RECOPILANDO DATOS - LA PRIMA CYNTHIA - “EL VIAJE”. (3).
En realidad, tenía menos edad que mis tías y resultó dada, graciosa y muy deseosa de verga. Me confesó que le gustaban las mujeres, que en el ambiente tenía muchas posibilidades de acceder a algunas chicas porque, con tal de trascender, aceptaban sus requerimientos, ciertamente, no me contaba nada nuevo, era una especie de vox populi que para surgir allí había que hacer “concesiones”, pero, claro, con las Políticas de Género que enarbolaba el Gobierno, no existían posibilidades de denuncias de abuso o de acoso, estaba claro que los gays y lesbianas, mucho más las mujeres, estaban escindidos de pasar por acusaciones, fundadas o no, eso estaba establecido solamente contra el machismo o el Patriarcado… Hipocresías que le dicen…
Como fuere, siguió diciendo que, a pesar de sus gustos, había sentido una necesidad enorme de probarme, “veremos si me lo podrás hacer duro, las veces que probé con hombres no me aguantaron”, -me soltó con cierta suficiencia y sintiéndose ciertamente ganadora. Yo me tenía una fe enorme y no era el caso de andar dándome “aires”, no le dije nada, pero le haría tragar esa suficiencia. Su cuerpo era agradable, aunque nada de otro mundo y tenía algunas adiposidades que no me importaron mucho, una vez que se me paraba, no me distraía mirando pelos ni marcas. No me gasté en preliminares ni mimos, comenzó llorando, con arcadas y vomitando cuando mi verga estuvo instalada en su garganta y le apretaba la cara contra mi pubis, se ponía morada y era allí cuando le aflojaba, después la puse en cuatro y lo que era un conducto estrecho y usado por consoladores dio paso a mi ariete abriendo sus carnes empapadas, eso debo reconocerlo, gritar, gritó, aunque calentar se había calentado y en demasía.
Otro cantar fue cuando me recibió su culo al penetrarla sin escalas. Creo que si le metía un hierro al rojo no hubiese gritado tanto. Estuve un rato entrando y saliendo de allí, escuchaba sus gritos y ruegos para que finalizara la tortura, pero, ni cinco de bola, quería sexo duro y probar con una verga, ergo: verga y dureza obtuvo, para más, en la vorágine decidí alternar en sus huecos. Fueron varios los minutos de esa alternancia y ni siquiera me preocupé si tenía o no tenía orgasmos, aunque creo que un par de ellos se hicieron sentir. Finalmente, las tripas le quedaron llenas de leche y Elena quedó destruida.
Yo no quedé muy bien que digamos, sentía como si me hubiera pelado la verga, pero el escarmiento había valido la pena. Después de un rato largo de recuperación se imponía el baño y allí la cosa fue distinta, se enloqueció y revivió cuando mi boca se prendió a su vagina y absorbí con ganas a su “botoncito” de placer, Elena pedía más y su culo volvió a recibirme, aunque ya no fue tan reticente y gozó haciéndome saber de su placer. Se enamoró, la “veterana” se enamoró, pedía que la siguiera viendo, que no me faltarían mujeres ni fiestas, que ella me acercaría chicas jóvenes, zafé como pude diciéndole que tenía su teléfono y que la llamaría, tuvo que aceptarlo y luego de cambiados la llevé a buscar su auto y desde allí me fui a buscar lo que necesitaba en ropa y calzado. Ya había averiguado que en una compraventa de ropa podía comprar lo que usaría en la estadía, tuve que revolver, pero encontré varias remeras con cuello de la marca del cocodrilo y un par de “vaqueros” de tiro alto y botamangas más anchas, no eran “Levis’s” o “Rangler”, pero servirían.
La señora que me atendió me decía que, aunque ya no se fabricaban esas ropas, había mucha gente, no tan jóvenes, que todavía las seguían usando, también conseguí un par de mocasines clásicos, prácticamente sin uso, pero se notaban que no eran nuevos, por último, me hice de tres o cuatro slip, nuevos, lógicamente sin uso, que era lo que mayormente se usaba como ropa interior masculina y hasta encontré un cinturón de cuero crudo con una hebilla grande que me venía al pelo para los pantalones.
Quedaba cortarme el cabello más corto y conseguir unos bigotes y una barba candado, quizás una peluca para una primera impresión “setentona”, aunque luego de un par de días allí, “iría a una peluquería para cambiar el look” y nadie sospecharía nada. Lo de la barba, los bigotes y la peluca se me había ocurrido viendo unas fotos de la época, pero no había averiguado donde se podía conseguir, igual no importaba tanto, todavía tenía tiempo. Contento con mi compra de los años setenta regresé a mi departamento, tenía que cambiar las sábanas, perfumar un poco la habitación y avisarle a la gente del lavadero para que me vinieran a buscar toda la ropa que tenía sin lavar, eso porque no tenía quien me hiciera esas labores y yo usaba y amontonaba hasta que me acordaba de llamarlos.
La limpieza me la hacía la señora del Encargado del edificio una vez por semana, ambos eran muy discretos y comer, siempre comía afuera, me podía dar ese gusto y, salvo las cosas del mate y alguna que otra miga, mi cocina estaba siempre limpia. Luego de que pasaron a buscar la ropa me senté nuevamente a “estudiar” todo lo que se refería a la empresa madre de mi abuelo, a las que compró a posteriori y de otras inversiones que hizo para formar el Emporio Empresarial.
Encontré datos de la Bolsa de Valores de esa fecha y me interioricé de la suba o baja de acciones de tales o cuales empresas. Sabía que el “juego” de la compra y venta de acciones de la Bolsa te podía llenar los bolsillos o llevarte a la ruina total e implicaba ciertos riesgos que se subsanaban con “datos precisos” que anticiparan los movimientos accionarios de las empresas. Con los datos de “San Google” en mi poder y las fechas de las subidas y bajadas de los precios accionarios, estando en esa época sería como jugar a la ruleta sabiendo de antemano que número saldría favorecido en la tirada.
Me pasé dos días confeccionando planillas con datos de empresas y todo lo referente a sus alzas y bajas en el mercado bursátil, después, por medio del Excel, confeccioné planillas con datos de fluctuación de acciones de tres o cuatro empresas para saber cuándo comprar y cuando vender sin perder, limitando este juego a un par de semanas en el mes, era un buen método para ganar mucho dinero, pero la importancia estaba dada en no enloquecerse con las ganancias. Allí también me di cuenta que el abuelo había hecho lo debido.
En esos dos días, fue estudiar, tomar mate, comer salteado, hacer mis necesidades y dormir, sólo una vez fui a verlo a Mario y me lo encontré encamado con la señora que le hacía la limpieza, seguramente mi amigo, con la nube de leche llegando a su frente, había usado las gotitas y manoteó lo que tenía a mano. Había entrado con mi llave y los observé desde la puerta del dormitorio sin que ninguno de los dos se percatara de mi presencia, pero los cuerpos y la performance de ambos no daba para morbo y me fui sin que notaran mi presencia.
Lo llamé tres horas después y le comenté que había estado en el laboratorio, pero lo había encontrado ocupado en ciertas “descargas” y preferí largarme de allí sin que me vieran. “¿Qué querés que haga boludo?, la “nube blanca” no me dejaba pensar, la vi moviendo el culo al hacer la limpieza y tuve que ofrecerle una gaseosa con “gotas”, el problema es que me excedí en las gotitas y si era por ella todavía seguiría, jajaja”. Nos reímos a carcajadas por esto y después le pregunté por las novedades.
Bromas al margen, tuve que regresar al Internet para actualizar los datos agregando los del día lunes y los del martes, misma fecha, pero cincuenta años atrás. Entre días, fechas y números entrelazados, se me dio por mirar el almanaque y lo volví a llamar a Mario.
Ese desfasaje no lo esperaba y me volví a enfrascar en la computadora, a mí también me llevó casi toda la noche llegar a la conclusión de que se debían respetar el tema de las fechas, independientemente del día de semana que fuera, todos mis datos estaban sacados en relación a las fechas. Como fuere debido a que mi intelecto sobre el Espacio-Tiempo no llegaba a tanto lo dejé librado a los cálculos de Mario y me enfrasqué en obtener resultados para un mes antes y uno después de la fecha inicialmente estipulada.
No fue fácil, tenía la cabeza que me estallaba y me desperté con la claridad del sol porque me había dormido sobre el teclado de la computadora. Lo mío lo había terminado todo y me fui a dar un baño mirando con cariño a la cama, no pude dormir, salía del baño para ponerme algo de ropa y vibró mi celular, era Mario para decirme que respetaríamos las fechas, independientemente del día de la semana que fuera, que a lo sumo cambiaría en algo, pero que no sería relevante, me saqué la duda y dormí hasta el mediodía.
Cuando desperté me di cuenta que la duda que se me había planteado no tenía razón de ser, si se mantenía la fecha los días me los daban los resultados de la Quiniela, estos se daban de lunes a sábado en que había un sorteo de la Lotería Nacional y el domingo no había sorteo, por eso me guiaría y me fui a almorzar algo más sustancioso. Estaba nervioso, sin dudas que lo estaba, ¿quién no lo estaría en estas circunstancias?, todo lo averiguado me daba la pauta de que regresaría, pero… certezas de lo que podía pasar en esos días, no existían.
Luego de comer, sabido es que con el estómago lleno se piensa mejor, me dirigí a recorrer las adyacencias de la mansión de mi abuela, por la enorme avenida que pasaba a unos cincuenta metros de las rejas de la casa me encontré con un cartel de un hotel que decía: “Más de 100 años al servicio de nuestros clientes”, quedaba a unos doscientos metros y para allí me fui. Era un caserón enorme al que nunca le había prestado atención, pero allí estaba y cerca de donde “aterrizaría”, claro que primero tendría que ubicarme por la autopista, me volví contento, a pesar de las urgencias, el panorama se iba aclarando, ya sabía dónde me alojaría esos días.
Encontré que había edificios nuevos, pero también casas más antiguas, era un hermoso barrio y muchas de sus calles todavía conservaban unas largas hileras de árboles cercanos a los cordones de las calles, por allí se notaban luminarias modernas, pero imaginé que cincuenta años atrás todo el lugar sería un poco más tenebroso, como fuere, era otra cosa a descubrir porque no había podido encontrar fotos de esa parte de la ciudad cercana a la Capital Federal, ¿cómo se verían las fotos de esos lugares en mi cámara?
De regreso pasé nuevamente por los enormes portones principales de la mansión, éstos daban a la gran avenida y se notaba el movimiento de la gente de Seguridad que allí había, el terreno ocupaba dos manzanas, estaba rodeado de un muro perimetral de unos tres metros de altura con diversas cámaras de seguridad que cubrían todo el perímetro. Detuve el auto de la mano contraria y me quedé mirando la señorial edificación en que había pasado casi toda mi vida, por lo menos hasta que comencé la Facultad y que me valió poder irme a vivir solo, era ciertamente fantástica y ayudaban a eso los jardines, el parque y los diversos árboles que había.
Estaba ensimismado en eso y, aunque era de día, un auto que salía del interior transponiendo los portones, me hizo señales de luces, quien conducía se estacionó al lado del cordón y bajó los vidrios, yo hice lo mismo y me di cuenta que era mi prima Cynthia que me saludaba agitando los brazos. Le dije que esperara y retomé la avenida unos cincuenta metros más adelante para estacionarme detrás de ella que se había quedado esperando, claro que en ese lapso de tiempo me rocié de perfume, nunca estaba de más.
Arranqué el auto y ella me siguió con el suyo, me fui a una de las confiterías selectas que solían frecuentar y pensé que ni ella ni sus amigas sabían que el “tremendo potro” le iba a dar una espectacular cogida a la primita Cynthia que opacaría las que cualquiera de sus amigos o amigas hubiera podido darle antes. La tarde estaba ideal para un aperitivo con hielo y las mesas con sombrillas ubicadas cerca de la puerta de la confitería te dejaban disfrutar de un ambiente agradable.
Pedimos un coctel de frutas con algo de alcohol para cada uno y apenas lo trajeron ella dijo de ir a saludar a una amiga, yo había visto a la amiga cuando le hizo una seña al sentarnos y aprovechó para ir a verla y, de paso, mostrarse. La camisa con volados tenía botones que apenas si podían contener el par de tetas que portaba, la mini entallada le daba buena forma a su culo parado y la imaginé en cuatro mientras yo la penetraba como a una yegua y usaba la cola de su largo cabello como riendas, cuando regresó a la mesa, después de haberse reído con la amiga, ya tenía su trago “adobado” con una ración doble de gotitas.
Caminamos hasta los autos y parecía metida en sí misma, aunque algo desencajada, me imaginé que iba a tener que esmerarme con mi prima, pero valía la pena, tenía un porte físico espectacular y lo sabía mostrar, el siguiente paso era comprobar si lo sabía usar. Se comportó mimosa, pero decididamente recatada cuando estacionamos los autos, recién se soltó dentro del ascensor y se prendió a mi boca besando con desesperación.
Dentro del departamento siguió con los besos y me aflojó el cinturón mientras yo le desabrochaba la camisa y dejaba al aire las tetas que no necesitaban de ningún sostén, los pezones afloraron erectos y prestos para las caricias y arqueó el torso hacia atrás cuando mis manos se hicieron dueños de las ubres y mis dedos apretaron sus botones receptivos. Se notó demasiado que le gustaba porque el gemido sonó claro y alto, lo mismo que ciertos temblores que, posiblemente, no llegaron a denunciar un orgasmo, pero estuvieron en el borde.
Luego de que dejamos el palier, miró bien el departamento y lo elogió diciendo que ella quería uno igual, ardía en calentura, pero quería tomar el mando y mostrarse como “calientapollas”, tal como, seguramente, haría con los idiotas que la rodeaban. No la dejé, como se había sacado la camisa, la tomé desde atrás y mis manos se adueñaron de sus tetas duras, a la par que mi verga, oculta aún detrás de la ropa, se apoyaba en sus nalgas, su altura y los tacos ayudaban a que los cuerpos se equipararan, no se resistió y le gustó el pedazo que la apoyaba porque tiró sus nalgas hacia atrás para sentirlo mejor.
“Sigo con miedo, esa barra de carne me va a romper toda”, -expresó tocando-. Le dije que siendo así había que comenzar a sacarle los miedos y la alcé para depositarla en el amplio sofá del living, la minifalda arremangada dejó a la vista el triángulo de la tanga y se la saqué casi sin parpadear, lo siguiente fue encajar mi boca en su vagina anegada y por eso, me costó mantenerla quieta porque sus movimientos de placer se hicieron desencajados y perdió todo recato. “No podés, no podés, hijo de puta, me estás haciendo acabar con la lengua”, -dijo elevando la voz sin poder detener sus temblores-. No me satisfice con eso, continué dándole a la lengua, si le gustaban las mujeres que comparara, yo me tenía por buen mamador de vaginas, “¡qué me hiciste, por Dios!, me estás secando, nunca me pasó igual”, -decía sin dejar de temblar mientras los orgasmos se repetían y contracciones, temblores y movimientos hacían que tuviera que esforzarme para que no me sacara de allí de un caderazo.
La levanté para besarla profundo y se prendió con ganas a mi boca, mi verga quedó instalada entre sus piernas y así caminé hasta el dormitorio, Cynthia gemía y se movía mojando todo el tronco. “Gracias primo, tuve ganas de esto apenas te vi, no pude ni hablar mucho con mi amiga porque tenía ganas de estar con vos y al rato tuve ganas de que me perforaras como nunca, me siento muy puta contigo”, -decía hablándome al oído-. Yo me sonreía porque sabía el porqué de su calentura y trataría de hacerla gozar a como diera lugar, sin olvidarme de penetrarla a fondo por todos sus agujeritos.
“Sos una belleza y me encanta verte sobre las sábanas de color fucsia, estás para filmarte”, -le dije cuando se estiró en la cama y me mostró todo su cuerpo desnudo-. El hermoso cabello largo y lacio de color castaño claro con algunas tonalidades doradas, se mostraba tirante en su frente dejando toda su cara al descubierto y sus gestos sensuales me tenían a mil. “Filmame si querés, nunca me vi desnuda sobre unas sábanas tan lindas y dispuesta a gozar de un hombre divino”, -afirmó mirando mi pene erecto-, con esto me dio pie para ubicar la máquina que pensaba llevar en el viaje, de paso la probaba-.
Al subir a la cama ella tomó cierta iniciativa, se arrodilló y, con sus manos se aferró al tronco erguido, “es enorme y no creo que me entre toda en la boca, pero voy a tratar que te sientas bien”, -dijo llevándose el glande a los labios-. “Poné el cuerpo invertido, voy a lubricarte y a jugar con tu culito, tengo que lograr convencerlo” … “A esta altura, si me hiciste acabar como una burra con la boca, no quiero ni pensar en el placer que significará tenerte adentro, tomate tu tiempo, pero acordate que tenés que lograr que te lo pida, jajaja”.
Sin tacos era más chiquita y mientras se entretenía con mi verga, sin lograr que hiciera lo que más me gustaba, su culo y su vagina quedaron frente a mí y a mis dedos embadurnados de lubricante con xilocaína, los cuales se fueron perdiendo en sus conductos, verdaderamente, estrechos. Se quejaba, por momentos se escuchaba un “ayyy”, pero enseguida seguía con su mamada y me dejaba incursionar sin problemas. Al rato de mi sesión de “dedeo” se aflojó completamente y los gemidos comenzaron a acompañarse de temblores, era hora de pasar al otro aspecto.
Cuando ya le entraban tres de mis dedos en cada orificio, llegaba el momento en que el ariete se convirtiera en el protagonista, Cynthia salió de encima de mí, tenía la cara enrojecida y los ojos llorosos por los orgasmos que no pudo contener y por sus intentos fallidos de meterse mi verga hasta la garganta, comentó que estaba maravillada de mi aguante, lo mismo que la falta de dolor por los dedos y extendió su cuerpo en la cama abriendo las piernas. La tomé de la cintura, la besé en la boca, el cuello y las tetas y la acomodé poniéndola en cuatro, moví su cuerpo como si fuera una pluma y agradeció esto, “me encanta que me hagas lo que quieras”, -expresó mirándome con deseo”.
Sobre la cama y arrodillado detrás de ella quedó en primer plano un culo majestuoso, su vagina chorreaba y el asterisco, semi domado, se notaba algo dilatado, pero la tersura, la forma y el aroma de sus nalgas era insuperable. La noté tensionada cuando el glande se apoyó entre sus labios vaginales y, como pensaba tomarme mi tiempo haciéndola disfrutar, no me apuré con la penetración, “¡Cristo, Dios mío!, me estás abriendo toda, me duele, pero me encanta, despacito Ignacio, despacito y metela toda”, -pedía despojada de temores-.
Toda no entró, quedaron unos tres centímetros afuera y se quejó cuando toqué su interior con el glande, de todos modos, eso no la amilanó y comenzó a moverse como electrizada, los orgasmos se sucedían, mi prima y yo descubrimos que era multiorgásmica y eso me incentivó para entrar y salir con más ganas, llegó un momento en que el conducto se encontró anegado de sus jugos, aunque, igual sus labios íntimos parecían salirse cuando la sacaba para volver a entrar. A todo esto, yo estaba muy cerca, ya no podía contenerme y estaba tentado de cambiar de agujerito porque ya lo había dilatado de más con mis pulgares.
Le avisé que ya iba a terminar y, finalmente, se decidió, “no me dejes con las ganas Ignacio, me tenés que hacer la cola, no me importa si me duele”, -gritó totalmente entregada-. Tarde me avisó, a pesar de la abundante lubricación, su conducto me apretaba y mi verga ya latía pronto a vaciarme, Cynthia se dio cuenta y volvió a gritar como ordenando, “dale, dale, me doy la inyección todos los meses”, era justo lo que me faltaba y me hundí en ella lo más que pude para llenarla, los gritos de placer se aunaron y quedamos temblando los dos.
El aire nos faltaba y tuve que salir para que ambos pudiéramos recuperarnos, se quejó porque mi verga no se había desinflado y luego de un pequeño rato me habló: “Sos un hijo de puta primito, me cogiste como nadie, me hiciste calentar como una perra y me dejaste con ganas”, -dijo tirándose encima de mí para besarme, se le notaban las ganas de seguir y me di cuenta que podría haberlo hecho, pero un poco de relax no vendría mal. Le devolví los besos y le dije que comeríamos algo y seguíamos.
Eran como las siete de la tarde, el sol se había esfumado y habíamos pasado unas tres horas de “tiroteo”, el hambre nos apuraba, nos dimos una ducha rápida y nos fuimos a la cocina para alimentarnos. ¿Hacemos unos tostados bien nutridos o encargamos comida?, -le pregunté-… Cynthia me contestó impelida por el hambre, “tengo ganas de comer pastas, normalmente no ceno, pero hoy me comería un caballo, jajaja”. Pedimos pastas con salsa al restaurant con delívery y me encantó ver a mi prima poniendo la mesa vestida sólo con su encantadora piel.
¡Lo que logra una buena cogida!, nunca la había visto así a mi prima, estaba alegre, más jovial, pícara, nada que ver con la que había visto en otras reuniones y que se asemejaba a la cara de culo de la madre o de la abuela. Le hice el comentario y me contó que era todo a instancias de sus padres, principalmente su madre, le machacaba la cabeza con que la abuela quería verla con ese modo de ser, “ya sabés que mi padre también trabaja en la empresa y mi madre recibe un dinero mensual de la abuela que duplica el ingreso de papá, por lo tanto, la que manda en casa es mamá y no quiere dar ningún paso en falso con la abuela”.
Eso era muy notorio, yo mismo me había dado cuenta de eso, pero resultaba una hipócrita total, en realidad, como todas, mucho remilgo y cara seria, pero, según sus hermanas, también salía a “revolear la concha” y viendo cómo era la hija, me hice la cabeza pensando que, en una cama, mi tía Gracia, se podría convertir en una puta desorejada, no me quedaba tiempo, pero se me clavó la idea de averiguarlo apenas regresara del “viaje”. Ya habíamos tomado el café y Cynthia me pidió de ver lo filmado, allí me percaté que la máquina andaba bien, su resolución era muy clara y a mi prima se le volaron los pájaros.
Le gustaba verse en la cama escuchándose gritar y gozar por las cogidas que recibía, usaba el zoom de la máquina para poder ver cuando el tronco ingresaba en ella y no tardó en ponerla sobre la mesa para dedicarse a meterse dedos con una mano y a acariciar mi verga con la otra. “¡No puede ser, no puede ser!, que puta me hiciste sentir, ¡con razón me dolió esa verga!, quiero más Ignacio, rompeme el culo si querés, te prometo que la aguanto, ¡madre de Dios, qué tremenda cogida!”, -decía y no se aguantó, me besó profundo y me pidió de volver a la habitación, denotaba su apuro al caminar y yo estaba hecho todo un semental, ese culo era espectacular y, aun entrando despacio, lo rompería a gusto.
En definitiva, lo de aguantar fue sólo un decir, tuve que volver a dilatar el esfínter en base a lengua escuchando sus gemidos casi gritados y sus quejidos cuando pasé a usar los dedos con el lubricante. Lo demás fue tremendo, sus gritos me aturdían, lloró y rogó en una mescolanza rara, primero para que la sacara porque no la aguantaba, después para decirme que me mataba si dejaba de cogerla, lo suyo parecía de hembra insaciable.
Sus orgasmos fueron incontables y su estrechez me exprimió dos veces, aunque la última vez fue intercalando entre sus distintos agujeros. Cynthia gozó tanto que la mente pareció no responderle y quedó baldada, sólo atiné a dar vuelta la almohada para que siguiera durmiendo y no le molestaran las babas que había dejado en ella. Yo no quedé mejor, apenas si pude ir al baño a lavarme, mi prima no estaba preparada para esa cogida y, bueno, ya se imaginan, luego creo que me desmayé a su lado.
En la madrugada me pareció escuchar que había ido al baño a desalojar lo que había sido una especie de enema y la ducha posterior, yo seguí durmiendo hasta media mañana del domingo. Cuando desperté no había señales de mi querida pariente, sólo encontré una nota sobre la almohada. “Hola Nacho, son pasadas las ocho de la mañana, lo pasé de 1.000, al despertarme te miré desnudo y preferí irme a casa sin despertarte, estoy feliz y dispuesta a repetir, pero ahora mismo tengo llagas hasta en las encías, jajaja. Llamame cuando quieras”.
Yo también lo había pasado genial y me vino bien que se fuera, no se me daba mucho aquello de amanecer acompañado, me levanté descansado y también con algunas huellas de rozones en mi verga, pero no era nada importante, me bañé, me fui a preparar unos ricos mates y saqué el bolso para volver a repasar todo lo que tenía que llevar y allí comencé a temblar. Era una especie de expectativa exacerbada, incertidumbre y, posiblemente, miedo, no era tanto el temblor en las manos, eran las piernas las que no podían detenerse, probé de respirar profundo y la calma era muy momentánea, entonces lo llamé a Mario para contarle…
La charla con Mario, con chanzas incluidas, dejó un poco de lado a mis miedos y expectativas enloquecidas, me transmitió una confianza que yo no tenía muy arraigada, él estaba muy seguro de lo que hacía y, después de todo, era yo quien, solito, me había metido en ese baile. Me cambié, me rocié con un par de “toques” de perfume y me fui a almorzar, se me ocurrió ir al hotel Sheraton de Pilar, tenía como treinta minutos de viaje hasta esa Localidad, pero podía disfrutar de buen nivel, mejor comida y de un aire más campestre, ni en pedo me quedaba un domingo en la ciudad.
Viajé por la autopista imaginando cuanto se tardaría hacía cincuenta años en que había que trasladarse por la Ruta Nacional Nro. 8, para esas fechas bastante angosta y mal iluminada en la noche, eran como sesenta kilómetros desde la Capital, unos primeros cuarenta pasando por varias Localidades y un último tirón de veinte kilómetros de puro campo desde que se salía de los límites de José C. Paz. Yo lo hice en unos treinta minutos viendo las entradas de diversos country privados, edificaciones de industrias varias, predios de clubs deportivos hasta desembocar en la playa del imponente hotel.
Ya había ido varias veces a “Las Vasijas”, tal el nombre de ese restaurant, era ideal para pasar un momento agradable pues tenía grandes ventanales desde dónde se podían ver las piscinas del lugar y el enorme parque que lo rodeaba. Claro que las otras veces había ido acompañado, era ideal para la “trampa”, allí nadie se fijaba en nadie, el status elevado era indiscutible y las amplias y confortables habitaciones estaban a pasos, igualmente, no era el único lugar, hoy por hoy hay montones de spa, hospedajes, hosterías que están alejados, son caros y tienen un excelente nivel, además de absoluta discreción.
El caso es que, mientras almorzaba, detrás de lentes oscuros, me entretuve mirando disimuladamente a los distintos comensales que allí había, principalmente a los que almorzaban al aire libre, se notaba que muchos eran pasajeros del hotel, observé a un par de parejas en luna de miel o a punto de iniciar la misma que se agasajaban con la primera noche en las habitaciones preparadas al efecto, un par de familias con chicos y tampoco me cabían dudas que muchos de los que allí había eran turistas que aprovechaban un tour, pero… acostumbrado a estos menesteres, no pude dejar de notar a señores y señoras mayores acompañados de gente joven que no parecían ser hijos o sobrinos.
Entre ellos, una señora de la edad de mi madre, quizás un poco menos, a la que conocía bien, era del “grupito” de amigas de mi madre, una señora de excelente arraigo social, familia de doble apellido, muy seria ella, a la cual tuve ocasión de conocer y saludar en varias ocasiones en la casa de la abuela. El marido era un encumbrado Empresario de pocas pulgas, dueño de una empresa de renombre en el ramo… igual, no viene al caso nombrarlo, el hecho en sí me llamó la atención porque quien la acompañaba no era el marido al cual también conocía.
El señor en cuestión era un tipo de mi edad o más joven, prestancia, bien vestido, pero, la diferencia era notoria y se mantenía un poco distante de la mujer quien, un par de veces, perdió los papeles agarrándole la mano y otras veces esa misma mano se había perdido debajo del mantel con un indudable destino que el hombre con sus respingos no podía disimular. La fémina estaba desbocada, pasada de calentura y pensé que no tardaría en subir a las habitaciones para calmar sus ganas de verga.
Si ya me cogía a mi madre y a mi tía desnudando mediocridades e hipocresías de esas “señoras bien”, no me costaba nada hacer otra “maldad” con una de sus amigas y la llamé a mi madre con el celular rogando para que la pareja no se levantara de la mesa. Me atendió solícita y se notó que no podía hablar porque estaba rodeada de gente, entonces le pedí el número de teléfono de su amiga Delfina. “Ya te lo paso por Whatsapp, estoy en un almuerzo de chicas y hoy casualmente no vino, está en la casa porque no se sentía bien”, -acotó y no preguntó más-. La tal Delfina no tenía el físico de mi madre, pero no desentonaba y cuando se acercó para darle un beso al acompañante y éste le puso la mejilla, pensé enseguida que era un mantenido de la “veterana” y la llamé. Atendió después de mirar la pantalla, su cara era rara porque no individualizó el número de quien llamaba y contestó con un “hola” tímido.
Me levanté de la mesa y me fui al bar del hotel, me senté en una mesa que daba hacia la puerta de ingreso y esperé. No tuve que hacerlo por mucho tiempo, Delfina entró dándose “aires”, pero su cara la “vendía” el miedo le brotaba en los gestos, levanté una mano para que supiera que era yo quien la esperaba y se vino para mi mesa, seguramente, pensando en que tipo de excusas daría…
Fue sencillo, pedí la habitación y me dieron una en el segundo piso, ella tenía los pezones duros que se le notaban a través de la remera cuando le dije el número de la habitación y subí en el ascensor. No esperé demasiado, apenas me había sacado la ropa cuando entró apurada al cuarto y se me acercó en una actitud sumisa, yo tenía puesto nada más que el bóxer y sus ojos se fijaron de inmediato en el bulto, “te la vas a comer toda por todos lados, pero antes desnudate que quiero verte”, -le dije y vi que me obedeció con rapidez-.
Al final resultó que en mi afán de que no me comieran los nervios y los miedos iba a pasar una buena tarde con una esposa infiel y esas me encantaban, además un tanto sumisa y de seguro que no iba a olvidar ese momento. Su físico estaba bien, aunque alguna flojedad reinaba, pero, ya lo dije, a mí se me había parado y había que darle, las tetas se veían hermosas y de pezones duros que me encargaría de apretar, pero, lo primero es lo primero, ante una seña, se arrodilló con la sorpresa reflejada en el rostro y eso alababa a mi ego.
Se esforzaba por tragarla escupiendo baba y tosiendo cuando se la sacaba de la boca, sin embargo, cuando le tomé los costados de la cabeza con las manos, supo lo que se le venía y aguantó bien el glande traspasando la garganta. Le gustaba, a la muy puta le gustaba y se acomodó rápido a las penetraciones, no dejé que se ahogara, pero la saliva era abundante, al rato lo hacía ella sola, ayudándose con una de sus manos en la entrepierna, aunque así no me haría terminar me gustaba verla gozar y gemir con la cogida de boca y con su masturbación.
Le pedí que no se aguantara si tenía ganas de acabar y surgieron varios temblores como si estuviera esperando mi permiso. Delfina estaba acostumbrada a obedecer y saltó contenta sobre la cama cuando le dije que se acomodara ofreciéndome el culo, claro que estar acostumbrada a obedecer y a aguantar no implicaba que no sufriera la penetración y no gritó, pero acusó la penetración golpeando la cama con sus puños. Al haberle dado permiso para acabar no se contuvo y fue encantador verla temblar y contraerse mientras gemía por sus orgasmos.
Yo no entendía mucho de Dominación o Sadismo, pero si había algo que me encantaba y buscaba en toda relación sexual era ver y sentir los orgasmos de la mujer que estaba conmigo, mucho más cuando era yo quien se los provocaba, hasta tenía cierta escala de valoración, no era lo mismo un orgasmo apenas la penetraba que uno que se iba gestando hasta explotar por mis penetraciones y movimientos. Jamás entendí eso de obligar a la mujer a que se contenga con sus orgasmos, pero, cada loco con su tema.
Ella no sabía de mi aguante y, luego de tres orgasmos casi consecutivos, se le aflojaron las piernas, no la dejé derrumbarse, la volví a acomodar y mi glande busco su asterisco, definitivamente usado, aunque había que ver si aguantaba el grosor de mi verga. Entrar rápido y abriendo las paredes de un culo usado me generaba cierto placer que muchas veces no resultaba tan agradable para quien recibía mi tronco y este caso no fue la excepción, Delfina no gritó, pero sus quejidos fueron tremendos y se mantuvieron aun cuando colaboraba en la cogida moviendo sus caderas buscando más.
“Rompeme, rompeme toda”, alcanzó a decir”, pero yo ya me había dado cuenta que llegaba tarde, mi verga tenía manchas rojas cuando salía de su culo, pero eso no me amilanó y, como además estaba limpia cambié de uno a otro lugar y reiteré estas penetraciones generando más quejidos que se aunaban con exclamaciones de placer. Casi que pareció que “explotaba” cuando le llené el culo de leche y tuvo su mejor orgasmo moviéndose como desenfrenada y ya no la retuve cuando sus rodillas se aflojaron. La imagen me quedó grabada, aplastó el cuerpo y sus nalgas un tanto flojas mostraban un hermoso hueco dilatado y abierto con algunos puntos rojos, posiblemente con rajaduras, ella tendría que ocuparse de curarse.
Me levanté para bañarme y no me acompañó, al salir del baño, todavía permanecía boca abajo sobre la cama, estaba despierta, pero no podía ni moverse, “me quedo un rato más, me cuesta recuperarme, jajaja, la edad me juega en contra, fue mejor que lo que pensaba”, -dijo mirándome de costado-. Me terminé de cambiar y le dije que la habitación estaba paga hasta las diez de la mañana del lunes y si quería aprovecharla que lo hiciera, yo no me podía quedar. De inmediato preguntó si me podía llamar, “llamá, si puedo, nos encontraremos y no te hagas problemas por el video, ya lo borré”.
No esperé contestación, me marché del hotel conforme con el “polvo” y se me atemperaron todos los miedos. El domingo terminó sin mayores dramas y el lunes a eso de las diez de la mañana estuve con el maquillador y se produjo la mimetización, ni yo me reconocía con esos bigotes, la barba candado, las patillas gruesas que llegaban hasta la altura de los lóbulos de las orejas y el cabello largo que, como si fuera un casquete, cubría la mitad de las orejas y tapaba el cuello de la camisa por detrás. La peluca era de cabello natural y me dio un cepillo chico para peinarla, a la vez, tal como se lo había pedido, estaba bien fijada.
Me fui para lo de Mario riéndome solo por las caras que supondría que pondría mi amigo al verme, no quedé defraudado, “¡¿qué carajo te hiciste?!, jajaja, parecés un hippie con dinero, jajaja”, le expliqué que, si me encontraba con alguno de mis parientes o en alguna reunión no quería quedar expuesto en ninguna foto, estuvo de acuerdo con esto porque eran varios días los que tenía que estar allí y me preguntó por la ropa. Me cambié sabiendo que volverían a surgir las risas, aunque en este caso fueron compartidas, le mostré la Libreta de Enrolamiento y el dinero, las planillas las obvié.
Luego de la jarana nos pusimos a prestar atención, es decir, yo presté atención a todo lo que me explicaba Mario sobre el uso del reloj temporizador, el cual, como debía ser usado después de siete días, lo llevaría conmigo en los bolsillos grandes y ajustados del “vaquero”, no quería arriesgarme a perderlo. “Escuchá bien, esto es para tener en cuenta, el día de la semana va a variar, no así la hora ni la fecha”, le dije que ya lo había averiguado por los resultados de la Quiniela pues los resultados de esa fecha caían en un día miércoles.
Todo esto lo hablábamos después de terminar de comer, necesitaba hablar y preguntar, pero Mario me daba poca bola, estaba enfrascado en cálculos y en un momento dado se giró y me dio una pastilla para que tomara, “¿qué es esto?”, pregunté intrigado-, “son casi las tres de la tarde, estás nervioso y preguntando pelotudeces que, si te las explico, no las entenderías, además de contagiarme los nervios, la pastilla te ayudará a dormir unas horas y todos felices”. No me agradó la perspectiva, pero, tenía razón, hasta casi las diez de la noche sería un incordio y una pila de nervios, en síntesis, un verdadero estorbo.
Me debe haber dado un somnífero para elefantes porque al poco rato me atrapó Morfeo y me quedé “mosca”, estuvo bien, además era el científico y sabía lo que hacía. Me despertó a las nueve y media de la noche y me pidió que me lavara bien la cara y me fuera preparando, las piernas comenzaron a temblarme nuevamente y creo que Mario estaba igual, iba a entrar en la máquina a las diez de la noche, “es al pedo esperar más, está todo listo y si llegás muy tarde, andarás dando vueltas a la madrugada”, -acotó, yo sólo asentí con la cabeza, no me salían las palabras-.
Fui al baño a despabilarme un poco, hice mis necesidades y regresé al laboratorio donde Mario preparaba la cámara filmadora para dejar todo registrado. Volví a mirar en el bolso, me lo puse contra el pecho y le pedí a mi amigo que me ayudara con la cinta de embalar, estaba serio cuando se acercó dio un par de vueltas de cinta a mi cuerpo atando el bolso, adonde yo fuera a parar el bolso lo haría conmigo. Luego habló a la filmadora diciendo lo que se pensaba hacer, dio mi nombre, me tocó asentir diciendo que lo hacía por propia voluntad y el abrazo de mi único amigo fue como para fundirse conmigo, no hicieron falta palabras, luego me llevó a la máquina donde me acomodé y cuando cerró la puerta me encomendé a quien sabe quién.
El habitáculo se llenó de luces, la máquina comenzó a girar y, a medida que aumentaba la velocidad, el sonido se volvió estridente, pero todo parecía estar en mi cabeza. Mario miraba con los ojos bien abiertos hacia la máquina y por momentos bajaba la vista a los controles de la consola, una especie de mareo me atrapó y lo que en un principio no se daba, se hizo más patente, ahora era la habitación la que giraba a una velocidad tremenda, las cosas se borraban de mi vista, no podía distinguir nada más que una especie de remolino de colores y Mario desapareció.
Cerré con fuerza los ojos como esperando que todo explotara y mis manos se cerraron firmes en los pasamanos del asiento. No sentí nada más, era la nada misma, no tenía ni puta idea de lo que pasaba y comencé a sentir que flotaba, el “viaje” parecía durar horas y un presunto pesimismo me atacó, pensé que Mario se podría haber equivocado y yo no contaría el cuento, tampoco podía gritar, por más que abría la boca los sonidos no salían, era desesperante, hasta que sentí como si me escupieran o vomitaran desde el interior de algo. Rodé dando tumbos en la más completa oscuridad, sólo atiné a taparme la cabeza con las manos y sentía pinchazos continuos en brazos, espalda y manos.
Finalmente me detuve y traté de ubicarme, me encontraba bien y sin mareos, me senté en el lugar y busqué una pequeña linterna de bolsillo que estaba dentro del bolsillito del bolso, alumbré los alrededores del bosque en que había caído y enseguida caí en la cuenta que el supuesto bosque era un tremendo cardal con tallos gruesos de más de un metro de alto y entendí que tenía espinas hasta en las orejas. ¿Adónde había ido a parar?, ¿a qué selva me había mandado Mario?, ya comenzaba a escuchar ruidos raros y pensé en animales extraños que me atacarían.
Aspiré hondo y expiré tratando de calmarme, algo logré, tanto así que el rugido de la supuesta bestia que me atacaría y se escuchaba a mis espaldas resultó ser el escape abierto de un automóvil de motor grande, no pude saber de cual auto, pero giré rápido y me incorporé para ver que por una avenida iluminada ubicada como a cien metros circulaban varios autos de modelos viejos que solamente había visto en fotos. La sorpresa fue total, mi reloj acusaba las diez y cuatro minutos y hacía como tres que estaba dando vueltas en el cardal, me di cuenta que “el viaje” había durado menos de un minuto. Estaba en el pasado y, sentado nuevamente sobre las espinas, sin poder moverme del lugar, me largué a llorar como un chico.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.