas planillas” que había guardado el abuelo, estaban usadas, ajadas, algunas incluso arrugadas, pero yo las había confeccionado apenas un mes y medio o dos antes.
Me noté con una sonrisa extraña, no exenta de satisfacción y tomé mi ordenador, de él borré todo lo que me había servido para imprimir precisamente esas planillas y no quedaron rastros del origen de la fortuna familiar. Ya estaba, era enorme, casi incalculable y nadie osaría meter las narices en sus orígenes, el cual, sólo conocíamos, mi abuela y yo. Almorcé algo con la “colo” y le pedí que no me pasara ninguna llamada ni recibiera a nadie, quería quedarme solo en la oficina y, muy acertadamente, no pidió “ayudarme” en nada. El sobre con la carta de mi abuelo estaba frente a mi sobre el escritorio, parecía decirme a gritos que la leyera y, de verdad, aunque no debería de ser, sentía miedo por lo que podría encontrar allí, finalmente me convencí de que estaba actuando como un tarado y me puse a leer…
Querido Ignacio:
“Si estás leyendo esto habrás llegado a la Caja de Seguridad y yo no estaré con ninguno de ustedes…”
“Antes que nada, quiero que sepas que tuve vida una vida sensacional, seguí todos los pasos que me marcaste y los resultados me hicieron sentir más que satisfecho, no sólo a mí, sino a toda la familia, sumado a eso, entiendo que lo que dejé establecido para tu vida futura te harán estar muy holgado en lo que te reste, aunque sea menos que lo que merecías”.
“Lo de tu abuela Amalia, es un renglón aparte y no quiero que te sientas mal por lo que te contaré. No me casé con ella estando enamorado, sólo lo hice asumiendo mi responsabilidad, en ningún momento pensé en dejarla tirada con un embarazo a cuestas, querer la quise mucho y terminó siendo un matrimonio muy bueno, en el cual me dio tres hijas maravillosas, nunca tuve nada que reprocharle, salvo…, aunque tampoco era para reprochar”
“Bueno, ella sí estuvo muy enamorada de alguien, precisamente de quien no debería, evidentemente o seguramente no pudo lidiar con el llamado de la sangre y tampoco sé que puede haber pasado ese fin de semana en que me ausente, tampoco pregunté nunca ni quise indagar nada, pero en ella dejó huellas muy profundas, tanto así que, alguna noche en que afloró la pasión me llamó Ignacio en pleno orgasmo, o te nombró en voz alta en sus sueños, eso y decir cuatro después de un dos más dos fue igual, aunque jamás me molestó, ella supo mantenerse fiel a nuestra unión y “ese” Ignacio no podría venir a buscarla nunca.”
“Admito que siendo conocedor de cómo era la Historia, me porté sobreprotector de “mi nieto”, al que, como te lo prometí, logré que la llamaran como al “visitante”, jajaja, lo mismo que los nombres dados a mis hijas. Tuvimos muchas “peloteras” por eso, hasta te celaba sin conocer quien eras realmente, ni el Torino quiso que te dejara y me costó mucho “morderme los labios” para no contar nada, como sea, ya es Historia”.
“Sé que no fue una abuela “modelo” contigo, así y todo, lo único que te pido es que la quieras cómo pudiste haber querido a la Amalia jovencita, entiendo que ya está “viejita” y no es lo mismo, pero creo que nunca dejó de amar a “ese” Ignacio, yo te veo muy parecido al que me “visitó” en esos años, aunque no sé qué podría pasar si algún día se entera de “nuestra” verdad”.”.
“Como ya te habrás dado cuenta no intercedí con mis yernos, pero al permitir que se casaran puse algunos escollos para que no se la llevaran de arriba ni metieran la mano en los bienes que sólo a vos y a los de mi sangre le correspondían, algo similar pasó con mi consuegro y el tío que no conociste, él fue uno de esos “jóvenes idealistas” como hoy los llaman a esos terroristas asesinos y perdió la vida con otro nombre en un enfrentamiento con el Ejército, en los que fueron años muy “pesados” en nuestro país, nadie me juzgará ahora, pero cuando mi consuegro vino a tratar de subirse al carro de mis logros, también “desapareció” y punto, no hay nada más que decir, hay decisiones que se pueden tomar cuando determinado Poder económico te avala y vaya que yo lo tenía. Amalia sólo sabe que estuvo metido en lo mismo que el hermano y no se tocó más ese tema, era tabú en la familia”.
“De vos depende que ella sepa o no de “nuestro conocimiento mutuo” y del “viaje al pasado”, pero te pido que lo lleves con tacto, la impresión será muy fuerte y ya no es la jovencita que era, aunque será necesario para que entienda el porqué de mi deseo de dejarte todo a vos”.
“Otra cosa que te quiero contar, estando acá conmigo me dijiste de un amigo que te había hecho posible la “visita” y conocí a los dos que siempre andaban con vos, con Mario intercedí para que tu padre te diera el lugar dónde se llevaron a cabo los “benditos” experimentos, el idiota no quería por aquello de llevarte siempre la contra y despotricar porque te habías convertido en un “Profesor de Historia”, yo era el único que sabía en lo que derivarían los estudios y experimentaciones de Mario.
“Una última cosa te pido, estoy seguro que dentro de esta “aventura” que viví y los secretos que mantuve, fui feliz y traté de que los que me rodeaban lo fueran también, ahora me toca estar enfermo y no saldré de esta, nuevamente tuviste razón, no llegaré a los noventa, pero puedo pedirte que vivas siempre de acuerdo a lo que desees y que seas muy feliz”.
“Tu amigo-abuelo o abuelo-amigo, no sé cómo será allá arriba o abajo, pero siempre estaré de tu lado tratando de cuidarte”. Un abrazo enorme.
Dejé la carta a un costado y me descubrí llorando como un chico, el abuelo Enrique siempre la tuvo clara en todo, pero jamás dio a entender nada de todo lo que sabía y atesoraba como el mayor y mejor de sus secretos. Me hizo muy bien derramar esas lágrimas contenidas y la suma de todo lo vivido ese día me pasó factura, casi sin darme cuenta me fui quedando dormido, pero feliz y satisfecho con la vida que había tenido y la que tenía.
Me despertó Raquel para decirme que era hora de retirarnos y que José Luis quería avisarme de algo muy importante, imaginé lo que sería y, después de guardar todo lo que tenía a la vista, le dije que lo hiciera pasar, efectivamente, me hacía saber de la renuncia del CEO de la empresa, el “apriete” de la abuela y de mi madre debía de haber sido tremendo porque el telegrama no aclaraba mucho, pero la carta certificada anexa a éste hacía saber que no reclamaría nada por los años de trabajo en la empresa y toda era por su propia voluntad. José Luis no preguntó ni pidió ningún tipo de explicación y aproveché a decirle a Raquel que le avisara a Agnetha que no se retirara de la empresa, era viernes en la tarde y quedaba dejar atados algunos cabos sueltos. La enganchó justo antes de que se retirara y se llegó a la oficina mientras yo le explicaba a José Luis que tenía que ponerlo al tanto a los otros Directores que, a partir de ese momento, yo pasaría a ser la cara visible de las empresas.
No le avisé a nadie sobre lo que pensaba hacer, renegaba de toda dependencia y las mujeres de la familia sabían que, si yo no aparecía, salvo por algo de causa mayor, existía una especie de prohibición para comunicarse conmigo. La “colo” no hablaba, dejaba vislumbrar una excitación rayana con un placer y una satisfacción que le brotaba desde su interior y me encantaba que así fuera, sólo le había dicho que llevara lo indispensable, que lo que hiciera falta lo compraríamos en el lugar y pareció entender que las palabras estaban de más, cualquiera de ellas rompería esa especie de sortilegio mágico.
Pasamos a buscar algunas pocas cosas, cenamos en el aeropuerto y a las diez de la noche estábamos despegando del Aeroparque Metropolitano con rumbo al Aeropuerto Regional Comandante Aristón Pessoa en Brasil. El avión en que viajábamos lo usaba mi abuela y a Amalia no le gustaba viajar sentada, por eso había acondicionado el mismo restando algunos asientos para agregar un hermoso dormitorio que ocupaba el lugar ganado. Luego de saludar a la tripulación con Raquel nos fuimos a dormir, teníamos diez horas de viaje y era un poco tonto permanecer despiertos. Bueno, lo de dormir es un decir, Raquel se había cambiado a los apurones en la casa y vestía para viajar una hermosa minifalda que dejaba sus hermosas piernas al descubierto, su remera ajustada delineaba como si estuvieran desnudas la firmeza de su par de tetas que no necesitaban sostén, ergo: Subí al avión con una incipiente erección que se transformó en un ariete presto cuando estuvimos sobre la cama “voladora”.
Su ropa desapareció en un abrir y cerrar de ojos y quedó parada frente a mí vistiendo una diminuta tanga, ni siquiera hizo falta que se girara, yo sabía que detrás de sus caderas existían unas nalgas espectaculares plagadas de pequeñas pecas que parecían llamar a los dedos y palmas de mi mano. En principio mucho no pude hacer Raquel se mostraba desatada, me empujó suavemente y me acomodó invirtiendo su cuerpo con las rodillas al costado de mi cara, seguían sin hacer falta las palabras, con sus gestos y su mirada de hembra caliente era suficiente.
Se adueñó de mi verga inhiesta y su acto de desaparición dio comienzo, su mamada resultaba espectacular y, como su culito y sus oquedades quedaron frente a mis ojos, no tardé en meter mi boca en su vagina empapada. Se desesperaba por el placer que recibía y porque no podía hacerme acabar, ella lo hizo dos veces contagiándome con más ganas de seguir, hasta que se giró y me pidió: “Haceme la cola Ignacio, comenzá por ahí, quiero sentir y que sientas que te pertenezco en plenitud”, -dijo poniéndose en cuatro-.
Ni borracho le diría que no y vi como el glande, saliva abundante de por medio, se perdía en el hueco que se presentaba en medio de sus nalgas. Su conducto estrecho me ponía a mil y sus quejidos unidos a sus gemidos. “Borrame las pecas mi vida, perforame toda”, -pedía moviendo sus caderas-, claro que lo de las pecas era un decir, pero sirvió para que mi pelvis golpeara repetidas veces en sus nalgas, tanto que creí que, ese sonido tan particular, lo escucharía la azafata, pero eso me importó poco y en medio de su orgasmo le llené las tripas.
“No puedo más”, -dijo dejándose caer en la cama-, yo no dije nada, me pasaba igual y lo demostré derrumbándome junto con ella. Nos dormimos como a las doce de la noche y antes de aterrizar nos despertó el ligero golpe en la puerta, faltaba una hora para llegar y nos esperaba el baño junto al desayuno que, lógicamente, devoramos. Piloto, copiloto y azafata se moverían por sus propios medios y hacia donde quisieran, sólo les pedía estar listos para regresar la mañana del lunes, desde allí nos movimos solos con una Raquel exultante y ciertamente adorable.
Cambié dólares por la moneda local, a los brasileños no les gustaba mucho el dólar y nuestros Pesos eran allí irrisorios, compramos algunas cosas en el Free-shop y en una tienda de ropa que encontramos al salir del Aeropuerto. La camioneta 4x4 que alquilé nos esperaba para irnos hasta las playas y emprendimos el camino. El día estaba maravilloso y a media mañana estábamos entrando en una hermosa cabaña que nos devolvía vegetación algo agreste por un lado y un sereno mar casi turquesa por el otro. Raquel no tardó en sacarse toda la ropa y preguntar mimosa si terminábamos lo de la noche o nos íbamos un rato a la playa de arenas blancas. Ganó la playa y mi ego florecido porque andaba con un portento de mujer del brazo que expresaba con la semi desnudez que mostraba su escueta tanga todo lo bello que un cuerpo de mujer puede brindar. Luego fue el almuerzo en un pintoresco parador y allí hubo que ponerse algo más de ropa, pero la “colo” seguía siendo un faro y algunas miradas de envidia se dejaron notar, de señores hacía mí, de señoras hacía ella.
De ese tenor fueron esos dos días en Jericoacoara, sol, playa, buena onda, recorridas en Buggy por las dunas, disfrutar abrazados de la puesta del sol desde el mirador, junto a muchos otros como si fuera un rito religioso, recorridos por la zona comercial pisando calles de arena dura como nos encontramos en algunas localidades de la Costa Argentina y en la cabaña sexo mucho sexo, con amor, con cariño, con dulzura, a veces con una pizquita de dureza, pero con el placer como rey al que adorar.
La vuelta costó, como cuesta siempre regresar a lo de todos los días después de disfrutar de unos días alejado de todo el trajín, la gente de la tripulación también disfrutó, no pregunté adónde habían ido, pero que hubo sol y playa era seguro, se notaba en sus pieles bronceadas. En el viaje de regreso hubo una pequeña siesta, aunque no fue nada erótico, como fuere, Raquel no decía ni exigía nada, yo solito me daba cuenta que me iba enroscando en sentimientos que antes no había tenido, para mejor, me sentía muy bien.
Habíamos cenado en el avión un poco antes de aterrizar y la dejé en la puerta de su edificio, la saludé con un piquito y me recordó la reunión con los Directores. La llamé por teléfono a Amalia, me contó que no había ninguna novedad extraña, le conté del par de días en Brasil y me felicitó por mi “escapada” a la playa, luego caí fundido en mi cama y al otro día, como un solo hombre y acompañado de la “colo”, estaba entrando en la Sala de Reuniones. No la hice muy larga, los “veteranos” que habían sido confirmados en sus puestos sabían bien que me guiaría con los postulados de mi abuelo y mi abuela.
Los nuevos lo supieron en ese momento, cada uno de ellos trabajaría tranquilo y con buenos dividendos, pero tuvieron claro que yo no permitiría “agachadas” o malos desempeños, además, que no existirían segundas oportunidades, “Las cuentas claras conservan la amistad, en este caso sus prerrogativas, emolumentos y lugar de confort”, -les dije y les quedó bien claro-. Al terminar la reunión le pedí a Agnetha que pasara por mi oficina, quería saber si ya tenía listo los informes solicitados en su calidad de Auditora en Jefe, lo concerniente a la Dirección ofrecida descontaba su aprobación, su presencia en la Sala de Reuniones así me lo hacía saber.
Luego de que se fuera Agnetha me di cuenta que me había quedado bastante excitado y como suele pasar que, “cuanto más la ponés, más querés ponerla”, se me cruzó por la cabeza el culito apetitoso de mi tía Lorena y/o el de mi mamá junto al de mi prima Lauri, no estaría nada mal un trío con esas dos tremendas hembras, pero los teléfonos de mi tía y mi prima me anunciaban que “estaban apagados o fuera de cobertura” y decidí irme a la mansión. Raquel sabía lo que tenía que hacer si me necesitaba, le di un piquito y me fui, además de los culitos que me rondaban, quería hablar con Amalia, era más que seguro que la abuela estaría llena de preguntas por la carta del abuelo y sabía que no podría dejarla al margen de eso. Para variar, mi madre no estaba y mi abuela me recibió con abrazos y besos no exentos de algunas picardías, vestía como pendeja, su shorcito de jeans le calzaba perfecto, la remera ajustada también y si no fuera por algunas arrugas todavía no tratadas y el cabello canoso, cualquiera diría que lo era. Yo venía dispuesto a almorzar con ella y ordenó enseguida que nos sirvieran el almuerzo en el comedor.
Se puso a leer y aunque no lo demostraba exteriormente con aspavientos, a medida que pasaban las frases la palidez hizo presa de su rostro y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. No se secó las lágrimas y temblaba ligeramente de las manos cuando me devolvió la carta del abuelo, “por lo menos no me pasa facturas y no habla mal de los años de matrimonio, no sé si hay “amores que matan”, pero tengo claro que algunos te descompaginan mucho para toda la vida”, -afirmó tratando de aparentar enterezas-.
De pronto se quedó callada mirando a ninguna parte, pero la noté recuperada de ese “bajón instantáneo”, la “nona” tenía unos ovarios tremendos y, sin dudas, los ponía sobre la mesa. Yo no quise hablar, se me ocurría que sería una especie de sacrilegio, aunque no pude evitar abrazarla y su rostro se hundió en mi pecho. La chica del servicio entró para dejar la comida y la miró extrañada, más ante la seña se retiró sin decir palabra, “luego comemos cielo, mantenme abrazada, te necesito”, -pidió- y, naturalmente yo estaría al pie del cañón.
Estuvimos un rato largo así, yo acariciaba con suavidad sus cabellos y su espalda hasta que la noté más relajada, tanto que comenzó a apretarme el bulto que, a esa altura, parecía estar sólo de adorno, claro que recuperó sus ganas casi de inmediato, “me encanta como respondés, vamos a mi habitación, quiero que me hagas la cola con todas tus ganas”, -pidió levantando la vista y con toda la intención plena de erotismo en su mirada-. Como fuere, ese no era mi día y parte de mi Mundo se terminó de derrumbar. No bien nos paramos vibró mi celular, en la pantalla aparecía el nombre de Raquel, mi abuela lo vio y me dijo sonriendo, “decile que por un rato tu verga será sólo para mí”. Hice oídos sordos a su comentario porque la “colo” sólo me llamaría si era por algo urgente y atendí rápido…
Se cambió rápido por algo más ligero y llamó a su chofer, “vos no estás en condiciones de conducir”, -me dijo tomando el mando-. No me negué, tenía mucha razón, me sentía muy mal porque estaba seguro que Mario había intentado usar solo la máquina y algo no había resultado tal como él quería, además recordé que una vez me explicó sobre un supuesto mecanismo de autodestrucción del lugar para que, si algo fallaba, nadie se hiciera con los planos y sus teorías y cálculos, no le había dado bola en ese momento, pero ahora lo veía como algo que había llevado a cabo. Le di la dirección al chofer de mi abuela, ella levantó el vidrio que nos aislaba, me tomó de las manos transmitiéndome una seguridad que me faltaba y me habló preguntado si creía que mi amigo había intentado viajar a los días de su juventud.
La lógica de Amalia era irrebatible, pero yo no estaba para lógicas, me sentía culpable por lo malo que pudiera haber pasado, era el único que sabía que Mario no estaba bien. Llegamos al lugar y nos encontramos con que todavía había un camión de bomberos y un patrullero de la seccional de la zona, me identifiqué como el dueño de toda la propiedad y nos hicieron estacionar a un costado aduciendo que podía haber algún tipo de explosión, lo acepté, pero pedí hablar con el Jefe de Bomberos o el de la Policía habida cuenta que necesitaba saber.
Amalia no entraría en detalles con ninguno de ellos, tomó el teléfono y desde dentro del auto llamó a determinados contactos. Nadie nos quería dar información y unos quince o veinte minutos después aparecieron en la escena, el Juez que, en hipótesis, llevaría la Causa, una camioneta que trasladaba al Jefe de Bomberos de la jurisdicción, el Comisario de la Seccional encargada de la investigación por la desaparición y el Dueño del Estudio Jurídico que llevaba los Casos de la empresa, todos se acercaron a mí dispuestos a contestar mis inquietudes.
Me dijeron que extremarían la búsqueda, me preguntaron todos los datos de Mario, se los di y coincidieron con los que les había dado la mujer que convivía en la casa. De ella me informaron que había sufrido un fuerte shock y que después de haberse comunicado con la empresa había sido internada con una crisis nerviosa. Le di órdenes al Abogado para que se ocupara de que no le faltara nada y pregunté si se podía pasar a lo que había quedado del galpón, me dijeron que sí, ya no había riesgos y les mostré el lugar dónde él se recluía, allí sólo había quedado en pie, aunque bastante chamuscada, la puerta blindada tras la cual se encerraba Mario.
Quedaban algunas pocas paredes exteriores y del techo o las vigas ni hablar, no había volado, todo se había fundido, lo mismo había sucedido con las computadoras, los armarios, las jaulas de dos o tres conejos con que Mario experimentaba. Amalia se había tomado de mi brazo y recorrió, sin que yo se lo dijera, el lugar dónde había estado la máquina y luego salió de allí. El Jefe de Bomberos explicaba que el calor que se había generado dentro de esas paredes había sido del tipo infernal, yo entendí que no había nada que hacer allí y opiné:
El Juez me aseguró que así sería y lo mismo hicieron los Jefes de las otras reparticiones, los saludé a todos, les agradecí el trabajo realizado y me puse a disposición para lo que estimaran correspondiente, aunque, claro está, se dieron cuenta que era puro formulismo. Regresábamos con Amalia en el auto y me preguntó qué opinaba sobre lo que podría haber pasado.
La primera impresión por la noticia y el duelo por el amigo perdido estaba pasando, me iba convenciendo de que no lo vería más. Ya en la mansión Amalia me hizo comer algo y después me dio mi propio espacio cuando dije que tenía ganas de caminar solo por el parque, allí derramé algunas lágrimas que no pude contener, pero sirvieron para aliviar mi angustia y sí, tengo que admitirlo, de cara al Cielo lo insulté a viva voz por haber decidido con egoísmos demasiado manifiestos.
“Quiero volver a ver los videos y las fotos, además de gritar a gusto sin que nadie escuche”, -pidió Amalia y se me pegó para pasar la noche juntos-. Efectivamente, vimos las fotos y los dos videos nuevamente y no digo que Amalia se transformaba con esto, pero todo en ella parecía rejuvenecer, se mostraba como aquella jovencita de antaño, aunque con toda la experiencia de la mujer que ahora era. Gritar, gritó, no se privó de expresar su dolor-placer hasta transformarlo en placer-placer y tuve que ser yo el que bajara el cambio necesario pues su boca, vagina y culito de “veterana” se las vieron feas para aguantar a un pendejo de treinta y pico al que incentivaba continuamente con el físico, sus orgasmos, mohines y pedidos de más. “Basta, basta, por favor cielo, no puedo más, me estás matando de placer”, -rogó en algún momento y fue como un botón pulsado que apagó la máquina-.
Antes habíamos cenado y hablado mucho de nosotros, abundaron las caricias, los besos y los pedidos para seguir adelante dejando de lado lo que para ese momento ya era pasado, me instó a construir un futuro familiar propio con Raquel o con quien yo eligiera, “además de cogerte a la abuelita y a cualquiera que caiga, en lo que me reste quiero bisnietos para mimarlos”, -pidió enarbolando la mejor de sus sonrisas cómplices-. Sabia en sus conocimientos de las personas, opinó que, además de la que eligiera para estar a mi lado, sólo había dos que jamás se apartarían de su elección para caminar a mi lado, lógicamente una era ella, la otra mi madre y no pasó mucho para que esto se confirmara, mis tías y mis primas buscaron parejas para vivir su nueva vida a futuro y no me jodió, tampoco es que quedaron de lado en los sentimientos familiares, el alejamiento sólo fue de cama.
Nos dormimos abrazados y agotados y en la mañana siguiente desistí de ir a la empresa, bastó con el aroma a tostadas y a café recién hecho para que me decidiera a llamarla a Raquel y avisarle de mi decisión. Me convencí de que tenía todo un Mundo por delante y estaba en condiciones de disfrutarlo, era probable que la “colo” fuera parte de ese futuro, pero, únicamente a partir del día siguiente, en lo inmediato lo pasaría muy bien con la hoy abuela Amalia, la mujer de mi vida, aquella a la que descubrí en un maravilloso e irrepetible viaje en el tiempo que sólo yo tuve la dicha, la increíble dicha de poder disfrutar.
FIN.