LA MANSIÓN - AMALIA - REGRESO. (5).
Después de que nos vestimos dijo que se tenía que ir a la casa a cambiarse para irse a trabajar, “este día va a ser terrible, me partiste con tu “pitito”, todavía me tiemblan las piernas y me cuesta moverme, jajaja, aunque estuvo genial”, -decía sin perder la buena onda-. Luego de esto siguió, “no sé si te veré por la empresa, pero recordá que tengo novio y pienso casarme con él”, “pobre cornudo”, -pensé-, de todos modos, le dije que no se hiciera problemas, que yo estaría poco por allí. Quedó conforme con eso y me llevó hasta la esquina de la casa de Enrique.
El “abuelo” me había dado una llave y la usé para ingresar tratando de no hacer ruido, el coche estaba, pero no sabía si también estaba “la abuela”. Había luz en la cocina, pero como existía una puerta que separaba el living-comedor de la cocina y ésta estaba cerrada pasé tranquilo para irme a mi habitación. ¡Sorpresa!, al pasar por el baño me encontré con Amalia que salía de bañarse, tenía puesta una bombacha con volados, pero era, no sé explicarlo, de tiro largo, un adefesio para mí, aunque sus piernas torneadas y de muslos duros eran maravillosamente largas, sus tetas estaban descubiertas y noté que eran suculentas, bien armadas y duras.
Fueron un par de segundos en que me quedé mirándola, pero como no me había visto porque secaba sus cabellos y la toalla le tapaba la cara, traté de escabullirme y, sin darme cuenta, hice ruido al abrir la puerta de mi habitación, ella se destapó la cara y me descubrió, se quedó mirándome seria, ni cuenta se dio de taparse las tetas y me preguntó alarmada, “¿qué hacés acá?”, sin voltear la vista le dije que Enrique me había dado un lugar y me metí en mi cuarto sin darle más explicaciones.
Pensé que iba a tener problemas con Enrique, pero luego me enteré que ni siquiera le había comentado que me había visto. Al rato escuché que se iba el auto y me fui a bañar, no lo había hecho en el hotel por el tema de la barba y el bigote, en eso momento decidí que no me importaba que en el futuro me descubrieran, me tenían podrido esos pelos falsos y los arrojé en el inodoro, ¡a la mierda con el camuflaje!
Ya listo y rearmado como el Ignacio del Siglo XXI, me fui a la cocina a prepararme unos mates, los degusté con placer y me tomé mi tiempo, después me cambié sin olvidarme de rociarme con el perfume, tenía la ventaja que éste no era penetrante ni oloroso, era un aroma muy sutil y sólo en las mujeres parecía surtir efecto. No bien estuve listo, tomé la cámara y salí a recorrer.
Le saqué fotos a las calles arboladas, a los distintos coches que estaban estacionados, aun cuando tuve que disimular varias veces para que la gente que pasaba no me viera manipular una cámara tan chica. Hasta un Káiser Carabela vi estacionado, tremendo armatoste que descollaba claramente al lado de un Citroën 2CV y un Renault Dhaupine, ese, el DKW Auto Unión que andaba con una mezcla de aceite y nafta y otros más quedaron registrados en el chip.
Hubo fotos hasta de colectivos de la época y no pude evitar comparar con los de mi tiempo, las diferencias eran siderales y, en el futuro, los pasajeros saldrían ganando en rapidez y comodidad, además, casi sin darme cuenta llegué hasta el alambrado de cuatro hilos que demarcaba el enorme terreno de la casa abandonada que sería en un futuro la mansión en que viví tanto tiempo y no quise desaprovechar el momento.
Descubrí que había una entrada con un portón abierto y me metí siguiendo lo que vendría a ser el camino de entrada hasta la casa. No vi a nadie en los alrededores y aproveché a sacar fotos del lugar, tenía razón Enrique, estaba bastante destruida, pero yo sabía en lo que se convertiría, luego de eso me fui para el bar de la casa de Amalia, no pensaba ingresar allí ni hacerme ver por Don Luis, pero saqué fotos de la fachada y de la entrada independiente de la casa, pensé sonriendo que, si mi abuela las viera de grande, se moriría de un infarto, después me fui para la fábrica.
Entré sin que nada ni nadie me detuviera, no existían portones con vigilancia ni personal de Seguridad, caminé libremente hasta el edificio de la Administración e ingresé al mismo, allí había una empleada en recepción y pedí verlo a Enrique, me señaló un pasillo y me dirigí a lo que parecían ser otras oficinas. En ese lugar me encontré con cuatro escritorios ocupados, había uno más, cercano a la puerta de lo que era la Secretaría y estaba desocupado, se me cruzó por la cabeza que sería el de Rita.
Una especie de mostrador separaba los escritorios del pasillo que llevaba a la Secretaría y me dirigí a ese lugar saludando a las tres chicas y al señor que estaban sentados en sus lugares. Golpeé la puerta y escuché que me decían que pasara, me encontré con un lugar más coqueto, aunque no dejaba de ser un cuchitril y adentro estaban Amalia y Rita conversando, imaginé el tenor de esa información por la cara arrebolada de las dos, las saludé a ambas que se quedaron mudas y sorprendidas por el cambio de look, pero les agradó, luego dije que venía a ver a Enrique.
Amalia golpeó suavemente la puerta y me hizo pasar, en esa oficina me lo encontré a Enrique con un jovencito, se sonrió por mi cara limpia y me lo presentó de inmediato, era Domínguez Iturrieta, quien sería “él” Contador en Jefe de todo el Emporio y estuvo junto a mi abuelo durante toda la expansión y crecimiento, llegó a ser su empleado más leal, casi, casi como un hermano menor, y, sin que nadie lo supiera, compañero de “escapadas” y “pantalla” de los revoleos con féminas que tuvo el “viejo” quien fue también su padrino de casamiento. Fui presentado como “Asesor” sin que especificara de “que” y pasó a contarme llamándome Ignacio.
Yo no dije nada de los datos que tenía y Enrique no abrió la boca al respecto, luego de un rato el joven se despidió y sonó el teléfono de su escritorio, le dijo a Amalia que le pasara la llamada y habló calmo, aunque por momentos tuvo que alzar la voz, “no es posible, ese tipo está loco, si el barco no arriba esta noche tendré que pasarme la noche y el día esperando, eso en tanto y en cuanto llegué en el tiempo de espera lógico, está bien veré como hago, espéreme esta noche y lo arreglaremos”. Se puso a despotricar, la llamó a Amalia para que le preparara una copia de un manifiesto de carga y abrió la caja fuerte para sacar un montón de billetes.
Amalia entró al rato diciendo que había hablado al taller y estaban lavando el auto, además, le iban a poner nafta, que me lo entregarían apenas lo terminaran. Charlamos un rato con Enrique y me pidió que fuera a la inmobiliaria de un conocido a quien le había encomendado que averiguara los datos del comprador y el precio de los terrenos de la casa abandonada, “recién estuve por allí, tenías razón, está muy deteriorada, pero, ya sabés…”, -le afirmé-… “Sí, lo tengo claro, cada vez estoy más entusiasmado con la idea de tenerla”, contestó-.
Al salir saludé a Amalia y me pidió que la pasara a buscar por la esquina de la casa a las nueve de la noche, “sé puntual, no quiero que mi padre te vea”, -dijo y se lo aseguré-. “¿A las nueve de la noche? pensar que, en mi época, no se salía antes de la una de la mañana”, -pensé-, claro que no sabía del tema de “hacer la previa” tomando algo en una confitería antes de ir a bailar. Al salir de allí, en la dependencia siguiente me paró Rita para hablarme.
Lo que Rita no sabía es que a mí me comenzaban a asomar los colmillos por la posibilidad de tener el culo y todo el físico de mi joven, futura abuela y no lo iba a dejar pasar. Si le tenía ganas en el Siglo XXI, aun con la edad que tenía, no había que ser muy adivino para darse cuenta que era una oportunidad de conocerla íntimamente y, lógicamente, no me importaba en absoluto que estuviera embarazada de un par de meses, al contrario, llenarla no me acarrearía ningún problema.
Fui a buscar el auto y me encontré con un flamante Ford Falcon, faros redondos, caja de tercera y asiento enterizo, lo recorrí extasiándome al mirarlo y, cuando me senté y lo puse en marcha, el motor me sonó como un violín, lo saqué despacio y me fui a buscar la inmobiliaria por la dirección que me había dado Enrique. El Rematador me atendió muy bien, no se le escapaba que estaba la posibilidad de vender esa propiedad y sacar una buena comisión.
Me dijo que la dueña estaba internada desde hacía años en un geriátrico y que el hijo quería vender, además que estaba autorizado para hacerlo por un Poder extendido para eso y necesitaba el dinero. No sólo eso, también me preguntó si quería ver la propiedad por dentro ya que había conseguido la llave y la autorización para mostrarla, ni loco se me ocurriría dejar pasar esa oportunidad y nos fuimos en el coche de Enrique.
“Da pena, ¿verdad?”, -me preguntó el vendedor cuando me vio lagrimear mientras miraba la casa-. Le contesté que sí, ¿cómo iba a explicarle que yo pasé mi infancia y mi adolescencia en esa casa?... Estaba igual, salvo un par de paredes que mi abuelo había hecho tirar, una arcada grande que faltaba entre el comedor y el living, en la cocina también noté algunas diferencias y no quise subir a las habitaciones, seguramente desde sus ventanas no se divisaría el parque tal como yo lo conocía, pues los yuyales y los cardos copaban el lugar y eran preponderantes en el paisaje, el bosquecito que mi abuelo cuidaba y dónde me había construido una casita de troncos también estaba, desprolijo y lleno de yuyos, pero ahí estaba.
Lo mismo la enorme pileta de natación, sin cerámicas y con el agua verde, aunque faltaba el quincho, la gran parrilla en que el abuelo hacía los asados para la familia y amigos, el estar donde se juntaban todos y el muro perimetral que brindaba seguridad y mantenía la intimidad de la casa. Era todo muy extraño y, en ese momento, casi fantasmagórico. El vendedor me contaba no sé qué cosa de la dueña de la casa y de la enfermedad que tenía, pero yo no lo escuchaba, sólo me limité a preguntarle por el precio. El importe que me dio me pareció irrisorio, aunque entendí que, para la época no era poco dinero, me aclaró que se pagaba la mitad al hacer el contrato de venta y que la comisión era repartida entre comprador y vendedor, no me importaba mucho lo que me decía, yo sabía a ciencia cierta que, después del lunes, mi abuelo Enrique podría comprarla sin problemas y le sobraría para las inversiones comerciales. ¡Bendito PRODE, Internet y el viaje en el tiempo!
Un sueldo básico de esa fecha oscilaba en quinientos Pesos, yo había ganado tres mil quinientos, aún tenía el sobre con el dinero en el bolsillo y le dejé una seña de dos mil Pesos a nombre de mi abuelo, con eso me dio veinte días de plazo para cerrar la operación, todavía me sobraban un montón de billetes para llevarla a almorzar a Amalia y hasta pensé en comprarle alguna chuchería para que usara, tenía en mente una pulsera, un lindo relojito para dama o una cadena de oro, ya vería lo que me deparaba la salida de esa noche.
Salí de la Inmobiliaria con el recibo por la seña y contento como perro con dos colas, me subí al auto y recorrí parte de la Avenida General Paz que dividía la Provincia de Buenos Aires con la Capital Federal, era una vía rápida, cómoda y tranquila para circular, dos manos anchas de cada lado, un bulevar enorme que dividía ambas calles, parque y árboles a los costados, puentes para pasar de Provincia a Capital y, en algunos lugares garitas policiales o casas alpinas para los cuidadores, nada que ver con lo del Siglo XXI, a veces es una locura circular por allí.
Lógicamente, me bajé del auto, filme y saqué fotos hasta aburrirme, lo hice con la máquina de fotos que “me habían mandado de Suiza”, es lo que le dije al tipo de la Inmobiliaria cuando no aguanté y saqué la máquina para sacarle fotos a distintas partes de la casa. El hombre lo aceptó diciendo que “allá” estaban mucho más adelantados que nosotros y me dio justo la excusa para usarla tranquilo. Antes había comido un sándwich de chorizo en un puesto callejero con una “Bidú Cola” que, dicho sea de paso, no me gustó y luego de un rato estimé que era hora de regresar a la casa.
Lo enganché justo a Enrique que había ido a prepararse un bolso para sus cosas y ya se iba, le di el recibo de la seña y el abrazo sentido no se hizo esperar, no sabía que decirme y hablé yo… “No me digas nada, según lo que sé, el lunes tendrás que ir al Banco Nación a cobrar el PRODE como único ganador y te sobrará dinero para la casa y para las inversiones” … “Dios te oiga Ignacio”, -acotó juntando las manos como si rezara-… “Jajaja, en esto no tiene nada que ver Dios o sí, no sé, el caso es que ya viste que con la Quiniela no falló y estoy seguro que no fallará nada, lo tengo todo escrito y repasado un montón de veces”.
Luego de otras cosas que hablamos y de recomendarme que no la dejara bailar mucho a Amalia por su estado, claro que mucho no me entendió cuando le dije que estaba embarazada y no enferma, recién después de que se fue me di cuenta que, en esa época, las embarazadas primerizas pasaban a ser casi prisioneras de los cuidados del esposo o de toda la familia, Amalia no sería la excepción. Rayes del pasado al margen, me tiré un rato a dormir para estar descansado y a horario para pasarla a buscar a “la abuela”.
A las nueve en punto estaba estacionado en la esquina de la casa de Amalia, vi cuando salió, buscó el auto con la vista y se encaminó a él. Decididamente era una delicia verla caminar a “la abuela”, la pollera plisada que llevaba apenas unos diez centímetros por sobre las rodillas dejaba notar que sus caderas eran perfectas, ni hablar de sus piernas y de su camisa que contenía sus tetas de ensueño o, por lo menos, bien armadas y apetecibles, el cabello en ondas le daba marco a su rostro muy sutilmente maquillado y yo me preocupé por mirar que el pequeño recipiente con pulsador con las gotitas estuviese a rebalsar.
Al llegar nos encontramos con Rita y el novio al que me presentó de modo muy formal, era un chico bien parecido y simpático, pero los veinte años se le notaban mucho ante la misma edad de las mujeres que lo rodeaban. “Encantado de conocerte, me dijo Rita que sos el nuevo Asesor del dueño de la fábrica y que te conoció hoy en la oficina”, -me dijo al saludarme y se lo corroboré, aunque aclaré que sería por muy poco tiempo, las mujeres se miraron y sólo yo entendí el tono de las miradas plagadas de picardías.
¿Y Enrique?, -preguntó el muchacho de modo suspicaz-… “Tuvo que viajar a Zarate a esperar la carga de un barco y me pidió que lo sacara a Ignacio a conocer, así que, a portarse bien porque viene de un pueblo y no quiero que se mareé con las luces de la ciudad o con nuestra forma de ser, además es familia porque es primo hermano de mi novio, jajaja”, -expresó Amalia con total naturalidad y cerrando la posibilidad de hablar de mi experiencia en el “extranjero”-. Luego me dijo que lo hizo para evitar que la amiga me acaparara con preguntas, sin saber que lo único que buscaba Rita es ser ensartada de nuevo por donde fuere.
Fuimos a una confitería bailable y la petisa, en un aparte, no tardó en decirme de ir a los baños para que hiciéramos “cosas”, me negué a ello diciendo que no me sentía cómodo, aunque, en realidad, todos mis cañones apuntaban a Amalia, esto motivó que lo tomara al novio del brazo y le dijera de irse a un reservado, Amalia, lógicamente, se negó a la invitación que hicieron para que los acompañáramos y buscó una mesa cercana a la pista de baile para sentarnos, sin ningún tipo de dudas dije de seguirla y tomé su copa y la mía, “adobé” abundantemente su gaseosa, pero antes de probarla dijo de ir a bailar y la acompañé.
No me gustaba mucho el tema de bailar, pero entendí que hacerla transpirar un poco le provocaría mucha sed y luego sería mi momento. Menos mal que tenía un slip ajustado y el vaquero amplio porque los movimientos ondulantes de Amalia cuando bailaba suelto me provocaron una dolorosa erección, era un mimbre moviéndose y sus nalgas se notaban duras y levantadas, lo catalogué enseguida como un bello y proporcionado culo latino y no me faltaron ganas de apretarlo, menos mal que llegaron los lentos y no quiso seguir, yo la notaba muy “ablandada” por el perfume pues se acercaba y lo aspiraba cerrando los ojos, pero, todavía guardaba las formas.
Estaba contenta porque Enrique era muy serio y no la acompañaba a bailar suelto, me lo contaba cuando regresábamos a la mesa y tal como esperaba, se bajó casi todo el vaso con gaseosa. Hablábamos de cualquier pavada y se reía preguntando lo que estaría haciendo Rita con el novio hasta que la noté inquieta y se acercó más a mí, se avecinaba el momento de la verdad y Amalia ya estaba totalmente entregada, sólo me faltaba concretar, aunque sabía que allí adentro no podría hacer nada.
Se lo dije como ordenando y metí la mano bajo sus nalgas, con sorpresa descubrí que se había levantado la pollera para que yo tuviera mejores movimientos y apoyó su cara en mi hombro mientras una de sus manos buscaba mi “paquete”. Amalia estaba empapada, su ropa interior, grande para lo que yo estaba acostumbrado, se notaba más que húmeda y tembló cuando mi dedo pasó por su asterisco y siguió hasta posarse en el hueco de su vagina. “¡Cristo, Cristo, ¿qué es esto?!”, -dijo en medio de su orgasmo repentino-.
“Dejame sentarme arriba tuyo como estaba Rita”, -pidió y amagó con pararse-, la contuve diciéndole que le avisara a la amiga que no se sentía bien y que yo la llevaría a la casa, fue rápido dejándome un gusto delicioso en los dedos, regresó riendo y me dijo de irnos, “la hija de puta se la estaba chupando y me dijo que estaba bien, vamos a tu habitación o a un hotel, yo también quiero chupártela”, -expresó enfáticamente-, los modos medidos, los pruritos y las poses se habían ido a la mierda y me alegró que así fuera.
Apenas salimos de la confitería saqué una foto por sobre mi hombro a la fachada del lugar y un par a ella que caminaba apurada delante de mí, pero ni se dio cuenta. En el auto no me besó, pero luchó con el cierre del jeans y con el slip hasta que sacó mi verga y se llevó las manos a la boca sorprendiéndose por el tamaño, “tenía razón la muy puta de Rita, esto va a costar, la de Enrique es la mitad de esta belleza”, -dijo y sacó la lengua acercando la boca al glande-, yo no me pude resistir, la llamé, levantó los ojos y el flash la cegó por unos instantes.
La mamada de Amalia no era gran cosa, ni hablar de penetrarse la garganta, apenas si se dedicó a chupar el glande, lamer el tronco y rasparme con los dientes, no importaba, yo no pensaba enseñarle y me dediqué a provocarle un par de orgasmos penetrándola con los dedos. Los gemidos llenaban el habitáculo del auto y sus temblores me incentivaban, a la vez que me apuraba por llegar.
Al hacerlo abrí el portón y entre el auto al garaje, cuando cerré el portón y giré me la encontré parada al lado del auto con las tetas descubiertas y la camisa y el sostén en la mano. Sus pezones parados y duros en medio de su areola mediana despertaban las ganas de besarlos, chuparlos y hasta morderlos, me acerqué a acariciarlas y recién allí me besó con fiereza entregándome toda su boca y lengua incluida, mi lengua recorría y llenaba el interior de su boca, a la par que escuchaba sus gemidos de satisfacción y su pelvis se aplastaba a mi bulto.
Fue ella la que me tomó de la mano y me llevó al interior de la casa, yo no quise entrar al cuarto de Enrique y seguí para el mío y una vez allí se desató la danza de desnudarnos mutuamente. Bajé su bombacha que parecía un cinturón de castidad y comprobé gustoso que tenía sus pelos cortos y bien recortados, eso era genial y la levanté de las nalgas para apoyarla en la cama, mis manos en sus tetas impidieron que se incorporara y mi boca se zambulló en su entrepierna.
Si ya estaba medio loquita por las gotitas y las ganas que dejaba entrever, al chuparle la concha y absorber sus labios íntimos se desencajó por completo y comenzó a delirar diciendo que la hiciera mierda, que la partiera en dos, que sería mi puta y no sé qué otras cosas que no entendí porque ella había recogido sus rodillas y tapaba mis oídos con sus muslos, igual a mí no me importaba nada más que el placer que le estaba dispensando y la hecatombe o algo similar se produjo cuando absorbí su clítoris y metí mi pulgar en su culo.
Pareció ser reticente a esto y me llamó “sucio”, pero enseguida lo dejó de lado por el placer que sentía, sus temblores no cesaban, los gemidos se incrementaban y, luego de un rato se aflojó como si fuera un papelito. Seguramente creería en Papa Noel y los Reyes Magos si pensaba que me conformaría con eso, yo estaba obsesionado con su cuerpo, además, saber que en un futuro sería mi abuela le daba un condimento más morboso a la situación lo que me provocaba una erección espectacular.
Quedó en la cama boca arriba esperando y fui al baño a buscar un poco de vaselina que tenía Enrique en el botiquín, después me enteraría que se usaba vía oral cuando estabas estreñido, aunque, en ese momento no pensé para qué la guardaba. De vuelta a la cama acomodé la cámara sobre una repisa y la puse en modo grabación, quedaba a la misma altura que la cama y rogué para que saliera bien, no lo había pensado ni practicado antes y no podía ponerme a ver el enfoque en ese momento, luego subí y comencé a besarle las tetas.
Resultó otro de sus puntos erógenos y me pidió casi a los gritos que la cogiera, por ello me coloqué sobre ella, le tapé la boca con mis labios y el glande quedó encajado en su vagina anegada, “metela por Dios, metela toda”, -me urgía- y no me quise apurar, sabía que podría controlar la penetración y el ariete abrió sus carnes provocando ayes de dolor y exclamaciones de placer pidiendo más. Levantaba sus caderas para que fuera más profundo y, para mi sorpresa, a pesar de su estrechez, calzó justo y mi pubis depilado que a ella le había llamado la atención, quedó pegado a la mata de pendejos cortos y recortados.
Me aguantaría a como diera lugar y mis movimientos, primeros lentos que se fueron acelerando con las entradas y salidas provocaron el placer en los dos. “Dame más verga”, “me abriste toda, me rompiste la concha”, “chupame las tetas”, ¡madre de Dios, qué cogida tremenda!”, -decía levantando sus caderas y exigiendo más-. Claro que le di más, pero antes la moví y la puse en cuatro, “mi culo, no, no me rompas el culo, agggg”, -comenzó a decir y gritó cuando entré profundamente en su vagina-. Me aislé escuchando sus gemidos y aguantando sus contracciones, pero ya mis pulgares impregnados de vaselina jugaban con su asterisco cerrado.
“Nooo, te dije que el culo no”, -gritó tratando de zafar cuando sintió que ya tres dedos incursionaban en sus tripas, pero el chirlo y la voz de mando pidiendo que se callara, actuaron como un sedativo instantáneo y terminó entregándose por completo. Gritó, pataleó, rogó y lloró cuando la verga entró sin piedad en su conducto que dejaba de ser estrecho al paso del ariete y se quedó quieta junto conmigo cuando ni un centímetro del tronco quedó afuera.
El orgasmo de Amalia se potenció porque yo no aguantaba más y descargué mis testículos dejando toda mi simiente en el fondo de sus tripas, algo que le gustó y lo demostró con manifestaciones a viva voz. “No salgas, no salgas”, -pidió y se fue apoyando en la cama con todo el cuerpo-. Acompañé sus movimientos y luego salí despacio de ella mientras ronroneaba satisfecha, me puso bien darme cuenta que la vaselina había servido para que no hubiera rajaduras y le besé el cuello y la espalda, “sos un dulce, quiero más”, -dijo antes de quedarse dormida-, no me quedó más que acompañarla.
Cuando desperté me la encontré vestida y me traía un mate a la cama, su sonrisa iluminó la habitación y le pregunté porque se había vestido, “es mi pequeña barrera, me duele todo, tomé una pastilla que tiene Enrique para los dolores en las articulaciones y me siento mejor, pero quiero ir a almorzar a Palermo y si me quedó desnuda no salimos de la cama”. Le pedí que me diera unos minutos y me levanté desnudo para irme a bañar, Amalia me miró y noté que se aguantó las ganas de torcer la vista, la miré interrogándola y me dijo que no estaba acostumbrado a ver a los hombres desnudos, “con vos me parece natural”, -agregó sonriendo-.
El viaje a Palermo nos llevó bastante, era muy engorroso andar por las calles intermedias, Amalia estaba feliz, su cabeza se apoyaba en mi hombro y me preguntó por qué me reía solo mientras manejaba, “es porque todo esto me parece extraño, pero me gusta”, -le contesté, aunque la verdad era por lo que me había pasado en la Estación de Servicio en que me detuve a cargar nafta, el señor que me atendió me preguntó “¿Especial o Común?” y me costó contestar, acostumbrado a la Premium o la Power, me resultó rara la pregunta, al final cargué la “Especial”, a esos motores no le afectaba la “Común”, pero con la otra andaban mejor.
Lo que noté es que las calles, el predio de la Sociedad Rural, el Jardín Zoológico y el Jardín Japonés habían cambiado mucho en el Siglo XXI, no así los monumentos que estaban mejor conservados, todo lo demás me parecía viejo, vetusto y con colores opacos. De todos modos, la comida resultó agradable, el lugar no era feo, allí había más color, lo recorrimos con Amalia tomada de mi brazo y tuve que cambiar otra tarjeta de la cámara, ya había agotado tres y estaba seguro que en esa salida serían cuatro. Ahh, la filmación salió bien, por lo menos lo poco que pude ver y no seguí porque no se justificaba una paja teniendo el original a mano.
“Sabés que siento que te amo como a nadie”, -me dijo cuándo le compré una pulsera de oro con dijes y se la puse en la muñeca-. No le contesté, pero la abracé fuerte y emprendimos el regreso. Con mirarnos los dos sabíamos cómo terminaría esa tarde pues Enrique había llamado antes de que saliéramos de casa avisando que llegaría el domingo, Amalia había arreglado la cama y oreado la habitación, así que, cuando vimos un cartel que decía Hotel Alojamiento, nos mandamos de cabeza y antes del segundo round se prestó alegré a posar desnuda y a dejarse filmar cuando se movía en pelotas por toda la habitación y se reía haciendo muecas hacia la cámara.
La dejé en la esquina de la casa cuando ya era bastante tarde, me pidió que no volviera a mi pueblo y, aunque sabíamos que no podía ser, me dijo que me amaría siempre, de verdad que fue bastante triste el final de ese sábado. Lindo problema tendría al regresar cuando me encontrara con la vieja abuela Amalia, aunque, seguramente, me la volvería a coger hasta por las orejas, pero la disyuntiva pasaba por darme a conocer o no, creo que la impresión podría llegar a ser muy fuerte, sin embargo, conmigo se había mostrado mala, sin contar que me molestaba que fuera muy puta, por más que yo no pudiera prohibirle nada.
Enrique llegó el domingo al mediodía, lo recibí con un rico asado que hice yo mismo, le conté que lo habíamos pasado muy bien y él me contó que todo había salido bien, salvo por la demora del barco, aunque me dijo compinche que no había perdido el tiempo porque se encontró con gente “conocida”. Yo le seguí el juego, si supiera lo mío no hubiese regresado entero a mi tiempo y mis tías y primas no hubieran nacido. Después de comer dijo que iría a buscar a Amalia para dar una vuelta, yo dije que dormiría o escucharía los partidos en la Spica (radio portátil por excelencia), al margen, me sorprendió José María Muñoz con sus relatos.
Enrique regresó como a las nueve de la noche, yo ya había controlado los resultados de los partidos de fútbol y sabía que había ganado el PRODE, pero, los celulares no existían y no tenía forma de comunicarme con él. Apenas entró se dio cuenta de todo por mi cara, pero no le dije nada, le puse los resultados a la vista y le di la tarjeta, se sentó con una palidez acentuada y controló cada uno de los resultados, luego me miró con los ojos llenos de lágrimas.
Estaba con un miedo espantoso cuando fuimos al Banco de La Nación pues allí se pagaban los premios del PRODE, yo también estaba en el aire, para que negarlo. A las ocho y diez de la mañana pedimos hablar con el Gerente y nos atendió enseguida cuando avisamos el motivo de nuestra visita, comprendió enseguida la necesidad de pasar desapercibidos, pero Enrique tuvo que acceder a brindar una entrevista a un Periodista de un diario importante, eso sí, con la promesa de que eso sería noticia en la mañana y no antes, allí explicó que él nunca jugaba y lo había hecho a instancias de su Asesor quien le daba los resultados para llenar los casilleros.
Le preguntaron el nombre y el apellido del Asesor y él dijo que lo llamaran sólo Ignacio, “no le gusta figurar, tanto así que él no jugó, de sus ganancias me ocuparé yo”, -dijo con picardía y generó las risas del Gerente y el Periodista-. Desde la misma oficina del Gerente llamó a la empresa y habló con Amalia, “no le digas nada a nadie, preparate para el casamiento, gracias a los resultados que me fue dando Ignacio, fui el único ganador del PRODE”, desde el auricular se escuchaban los gritos de “la abuela”, aunque se tardó unos segundos para explotar, quedó con ella que la pasaríamos a buscar para ir a almorzar.
El almuerzo estuvo cargado de preguntas de parte de ella, pero nos mantuvimos en el tema de la corazonada momentánea, “ustedes son tal para cual, hasta son parecidos físicamente, parecen parientes, en una de esas, verdaderamente, son primos y no me lo quiere decir”, -arriesgó a decir, pero sólo recibió nuestras carcajadas como respuesta-. En un momento en que Enrique fue al baño, Amalia me preguntó cuándo me iba y le dije que lo haría el miércoles…
La pobre Amalia no sabía que eso podía darse sólo cincuenta años después. El lunes pasó sin otra novedad, con lo sucedido teníamos bastante y yo me fui para la casa, ellos se quedaron porque irían a pasear y a hacer planes. El martes, sin decirle nada a nadie, salvo a mí, por supuesto, dio el anticipo para la casa e hizo las primeras inversiones comprando acciones de una empresa, el miércoles las vendió y ganó casi tanto como lo logrado con el PRODE. La espiral ascendente había comenzado y no había razón para seguir allí.
La despedida fue un tanto dolorosa, Enrique no pudo contener las lágrimas cuando nos fundimos en un abrazo, pero sabía que no podía ni debería detenerme. Me volvió a jurar que ni Amalia se enteraría de nuestro secreto y, después de pasar un día depresivo y con dudas que me volvían a surgir sobre mi regreso. Se encaprichó en llevarme hasta el cardal, pero se quedó en el auto, ya eran casi las diez de la noche, lo abracé por última vez y caminé con el bolsito hasta el lugar estimado en que había llegado. No sabía que podía pasar ni lo que debía esperar, de pronto me encontré con una luz fuerte de color celeste, no era una apertura muy grande y cuando me acerqué, literalmente, me chupó, recuerdo que pensé “adiós 73’” y me sumergí en toda una parafernalia de luces multicolores.
El regreso fue más tranquilo, posiblemente porque ya no tenía los mismos miedos, aunque, no está de más decirlo, apretaba fuerte el bolsito contra mi pecho y tenía los dedos cruzados esperando que del otro lado apareciera Mario. Sólo lo vi cuando me cacheteaba el rostro para hacerme reaccionar del desmayo y nos abrazamos a los gritos, eran las veintidós y un minuto de un sábado de pleno verano del 2023.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.