La deuda
Capítulo 11
Presente
Julio y Andrés están sentados a la mesa del comedor. Junior-Rocco dormita a los pies de su amo. Sobre la mesa, un par de whiskys, un cenicero y un pliegue de hojas. Andrés le tiende un bolígrafo a Julio:
Firma.
Sabes que lo que nos pides nos va a destruir como familía.
Ya lo estabais antes de que yo viniera esta tarde...
Claudia y yo, puede que sí...Pero los niños...
¿Los niños? No me hagas reir. No has visto cómo tu hijo se follaba a su madre...No has visto cómo tu hija te la chupaba...No has visto cómo se retorcía de gusto cuando la follaba con la mano... Vamos, Julio, que nos conocemos suficientemente. ¡Firma!
Julio estampa sus iniciales y su firma en los tres folios y se da cuenta de la fecha no coincide con la del día de hoy:
¿Por qué no has puesto la fecha de hoy?
Vaya, eres más tonto de lo que me pensaba... Hoy tus hijos aún no son mayores. El día que he marcado, ya lo serán.
Comprendo. Pero faltan sus firmas. Claudia no querrá firmar, estoy seguro.
Claudia no firmaría si le dijera que si no firmaba te pegaba un tiro...Pero, si le digo que si no firma va a tener que dejar la hermosa casa con piscina en la que vive, el personal de servicio, las vacaciones, los cruceros y meterse a mendigar... ¿Crees que no firmará?
¿Y los niños?
Ingrid no creo que sea un problema. Creo que tiene madera para llegar a ser una estrella del porno, ja,ja,ja. Tu hijo, es otra historia. Pienso que deberá ser Claudia que lo convenza.
Lo tienes todo pensado, ¿verdad?
Todo. Incluso si yo ya no soy de este mundo...
Volvamos hacia atrás unos minutos. Han encerrado a Iván en la habitación donde dos horas antes él y su hermana melliza, Ingrid, habían disfrutado de una incestuosa sesión de sexo. Abierta, en el suelo, seguía la maleta de sus padres. Iván estaba muy perturbado. Por un lado, le invadía un sentimiento de rabia e incluso de odio hacia su padre. Ese hombre, don Andrés, les había dejado muy claro que todo lo que ocurría era por culpa de Julio. También estaba su madre, Claudia. No acaba de comprender porqué ese individuo se cebaba con ella. Por muy culpable que ella fuera también, Iván era incapaz de sentir ira hacia su madre. No, hacia ella solo sentía deseo. Esperaba que cuando salieran de esa situación, su madre iba a separarse de Julio y vivirían ellos dos, solos, sin su padre, sin Ingrid. Pensar que su hermana pudiera escoger a su padre en vez de a su madre, le ponía enfermo. En cambio, imaginar que las tenía a las dos, noche y día...¿Qué le pasaba? Ya volvía a estar excitado... Pero, primero de todo, había que salir de allí.
Entonces, le vino a la memoria que cuando buscaban entre las cosas de sus padres, le había parecido ver, en un rincón de la maleta, un teléfono móvil, uno de esos pequeños, de segunda generación, que solo servían para llamar o enviar sms. Los suyos les habían sido confiscados nada más entrar en la casa aquellos tres individuos, los que se autoproclamaban “Los tres mosqueteros”. Cogió el teléfono, le dio a la tecla “ON” y rezó para que estuviera cargado y operativo. Mientras se encendía, reflexionó sobre la persona a la que iba a llamar. Cuando sonó la musiquilla de bienvenida, ya lo había decidido. Iba a llamar a Silvia, la mujer del entrenador.
Hacia más de un mes que no la veía. Primero, porque la temporada del rugby se había terminado y segundo, porque se habían marchado quince días de vacaciones, su marido y ella, a Tenerife. Después, fueron ellos, Iván, Ingrid y sus padres, los que se fueron una semana a ver a los abuelos maternos, que aunque detestasen a su yerno y apenas hablasen a su hija, sentían por ellos una auténtica adoración.
Fue estando en casa de los abuelos, siete días antes, cuando recibió una llamada de Silvia. Llamada que Iván era capaz de recordar palabra por palabra...
¡Hola, tesoro! ¿Cómo está mi “anaconda”?
¡Hola, Silvia! Tu anaconda está triste y sola – mintió el chico; apenas media hora antes su hermanita le había obsequiado con una mamada matinal, no en balde dormían en la misma habitación, padres y abuelos ingenuamente ajenos a lo que se cocía entre ellos.
¿Has echado a faltar a tu madurita viciosa?
Mucho. Muchísimo. Y ahora, solo de oir tu voz...
Oye, ¿puedes hablar? - Silvia cambió el tono. Más serio.
Sí. Estoy solo en el cuarto. ¿Qué pasa?
Quiero que me escuches bien, Iván. No digas nada hasta que termine de hablar.
Vale. Te escucho.
En Tenerife ocurrió algo... Enrique me llevó a una playa nudista... Mas Palomas. ¿La conoces?
No, ni idea...
Es una playa nudista. Un poco especial. Muy especial.
Mmm...
Es una playa de dunas. Hay muchas parejas...Y muchos mirones. Nos instalamos en una de las dunas, un poco al abrigo de las miradas de los demás. Y nos tumbamos al sol. Ya sabes que tengo la piel muy blanca así que le pedí a Enrique que me untara toda la espalda de crema solar...
¡Joder, Silvia! Ya me estoy poniendo palote.
Calla, por favor. No me interrumpas...
Mmm...
Enrique estaba muy salido. Después de ponerme leche solar por la espalda, siguió con mis nalgas. Yo le dije que el resto podía hacerlo yo misma. Pero no me dejó. Y si te soy sincera, yo también estaba muy caliente...
Así que le dejaste... Me imagino la escena...
¡Chit! No puedes imaginarte lo que vino después...
Mmmm...
Me hizo darme la vuelta. Y ahí fue cuando vi que teníamos a media docena de tipos, a un par de metros de nuestras toallas, desnudos, empalmados...
¡Hostia puta, Silvia!
Eso es lo que exclamé yo, Iván. Enrique les había autorizado a que se acercasen...
¿Cómo?
Funciona así, en ese tipo de playas. No hay violencia. Los mirones deambulan entre las dunas, ven a una pareja un poco apasionada, se acercan y si la pareja consiente...
Se ponen a mirar y se la cascan...
Así es... Enrique se puso a embadurnarme de protector. Yo me apoyé en los codos. Llevaba mis gafas de sol y no quería perderme nada de lo que pasaba. La vispera me había depilado totalmente. Enrique se atardó en mis pechitos. Y luego, fue bajando. Sin que me lo pidiera, abrí las piernas. Te juro que oí un ¡Oh, my God! colectivo. Todos eran extranjeros, me pareció. Me olvidé de mirar y me recliné por completo.
¿Y Enrique? - Iván ya estaba como aquellos tipos, duro como una piedra y pajeándose.
Ya sabes que Enrique no trempa. Era obvio que le gustaba lo que estaba viendo e incluso que le excitaba. Entonces me pidió que me tocara...
¿Qué te tocaras?
Sí, cielo...Que me masturbara delante de aquellos tipos.
¿Y lo hiciste?
¡Ajá! Si, lo hice.... Y a partir de ahí todo fue muy rápido. Uno tras otro fueron viniendo junto a mí. Creo que dos o tres se quedaron de pie. Los otros se arrodillaron a mi alrededor. Hubo uno que quiso sacar el móvil para filmarlo todo pero Enrique se lo impidió en un inglés muy aproximativo.
No puedo creérmelo, Silvia...¡Qué pasada! ¿Y no te metían mano?
Eso fue lo más excitante. Enrique se hizo a un lado y empecé a sentir manos por todas partes. Incluso había uno que se obsesionó con mis pies y se frotaba la polla con ellos. Sentí que alguien me cogía la mano con la que me estaba acariciando y me la puso en su pene. Poco después, mi otra mano encontró otra polla. Aquello se estaba yendo de madre, Iván.
Le pediste a tu marido que parase todo aquello, supongo...
No, cielo... Estaba excitadísima...Y Enrique...Yo oía como les alentaba: ¡Go! ¡Go! Y ellos que coreaban: Extremely hot bitch! Wonderful nipples!
¡Qué cabrón! - Exclamó Iván, aunque pensando que él hubiera hecho lo mismo -. ¿Te follaron?
El que se la pelaba con mi pie se arrodilló entre mis piernas y se puso a comerme el coño. Los que mis manos masturbaban, se concentraron en mis pezones, retorciéndomelos, pellizcándomelos. Ya sabes como soy en la cama, mi ángel. Me estaban estimulando mis tres clítoris. Tres desconocidos. Empecé a correrme. A chillar de gusto. Para los tres que estaban de pie aquello ya fue demasiado.
¡Joder, joder, joder! ¿Se corrieron?
No lo vi venir. Los tenía de pie, a la altura de mi cabeza, o quizás detrás. No importa. Los chorros de semen me caían por toda la cara, por el cuello, por el pecho. Dejé de masturbar a los otros dos y me tapé la cara con las manos. Uno de ellos se puso a clamar: What a bitch!
¿Qué significa?
¡Vaya puta! Eso significa. Noté como me apartaban las manos de la cara y como me acercaban una polla a la boca. La abrí. Le chupé la verga a aquel tipo del que no sabía ni su nombre, ni su edad, ni su origen... Y no tardó en eyacular toda su leche sobre mi lengua. La escupí. Se apartó y el otro no esperó a metermela en la boca. Me volvió a rociar la cara de semen. Suerte que no me había quitado las gafas.
Entonces, ¿no te follaron?
Quedaba uno. El que me había comido el coño tan ricamente. Oí que alguien le decía: Fuck her, man! ¡Fóllatela, tío! ¿Y sabes quién era el que clamaba eso?
No me jodas...
Sí, cielo, mi propio marido alentaba a ese desconocido a follarme. Y añadió, como guinda: This bitch is my beautiful wife!
¡Cómo me hubiera gustado haber estado allí? ¿Te folló?
Te estoy contando todo esto porque sí que estabas... allí... Y sí, me folló.
Ya... ¿Pensabas en mí mientras te la metía hasta las trancas?
Nadie me folla como tú, mi ángel... No se trata de eso...
¿Entonces?
Cuando aquel hombre me estaba follando, Enrique me soltó: Lo echas a faltar, ¿verdad?. Yo, la cara cubierta de lefa, el coño vibrando de placer con aquel desconocido, solo atiné a decirle: ¿De qué me hablas?
Silvia...Me tienes en ascuas...
Me contestó... Me dijo: A Iván, tu puto amante. Jamás hubiera podido pensar que mi mujer fuera tan puta. Con un crio de diecisiete años...¡Más joven que tus propias hijas!
¡Uf! ¡Qué marrón! Y ¿cómo reaccionaste?
Cuando oí tu nombre...Cuando oí que me trataba de puta... Me corrí, mi cielo. Tuve un puñetero orgasmo. El hombre que me estaba follando resultó que era el único que era del país, se clavó aún más fuerte dentro de mí y mirando a Enrique exclamó: Voy a correrme en el coño de tu bonita y ramera esposa.
¡Mierda! Silvia... ¡Acabo de dejar pringado mi pantalón!
¡Qué poco aguante! Venga, que acabo de contarte... Ahora viene lo bueno...
Ya no sé qué esperarme de ti...
De mí, no, de él...Una vez el último tipo se descargó dentro de mí, se levantó y me dio las gracias, como habían hecho los otros cinco, y desapareció, como los otros cinco. Enrique me ayudó a levantarme. Estaba pringada de semen por todas partes. Voy al agua, le dije. Espera, me contestó. Quiero que invites al chaval a venir a casa. Quiero ver como te folla.
¡Joder, Silvia! ¡Joder!
Ahora ya lo sabes. Te esperamos el próximo fin de semana en casa.
Y ¿a ti te parece bien?
¿A mí? A mí por follar contigo me hago monja, si hace falta... Digo monja porque puta se ve que ya lo soy.
My beautiful bitch -respondió Iván para enseguida añadir: No faltaré a la cita.
Iván había marcado el número de Silvia y esperaba impaciente que ella respondiera. La voz de mujer que escuchó no era la de Silvia:
Sí...Hola
Hola, ¿está Silvia?
Sí...¿de parte de quién?
Hum...De un amigo – Iván no quiso dar su nombre.
Oyó que la voz llamaba a Silvia. Un instante más tarde, Silvia se puso al teléfono:
¿Un amigo?
Silvia, soy yo, Iván.
Espera... - Iván oyó voces que no reconocía. Imaginó que Silvia se alejaba para poder hablar discretamente -. Iván, qué suerte que no hayas venido... Mi hija mayor se ha presentado por sorpresa...
Silvia...Escucha... ¡Tienes que ayudarme!
¿Qué pasa, Iván? - Silvia se alarmó ante la petición de su joven amante.
Nos tienen secuestrados...
Pero, ¿qué estás diciendo?
Por favor, créeme. A mí me han encerrado en una habitación. Están torturando a mi madre y a mi hermana – Iván añadió falso dramatismo a lo que estaba ocurriendo en realidad.
¿Torturando? ¿Quién? ¿Por qué? Si es una broma, es de muy mal gusto.
¡No es una broma, joder! Oigo los gritos de mi hermana desde aquí...
Efectivamente, Ingrid estaba gritando. Pero sus gritos no eran de dolor sino de goce, de placer extremo. Los dos senegaleses le estaban brindando una magnífica doble penetración, la primera de su corta experiencia sexual. Antes, pero, le habían dicho que en realidad eran de Gambia y que se llamaban Fatou y Mamadou. A ellos les daba igual que don Andrés los llamara Tom y Jerry y que les diera otra nacionalidad que la suya. Habían llegado en un cayuco, muertos de hambre y de miedo y don Andrés los había sacado de la miseria y les había ofrecido una nueva vida. Ingrid les había preguntado si era verdad que hacían películas pornográficas, a lo que ellos contestaron que sí, muchas, pero siempre con mujeres mayores, nunca con una joven chica como ella. Ellos tenían solo veinticinco años. Cuando se desnudaron, Ingrid pensó que eran como dioses, dioses de ébano, dotados de un cuerpo divino, como esculturas griegas... Y unos largos penes negros circuncidados.
La trataron con delicadeza. La acariciaron con sus manos. La lamieron hasta en su más profunda intimidad. Y ella les correspondió. Les chupó la polla hasta hacer que se les pusiera dura como una piedra. La pusieron de cuatro patas. Mientras uno le taladraba el coño, el otro le follaba la boca. De vez en cuando, se intercambiaban. De vez en cuando, se decían cosas entre ellos. Ingrid, entre jadeos y gemidos, les preguntaba qué decían, en qué lengua hablaban. Los dos eran Mandinka y en ese idioma hablaban. Y le traducían algunas de las cosas que decían: que tenía el coño más suave y húmedo que jamás hubieran follado; que tenía una boca que estaba hecha para comer pollas; que le iban a pedir a don Andrés que la contrataran para sus películas...
Ingrid, al igual que su madre, era multiorgásmica. Cuando Fatou le pidió que se empalara sobre él, ya había tenido tres orgasmos, el primero intensísimo; los otros dos más breves y seguidos. Una vez con la verga de Fatou plenamente insertada en su vagina, este la atrajo hacia él. Le buscó la boca, la morreó. Ingrid sintió como Mamadou le separaba los cachetes de su culo, como dejaba caer su saliva en su ojete y se lp dilataba con un dedo, haciendo círculos concéntricos con la yema para terminar introduciéndoselo en el ano. Mamadou se puso a horcajadas sobre ella, dirigió su glande hasta que este entró en contacto con el estrecho ojal de la chica y agarrándose de sus caderas la penetró. El aullido que Ingrid profirió quedó acallado por la boca y la lengua de Fatou. Y los dos hombres empezaron a moverse con una sincronía total, fruto de su larga experiencia en esos menesteres. Fue entonces, cuando el cuarto orgasmo se abrió paso desde su garganta para convertirse en una retahíla de gritos desgarradores. Gritos que llegaron a oídos de Iván y que él iba a convertir en torturas infames en su conversación con Silvia.
Vale, vale...Cálmate, Iván. No me has dicho quién...
Se hace llamar don Andrés... Es un viejo socio de mi padre...
¿Es él el que está torturando a tu hermana?
Sí...Bueno, no... Sus esbirros...
Iván, no entiendo nada... ¿Por qué os iba a hacer todo esto?
Nos ha amenazado con pegarnos un tiro... ¡Haz algo!
Tienes que tranquilizarte, Iván... ¿Por qué? ¿Qué quieren?
Papá le debe mucho dinero... No sé nada más...
¿Y cómo puedo ayudarte? - preguntó Silvia, por decir algo - ¿Quién es? - se oyó decir a su lado –. Es Iván – contestó muy bajito -. Que no venga ahora, eh... Mañana, si Marta ya se ha marchado.
¿Es Enrique? Es policía, él sabrá qué hacer...
Cielo, es policía municipal...¿Qué quieres que haga? Por cierto, ¿Dónde estáis?
No lo sé exactamente...En un chalet de montaña...No muy lejos. Pídele a Enrique que busque si tiene antecedentes...Seguro que lo busca la policía...Hace años tuvo que marcharse porque estaba en busqueda y captura... Por favor, venid a buscarnos.
Si al menos supieras dónde estáis...Si supieras cómo se llama este tipo...
Igual mi móvil sigue encendido...Se lo quedaron ellos, pero igual no lo apagaron... Espera, ahora me acuerdo. De pequeños, nos mandaba alguna cosa, regalos y eso... Andrés...lo tengo en la punta de la lengua...un apellido alemán...
Se oyó la llave girar en la cerradura.
Silvia, tengo que colgar... Por favor, venid rápido.
Haré lo que pueda. Te deseo – pero esto último ya no pudo escucharlo.
Andrés abrió la puerta, con el puro en la boca, acompañado de Julio. Iván logró esconder el móvil antes de que la puerta se abriera.
¡Sal! ¡Ve con tu padre a buscar a tu hermana y a tu madre! Esperadme los cuatro en el comedor.
Es usted un... - con un gesto brusco, su padre le conminó a callarse.
¡Qué genio que tiene el chaval! Anda, ve con tu padre... Yo voy a llevar a Junior al coche que como vea a tu hermana le van a venir ganas de nuevo de tirarse a otra perra...¡Ja,ja,ja!
Andrés no tuvo ningún problema en llevarse a Junior. Era un perro manso y obediente. Una vez lo hubo encerrado en la parte de atrás, Andrés se sentó delante y buscó algo en el salpicadero.
Qué mierda es hacerse viejo – hablando en voz alta y cogiendo entre sus manos una cajita de pastillas – Con todo lo que he visto esta tarde y no se me levanta ni por esas.
Se puso una de las pastillas azules en la palma de la mano pero cuando se la iba a llevar a la boca notó un fuerte pinchazo en las costillas, justo debajo del corazón. Y pensó en Angela...
Angela
Cuando Andrés regresó de Colombia se encontró con una Angela muy cambiada. Volvía a estar alegre. Se había cortado el pelo, pero esta vez no a lo Cleopatra sino a la “garçonne”, corto e informal. Llevaba las uñas largas, de color rojo pasión. Se había puesto para recibirlo una de esas faldas de tubo elásticas que apenas le cubrían el tanga y que se ajustaban a su enorme trasero como una segunda piel. Y por arriba un top con escote de pico, que le dejaba el vientre al aire libre.
Las dos semanas que transcurrieron antes de la vuelta del señor de la casa, Braulio la había acompañado a comprarse ropa. La había acompañado a la peluquería. A la zapatería. A la perfumería. Como el primer día que lo hicieron al salir de la iglesia del Perpetuo Socorro, Braulio buscaba un lugar en el bosque, apartado de la carretera, lejos de miradas ajenas. Como el primer día, Angela le pedía que aparcase, que tenía que orinar. Como el primer día, Braulio se quedaba sentado al volante y ajustaba el retrovisor hasta que la imagen de Angela, meando en cuclillas, se ajustaba al espejo retrovisor. Como el primer día, Angela abría su blusa o se subía el top, dejando sus enormes pechos colgando como dos melones. Como el primer día, Angela terminaba de mear, subía y bajaba el culo para que fluyeran las últimas gotas de orina y se quedaba mirando fijamente el retrovisor. Entonces, como el primer día, se quitaba las bragas y le decía:
Braulio, ¡fólleme!
Angela apoyaba sus manos contra el capó, se levantaba el vestido hasta que le quedaba el culo a disposición, separaba las piernas y repetía:
Braulio, ¡deme verga! ¡deme fuerte!
Y Braulio se bajaba los pantalones y los calzoncillos, se mojaba la punta de su cipote, no muy largo pero suficientemente grueso para dar placer a una buena hembra, y se la clavaba hasta el fondo:
¿Contenta, la señora?
¡Ooohhh! ¡Siii! Más fuerte, más duro... ¡Rómpame el coño! ¡Pégueme!
Y Braulio le metía y sacaba su polla con intensidad redoblada. Y con cada embiste, le arreaba una sonora palmada en las nalgas. Angela chillaba de gusto.
¿A su mujer se la folla así, Braulio?
No, señora... Mi mujer no es una...
¡No te pares! - le gritaba apremiándole, moviendo el trasero lascivamente - ¡Dilo! No es una puta como yo...
Señora... Lo decía en el buen sentido de la palabra.
Eres un buen hombre, Braulio...Y me encanta sentir tu verga en mi coño...
Hummm...A mí también, señora.
¡Aaaammmm! Y si esto hace de mí una puta...
¡Aaaggg! ¡Mmmmm! ¡Una señoraaa...Una ...señora puuuuta! ¡Me vengooo!
Y entonces, Angela reaccionaba con rápidez. Se deshacía del embite, se arrodillaba, abría la boca como si fuera a recibir la comunión y dejaba que Braulio la regara con su semen, copioso, espeso, divino.
Lo hicieron hasta una docena de veces, la mitad a un lado de la carretera, la otra mitad en casa, en la habitación de los señores, con espejos en las cuatro paredes y en el techo. Cuando lo hacían, Angela se ponía sobre él y dejaba que le amasara las tetas hasta hacerle brotar la leche. Esto volvía como loco a Braulio. Lo embravecía. Lo hacía volverse más bruto, más animal de lo que era normalmente. Angela lo alentaba con sus estrepitosos jadeos. Y también con peticiones cada vez más inauditas para aquel hombre que se había pasado la vida follando a la misma mujer, siempre en la misma posición del misionero, siempre esperando únicamente en vaciarse los huevos y pasar a otra cosa.
La primera vez que abofeteó a Angela se quedó tan sorprendido de su gesto que inmediatamente le pidió perdón. Pero, su sorpresa fue mayúscula al ver la reacción de la señora:
¡Oh, sí! Me lo merezco. ¡Pégueme! ¡Hágame daño! Me lo merezco.
Braulio no comprendía muy bien el porqué de ese comportamiento pero si que comprendía el cómo debía inflingirle tales castigos. En la cara, no le pegaba muy fuerte, y siempre con la palma de la mano. Pero en el culo, llegó a darle tan duro que incluso le dolían las manos. Y la señora siempre quería más.
La última vez, estando juntos en la cama y mientras Braulio le retorcía los pezones, con su polla clavada en el culo de Angela, Carmen – que había llamado a la puerta sin que nadie la escuchara – entró en la habitación, con el bebé en brazos y, mirándolos con cara de asco, dijo:
El señor acaba de llamar. Está en el aeropuerto.
Fin del capítulo 11
Continuará.