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Solo quiero terminar con esto
(Vicky)
Andrés me abrazó. Me gustaba cuando él me apretaba contra su pecho, con una fuerza que sabía hacerla notar. Transmitía calidez y protección y a mí, aquello, me gustaba. Nunca, hasta que lo experimenté con él, había sentido el calor de alguien en un abrazo.
—¿Estás segura?
—Sí. Solo quiero terminar con esto de una vez —le dije.
Era mi deseo, mi anhelo; salir de esa vida, de la misma forma que aspiré a abandonar las calles de mi barrio y la mierda de convivencia con mi madre.
—Nos viene bien, es verdad. Pero podríamos continuar sin ellos… qué más darán unos euros arriba o abajo. —Andrés me sonreía y acariciaba la mejilla.
Yo sentía ese calor y esa manera de decirme que me quería. Y me gustaba. Sobre esto, Andrés podía tener razón. Lo normal hubiera sido que me olvidara de ese servicio que había surgido ayer a última hora. Pero me era muy tentador. Y no me estaba refiriendo al sexo. Mi interés era puramente crematístico. Mil euros por una noche. Se trataba, según me había dicho una antigua compañera, de un hombre de bastante dinero, que hacía fiestas a donde llevaba a diez o doce chicas. En la tarifa entraba follar con alguno de sus invitados, pero había veces que ni siquiera sucedía eso. Los invitados, por alguna razón, no eran receptivos, no se animaban o, simplemente, no surgía el tema.
Nos pagaban doscientos euros solamente por la reserva de ir, y una vez dentro, transferían por Paypal —aunque había alguna que incluso admitía criptomonedas— el resto, hasta los mil euros.
—Lo sé, nene. Pero así empiezo con algo más de colchón. Y mil euros son algo más que unos pocos… ¿No te parece? —le miré con una sonrisa triste. Esa cantidad significaba más días de esperanza y de tranquilidad para encarar nuestras aspiraciones.
Esa era mi preocupación. No tener el dinero suficiente y verme obligada a volver otra vez a venderme. Quería dejar todo atrás y mil euros sumaban los días necesarios para estirar un poco más la sensación de colchón que necesitaba. Con lo del verano ya tenía algo con que ir tirando, pero a mi entender, no era suficiente. Quizá nada lo hubiera sido, porque para tener la seguridad de que jamás iba a volver a ser prostituta, habría sido necesario el Banco de España.
Andrés asintió y me volvió a acariciar y a abrazar. Era cálido y acogedor su pecho. Yo conocía a Andrea desde unos años atrás. Había sido mi compañera, y coincidimos en varios servicios. Tres veces, si no recordaba mal. La vez que más nos vimos fue a través de un matrimonio de Zaragoza, que solía alquilar los servicios de dos profesionales, un hombre y una mujer, para sus juergas y noches de desenfreno. Él, por lo que le contó Andrea, estaba encaprichado de ella y siempre la pedía. Ella, su mujer, una cuarentona de buen ver, que pasaría por ser una ama de casa simple y sencilla, había terminado por desatarse en la cama y soltar todo el vicio que tenía dentro, que no era poco. Le gustaba un amigo de Andrea y siempre iban ellos dos.
Andrea un buen día dejó de asistir. La razón era que se había mudado de ciudad y ya le era imposible desplazarse a Madrid, donde la pareja de casados tenía un apartamento para este tipo de encuentros. La realidad era que estaba intentando que un hombre separado y de dinero se encaprichara de ella y la retirara. Aquello duró un año, lo justo para que él se enterara de su pasado y rompieran. Para entonces, yo ya estaba como fija con ese matrimonio. Y Andrea, que en realidad se llamaba Mónica y era de Teruel, tuvo que volver a buscarse la vida con algún cliente fijo. Yo le cedí mi lugar y se lo comenté al matrimonio, pero ellos ya me preferían a mí, así que, a pesar de mis buenas intenciones, ella se quedó sin aquella pareja.
La llamada de Andrea me sorprendió. Hacía tiempo que no nos veíamos y yo pensaba que seguía intentando salir de esto con alguien que la mantuviera. No era mala chica. Un poco soberbia, altiva y creída. Pero la vida le había dado más de un palo y cuando la conocías un poco más a fondo, te dabas cuenta de que era mucho más normal y accesible que lo pretendido por ella. A diferencia de otras chicas, ella no me cogió manía ni me excluyó por haber ocupado su lugar con el matrimonio de Zaragoza.
Buscaba, según ella, una chica de belleza, elegancia y aspecto inmejorable. Eran empresarios o gente de negocios y no podía, según sus mismas palabras, ir cualquiera.
—Alto standing, niña —decía con un inglés macarrónico aprendido de oídas—. Son mil euros por una noche… —apostillaba con los ojos agrandados.
Yo no hubiera ido, pero sentía miedo a no ser capaz de cumplir con nuestras expectativas y deseos. Por eso, a pesar de todo, accedí a lo que me proponía Andrea.
—Lo sé. Sé que nos hace falta el dinero para empezar de una vez lejos de aquí —me confirmó Andrés atrayéndome a su pecho—. Y mil euros, aunque no sea una cantidad excesiva, sí ayuda. Si crees que debes ir, tranquila —me dijo con esa sonrisa que me encogía el corazón.
No es que mil euros fueran mucho, pero sí lo suficiente como ir sumando y no tener que, una vez afincados en la zona de Alicante, tuviéramos necesidad inmediata. El trabajo no estaba bien. Ni allí, ni en ningún sitio, y menos para nosotros, que no disponíamos de un currículum normal. Andrés, todavía, yo, nada de nada. Y los trabajos que en principio teníamos como posibles, pues finalmente, no habían resultado de la forma deseada. Él, por ejemplo, solo podría trabajar como fijo discontinuo en el colegio. Y por horas en el gimnasio. Yo, tan solo tenía, ser dependienta en una tienda de ropa. Un sueldo escaso y que estaba sujeto a que el negocio fuera bien o no. Sé que hay gente con menos. Pero también que mis posibilidades de encontrar trabajo eran bastante escasas. No poseo nada. Ni siquiera experiencia, que por supuesto, me inventaba completamente cuando hacía entrevistas.
—De todas formas, si crees que es mejor que no vaya, llamo a esta chica y lo dejo pasar.
Andrés me miró con una sonrisa. Me gustaba cuando le veía así. Tranquilo, comprensivo, más maduro o sensato que yo.
—Tienes razón. Nos vienen bien esos mil euros… —dejo caer—. El principio será duro, Vicky. Y cuando más tengamos, menos complicado nos resultará.
—Eso pienso… —murmuro asintiendo y refugiándome en su pecho—. Pero no me hace gracia ir. Lo de este verano ha ido diferente. Era un hombre tranquilo, que no demandaba mucho. Esto… no lo sé.
—Tranquila. Es una noche y se acaba todo. Hacemos las maletas y nos vamos. Ya saldremos adelante.
Lo que no me imaginaba en ese momento es que todo se iba a truncar de forma que ni siquiera se me pasaba por la cabeza. Yo pensaba que los problemas vendrían por los vecinos, si se enteraran de nuestro pasado, por nuestra inadaptación a una vida normal, por el hecho de no saber trabajar en otra cosa que no fuera las camas ajenas… pero no. Los problemas surgieron de mi vida anterior. Esas deudas que una contrae y que tarde o temprano, te alcanzan.
La vida, a veces, es una trampa continuada. Una falsa sensación de que puedes aspirar a algo más. Las televisiones, las series de Netflix, los vídeos de YouTube, las falsedades del Instagram o del TikTok… Todo eso hace pensar que los cambios en la vida son posibles y que están, casi, al alcance de la mano. Pero no es así. La realidad es de pedernal; dura, impasible y fría. No dudo de que haya veces que eso suceda. Que el sueño americano suceda en un barrio marginal de Madrid, como era el mío. Habrá casos y seguramente serán dignos de elogio y aplauso.
En mi caso, ese pasado imperfecto que me perseguía, convirtió mis anhelos en una quimera, en un sueño imposible y una certeza de infortunio y desgracia.
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Fragmento de "Pasado Imperfecto", novela publicado por Lola Barnon en Amazon. Cualquier intento de copia, plagio o uso diferente al expresamente dado por la autora o la editorial dueña de los derechos de publicación, será denunciado y perseguido en los tribunales.