EL VERDADERO DUEÑO - GRACIA. (7).
Luego de ordenar un poco la cocina nos fuimos a la cama y le llevé los álbumes y la notebook en la que también podía ver los videos. Yo la abrazaba a Amalia sintiendo sus escalofríos porque la mano del brazo que pasaba sobre su hombro se ocupaba de su teta y de su pezón que parecía de piedra, ella, con el primer álbum abierto, con una mano pasaba lentamente las hojas y la otra se ocupaba de acariciar y apretar el tronco de mi verga que latía un tanto desesperada. De todos modos, los recuerdos nostálgiosos, las sorpresas y las exclamaciones por lo que veía no daban lugar al morbo.
“¡Mirá el Torino!, ¡qué hermoso era!, ahora en que sé todo siento mucha vergüenza y tengo que decirte algo de ese auto, pero, después, después, ahora dejame seguir mirando”, -dijo y tampoco quise preguntar nada en ese momento-. Se entristeció con las fotos del abuelo cuando era joven y era lógico, fue el padre de sus hijos y vivió casi toda una vida a su lado, recordó bien la casa en que vivieron al principio de su casamiento, me habló de las modificaciones y se asombró por el estado de abandono de la mansión antes de los arreglos, acá también habló de los cambios en la casa que ella pidió hacer y mi abuelo mandó a realizar. Lo que a mí me había encantado en los autos, los transportes, las calles y los paisajes de la época no tuvo mayor relevancia para ella, sólo opinó: “Evidentemente hay que verlo para darse cuenta y comparar”, pero, cuando comenzó a ver sus fotos cambió la historia, su mano apretó más el tronco de mi verga, su pulgar se movía sobre el glande jugando y desparramando el precum y se movió inquieta.
Se la veía feliz de la vida, ella misma se ubicó en cuatro con el culito al aire, me miró con picardía y dijo: “Dale, seguí “aprovechándote”. Yo hice dos cosas prácticamente a la vez, abrí la notebook poniéndola sobre la almohada frente a su cara y le di play, casi enseguida me puse a ponerle lubricante anal, primero con uno y luego con dos dedos que recorrían por dentro su esfínter haciendo que bramara con expresiones de placer. “¡Qué nieto de tu puta abuela!, no sabía que habías grabado esto”, -dijo levantando la voz al mirar las imágenes y movió las caderas tratando de sentir el glande pronto a sodomizarla-.
“Ahí me la metiste en la concha, también dolió porque no estaba acostumbrada, mirá la cara de goce que pongo”, decía porque, además, yo había editado el video utilizando el zoom y las imágenes eran sensacionales, “mirá…, se me salían los ojos cuando entrabas, madre mía, todavía la siento, no me hagas esperar Ignacio, rompele el culo a la abuela mala”, -dijo llevando una mano a su entrepierna, seguramente empapada de fluidos-. En el video también se puso en cuatro y casi a la par comencé a entrar en ella que gritó sin privarse, “Ayyyy, es igual, es igual, me duelen hasta las uñas, pero este placer no se iguala”, parecía como si fuera un sonido en estéreo, se escuchaba el audio de sus quejidos apagados en el video y sus gritos destemplados dentro de la habitación, pero se mantuvo firme y tuvo dos orgasmos casi sucesivos, aun cuando todavía no había terminado de entrar todo.
“Rompeme toda, mi cielo, mi vida, tu verga es una varita mágica que me rejuvenece, dale, dale, antes estaba más duro, pero mi culo sigue perteneciéndote”, -decía moviéndose como electrizada y le imprimí ritmo a la cogida sacando todo el tronco y volviéndolo a meter profundo, aun cuando sintiera su estrechez en todo lo largo, ya sólo movía mis caderas y me tiré sobre su espalda para aferrar sus tetas, fue apretar sus pezones y el orgasmo se acompañó de un grito liberador que hizo temblar las paredes, “siempre, siempre, me debés cincuenta años de roturas de culo, dame más”, -pedía un tanto desquiciada-.
“Me vas a matar con tu aguante, lo de Rosita resultó, ¿te acordás que me lo dijiste en ese momento?, lo hiciste a propósito y yo me ocupé de que le enseñara a mi nieto adolescente, jajaja, valió la pena”, -dijo antes de explotar en otro orgasmo y me dejé ir cuando se derrumbó en la cama semi agotada-. “Sí, sí, sííí´, llename toda, te amo, te amo, aunque seas un nieto de puta”, -gritó sin tapujos enterrando la cara en la almohada-, (menos mal que había corrido antes la notebook del lugar cuando la vi tan entregada). “No salgas mi cielo, dejá que la siga sintiendo en mis tripas, te prometo que no me voy a morir, pero no puedo más, otro orgasmo y entro en coma, jajaja”, era claro para mí que su humor había cambiado radicalmente.
Seguía apretando sus tetas, quizás ya no tan duras, pero tan apetecibles como entonces, besé su nuca y su cuello transpirado provocando que sus escalofríos no cesaran y me fui desinflando en su interior, sola no salió, porque con un poco de resto aun hacía fuerza con sus músculos para retenerme. “¿Ya saliste?”, -preguntó con tono de chanza- “todavía la siento adentro, jajaja”. Hice el comentario respecto a que aún estaba muy estrecha y me contestó seria, aunque sin enojarse, “¿qué creías?, no entregué mi tesoro a cualquiera, vos, tu abuelo y, de vieja, a uno que medio me forzó, ahora te tendrás que hacer cargo de lo que queda de esta “viejita” rendida a tus pies y muy puta, jajaja”.
En el baño la mimé, la bañé, la acaricié y noté que se desarmaba con todo esto, Amalia sólo me miraba profundo y sus lágrimas se disimulaban con las gotas de la ducha. Yo todavía tenía ganas, pero sentí que sería como forzarla, yo mismo me sentía, sino agotado, por lo menos cansado y me imaginaba como estaría ella. La sequé y la levanté en brazos para llevarla a la cama, su rostro denotaba un amor infinito y me di cuenta que toda su felicidad iba por dentro, jamás rompería esa magia preguntando.
Su cuerpo desnudo que engañaba a los años se acostó sobre el mío y, cara con cara, me dijo que por un problema de celos que había tenido conmigo, “te aseguro que tuve varios”, -afirmó con cierta vergüenza-, no había permitido que el abuelo me diera el Torino, “era su mejor regalo y yo me negué llegando a discutir feo con él, hasta amenacé con irme de la casa, el resultado fue que el auto de tu abuelo quedó guardado y bien cuidado en uno de los talleres de la antigua fábrica, por lo que sé, está tan bien como entonces”, “ya te traigo las llaves, vine con la idea de dártelas, aun sin saber nada de lo otro”, -dijo bajando de la cama-. Se levantó para ir a buscar las llaves y volvió a colocarse igual, cuando me las dio las miré con emoción, pero vi que eran tres llaves y no era lógico. Una era la del encendido que servía también para abrir y cerrar las puertas, otra era más chica, larga y fina para la tapa del tanque de nafta, pero la tercera, con cabeza cuadrada y cuerpo alargado no se correspondía con nada propio del auto.
Nos quedamos abrazados como si estuviéramos pegados y en la mañana me despertó el olor a las tostadas y el café. Amalia se apareció en la habitación vestida sólo con su tanga y me besó profundo mientras me acariciaba la verga semi dormida y a punto de reaccionar, “no pará, pará, no tenemos tiempo”, -me dijo tratando de apartar mis manos-. “Quien sea, que esperé, es un desperdicio dejar de lado esa conchita”. Fue un “rapidito” acompañado de risas de felicidad y gemidos de placer que nos dejó satisfechos y sonrientes.
Entrar en las oficinas de la Escribanía con Amalia tomada de mi brazo me hizo saber del Poder del dinero, sólo faltaron las genuflexiones orientales y nada de esperar, el propio Escribano en Jefe nos recibió en la puerta de su despacho y nos presentó a un Médico Psiquiatra renombrado que certificaría la condición física y mental de mi abuela, la deferencia en el trato era apabullantes y lógicamente, extensiva a mi persona. Seguidamente nos pidió los documentos como una formalidad, llamó a dos empleados para salir de testigos, nos leyó a todos lo ya tenía listo y trasladado a un Acta en un libraco y luego nos tocó firmar. Salí de allí convertido en el dueño de un Emporio empresarial y financiero que salía varios miles de millones de dólares, descubrí también que mis temores no eran pocos.
Amalia me dijo de irnos a tomar y comer algo porque tenía hambre y la abracé diciéndole que ella tendría que invitar porque yo no tenía dinero, las carcajadas brotaron casi, casi escandalosas y pedimos unos tostados con café con leche, “estoy disfrutando como una adolescente de todo esto”, -dijo mirando hacia la calle por los ventanales de la confitería de primerísimo nivel. Luego nos fuimos al enorme edificio desde dónde se manejaba todo el Emporio a nivel nacional e internacional, subimos al Penthouse por un ascensor activado por una tarjeta que ella tenía y desembocamos en un enorme salón.
Había allí unos seis escritorios ocupados por secretarias que parecían modelos, alcancé a ver un lugar de estar común, una especie de cocina para las empleadas y varios boxes que se debían usar para que esperaran los que venían a ver a la dueña del complejo empresarial, seguimos caminando por un lujoso pasillo, entramos en una amplia oficina que tenía tres escritorios, también ocupados por chicas muy bonitas y una antesala a la oficina principal que anunciaba la secretaría general. Ahí nos encontramos con una señora de unos cuarenta años, una hermosa mujer, alta, pelirroja natural y de ojos verdes, vestía con mucha elegancia tapando un cuerpo como para parar el tránsito, la misma se paró como impulsada por un resorte al ver a mi abuela, bueno, en realidad todos actuaron así a nuestro paso.
Mi padre, el Presidente de la empresa se fue con la cola entre las patas, él conocía bien que a mí no me importaban los lazos familiares, más de una vez habíamos discutido al respecto y tenía claro que no sería precisamente él quien me hiciera cambiar de parecer en mis decisiones. El camarero, un muchacho que no llegaba a los treinta años, entró con el pedido, nos saludó con respeto, mi abuela lo llamó José Luis, le dijo quién era yo y el cargo que ocuparía y me gustó porque no se amilanó, es más me dijo que estaba a disposición, pero lo noté alejado de todo tipo de servilismo.
Decidimos ir a almorzar afuera y me preguntó qué haría con el Torino del abuelo, “si querés hablo por teléfono para ir a buscarlo después de almorzar, la patente está actualizada, también está a tu nombre y creo que sólo hay que ponerle nafta, ¿querés?”. Me moría de ganas de manejar ese auto y salimos de la empresa para subirnos a un taxi que nos llevaría hasta la antigua fábrica del abuelo. Tampoco era que estaba muy lejos de la mansión y Amalia, ante mi sorpresa, se sentía emocionada de recorrer esas calles donde prácticamente había nacido.
“Siempre que salgo de la casa, vamos para el otro lado, además, en el auto con chofer, por una cosa o por otra no disfruto de mirar al antiguo barrio”, -me explicó-. El antiguo edificio de la vieja fábrica tenía Seguridad y los efectivos por poco se cuadran cuando identificaron a Amalia, no quisimos que el taxi entrara y caminamos hasta el galpón. “En aquellos edificios comencé a trabajar como Secretaria de tu abuelo”, -me dijo aferrada a mi brazo-. “Ya lo sé, hace poco los visité y te encontré chusmeando con Rita sobre lo que había gozado conmigo, jajaja”, -le contesté y recibí un pellizco cariñoso en el brazo-.
Quedaba allí un señor que hacía las veces de cuidador de lo que quedaba en la fábrica, entre otras cosas el Torino Coupé del año 72’. Nos recibió con suma deferencia, se saludó amistosamente con mi abuela y nos acompañó hasta el galpón en que se guardaba el auto. “Tiene un poco más de setenta años, ya se jubiló, pero no quiere dejar la fábrica, vive solo acá y le pagamos un buen sueldo en negro como recompensa a su lealtad”, -me dijo en voz baja y le aseguré que así seguiría-. Finalmente entramos a un galpón en el que había seis bultos tapados, indudables autos que allí se mantenían, pregunté qué autos eran…
El hombre fue destapando cada uno de los autos allí guardados y me enloquecí. Un Porsche 911, del 74’, dos Mercedes Benz 280E del 76, de color azul y habano, señoriales por dónde se los mirara y una Mercedes Benz 350SL blanca descapotable con capota de color negra, el Ford Falcón chocado en un costado, pero bien parado y el espectacular “Toro Rampante”, Torino Coupé de color rojo. Todos podían ser restaurados con muy poco, darles brillo a sus pinturas y arreglarle detalles que tenían.
Como fuere, había ido allí por el Torino y me extasié con las puertas que cerraban con un leve empujón, las cubiertas anchas y nuevas, los detalles en madera de su interior, las butacas de cuero que parecían abrazarte, el volante original. Sentarme allí fue una especie de sueño hecho realidad y cuando accioné las llaves para encenderlo y escuché el sonido de sus escapes fue como un orgasmo. Ya vería que hacía con los otros, le dije al señor que los tapara nuevamente y a mi abuela que subiera al auto rojo, lo saludamos al “veterano” cuidador diciéndole que mandaría a restaurar los otros autos y salí de allí sin acelerarlo y escuchándolo ronronear con un sonido fuerte y ronco.
La caja de velocidades, la “ZF”, única en su momento sólo para el Torino era una seda, daba gusto acariciar la palanca y accionar los cambios. Con Amalia sonriendo satisfecha salimos de la fábrica sin volver por el mismo lugar, quería ir por la autopista y sentir un poco la fuerza de ese motor, claro que esto es sólo algo que entiende el dueño de un Torino. No lo corrí mucho, pero daba gusto ver como parecía aferrarse al pavimento como si tuviera garras y la dirección respondía con suavidad a mis manos. Estaba en el aire y me encantaba verla a Amalia reír a mi lado, feliz y con ganas.
Un enorme cartel ubicado a los costados de la autopista publicitaba a un, ahora, Albergue Transitorio, rondaban mil palabras, pero no hizo falta ninguna, sólo bastó que nos miráramos y nos lo dijimos todo, bajé en el primer acceso y tomé por la calle paralela a la autopista para meterme de cabeza y parar frente al enorme portón que decía “Entrada”. Pedí la mejor habitación, tomé dos turnos y salimos de allí desechos, pero plenamente satisfechos.
Las cuatro horas, rodeados de espejos, fueron tremendas, duras, tiernas, completas, llenas de mimos, besos y fluidos. Todo lugar fue bueno para que Amalia se apoyara y parara el culito incitándome y gritara su placer al sentirme adentro cuando alternaba las penetraciones en los distintos huecos. Nos reanimamos con un par de copas y la llevé a las puertas de la mansión, me saludó sonriendo con una alegría que no podía disimular y me dijo:
Regresando a casa pensé que tendría que ir en taxi a la empresa a buscar el auto en la mañana y encendí el celular que había apagado previendo que llamaría hasta el espíritu de mi abuelo Enrique. El espíritu no llamó, me hice a la idea que estaría feliz por la alegría de Amalia y la mía, además de sus decisiones, pero… tenía llamadas de mi madre, de mi padre, de mi tía Gracia y de su marido que recordé que se llamaba Alberto. No contesté ninguna ni escuché sus mensajes de voz, clamaba por una cama para dormir. ¡Qué día, por Dios, qué día!, fue lo que pensé antes de tirarme sobre mi cama.
Desperté temprano, mientras me bañaba pensé que sería un día agitado, posiblemente mi padre y mi tío político habrían revolucionado todo, pero, también pensé que no me temblaría el pulso para tomar decisiones, después de todo, ya mi madre me había dicho que sólo estaba con mi padre porque le convenía a mi abuela y mi tía Gracia no perdería nada de lo suyo por tener que abogar en favor de su marido. Dudé entre ir a la empresa o directamente al Estudio y me decidí por la empresa, después iría a la mansión, además, tenía que retirar mi auto. Llegué con un taxi al enorme edificio y la gente de la Seguridad me reconoció al descender del auto, el propio Jefe de la Seguridad salió a mi encuentro y se puso a mi disposición, yo sabía que era hombre de confianza de mi abuela, así y todo, se movió con cautela esperando saber mi reacción. “Me dijo Amalia que usted es hombre de su confianza, voy a respetar eso, pero le aclaro que sacaré mis propias conclusiones acorde a su desenvolvimiento”, -le dije y lo aceptó-.
Luego de eso pedí un plano del edificio y la ubicación y cantidad de los efectivos, lo hice nada más que por pedirle algo, yo no entendía nada de Seguridad, aunque sabía que a ese nivel era importantísima. Me preguntó si usaría un auto con chofer y le dije que no, lo de mi abuela seguiría igual, pero yo quería una pareja o dos en un auto para que me siguieran a todos lados, “no los quiero ciegos, pero si sordos y mudos, además, que no pertenezcan a su personal, los quiero leales, que no duden y de un nivel extremo, su trabajo será conseguirlos”, -agregué y subí al ascensor-.
Me di cuenta que en la empresa funcionaba “radio pasillo” con mucha celeridad, cuando el ascensor se detuvo y se abrió ya me estaba esperando Raquel, la “colorada” estaba esplendida, la camisa blanca tenía un par de botones desabrochados lo cual dejaba ver sutilmente el canal de sus tetas y llevaba puesta una minifalda como para dejar bizco al más pintado, sus piernas esbeltas se veían favorecidas por las sandalias de taco que las hacían resaltar. Me dio la bienvenida y por el ascensor auxiliar entró mi padre diciendo que quería hablar conmigo.
Como era de esperar, se retiró bastante caliente, pero eso era algo que no me interesaba, entró Jose Luis para servirme el desayuno tardío y, luego del saludo le dije que tendríamos que hablar largo y tendido, pero que no podría ser en la empresa, lo entendió sin otros datos y me pasó su número de teléfono en un papel. Llegaba el turno de hablar con Raquel que, además de “floja” por el perfume, estaba un tanto asustada porque sabía que peligraba su posible permanencia en ese puesto.
Se fue como si se hubiera sacado un enorme peso de encima y yo me quedé pensando en que mi padre, con sus ingresos no podía mantener a tres amantes como lo hacía, tal que les pagaba alquiler, todas tenían autos caros y se hacía ver en lugares nada baratos con ellas, ya se vería, pero estaba seguro que, si fuera necesario, no me temblaría el pulso para dejarlo de lado, algo similar pasaba con mi tío político y pensando en él recordé a mi tía Gracia, ya le llegaría el turno. Pues bien, llegó más rápido de lo esperado, salió de la casa cuando estacionaba mi auto cerca del suyo y me encaró.
No dijo más nada, pero noté que aspiraba el perfume que flotaba en el habitáculo del auto y parecía cambiar sus gestos. A pocas cuadras había una confitería discreta, nos acomodamos en una mesa apartada que ella misma buscó en el fondo del local y pedimos un café cortado cada uno, pidió además un vaso con agua y nos alcanzaron dos vasos chicos junto a una jarrita con agua y cubos de hielo, remover el hielo con una cuchara que venía en la jarrita me sirvió de excusa para dejar caer un par de dosis, posiblemente un poco más, de las gotitas dentro del agua. Hacía bastante calor y tomó un vaso entero, yo me reía por dentro debido a la cara seria y como de enojada que tenía mi tía, ella, a su vez, me miraba con los ojos llenos de dudas y luego de que el camarero nos sirviera el café, tomó un sorbo y preguntó.
Entramos al auto con premura, todo en ella me hacía saber de sus ganas de ser cogida, se me tiró encima para besarme profundo y nos prendimos en un entrechocar de labios, dientes y lenguas, “acá no, por favor, acá no”, -acotó separándose, entonces le dije que los vidrios oscuros no dejaban ver nada desde el exterior-, “tocame, entonces, tocame, acariciame, estoy muy caliente”, -expresó llevando una de mis manos a su teta más cercana-.
El celular vibró y era Amalia, lo atendí mientras Gracia trataba de bajarme el cierre del pantalón, le avisé que tenía algo que hacer y que iría a la tarde, “jajaja, ya vi con quien te fuiste, hacele saber a esa histérica lo que significa tener tu verga en el culo, jajaja, prefiero que seas vos y no un taxi-boy, eso sí, dejá algo para la abuela, chau, besos”, -era indudable que Amalia sabía bien con los bueyes que araba y daba por descontado que su hija terminaría en mi cama, eso, claramente, me calentó más y no había que defraudarla.
“¡Cristo Santo Bendito!, voy a tener que rezar varios Rosarios por esta verga”, -casi gritó cuando logró aflojar el pantalón y sacar parte de la verga a la luz-. Ya no habló, mientras yo manejaba, se esmeró en mamar como descocida, aflojando un poco cuando tenía arcadas o aparecía algo de tos, no podía hacer mucho por la posición, pero deduje que en casa se la tragaría toda y no sólo por la boca, sus nalgas eran duras y las movía con gusto cuando yo se las apretaba.
Al bajar del auto y encarar al ascensor me preguntó si éste terminaba justo en el palier del departamento, apenas le contesté que sí se sacó la campera de verano que traía puesta, a poco la remera y le siguió el sostén, “acaricialas y apretame los pezones”, -pidió levantando sus tetas con las manos-. Su mirada y sus gestos denunciaban un deseo tremendo y pude ver que tenía los pezones más grandes que sus dos hermanas, pero el volumen de sus tetas era similar. Su altura era similar a la de mi madre, sólo Lorena era un poco más baja, aunque eso no importaba tanto.
Gimió con ganas cuando apreté sus pezones y me apretó el tronco que seguía erecto y mojado por su saliva. Al entrar se dirigió al sofá, no perdió tiempo en mirar lo que la rodeaba y, tirándose en él, levantó las piernas pidiéndome que le sacara los pantalones. Su calentura era casi grotesca, pero no dejaba de ser contagiosa y en un santiamén estuvo desnuda, yo la seguí enseguida dejando la ropa tirada y se paró delante de mí dándome la espalda antes de decirme: “Llevame a la cama con tu pija entre mis nalgas”.
Los culos de las féminas familiares parecían cortados por el mismo molde, apenas un poco de flojedad que no jodía, pero en esencia, todos duros, parados y pedigüeños, aún faltaba Lauri, pero, por lo pronto, ese día rompería el de Gracia. Se sentó en la cama y antes de llevar la verga a la boca me dijo que no sabía cómo iba a hacer para contener sus gritos cuando la clavara con esa verga, “es fácil, no te prives, la habitación está insonorizada”, -le dije y le faltó aplaudir-.
Yo tuve razón, se comió la verga casi sin ahogos o arcadas, se cogió la boca apretando mis nalgas con sus manos y gozando con ello, por poco no me hace acabar como un adolescente. La saqué de su boca y no tuve necesidad de decirle que se pusiera de alguna u otra manera, se acomodó en cuatro dejando todos sus huecos a disposición y me pidió que la cogiera por donde quisiera, “sólo entrá despacio, me encanta sentirla y siento que me estoy enamorando de vos”, -expresó con la mejor voz sensual que pudo articular-.
Mi verga chorreaba su saliva, su vagina estaba empapada y Gracia comenzó a gemir apenas apoyé el glande en su hueco lubricado, “es tremenda, más puta que la hija”, -pensé encantado- y comencé a penetrarla despacio, eso sí, bien afirmado desde el principio porque fue un concierto de gritos, quejidos, gemidos y movimientos, también tenía buena capacidad, le cupo toda. Ella misma fijó el ritmo de entradas y salidas explotando en una serie de orgasmos encadenados, de resultas de todo esto, luego de un rato de bombeo con pedidos de más y más, no me aguanté y mi acabada coincidió con un grito desaforado, por poco, no le tapono la boca, me contuve recordando que estaba en mi cuarto.
Se recuperó enseguida y saltó de la cama diciendo que no se aguantaba las ganas de ir al baño, me dejó solo por unos instantes, me miré la verga brillante por sus jugos, seguía muy “viva” por el morbo que implicaba cogerme a mi otra tía y al regresar me miró sonriendo y dijo: “amor, mirate cómo estás, dejala a la tía”, luego se estiró sobre mi cuerpo para besarme y moverse para tratar de “embocarse” nuevamente, lo logró sin profundizar demasiado y contó que hacía rato que no le llenaban la concha de leche, “ya no menstruo, pero a vos puedo dejarte que me llenes”, -alegó-. Se movía con media verga en su interior y gemía alto cuando le mordí los pezones y se incorporó para decir:
Ver su cara cuando se acomodó y llevó el glande con su mano para que se apoyara en su asterisco, a esta altura, bastante dilatado, seguramente logrado en el baño a base de dedos, fue espectacular. Al traspasar con el glande su esfínter su cara acusó el dolor y se quejó diciendo que no la aguantaría, la dilatación no había sido suficiente y yo no tenía una “cagadita” por verga, pero no se amilanó, aguantó unos segundos con el glande en su interior y volvió a intentar penetrarse más, quejidos, gemidos, gritos y apretones se sucedían y me daban ganas de tomarla de las caderas y enterrarla de una, igual, no sé cómo me contuve.
Había apoyado sus manos en mis tetillas y sólo movía sus caderas quejándose por el tamaño, pero no aflojaba, llegó despacio a tener media verga en su interior y me miró mordiéndose los labios, parecía que no aguantaría más, la sacó un poquito, llevó mi mano a su teta y se dejó caer gritando como enloquecida, la verga desapareció en su interior, yo sólo veía parte de sus labios íntimos y su temblor hizo mover hasta la cama. “Roto, lo quiero roto”, -dijo como para sí misma y comenzó a moverse-.
No era yo, era mi tía quien se estaba cogiendo el culo con mi verga y, además de las contracciones comenzaron los temblores, su frente y su cara estaban transpirando a mares y hasta algunas lágrimas se escaparon, pero no dejó de moverse tratando de darle ritmo a la cogida, a veces dura y profunda y por momentos, hasta con algo de ternura.
“¿Te gusta amor?, nunca pude cogerme así con una verga tan grande, me estoy volviendo loca”, -decía incentivando movimientos y orgasmos-. Finalmente, no aguanté más y me dejé ir junto a una de sus contracciones de gozo. Ella estaba fundida, había hecho todo el gasto y aguantado los dolores, cayó sobre mi cuerpo como desarmada diciendo que se sentía muy puta, que me quería, que me amaba y que sería sólo mía...
Evidentemente a mi tía le encantaba más coger que comer y eso me parecía genial. Nos bañamos juntos y nos fuimos para la casa de la abuela. Me dio una regia mamada en el baño, pero no quise terminar, posiblemente tendría que cumplir con un culo más “veterano”.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.