LOS ABUELOS “JÓVENES” - RITA. (4).
Me costó un rato recuperarme, seguía sentado, pero, el llanto repentino había ayudado a mis angustias, pensaba incluso en las ilusiones y el esfuerzo que había hecho Mario, los miedos, las incertidumbres, muchas veces el descreimiento, las ganas de que todo se hiciera realidad y los pesimismos reinantes, sin embargo, a pesar de todo eso, aún me costaba creerlo. Aplicando un poco de razonamiento, me obligué a pensar mejor y a tratar de ubicarme en el lugar, el cardal estaba rodeado por una oscuridad parcial porque la luna iluminaba y, como mi altura sobrepasaba los tallos espinosos, me incorporé para ver hacia donde salir.
A unos de mis costados y, aproximadamente a unos setenta u ochenta metros, después de toda una hilera de árboles que parecían bordearla, estaba la avenida iluminada por columnas arqueadas de las que asomaba un artefacto o bastidor con una lámpara enorme cubierta por un enrejado de alambre, estaban ubicadas con una separación de unos quince metros y, aunque cumplían su función, no se comparaban con las potentes luces de mi época. Tenía dos carriles de un lado y dos del otro, separada en el medio por un bulevar en que también había árboles distintos a los de las veredas, a mi espalda era todo campo y recién como a cien metros se veían las luces de otra calle y de algunas casas.
Lo mismo sucedía al mirar hacia el frente, una gran extensión de campo lleno de malezas y luces tenues a lo lejos, a mi otro costado se divisaba una enorme construcción en que se adivinaban algunas formas, allí no había luces y parecía estar todo abandonado. Primero me asusté pensando en que le habíamos errado a las fechas o al año, pero recordé que mi abuelo todavía no tenía dinero para comprar una gran mansión, tampoco había averiguado antes la fecha de cuando había sido adquirida, aunque, sin ninguna duda, el lugar era el correcto. Sabiendo esto, me deshice de las cintas que mantenían el bolso y caminé hacia el costado más iluminado por el que se veían circular diversos autos, tenía que ubicar el hotel.
Parado al lado del tronco de un árbol que estaba cercano al cordón de la avenida, traté de arreglarme un poco y sacarme las espinas de encima, hice lo que pude y crucé la calle para verme en el vidrio del escaparate de un comercio y allí me peiné y me sacudí lo que pude, pues podía dar alguna excusa con el tema de las espinas de los cardos, pero no de una peluca o barba y bigotes falsos mal colocados. Caminé unos cien metros por las veredas mal iluminadas y traté de ubicar la esquina de la calle en que estaría el hotel.
Los nombres de las calles estaban escritos en un vértice de las paredes de las casas de las esquinas o debajo de una chapa blanca oval que identificaba el número de cada casa, pero, por lo pronto, para mí era igual que nada, lo había ido a ver y ni siquiera había anotado el nombre de la calle en que se encontraba el hotel y recién “in situ”, me daba cuenta de los enormes cambios que se notaban. Otro error que se me había pasado por alto, menos mal que un chalet ubicado en la esquina que buscaba me sirvió de referencia. En mi tiempo real me había llamado la atención la forma del porch de entrada y, aunque cuando lo vi tenía rejas altas en el frente del terreno anterior al jardín y ahora era una pared de media altura con un portoncito de madera, amén de que el color de la pintura era distinto, el porch no había cambiado en su estructura. Ya sabía que tenía que caminar unas dos cuadras hacía mi izquierda y me lancé a transitar esas veredas oscuras mirando los autos estacionados al lado del cordón de la calle.
¡Era increíble, nunca los había visto tan cerca!, por allí un Fiat 1500, un Falcon, un Siam Di Tella, una Chevy SS, un Peugeot 403, otro 404, un “ratón” Heikel, estaba aceleradísimo y con ganas de ver más, pero tenía presente que no debía despertar sospechas y no me detuve. En la esquina del hotel me encontré con un pequeño bar, probaría allí de comer algo y si se podía preguntaría algunas cosas, al entrar me resultó todo muy bizarro, pero me hice a la firme idea de no comparar con lo que yo conocía, tenía que entender rápido que todo se vería distinto. “Adónde fueres, haz lo que vieres”, -decía el dicho- y me fui a sentar en una mesa libre.
Desde ahí observé con más detalle, heladera-mostrador, larga con frente en vidrio y madera, estanterías detrás con varias botellas de bebidas y una vetusta máquina de café express, sobre el mostrador dos fuentes con tapas de plástico donde se veían algunos emparedados de milanesa con tomate y lechuga, un señor mayor lo atendía y se dirigió a mi mesa, además había siete u ocho mesas más con cuatro y dos sillas, las cuales ocupaban unas cuatro personas, puse el bolsito en la silla adyacente y saludé al que me serviría.
El importe que me dio con la comida incluida era irrisorio, pero la denominación de los billetes se correspondía y me convenía más estar metido en el barrio, le pagué en el momento.
Pasé al baño para arreglarme mejor con un espejo de por medio y regresé a la mesa. El diario de la mañana me hizo saber que, efectivamente, el día era un miércoles y los resultados de la Quiniela coincidían con los que tenía anotados. Toda la adrenalina del día me estaba pasando factura y necesitaba darme un baño y dormir a destajo, pero justo cuando lo estaba por llamar a don Luis, escuché el escape de un auto al acelerarlo en seco. El sonido era de un motor potente, con fuerza y miré por la ventana cuando la chica que iba de acompañante se despedía y entraba al bar, el coche que se alejaba era un Torino coupé, ¡por Dios, que hermosa máquina que en mi época ya era de colección!... El tema fue ver a la chica, ¡la puta madre, era mi abuela!, más joven, infartante aun con esas ropas distintas y esas polleras largas que dejaban notar sus nalgas paradas, el culo se me llenó de preguntas cuando la miré.
Fue extraño, ella acababa de bajar del auto de su novio, mi abuelo Enrique y apenas entró al negocio me miró dejando entrever un cierto interrogante en su mirada clara, era imposible, pero me pareció que lo hacía como si me conociera, yo hice igual, aunque me dediqué más a admirar el conjunto de su rostro, no tenía el rictus de amarga de mi abuela, claro que eso se adquiere con los años y las amarguras, el cabello de color castaño claro le formaba ondas y me recordaba a una actriz estadounidense que era famosa precisamente por el corte de cabello. Me negué a bajar un poco la mirada porque me quedaría fijada en sus tetas erguidas y suculentas ocultas por un sostén de los llamados “armados”.
Algo le preguntó al padre sin dejar de mirarme y éste le contestó también mirándome, pero no escuché nada de lo que hablaban, de seguido, aunque se notó que el padre no quería y le exigía algún tipo de respuesta a una pregunta que le hizo, se acercó a mi mesa con una gracia al caminar que nunca le había visto a mi abuela y saludó en voz alta a unos clientes que se retiraban. Me levanté de la silla cuando me estiró la mano y me dijo: “Hola, soy Amalia”, tardé unos segundos para contestar, el tiempo parecía haberse detenido y recuperando rápido cierta cordura, le contesté sonriendo: “Encantado de conocerte Amalia, mi nombre es Ignacio, por favor, no te ofendas si te miro, sos hermosa”, atiné a decir sin ánimo de coqueteo y la vi sonreírse.
Don Luis dejó a Amalia limpiando algunas cosas y me acompañó a la habitación, se lo notaba disgustado, pero no era mi problema. Ya dentro del cuartito encontré que en el que había una cama de una plaza, un armario chico y una mesa con dos sillas, además de la puerta de un bañó pequeño que tenía inodoro, lavatorio y la ducha con el calefón eléctrico que había que llenar de agua, dejarla calentar para después bañarse tranquilo luego de haberlo desenchufado, más precario imposible y alejadísimo de mi buen pasar como “nene-bien”, pero, era lo que había y quedaba adaptarse. Mientras esperaba que se calentara el agua del calefón, trabé la puerta, “desensillé” mi cara de los bigotes y la barba, lo mismo hice con la peluca, luego el baño me vino de perlas, a pesar de las incomodidades, me sentía otro tipo y no abrí la cama, sólo corrí el cubrecama y me dormí al toque. Me levanté bien temprano y me jugué por una corazonada, armé de nuevo mi cara, me vestí, perfumé, guardé unas planillas y me fui para la fábrica, allí esperé al Torino de color rojo.
Llegar hasta allí recorriendo las diez cuadras que había hasta la fábrica, me resultó todo un mundo nuevo y completamente desconocido, las calles, los autos, la ropa de la gente, los saludos entre ellos que conllevaban una esencia de barrio que nunca conocí personalmente, algunos vehículos de tracción a sangre, repartidores con triciclos, todo era distinto, me parecía estar metido en un casting para una película de época, pero, había que absorber y seguir. Mi abuelo era como yo lo recordaba, sólo tenía que agregarle el cabello y los bigotes canosos, por lo demás, la misma altura, muy parecida a la mía y sus gestos imborrables en mi mente, era el mismo hombre que yo había adorado desde mi niñez, lo abordé en un arranque de audacia y me presenté pidiendo tener unos minutos con él, la empatía funcionó de maravillas, enseguida nos vimos como dos amigos casi de la misma edad y me apuré a contarle las posibilidades de crecimiento de la empresa.
“Lo suyo me interesa y llega como mandado no sé por quién, pero mejor conversamos esto tomando un café, adentro de la oficina me siento agobiado y ando con algunos problemas extras”, -dijo invitándome a subir al auto-. Contuve una sonrisa, yo sabía quién me había mandado allí, el caso es que arrancó el auto y nos fuimos a una confitería más “chic” donde, según me dijo acababa de desayunar, fue cierto porque el camarero le preguntó: “Se olvidó algo don Enrique”. Pidió dos cortados como si supiera lo que me gustaba y me preguntó que tenía para él.
Yo estaba enloquecido, la única manera de conseguir que me hiciera caso era por medio de desnudar la, casi inverosímil, verdad, pero era muy complicado, aunque, por otro lado, ya sabía que nunca había abierto la boca y le dejó a Ignacio gran parte de sus ganancias tal como lo había dicho en el reportaje que había leído. Comencé contándole que había hecho un estudio sobre la fábrica y aposté a que no era necesario meterse en la Bolsa, que todavía no tenía el desarrollo empresarial suficiente y tendría que poner inversionistas que se lo tragarían.
En las fotos no había dudas de que era él y también de que quien estaba a su lado era Amalia, las miró, las dio vuelta y me miró a mí con los ojos desencajados, se sentó nuevamente y se tomó la cara entre las manos. Movía la cabeza diciendo: “No puede ser, es imposible, ¿acaso este nene…?, ¿qué más tenés para mostrarme?, no lo puedo creer” … Afirmé con la cabeza a la pregunta de quién era el nene de la foto y corroboré que era yo…
Pagó las consumiciones, entre pitos y flautas nos habíamos tomado dos cafés y una gaseosa cada uno, el abuelo, que todavía no lo era, estaba desatado y temí por su salud, hasta que me di cuenta que lo pensaba tal como lo conocí antes cuando ya era “veterano”, pero en ese momento tenía un poco más de mi edad y estaba fuerte como un roble. Se quedó mirándome con una pila de preguntas acumuladas en sus ojos y arrancó el auto para irnos a buscar el bolsito a la casa-pensión de Don Luis…
Caminé hasta el bar mirando el inmenso terreno de la casa abandonada, pensar que allí sería donde pasaría mi infancia y a mí también me parecía todo muy loco e irreal. Entré en la pensión por una puerta aledaña y saqué el bolso con todas mis pertenencias, nunca más volví a verlo a Don Luis. Mi abuelo o Enrique, me esperaba dentro del auto y le pedí que no arrancara, le conté que había llegado en medio del cardal de ese terreno y le dije más…
Luego de jugar la “tarjeta ganadora” de ese fin de semana, nos fuimos para la casa de Enrique, se lo notaba calmado, pero la cabeza funcionaba a mil. Al llegar me di cuenta que era la casa en que vivía mi tía Gracia y se lo dije porque él me comentó que esa era su casa paterna y, según comentó jamás pensaría en venderla.
Después de eso nos pusimos a “estudiar” el tema de las empresas, las compras, las ventas y los pasos que mi abuelo seguiría para conformar el Emporio Económico que había legado. Se asombró porque había empresas de amigos que quebraban y a alguna de ellas las había comprado, decidió en ese mismo momento que no cotizaría en Bolsa, aunque supo que por la Bolsa y las caídas de las acciones de varias empresas ganaría mucho dinero. Él se guardaría todos los datos asentados en las planillas escondiendo todo bajo siete llaves, ese sería un secreto inexpugnable y, a ciencia cierta que lo cumplió. Para la una de la tarde estábamos con un hambre atroz y me dijo de irnos a una parrilla para comer algo de carne asada.
Luego de almorzar como hambrientos regresamos a la casa y me fui a dormir la siesta mientras él hablaba por teléfono con Amalia y escuché cierto tono de discusión, pero no le di mayor importancia. Me levanté como a las seis de la tarde y lo encontré a Enrique tomando mate solo, me reí y le dije que de alguien había tomado yo esa costumbre de tomar mate solo, me convidó y me dijo que arriba de la mesa había algo para mí, me extrañé por eso y vi un sobre, lo abrí y contenía un montón de billetes…
Yo me aproveché de su pose y le saqué varias fotos así, luego lo hice con él de frente, sentado, en su dormitorio, saqué otras del frente de la casa, de la zona del parque en el interior y con la coupé Torino me ensañé, “¿parece que te gusta ese auto?”, le contesté que me encantaba, que se había dejado de fabricar a fines de 1981 para convertirse en auto de colección, al igual que muchos otros. Me preguntó que coche tenía y le hablé del AUDI A6, el día y la noche, años luz de diferencia entre uno y otro, pero el Torino era el Torino, al igual que el Falcon o la coupé Chevy Serie II, mismo la coupé GTX de Dodge o el Ford Fairlane que se dejó de fabricar el 1982 o el Rambler Ambassador que se fabricó a pedido hasta 1975. Mi abuelo escuchaba embelesado porque le encantaban los autos buenos y eso que no le hablé de los autos japoneses, los gasoleros o los alimentados a gas comprimido y de los eléctricos, menos los eléctricos, los otros ya los iría viendo.
El baño en esa casa fue distinto, los sanitarios eran más modernos, el agua se calentaba con calefón de gas licuado, lo mismo que la cocina y para eso había en los fondos de la casa una casilla que guardaba dos tubos de gas que duraban aproximadamente un par de meses y eran distribuidos por los camiones de reparto de la distribuidora de gas de la zona, todo, absolutamente todo, era distinto, pero el agua salía más caliente que con el calefón eléctrico. Dejé la peluca de lado, de última podía decir que había ido a la peluquería, lo llamé a Enrique para decirle eso y me afeité antes de ponerme la barba y bigotes postizos, estaba en eso y mi abuelo se interesó en la maquinita de plástico de doble hoja para afeitar, la miró, comparó con la suya, pesada e incómoda, que tenía hoja de afeitar grandes y la dejó en el botiquín sin decir nada. Luego de cambiados nos fuimos a la confitería y allí yo me arreglaría para ver de conseguir algo pues tenía ganas de “hacer uso”.
En la confitería nos encontramos con Amalia y una amiga de nombre Rita, la “abuela” estaba espectacular y tuve que disimular los colmillos al mirarla, la amiga era un poco más baja, un poco más rellena, pero tenía buenas tetas y un culito duro que era para parar el tránsito, después que Enrique me presentó como “Asesor Financiero” de la empresa Amalia, expresó como disculpándose que no había podido avisarle porque el novio ese día no había aparecido por la empresa, luego lo tomó del brazo y se lo llevó a uno de los reservados.
La tal Rita se había colgado de mi brazo pues aparte de gustarle, le tintinearon los ojos cuando aspiró mi perfume, resultó ser una empleada administrativa de la fábrica y no tuve oportunidad de decirle mucho, toda la charla provenía de parte de ella, que aún vivía con los padres, pero que era bastante independiente, que hasta coche tenía, pero, aunque hablaba y hablaba, estaba atenta a algo más y me di cuenta que cuando se desocupó un reservado de los que allí había, me tomó de la mano y me llevó con ella. Nos sentamos en una especie de sofá y al querer pasarle un brazo por el cuello para abrazarla, se molestó, “pará, pará, vas un poco apurado, no te equivoques, sos un lindo tipo, pero yo no soy una cualquiera”.
Lógicamente le pedí disculpas, le hice saber que me encontraba muy desubicado y no quería que se molestara. (Te vas a arrepentir de esta “parada de carro”), -pensé para mí y, no sé si tres, pero dos pulsos seguidos hicieron que cayeran las gotitas en su vaso y la sobredosis hizo efecto enseguida. Tres minutos después decía que no sabía lo que le pasaba y que nunca había actuado así, menos mal que la barba y el bigote estaban bien pegados porque se sentó sobre mis muslos y me comió la boca con desesperación, “tengo novio, pero estoy desesperada por sentirte adentro de mí”, -dijo levantando un poco la voz al dejar de besarme-. Le pedí que se calmara y se abrió la camisa levantándose el sostén que me pareció enorme y antiguo, sus tetas quedaron a la vista y sus pezones endurecidos, chiquitos para tanta carne, pedían a gritos manos y lengua.
La pollera acampanada tapaba mis muslos y ella buscaba de apoyar su intimidad en mi bulto, “sacala y metémela, te prometo que no hago ruidos, quiero que me cojas acá o en el baño, donde sea, siento que es enorme y quiero tenerla adentro”, -decía desencajada y sin guardar ninguna forma-. Me sentía incómodo con eso, para peor o mejor, la cara de sorpresa de Amalia que nos miraba y se tocaba el pubis por sobre su pollera, me incentivó a chuparle una teta a Rita que no pudo contener su gemido. Detrás de Amalia apareció Enrique, sólo dijo que se iban a la casa y se la llevó tomándola del brazo, “mañana te veo”, -alcanzó a decir Rita-.
Cogerla iba a cogerla, pero ese no era el lugar adecuado y le dije de irnos a un hotel, “sí, sí, vámonos, pero manejá vos, no corresponde que sea yo la que pida la habitación, yo te digo dónde queda”, -dijo dando un salto para pararse y acomodarse la ropa-. Salimos y, mientras la “gordita” movía las manos como si fuera un pulpo y trataba de sacarme la verga, manejé un Fiat 1500 por casi doce cuadras hasta llegar a un “Hotel Alojamiento” como decía el cartel, no era distinto a los “Albergues Transitorios” que yo conocía, de hecho, en algún momento sólo le habían cambiado el nombre, pero, ¿quién me quitaba la alegría de manejar ese auto?... Pedí una habitación “especial” con… bidet y bañera, decididamente, el tiempo pasado no siempre era mejor.
Rita, sin tacos y exhibiendo toda su piel resultaba bastante “cortita”, pero eso no me importaba tanto, me desnudé ayudado por sus manos y su apuro, hasta que me saqué el slip. La chica me hizo reír, se tapó la boca abierta y la cara con las manos por la sorpresa al encontrarse con mi verga y se sentó arriba de la cama dejando a la vista su pubis poblado de pelos, pero totalmente anegado. Ni en pedo pondría mi boca allí, siempre me había resultado antihigiénica la pelambrera, el aroma terminaba siendo muy fuerte y la acomodé para un “misionero clásico”. Él o los “polvos” serían sin “chiches”, dijo que la quería sentir adentro y había que darle gusto, pero no fue tan sencillo, penetrarla en dos o tres movimientos y taparle la boca para que no gritara como descocida fue un triunfo, además era bastante estrecha y me faltó gritar a mí por la compresión que sentía en el tronco.
Como sea, entró toda mientras me miraba con los ojos a punto de reventar, luego de un rato y de movimientos tenues se calmó y le tocó a ella moverse como electrizada. “Afuera, afuera”, decía de forma entrecortada y yo no tenía ganas de terminar, ella ya había acabado un par de veces y se la saqué para hacerla girar y ponerla en cuatro. “El culo no, el culo no”, -pedía moviendo sus caderas cuando mis dedos embadurnados en sus jugos jugaron con su hueco-. Estaba lista la pobre si creía que se iría de esa habitación con el culo sano, como fuere, costó, pero no fue tanto, luego me diría que con el novio lo hacía por allí porque no tomaba nada.
Hasta la gozó más la muy putita y los golpes de mi pelvis contra sus nalgas se multiplicaron en el silencio de la habitación, claro que los gritos de ella se los “comió” la almohada y existieron bastantes, al igual que los gemidos. En el tercero de sus orgasmos la acompañé llenándole las tripas y quedé “pipón”, creo que ella también, por lo menos gemía y decía que no quería más, ni fuerzas para cerrar el hueco de su culo le quedaron. Estuve en bueno, después de darme una ducha, llené la bañera con agua caliente, la entibié, le puse sales que hicieron espuma y regresé a la habitación, la cargué en brazos y la metí en el agua, “jajaja, si hago burbujas es porque estoy pinchada”, -dijo tratando de parecer graciosa, pero estaba destruida, no sólo era por las “pinchaduras”, yo me senté en el borde mirando sus tetas y pensé que mi primer “polvo” en el pasado había estado bien.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.