SECRETOS DEVELADOS. (6).
Una vez que salí de la máquina, le pedí algo fresco para tomar, Mario estaba como loco, me abrazaba, me tocaba, me limpiaba algunas espinas y rastros que me habían quedado en la ropa y comenzó a preguntar… Quería, pero no podía llegar a contarle nada, cuando comenzaba a responderle algo, me atacaba con otras preguntas, comprendía todo su apuro y su excitación, pero me estaba sacando de quicio y me enojé gritándole para que parara un poco y me dejara contar. Se hicieron como las cuatro de la mañana y la excitación y la adrenalina por todo lo vivido en el pasado y todas las películas que se había hecho Mario en el presente hizo que el sueño nos comenzara a pasar factura a los dos, ya le había contado todo lo mío, obviando los “polvos” con mi abuela-joven, por supuesto, pero le relaté en detalle lo de Rita, otra cosa más que le oculté fue el tema de las fotos, él ni siquiera sabía que yo había llevado la cámara…
Después de que me contara que había hecho algunas modificaciones para poder ir y volver cuando se le antojara y de decirme que estaba viendo la posibilidad de experimentar el “viaje”, decidimos irnos a dormir. Lo de dormir fue un decir, los dos estábamos pasados de adrenalina y nos costó, la ventaja fue que eran cuartos separados sino habríamos seguido toda hasta el mediodía con el parloteo. Mario seguramente pensaría en la máquina y sus posibilidades, yo tenía en mente los culos de mi madre y de mi abuela.
A media mañana tomamos unos mates y le dije que me iría a mi casa, necesitaba bañarme en “mí” baño y usar “mis” ropas acordes a la época, quedamos en juntarnos a la brevedad para planear como seguir, luego me subí al AUDI y me fui a mi departamento. Manejar o viajar en un auto de los que hoy en día serían denominados “clásicos” era una experiencia inolvidable, pero no se comparaba con las ventajas de conducir un auto moderno, aun cuando tuviera claro que había mejores que el mío, las ventajas de lo moderno eran impagables.
No solamente en el auto y el aire acondicionado que refrescó enseguida el ambiente, las calles más anchas, las edificaciones modernas, los transportes públicos, la diversidad del tránsito vehicular, los equipos electrónicos, la información y las comunicaciones al instante. La lista de beneficios de lo moderno era enorme, también se había modernizado su lado “oscuro”, aunque había mejores conocimientos y equipos para combatirlo, que no se quisiera usar o que a los integrantes de los Gobiernos no les importara hacerlo o no les conviniera era otro cantar.
Como fuere, aun con la mente inquieta porque no dejaba de recordar y comparar, había que comenzar a moverse en la época acelerada y muchas veces caótica que me había tocado y no me sentía mal con eso. El verano se mostraba con mucha fuerza y mi departamento clausurado por casi un mes y en penumbras por los ventanales cerrados, cobró enseguida otro aspecto cuando conecté el aire y corrí las cortinas, la claridad del día alegraba todo y a mí me urgía bajar a la computadora las fotos y los videos que traía en los chips de la cámara de fotos, para esto, de pasada, había comprado cinco álbumes grandes en una óptica, junto a cartuchos de impresión color para la fotocopiadora y un pote grande de pegamento escolar en una librería.
Desistí de prepararme el mate o tomarme una gaseosa y opté por prender la cafetera express, un buen “cappuccino” me vendría como anillo al dedo, luego puse a cargar el celular, encendí la “compu” y me paseé un rato por las Redes Sociales y las últimas noticias, mientras, cada una de las fotos y los videos se descargaban, algunas novedades me interesaron y otras las dejé pasar, era siempre el mismo “verso” de Periodistas o Políticos. Al terminar, sólo me quedaba modernizar las fotos otorgándoles mejor brillo, nitidez y color e imprimirlas, pues pensaba hacer un álbum “íntimo” en un orden cronológico eligiendo las mejores.
Recuerdo haberme levantado para prepararme un par de hamburguesas con jamón y queso, comer y volver a sentarme para pegar las fotos en el álbum de hojas gruesas, como iban pegadas en cada una de las hojas debía cuidar de no mezclar pues las dividí, respetando las fechas, en “Enrique-Casas”, “Autos-Paisajes” y “Amalia”, los videos quedaron en la computadora en un archivo con contraseña que sólo yo conocía. Usé cuatro y medio de esos álbumes, además, no tenía el original femenino en ese momento y no me pude resistir a hacerme una paja como nunca antes cuando vi completo el video en que Amalia gritaba cuando le rompí el hermoso y duro culo de jovencita del siglo pasado.
Esa noche no cené, mi mente y todos mis sentidos estaban en otra cosa, posiblemente aún en el siglo anterior, además estaba agotado por la inusitada “descarga” y me dormí, en “mí” cama sin ni siquiera abrirla. Me desperté relativamente temprano, me preparé el mate y encendí el celular, no lo había hecho mientras cargaba sus baterías, después me olvidé de él y al activarlo me “atacó” con un concierto de pitidos haciéndome saber de mensajes y llamadas perdidas. Mi madre, mi tía Lorena, mi prima Cynthia y hasta de mi abuela Amalia, todas querían saber si podían encontrarse conmigo, menos mi abuela que había dejado un mensaje para que fuera a verla.
Habían comenzado una semana después de mi partida y el último de mi madre era de una semana anterior a mi llegada, no contesté ninguno de ellos, pero pensé que no estaría mal que me diera una vuelta por la mansión, el mate y las tostadas con dulce no alcanzaban, quería comer algo con más sustancia, además, no estaría de más la posibilidad de “picotear” en otros “manjares” y mi madre se estaba llevando todas las palmas. Me vestí de jeans, remera y mocasines náuticos para aparecerme sin avisar a nadie.
Cuando llegué a la casa grande tuve una visión de cómo la había visto destruida y recordé que había hecho posible el sueño de mi abuelo por comprarla. Estacioné el auto detrás de la casa y entré por la cocina, saludé a las chicas del servicio, aunque, como siempre, sólo a una con un beso y le pregunté por mi madre o mi abuela, me dijo que la abuela aún no había bajado de su habitación y que mi madre debía andar por la zona de los jardines laterales. Me prepararon una “picada” con quesos y jamón que apuré con algo de gaseosa.
Estaba en eso cuando, apurada, entró mi madre a la cocina y dando gritos como si fuera una nena se prendió a mi cuello para llenarme la cara de besos. “Cuando vi el auto entré corriendo, ¿por qué no me buscaste?, estaba en el jardín, -dijo como retándome-. Las tres chicas del servicio desaparecieron como por encanto y la miré apartándola un poco, noté que estaba vestida con una camisa que se anudaba a la altura de la cintura y un shorcito de jeans que, como se veía cavado en su entrepierna, imaginé que dejaría parte de sus nalgas al descubierto, “porque si te encontraba con el Jardinero se iba a pudrir todo”, -le contesté serio-.
Me juró y me perjuró que no era así, porque había decidido que yo fuera el único, lo decía tomándome del brazo y apoyándome las tetas en él, tampoco perdió la oportunidad de decirme al oído que quería estar conmigo, pero no le pude contestar, la abuela Amalia había aparecido en la puerta que comunicaba con el living, de un golpe de vista noté que tenía puesta una bata corta, ésta estaba desatada y debajo tenía puesto un biquini de color celeste con el sostén haciendo juego, por el tostado de su piel, estaba tomando sol desde hacía unos días.
Mi madre no desaprovechó la oportunidad y no me molestó para nada cuando me dijo que la acompañara hasta su habitación porque quería mostrarme algo. Supe enseguida cual era el “algo” que quería mostrarme y subí las escaleras mirándole las nalgas que sobresalían de su shorcito, el morbo por el lugar y la situación me puso a mil, lo cual se notó en mi entrepierna, el bulto era notorio, pero no había nadie que mirara.
No bien entramos en la habitación trabó la puerta y se desató el nudo de la camisa dejando sus tetas al descubierto, después se arrojó a mis brazos, “cogeme hijo” -dijo antes de prenderse a mi boca-. El beso se hizo profundo y sus manos trataban de acariciar y apretar el tronco de mi verga aprisionada, las mías habían quedado soldadas a sus nalgas y las lenguas intensificaron sus movimientos. Se notaba su apuro y su calentura porque dejó de besarme y se aceleró al bajarme el pantalón junto con el bóxer, se arrodilló en la alfombra para que mi verga quedara frente a su cara y no perdió tiempo.
Tragó apurada y surgieron toses y arcadas que dejó rápido de lado e hizo desaparecer todo el tronco en su boca, su garganta apretaba el glande y su saliva se escapaba por la comisura de sus labios. Tendría que ser un “rapidito” con placer, gusto y un poco de dolor y ella también lo sabía, me agaché para apretarle un pezón y le pedí que se sacara el short y se pusiera en el borde de la cama, por otro lado, alta y especial para mi altura. “No me tengas piedad”, -dijo cuándo sus huecos quedaron a mi disposición-.
Su primer orgasmo lo tuvo cuando comencé a entrar despacio en su vagina, tembló y se movió pidiendo que se la clavara toda y, “a mi juego me llamaban”, las carnes de su conducto estrecho se abrían y mi madre mordía el acolchado para no gritar, me bastaron un par de entradas y salidas para que otro orgasmo más fuerte la asaltara y, con la voz suplicante y llorosa, me pidió que la llenara. “Soy yo el que te coge y la leche voy a dártela en el fondo de tus tripas, ¿te va?”, -le contesté-. El “sí hijo, sí, como vos quieras, alcanzame la almohada”, -me pidió previendo ahogar el grito-.
Hundió la cara en la almohada y ella misma se abrió las nalgas cuando el glande buscó su asterisco que parecía latir. Fue delicioso, harían falta más cogidas para que el músculo se acostumbrara a mi verga, pero siempre sería delicioso entrar despacio en el culo de mi madre notando que era muy similar al de su madre cuando era joven, esto incentivó mi morbo como nunca y la media verga que faltaba ingresar lo hizo por un caderazo que logró soldar mi pelvis a sus nalgas sin que nada quedara afuera. Sus jugos ayudaron y la almohada no pudo ahogar completamente sus gritos ni sus sollozos, pero bastaron unos instantes para que comenzara a moverse como exigiendo más y, le di más. “Dale hijo dale, rompele el culo a mami”, -exigía con la voz semi quebrada y quejándose-.
No fue mucho tiempo el que estuve bombeando en su culo mientras apretaba sus nalgas duras con mis manos, pero suficientes para que tuviera dos orgasmos a cuál mejor, el último incrementado al sentir mi líquido caliente llenándole las entrañas. Quedó como fundida, apenas si podía fruncir sus músculos para apretarme y salí despacio sin poder evitar su quejido y el ruido como de destape, su hueco abierto me encantó.
Al rato salí para dirigirme al solario a hablar con mi abuela, pero antes de llegar a ella regresé al auto y me di un par de “toques” con el perfume, nunca estaba de más, mi madre me había dejado solo, se había quedado en la cocina esperando la reacción de su madre, yo no me hice problemas, como siempre había tenido el respaldo de mi abuelo no la tenía como una figura preponderante, además, no dependía de ella en absoluto para mi subsistencia, mucho más en ese momento en que sabía que podría provocarle, no sé si un infarto, pero si hacer que el culo se le llenara de preguntas.
Caminé pensando en que si le mostrara una foto de cuando era jovencita y saltaba desnuda en el cuarto de un Hotel Alojamiento, contenta y feliz después de haber pasado una noche y una tarde fantástica y de haber recibido leche hasta por las orejas proveniente del que, a la postre, resultaba ser su nieto en la actualidad, se le daría vuelta la cabeza. Me acerqué y me quedé parado mirándola sobre la reposera, más que nada admirándola. Tenía los dos ojos tapados por dos trozos redondos de tela y, aunque tenía muchas canas porque no le gustaba teñirse el cabello, éste conservaba la forma y el peinado similar al que tenía cuando joven.
El sostén estaba recogido tapando apenas los pezones y todo su cuerpo, aunque un poco más relleno, conservaba las líneas que me habían quitado el aliento, hacía, para mí, unos pocos días. No sabía cómo encararla porque tampoco quería generar su enojo y lo pensé, pero me largué a que saliera lo que saliera cuando noté que, en su muñeca, junto a dos pulseras más, tenía puesta la de los dijes que yo le había regalado el sábado del Jardín Japonés, antes nunca lo había notado, tampoco me había fijado.
Se sentó en uno de los sofás que tenía y me pidió que me sentara a su lado, yo conocía bien el lugar, era el privado del abuelo Enrique y yo lo recorrí siempre a mi gusto sin que él se molestara, ni mis primas chicas se animaban a entrar allí. Amalia me dijo que pidiera medio vaso de la gaseosa que ella tomaba y que pidiera algo para mí, me levanté para ir a buscar las bebidas sin hacer caso cuando me dijo que usara el intercomunicador, ella no sabía que yo tenía otros planes pues la vista de su cuerpo había activado todas mis ganas. Allí no podría hacer mucho, pero ya me arreglaría para que fuera a mi casa. De regreso con los vasos en las manos me paré para sacar de mi bolsillo el pulsador y dejar dos gotas en el suyo. Si salía todo bien y no se moría por la “batalla de cama” o por la impresión de lo que iba a conocer, nieto y abuela gozaríamos como descocidos. Le entregué el vaso y me senté notando que estaba bastante recompuesta, se disponía a hablar y presté oídos.
Fue algo realmente delicioso recibir un beso de sus labios y de su boca exigente, las lenguas se prodigaban y sentí el fresco y salino sabor de sus lágrimas debido a su llanto, separé su cara para mirar su rostro lloroso y entregado y volví a besarla con las mismas ganas haciendo que mi lengua se moviera a gusto en el interior de su cavidad. Amalia temblaba y todo su cuerpo pareció convulsionar cuando apreté sus pezones con una mano y la otra de metió en el interior de la parte trasera de su biquini y buscó el canal de su culo.
Su grito se escuchó en gran parte de la casa y yo crucé los dedos para que no le ocurriera algo irreparable, me la había jugado y ya estaba prácticamente todo dicho. Sus “noooo, síííí, síííí, es él, es él”, se seguían escuchando cuando me salió al cruce mi madre,
Me dio un piquito y me acompañó hasta el auto, me quedaba tranquilo porque sabía que no se acercaría a preguntarle nada a la madre, podrían llegar a hablar a sus espaldas, pero todos tenían una dependencia absoluta de ella y Amalia lo sabía. Quizás para mi abuela todo lo que sabía o imaginaba iba a ser duro de digerir, pero yo sentía como que me había sacado una enorme mochila con piedras de encima.
Ya me había llamado la atención la forma de mirarme que tenía antes de que yo viajara y, al regresar del “viaje”, sumando todo lo que yo ya sabía que había sucedido en sus años jóvenes más la mente despierta, aguda y vivaz de Amalia, era claro que no tardaría en saltar todo por los aires, era mejor así porque, de alguna o muchas maneras, era yo quien seguiría teniendo el mando.
Lo de Mario no fue un invento de último momento, seguramente tendría muchas cosas más por preguntarme y quería enterarme de las mejoras que, según él, había hecho en la máquina. Me detuve en un restaurant y compré comida como para hartarnos, allí me encontré con la mujer que solía alegrar los días de mi amigo, la saludé preguntando por él y me contestó que estaba metido en el laboratorio, yo sabía que Mario se encerraba cuando trabajaba en su máquina, le di la comida a la mujer para que preparara la mesa y golpeé la puerta, al decirle que era yo abrió apurado y entré para volver a cerrar con traba.
El lugar tenía una puerta reforzada y con doble cerradura, de todos modos, Mario jamás dejaría saber a nadie en lo que trabajaba, defendía a muerte la teoría de que nadie debía de enterarse de la existencia de la máquina porque estaba seguro que se usaría para lo malo. No debía estar tan errado yo abogaba por la misma teoría, mucho más cuando me di cuenta de lo que podía pasar si mi abuelo no se casaba con mi abuela o no nacía la criatura que esperaban, yo mismo no existiría, ni tan siquiera Mario con su creación porque yo la solventaba.
Muchas veces se piensa que alguien que hace maldades o actúa mal debería ser eliminado y, a decir verdad, aunque no estoy muy de acuerdo con la eliminación porque sí, jamás podría estar de acuerdo con la eliminación de alguien en su pasado para tratar de evitar lo que resulte en el futuro. Los cambios serían catastróficos y no sólo a nivel personal porque se podrían eliminar varias generaciones familiares de un plumazo, pero no sólo se eliminaría lo malo de esa persona, también lo material que pudiera haber hecho bien desaparecería.
Ejemplos hay para llenar varias enciclopedias, el caso es que yo había aceptado las razones de Mario para el secreto, pero recién en ese momento me daba cuenta de cuanta verdad había en sus precauciones. Estaba ante un tablero haciendo una serie de cálculos y anotaciones y se alegró de verme, pero noté que no tenía la misma alegría que la vez que me vio regresar del “viaje experimental”. Es más, lo noté depresivo y le pregunté por su estado, se sentó sobre una banqueta y me habló de sus padres, de los sacrificios que habían hecho para que él pudiera estudiar y que nunca habían podido conocer sus logros.
Yo conocía algo de su historia, era hijo único en una familia de clase media y los padres de Mario habían fallecido en un accidente al ser arrollado su auto por un tren en un paso a nivel deficiente, eso apenas unas semanas antes de que le entregaran el Título que lo convertía en Físico-Químico, a Luis y a mí nos tocó estar cerca de él y nuestra amistad se consolidó aún más. La experiencia que yo había vivido con mis abuelos en su tiempo había reavivado todos sus, si se quiere “fantasmas”, decía que los extrañaba, que ya no se sentía bien estando solo y el kit de la cuestión surgió cuando me dijo: “Si yo hubiera estado presente, no habrían hecho ese viaje”.
La mujer nos llamó a comer y dejamos la charla ahí, luego la reanudamos estando solos y apelé a su sentido común para explicarle cosas que él ya sabía, en definitiva, luego de un par de horas y de contestar algunas otras cosas de mi “visita al siglo XX” y de contarme que tenía la idea de crear una máquina portátil que abriera determinados portales, me pidió que no le diera bola, que había estado estresado esperando por mí, pero que sabía que no podía permitirse ese tipo de bajones. No me fui muy conforme, aunque no podía discutirle nada, en esa historia yo sólo había sido una especie de “conejillo de ensayo”, ya se vería lo que acontecía.
Regresé a casa dispuesto a descansar un par de horas, había estado la mujer del portero y el departamento estaba brillante, no es que hubiera estado sucio cuando regresé después de un mes de ausencia, pero, sabiendo que ya estaba viviendo en él, le dio un repaso, encargué la cena para las nueve y media de la noche y me tiré a dormir una siesta de por lo menos dos horas, si todo salía como esperaba, iba a ser una noche agitada, posiblemente placentera, aunque agitada.
Lo único que me generaba algún tipo de dudas era con respecto a las gotitas pues, para la hora en que se presentara Amalia, éstas ya habían dejado de tener el efecto deseado que solía durar seis horas. Habría que ver como se encontraba ella de ánimo, pero estaba seguro que, como las preguntas existirían a desbordar, no me negaría la invitación de algún chupito o de algún refresco de frutas y me preparé para esa eventualidad porque pensaba aclararle todo después de…, el “antes” lo hubiera arruinado todo o no, ya se vería.
Fue puntual, siempre lo era, exigía puntualidad, pero era siempre el primer ejemplo, así también era Enrique, estaba elegantemente vestida con un vestido negro, semi acampanado, cuyo largo no llegaba a las rodillas, lógicamente de Diseñador, al igual que los zapatos de taco alto y el sobre rectangular. El vestido tenía breteles y el escote destacaba y, como era de esperar, no tenía sostén, aunque, evidentemente, esas tetas no lo necesitaban, el maquillaje era muy sutil y el cabello brillaba con su tonalidad de castaño con algunas hebras (muchas) de cabello blanco.
Yo también me había vestido bien, aunque no me había puesto corbata, el ambo azul me quedaba pintado y mis zapatos brillaban. Se paró en la puerta antes de ingresar al living y se prestó a mi escrutinio, la tomé de la mano para que pasara y, a la par que le alcanzaba una copa de Martini con aceituna como a ella le gustaba, observé que tenía puesta la pulsera de dijes y le dije:
Entró delante de mí en la habitación que le mostré y el vestido se deslizó como en cámara lenta de su cuerpo, estuve a punto de decirle algo respecto de la ropa interior que usaba antes y de la hermosa tanga que lucía ahora, pero preferí admirar sus pechos de pezones endurecidos, de inmediato se acercó para terminar de sacarme la ropa a mí, quedé en bóxer y la abracé para besarla profundamente. Decidí que tenía que arriesgarme a decirle todo antes, se me hizo que, si no se lo decía antes, después se sentiría humillada y usada, para eso la recosté sentada con la espalda apoyada en la cabecera de la cama, le pasé mi brazo sobre su cuello para acercarla a mí y comencé.
Me alegró que lo hubiese tomado así, se deshizo rápido de mi bóxer y exclamó: “Ahí está, ¡por Dios!, es tal como la recuerdo”, no me dio tiempo a más, me demostró una agilidad que pensé que no tenía y se dedicó a darme una rica mamada, desgraciadamente, no había aprendido mucho o no se acostumbró al tamaño, por eso me rozó un par de veces con los dientes al tratar de tragarla, pero luego se dedicó sólo al glande porque yo me hice dueño de su vagina depilada y anegada.
El “69” se impuso y Amalia tuvo un orgasmo fulgurante apenas comencé a lamer su vagina, ni hablar de cuando me prendí a su clítoris erecto y endurecido, la noté que se contenía y le avisé que la habitación estaba insonorizada, fue como abrir el cielo, todo se llenó de gemidos y gritos de placer multiplicados cuando entré con dos de mis dedos en su asterisco estrecho y bastante cerrado, sin aviso explotó y me llenó la cara con sus fluidos, por lo cual no tardó en girarse para pedirme disculpas y lamerme el rostro prendiéndose a mi boca.
La posición en que quedó se prestaba y le dije que hiciera ella sola y que se sentara, “¿me dejás?”, -preguntó un tanto extrañada-, eso me hizo pensar que se hablaba mucho de su supuesto libertinaje, pero o no era tal o no había aprendido mucho. “Haceme gozar”, -le pedí y los ojos le brillaron como los de un chico con juguete nuevo-. Se arrodilló con las piernas a mis costados, acomodó el tronco y el glande con su mano y se fue sentando de a poco, yo sabía que le entraba toda y apreté los pezones buscando su descontrol.
Logré lo que quería, sus pezones seguían tan sensibles como siempre y se dejó caer cuando comenzó a temblar por el placer que sus tetas le transmitían, casi al instante los ojos se le agrandaron y se le llenaron de lágrimas, aunque tardó poco en recuperarse para apoyar sus manos en mi pecho y comenzar a darse una cogida de antología, “Que malo que sos, sabés que mis pezones me desarman, tu pija me entró hasta la garganta”, -dijo con una sonrisa y gozando de todo el falo incrustado-. Parecía que el tiempo no había pasado y seguía tan estrecha como antaño, eso me ponía más que bien.
El movimiento de sus caderas, el roce que me provocaba su estrechez y ver su cara de goce cuando ella misma hacía que la verga entrara y saliera de su interior me tuvo a punto enseguida, apenas si pude aguantar a que su orgasmo se manifestara para poder correrme a la par. Entre sus temblores, contracciones y gemidos que parecían gritos al orgasmar, exigió apretando sus manos en mis tetillas y expresó, “sí, sí, llename de leche Ignacio, te amo mi cielo, soy tuya, soy tuya”. Luego se quedó tirada sobre mi pecho completamente laxa y transpirando hasta de las orejas, lógicamente, tanto o más que yo, “estoy bien, estoy bien, me canso porque estoy “viejita”, pero gocé como cuando me cogiste en el Hotel”, -dijo antes de que le preguntara nada-. Después de eso y sin salirse de mi estiró las piernas, apoyó todo su cuerpo sobre el mío, me besó y preguntó:
La felicidad le brotaba y se quedó mirándome en una cuasi posición fetal cuando me puse una bata para ir a atender al chico del catering, estaba hermosa en su desnudez y parecía brillar como cuando joven. Fui, regresé con la comida y me la encontré desnuda en la cocina acomodando los cubiertos, la tomé desde atrás acariciando sus tetas o motivó que me apoyara el culito, a esta altura, pedigüeño, “ahora no sé qué comer, tengo más ganas de llenarme la boca de carne en barra, tus manos en las tetas me transportan”, -acotó riendo desfachatada-.
Me atendió a cuerpo de rey sin dejarme mover de mi lugar y cenamos conversando de otros temas que no tenían que ver con la cama, amagó con preguntar algo del experimento del “viaje” y se calló la boca cuando le dije que eso era un secreto que no podía salir a la luz, ella se había enterado porque yo la consideraba especial, pero no debía salir de su conocimiento. Amalia captó la idea enseguida y se dio cuenta rápido de las consecuencias de ventilarlo y mal emplear todo eso. Preguntó sobre el tiempo, ella sabía que yo me había ausentado por casi un mes, también sabía que había estado sólo una semana en su época, eso implicó que le explicara con mis pocos conocimientos lo del “espacio temporo-espacial” y sus variaciones, además quiso saber cómo me había sentido yo, habida cuenta de que estaba acostumbrado a otras cosas y otro ritmo de vida.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.