INICIO DE UNA AVENTURA GENIAL.
No es sencillo contarlo, admito que el pasado tuvo sus cosas buenas, aunque, a no engañarnos, el presente las supera, el paso del tiempo es inexorable y los adelantos de toda índole se imponen, lo pude comprobar, si te quedás parado el tren del progreso te pasa por encima, no se detiene nunca y cada vez es más veloz. Lo que no cambia es el común de la gente, podrán tener más conocimientos y siguen existiendo los buenos, pero las bajezas propias del ser humano, las “agachadas”, las traiciones, las hipocresías, las mentiras, perfeccionadas o no, existieron y existirán por siempre.
¿Dónde se notan más todas esas falencias humanas?, sin duda en los estratos de Poder, alguno podrá salir “torcido” y ser buena gente, pero, ¿existen los buenos en las bandas?, una vez me dijeron que no, si estás inmerso en una banda y son malos, pretender ser bueno implica traición y lo más probables es que te hagan desaparecer del juego. Esto es más viejo que el Mundo, no voy a ponerme a hacer una lista, igual podemos decir que hay clases muy altas, clases altas, medias y bajas. A grosso modo podemos decir que en las clases muy altas (Mandatarios, Prelados importantes, Militares de alto rango, Empresarios que nadan en dinero), el porcentaje de malos sería de un 95%, en la clase alta (Deportistas de Elite, Sindicalistas, Militares de escritorio, Políticos de segundo nivel, Judiciales, Empresarios de segundo orden, gente de la farándula), el porcentaje rondaría el 80%.
En la clase media (Empleados de buen nivel, Profesionales y otros que siempre están por debajo de los dos primeros), el porcentaje ronda el 60% y en la clase baja (todos los que la pelean día a día para comer y subsistir dependiendo de la buena voluntad de los de arriba), el porcentaje andaría en un 30%. Aclaro que el tema de los porcentajes siempre estuvo dado por mis propias vivencias y mis experiencias y quizás no son las mejores, igual no me voy a poner a enumerar como se demuestran las “maldades”, pero, sin dudas existen y se repiten a lo largo de toda la Historia.
Pensar mal del otro (mayormente del que está por encima con fama y Prensa) y comentar al respecto es una especie de “deporte nacional”, antes de boca en boca, ahora por las Redes Sociales. La maldad, la falsedad, las traiciones y la hipocresía puede que sean más “sofisticadas”, pero existen y seguirán existiendo, es algo intrínseco en el hombre y no hablo del género, hablo de la especie humana. Hasta el más bueno realiza cosas de malo o, si les gusta más, hasta el más santo comete pecados.
A esta altura del relato no estarán entendiendo nada, mejor es que me presente y les cuente más detalladamente sobre lo que me pasó… Me llamó Ignacio, tengo treinta y dos años, mido un metro con ochenta y siete centímetros, tengo el cabello oscuro, rasgos varoniles bastante marcados y ojos verdes que parecen causar buen efecto en las féminas. Abdominales, espaldas, pectorales, muslos y bíceps no me faltan, son el producto de horas de gimnasio, ¿al pedo?, puede ser, pero, como son mías… algo más que no me falta es “bulto”, me cuesta disimular el 21x6 cm. cuando me excito…
Tengo el título de Profesor de Historia y, aunque egresé con las mejores notas y me encanta la Historia, fundamentalmente la de mi país, no ejerzo en ningún colegio. Una sola vez ejercí como Profesor de Historia adjunto en una Universidad privada y renuncié a los seis meses porque estuve a punto de reventar. El problema es que tengo una tendencia a no tener control sobre mis impulsos sexuales, no son violentos ni mucho menos, sucede que vivo caliente y, lo reconozco, algo pervertido, porque una vez lanzado no mido marca ni parentesco, aunque no soy de “malabarismos” ni cosas raras.
Una vez un Psicólogo que me atendió me dijo que era un “sexópata”, yo no creo que sea tan así, pero, si la fémina tiene buen “lomo” tengo que intentar tener sexo con ella y aseguro que experiencia me sobra. Se imaginan como estaba yo dictando clases a varias jovencitas que, de alguna u otra manera, tratan de llamar la atención ante un Profesor que está “bueno”, para peor, no soy de la clase de tipos que recurre a la masturbación y no me gusta meter la cabeza en cualquier “poncho”. Dos de ellas mejoraron las notas por sus “atenciones” y fue peor el remedio que la enfermedad, pronto se enteraron otras de mi capacidad para la cama y de lo que “calzaba”, comencé a notar que se incrementaba el número de alumnas y hubo “invitaciones” para lo que yo gustara, eso me decidió a dejar esa Universidad, aunque quedara mal con mi padre que me había recomendado.
Por los ingresos ni me preocupaba, soy hijo único, provengo de una familia de las denominadas de abolengo, (aunque es sólo por el dinero), al morir mi abuelo me dejó en herencia un fideicomiso que me permite vivir como un duque con ingresos mensuales que superan en unas siete u ocho veces el sueldo de un Político encumbrado, esto solamente por intereses bancarios. Vivo solo, tengo mi propio semipiso, tipo Penthouse con cinco habitaciones en un edificio que pertenece a la empresa familiar, por ende, no tengo gastos de expensas ni de impuestos, la mensualidad me sobra por los cuatro costados, aun cuando mantengo un regio auto de alta gama de cuatro puertas pues no me gustan los deportivos, el sedán cuatro-puertas del AUDI A6 negro te da otro nivel, aunque lo uso poco porque el centro de la ciudad es un loquero para moverse en auto propio.
En la mansión de mis padres, en realidad de mi abuela, vive ella que anda en los setenta años y se mantiene como si tuviera cuarenta, recibe al personal-trainer dos veces por semana, tiene masajista, un profesor de tenis y se la pasa de fiesta en fiesta o de reuniones en reuniones, lógicamente, de las que son de su nivel, allí se reúne con otras “viejas” y no tan “veteranas”, a cuál más puta e infiel. Más de una vez me la imaginé a mi abuela abierta de piernas pidiéndome verga, la contra es que no permite acercamientos y es una amarga con toda su familia, mayormente conmigo.
Mi madre es otra que está fuertísima, también denota el gimnasio a cuestas y conserva un culo de antología que hace juego con todo un físico de excelentes formas, anda cerca de los cincuenta y no se le nota para nada. Por la casa suelen aparecer mis dos tías, hermanas de mi madre, tienen dos y tres años menos que ella, están tan buenas como mi madre y mi abuela y en un tiempo en que las hormonas se me volaban, por todos esos especímenes femeninos de la casa, cayeron miles de pajas. No me puedo olvidar las que cayeron por el personal doméstico, hasta que comencé a darle uso al “bulto” y Rosita la cocinera fue mi mejor maestra. “Ponete así”, “hace esto”, “aguantá”, “hacémelo despacio”, “lamé tranquilo”, “absorbe el botoncito”, “mete la lengua lo más profundo que puedas”. Me enseñó todo lo que pudo y se pasaba horas haciéndome “practicar”, se metía a mi cuarto a la medianoche y se iba con las primeras luces de la mañana, nunca me lo dijo, pero creo que la mandaba mi abuela para que su nieto aprendiera y no se “matara a pajas” como el común de los adolescentes.
Siempre fui medio rebelde y no la iba con juntarme con jóvenes o estudiantes de mí mismo nivel social, me sentía cómodo entablando conversaciones con chicos que batallaban y se esforzaban trabajando y restándole horas al sueño y al ocio para poder estudiar lo que les gustaba. De los “otros” también había, abundaban los que hablan siempre por lo que dicen los libros que les inculcan leer, Políticos y Filósofos de opereta, defensores de igualdades o carencias que se mueven al compás de adultos que se llevan las palmas o recogen sus propios frutos usando a la juventud en rebeldía, pero eso no son los que me ocupan.
Me había hecho socio de un club de estudiantes que aceptaba a chicos estudiantes de cualquier Universidad y allí había “bichos raros” como para elegir, aunque nadie trataba de joder al que tenía al lado, cada cual estaba en sus cosas. En ese lugar me hice amigo de Mario quien estudiaba Física y Química y de Luis que estudiaba para Químico Farmacéutico, los tres andábamos en los veinte y yo era la “mosca blanca” pues los dos pasaban por verdaderos “Nerds” y mi presencia era más “deportiva”, físicamente, los dos juntos no hacían un Ignacio.
Eso nunca fue motivo de discordia y yo tampoco andaba con ostentaciones, de hecho, siempre fui a la Universidad en transporte público y mi ropa era común. El hecho es que la amistad floreció, andábamos juntos para todos lados y teníamos varias cosas en común, en principio, a los tres nos gustaban las mujeres y éramos leales con nosotros mismos. Ya en tercer año supieron de mi Economía y mis “orígenes”, pero jamás se aprovecharon de ello, aunque más de una vez los obligué a salir haciéndome cargo de los gastos pues los dos provenían de familias trabajadoras y a veces no alcanzaba para salidas, ni siquiera de las baratas.
Yo parecía ser el “llamador” para las mujeres, pero solía “perder” seguido, era más de “ir a los papeles” y las chicas no siempre se prendían en esa, Mario corría una suerte despareja y tirando a menos, su mente siempre estuvo en ecuaciones, cifras y matemática, su fuerte no era precisamente el encanto de las palabras y la labia o su físico, aunque nunca faltó alguna “nerd” que quisiera seguirle el juego, pero, el que nunca fallaba con ninguna era Luis, un rato de charla y “arrancaba” a la que se le ocurría, así fuera cisne o pato bizco. El por qué lo averiguamos luego en cuarto año, era su mayor secreto, él mismo se fabricaba un perfume incoloro, con aroma a madera, el cual, aunado a unas gotas insípidas, “aceleradoras de libido” como él les llamaba, provocaban la metamorfosis, dos eran suficientes como para hacerle perder los papeles a la Madre Teresa. Luis estaba enfatizado en que jamás comercializaría su fórmula, además estaba seguro que eso sería prohibido y le costaría con sus huesos en la cárcel.
El efecto duraba unas seis horas, no era perjudicial ni atraía al macho, pero las féminas se enceguecían y se auto esclavizaban dispuestas a acceder a cualquier pedido del macho “perfumado”. Lógicamente, luego de saber eso, no nos volvió a fallar ninguna de las que encarábamos y el secreto estaba a salvo con nosotros dos, como fuere, llegó un momento en que la “practica” fue motivo de saturación y no podías usarlo si había muchas mujeres alrededor, no había cuerpo que aguantara, después el uso fue intermitente y sólo si alguna se presentaba muy difícil.
Luego de recibidos Luis tomó un trabajo en unos laboratorios internacionales y nos dejó a cada uno diez franquitos de perfume y otros diez de las gotitas. Eso sólo te alcanzaba para toda una vida, fue su legado porque al año de estar trabajando, el laboratorio en que trabajaba explotó, se incendió y murieron junto a él cinco científicos más, nunca se supo que habían estado manipulando, tampoco dejó notas al respecto de su fórmula.
Mario, por su lado, se había fanatizado con las teorías de Einstein que hablaban de “dilatación temporal”, más explícitamente, de “viajes en el tiempo”. No comía ni dormía por eso y más de una vez lo tuve que rescatar de esos períodos de “fanatización”. Aun así, quizás por la profunda amistad que nos unía, quizás porque ambos estábamos dolidos por la desaparición de Luis, quizás porque me encantaba todo eso de la “ciencia ficción” o porque andaba al pedo todo el día y tenía los medios, me “enganché” con todo su estudio, aunque no con lo profundo de éste y le brindé todas las posibilidades para llevarlo a cabo. Le pedí a mi padre unos galpones de la empresa que ya no se usaban, los hice reacondicionar y arreglar para que pusiera su propio laboratorio de experimentación y para que usara unos ambientes adyacentes para vivir allí, contraté a una mujer para que le hiciera la comida y lo atendiera en sus necesidades básicas y le pasé una mensualidad.
Eso era todo en la vida de Mario, se convirtió en el prototipo del “científico loco”, sus padres habían muerto y no le quedaba nadie a quien recurrir, ni siquiera un perro que le traspasara sus pulgas y, según yo creí siempre, estés o no de acuerdo con sus ideas, a un amigo jamás se lo deja en la estocada, además, debo reconocerlo, aunque a veces no aparecía por semanas por el lugar, era contagioso escucharlo hablar de su proyectado “viaje en el tiempo” y hacía que me entusiasmara con la idea. Cierta vez, después de varios años, me contó que su experimento estaba muy adelantado y yo iba a tener que aprender a utilizar los mecanismos de un engendro metálico en forma de máquina circular en su base y que se angostaba hacia arriba para convertirse en una especie de rombo, todo porque él iba a hacer el primer intento y se necesitaba a alguien que manipulara toda la parafernalia de botones para hacerlo regresar…
Bromas o chanzas al margen, me fui del lugar con la cabeza alterada, ¿qué mejor para un Profesor de Historia que conocer “in situ” el lugar donde ocurrieron los hechos verdaderos y no lo que cuentan los libros? La idea me dio vueltas en la cabeza y, momentos libres que tenía, que eran muchos, los dediqué a estudiar hechos desde principios del siglo XIX, es más, me puse a pensar que cosas se podrían llevar que me sirvieran para pasarla mejor, pensé en cámara de fotos digital, en memorias y pilas suficientes, en hacer un listado con los números ganadores de la quiniela, en conseguir billetes de dinero de la época, en documentos de identidad acordes…
Anoté todo en un listado, pero el problema mayor que se me presentaba era saber cuándo sería y dónde, me di cuenta que estaba pensando las cosas muy en el aire y no podría concretar nada hasta no tener algún tipo de seguridad, incluso con las fechas, lo que si era seguro es que estaba entusiasmado con el tema, la “chispa” se había encendido y ni Mario ni yo teníamos a quien rendirles cuentas, él porque no tenía a nadie, yo porque ninguno de los que tenía me importaba, tendría que pasar más tiempo con mi amigo el “loco”.
El entusiasmo me superó, los cuatro días que me faltaban para el fin de semana me sirvieron para preparar algunas cosas, tenía una cámara de fotos digital que a la vez grababa, varias memorias que me servirían para ésta y como veinte pilas para que no me faltaran, había mandado a hacer un D.N.I. de la época pues éste regía desde el año 68’, en él figuraba mi nombre de pila, pero había cambiado el apellido por uno común y también una Libreta de Enrolamiento, a todo esto, Mario ya me había echado del laboratorio porque me mostraba más impaciente que él y me metía a preguntar.
Tenía razón, ya había aceptado que yo fuera el que me metiera en la máquina, pero mi impaciencia molestaba y todavía ni siquiera estaban las fechas en que se podría llevar a cabo el experimento y lo peor, a que época o años me podría trasladar. Yo tenía encima una mezcla insoportable de expectativa a la que, además, le agregaba una excitación de tipo emocional y sexual, en la calle me parecían todas buenas, todas estaban para llevármelas a la cama y lo peor es que mi mente estaba demasiado metida en “el viaje”, ergo: las miraba, me hacía la cabeza y no concretaba nada.
Un sábado a la mañana estaba en casa decidido a salir en la noche para sacarme el “afrecho” y hacer una “descarga” adecuada cuando sonó mi celular, en el visor apareció la palabra “mamá” y atendí de mala gana, seguramente si me llamaban era para joderme con algo. Luego de saludarme con regaños porque no iba a visitarla, me dijo que la abuela había decidido que se reuniera toda la familia porque era el aniversario de la muerte del abuelo y haría una fiesta conmemorativa porque, según ella, es lo que él hubiera querido. Ya había pasado un par de años antes y tuvo escasa concurrencia lo que motivó un enojo monumental de la “vieja matriarca”, tanto que hubo despidos de altos dirigentes del Emporio empresarial y una de mis tías sufrió una merma enorme en sus ingresos mensuales, hasta un par de “amigas” de la abuela sufrieron su enojo y dejaron de ser invitadas a las reuniones de las “encopetadas”, eso, acorde a sus estándares, era de lo peor, casi parecido a descender al Infierno.
Yo podía mantenerme al margen de esto, mi abuelo había sido un “loco lindo” que no se privaba de nada, pero con él no se jodía, excepto yo que era el “preferido”, incluso me había presentado a un par de sus amantes que terminaron hablando muy bien de mi performance “horizontal”, todo eso sirvió para que me beneficiara de por vida, incluso por sobre sus hijas, mi fideicomiso, entre otras cosas, lo había dejado establecido en el testamento y nadie tuvo agallas para impugnarlo porque mi abuela fue la primera en aceptarlo. Mi carácter rebelde y más bohemio no le caía bien a mi abuela, pero, a pesar de sus caras largas y amargas o falta de cariños, le convino siempre no llevarle la contra a su marido, con él podía gozar de prerrogativas sociales y económicas a las que nunca hubiera podido acceder desde su lugar de nacimiento, tanto así que su padre y su único hermano fueron los primeros en ser dejados de lado por ella, nadie supo nunca el por qué y mi abuelo tampoco dio lugar a ningún tipo de elucubración.
Mi madre insistió en que me hiciera presente esa noche para evitar problemas con su madre y accedí a ello pues, a pesar de que no podría salir a buscar mi “descarga” por las confiterías que solía frecuentar, me aseguró que irían sus hermanas con sus maridos y sus hijas. Cada una tenía una hija, una de veinte años y la otra que creo que andaba en los veinticuatro, ambas eran altas, cabello castaño claro y estaban muy bien, además lo sabían y lo explotaban teniendo a varios especímenes baboseándose por ella, tanto así que los “manejaban” a gusto, seguramente que ninguna de las dos era virgen, pero oficiaban, como dirían los españoles, de “calientapollas”.
Nada de “elegante sport”, tendría que vestirme con el esmoquin y no me desagradaba, me lo había hecho hacer a medida y me calzaba perfecto, seguramente más de una me miraría con ganas, pero, por las dudas recurriría al perfume de mi finado amigo Luis y a las gotitas “aceleradoras de libido”, ya veríamos a quien le tocaba en suerte y no pensaba perdonar ni a mi abuela, estaba seguro que la que se prestara terminaría ensartada en las tripas por el “muñequito”, sobrenombre que le puso Luis a mi verga en una noche de cuarteto sexual con dos conocidas que sucumbieron a las gotas.
Llegué a la mansión de mi abuela pasadas las veinte horas, entré el auto directamente a la parte trasera de la casa, no se me ocurría dejarlo junto a los demás autos en el estacionamiento común, lo llevé junto a los autos de la familia y entré en la enorme casa por la puerta trasera, todos los que estaban allí, preparando los entremeses que se servían, me miraron y me acerqué a saludar a una de las señoras del servicio a la que ya conocía de antes. Rosita ya no trabajaba en la casa, se había mudado al casarse, sino hubiese sido la primera a la que habría saludado con un beso y, posiblemente, algún pellizco. Noté que les hizo efecto el perfume y escuché algunos cuchicheos cuando me dirigí hacia el interior de la casa, mi físico enfundado en ese esmoquin, mis ojos verdes e, indudablemente, el perfume sutil y entrador causaban su efecto y yo lo tenía claro. La primera que me vio fue mi madre, Graciela, era una rubia platinada de cincuenta años y ojos claros que se mantenía como una de treinta, el vestido de noche negro ajustado al cuerpo delineaba sus curvas resaltando sus nalgas, cintura y sus pechos aún erguidos y duros.
La “veterana” bien conservado estaba sentada en un gran sillón al costado de un cuadro retrato de mi abuelo y recibía allí los saludos de quienes iban llegando, propio de una reina y estoy seguro que ella se sentía de ese modo. La vi mirarme inquisitivamente mientras nos acercábamos, siempre era igual, después me daba poca bola, pero, lo primero que hacia al verme era mirarme como si me escrutara y algo de mí la hiciera recordar…
Había algo que sólo Luis, Mario y yo sabíamos, el perfume actuaba como un “ablandador” y removía toda la libido de las mujeres, pero el complemento final, lo que lograba que la mujer elegida diera rienda suelta a sus ganas de “emparejarse” con el macho que lo usaba y dejara cualquier prurito de lado, eran las dos gotitas. Luis había probado con un atomizador, pero rociarla en la cara las convertía en fieras sexuales deseosas de la verga del “perfumado” y llegaban a exigirla sin que importara la presencia de nadie. La prueba la había hecho en mi casa con una compañera de la Universidad y, menos mal que estábamos los tres para calmarla, así y todo, nos secó, claro que ella casi se muere. De resultas de esto, había ideado un recipiente pequeño con un pulsador que se disimulaba entre los dedos, cada pulso expulsaba las dos gotas, casi tres necesarias, después, prácticamente era chasquear los dedos y “palos y a la bolsa”. Me reía para mis adentros pensando en lo sucedido en mi casa en esa ocasión y nos acercamos a las mesas en que estaban mis tías y su familia.
En una mesa estaba Gracia, cuarenta y ocho años, madre de Cynthia de veinticinco años, las dos tenían el cabello largo, lacio y castaño, no pude verlas de cuerpo entero porque estaban sentadas, pero si algo abundaba en volumen en las mujeres de mi familia eran las tetas y ellas las hacían notar con lo que vestían. Algo que también destacaba en todas ellas eran sus rasgos finos, siempre opiné que aun vestidas con mamelucos denotarían la clase social alta a la que pertenecían. El saludo fue ameno y cordial con besos y el consiguiente brillo en sus ojos, aunque al tío lo saludé con un gesto, ni los nombres me acordaba de esos parásitos.
En la mesa de al lado estaba la tía Lorena, cuarenta y siete años, madre de Lauri de veinte años, las dos de cabellos castaños claros, aunque aquí se notaba otro peinado con más volumen, estaban solas y no pregunté por el tío, ya me había enterado que andaban en vías de divorcio, me lo había deslizado mi madre al caminar hacia ellas, pero eso me importaba poco. Lorena siempre había sido la más dada de mis tías y más amiga de bromas, su conversación no era tan “acartonada” y se estaba bien a su lado, para mejor, mi primita había echado unas tetas fantásticas y decidí quedarme en esa mesa.
A mi madre no le gustó mucho mi decisión, el perfume la había “atrapado” igual que a todas y quería que estuviera a su lado, pero sabía que disgustarse conmigo no era conveniente, era bastante tozudo cuando me plantaba en algo, lo que sí hizo es ir a buscar a mi padre para que se acercara él a saludarme. Luciano, mi padre, de cincuenta y seis años era quien dirigía el emporio de empresas de mi abuela, era el “títere” de los caprichos de la “matrona”, pero a él le venía bien y la sabía llevar, sin contar los beneficios que esto conllevaba, además de hacer su vida en paralelo, algo que yo sabía y me guardaba.
Me pidió de ir a la mesa de ellos, pero sólo para darle gusto a mi madre porque no insistió con su pedido, luego se despidió y nos dedicamos con mi tía y mi prima a comer y a divertirnos hablando de varios de los asistentes a la fiesta de aniversario, no se salvó nadie, de todos teníamos algo que decir y la compañía de las dos mujeres resultó agradable. Mi prima se levantó para ir al baño y noté que su vestido de noche remarcaba unas nalgas paradas y duras, similares a las de la madre, motivo por el cual decidí que esa noche mi primita veinteañera, sí o sí, gozaría de mi pedazo.
Al quedar solos mi tía acercó su silla y en plan confidente me deslizó que estaba haciendo los trámites de divorcio, me habló de las infidelidades de mi tío y se explayó en eso, pero yo no le daba mucha bola, siempre la culpa es del otro, además había notado en varias oportunidades la mirada de mi abuela, hablaba con algunas personas a su alrededor y volvía sus ojos hacia mí con esa mirada inquisidora, en un momento dado me reí porque se me ocurrió que la “vieja” se había calentado con el perfume y no sabía cómo proceder con su nieto…
Mi primita regresó del baño y como la gente, a instancias de la abuela, había corrido las mesas y se pusieron a bailar, algo que era propio de mi abuelo cuando estaba en vida porque él decía que hasta un velorio es motivo de fiesta para que el alma del muerto ascienda contenta, claro que a él no había quien se lo discutiera, a “la vieja” tampoco, dije de ir a servirme un trago a la barra de tragos que se había armado en uno de los costados del gran living y Lauri pidió que le llevara un chupito de vodka con naranja, “listo, chupito de vodka con premio”, -me dije a mi mismo y me levanté para ir a buscarlo, mi tía no pidió nada.
De regreso a la mesa con mi trago y el de mi prima, convenientemente “aderezado” para que accediera a todos mis requerimientos carnales, me crucé con mi tía que iba para el baño, “Lauri me dijo que no me amargue y me tome algo, dame el trago de ella y pedile otro”, -dijo tomándose el chupito de una y sin respirar, no me dio tiempo a nada-, “esto es asqueroso, no sé para qué le ponen naranja al vodka”, -acotó y se fue rumbo al baño-. Pedí otro trago que dejé “limpio” y regresé a la mesa a esperar la reacción de mi tía, las tornas habían cambiado, pero a mí me sobraba calentura para atender a quien fuera y ella no estaba nada mal.
Mi prima me comentaba que tenía ganas de irse porque tenía una reunión con amigos y le dije que no lo pensara más, la abuela seguía mirándome y siguiéndome con la mirada, pero las amigas la llevaron a otro salón adyacente para hablar de sus cosas y salí de su radar, mejor porque ya tenía ganas de preguntarle el porqué de esas miradas, “primo, ¿te animás a llevarla a mamá a casa?, de esa manera me puedo llevar su auto y no la dejo tirada”, -me pidió Lauri y le dije que no tenía problemas-. Internamente sabía lo que pasaría esa noche y había pensado en mí antigua habitación de la mansión, pero mi semi piso era mejor opción.
Lauri ni la dejó pensar a la madre y le pidió el auto para irse, ésta le dio las llaves y le pidió que se cuidara, pero yo notaba que el hecho de que se fuera le venía de perlas, creo que mi tía chorreaba hasta de las orejas porque apenas la hija se fue, arrimó la silla a la mía y me dijo que necesitaba una noche de “mimos”. Los ojos parecían tener luces de colores cuando le toqué y apreté el muslo cerca de su entrepierna y le contesté: “Mimos no sé, pero no pienso perdonarte ninguno de tus agujeritos, te voy a coger como nunca, andá a despedirte porque dentro de diez minutos nos vamos”.
El estremecimiento en forma de escalofrío fue notorio y estoy seguro que expresó con eso el primer orgasmo de la noche, “ya voy, ya voy, esperá un poco que me tiemblan las piernas”, -me dijo balbuceante-. Yo me levanté para despedirme de mi madre, le conté que llevaría a su hermana a la casa porque la hija se había llevado su auto y, tal como esperaba, no hubo ningún comentario, ya se había cumplido con lo que exigía la “matrona”, quienes debían habían estado presentes y eso era suficiente.
No bien salimos de la mansión, mi tía se acurrucó a mi lado y no tardé en meter mi mano en su escote, el contacto con su piel y su pezón endurecido la hizo estremecer y me miró entregada, pronto tuve sus dos tetas al descubierto y no me privé de apretarlas, acariciarlas y de pellizcar sus pezones, “no sé qué me pasa Ignacio, me siento muy loquita”, -me dijo en medio de temblores-… “Pasa que tenés ganas de que tu sobrino te coja como jamás te cogieron, por ahora no digas más, juga un rato con mi verga”, -acoté sacándola con algo de dificultad.
Aún no había terminado de estacionar el auto en la cochera cuando se tiró de él y con una teta afuera se acercó al ascensor para no perder tiempo, ya dentro de éste se prendió a mi boca como desesperada, el trayecto no era largo, pero en ese interín no sabía si seguir besándome o arrodillarse para mamarme, lo que sí me gustó fue notar que sus nalgas eran duras y que gimió fuerte por el placer cuando las apreté con mis dos manos. Ya en el living ni tiempo me dio a observar cómo se sacaba el vestido, había trabado la puerta y al girarme la vi parada frente a mí vestida sólo con la ropa interior, las medias al muslo y los zapatos de tacos, el sostén apenas podía contener sus tetas y el triángulo de su tanga casi, casi ni se veía. Me desnudó trabándose en el apuro por sacarme la ropa y se arrodilló en la alfombra para tratar de darme una mamada, enseguida se notó que no era un metiers que dominara, pero lo intentó con ganas mientras yo pisaba mis pantalones y el bóxer para quedar completamente desnudo.
Por su orificio “natural” resultó bastante estrecha o estaba algo en desuso, pero estaba anegada y el pijazo entró sin hacer escalas. No llegó a gritar, aunque el quejido fue importante cuando sus carnes se abrieron abruptamente y el glande chocó contra su interior, apenas si fueron segundos, ni siquiera pude hacer gala de algún tipo de sadismo por la penetración rápida y comenzó a mover las caderas acoplándose al ritmo que rápidamente impuse. Mi tía Lorena sabía bien lo que debía hacer con una verga en su interior, me apretaba y aflojaba con sus músculos vaginales, pero yo tenía un montón da camino recorrido en esto y le costó hacerme acabar.
El orgasmo fue una especie de liberación y se puso el antebrazo en la boca para no gritar como desaforada cuando lo experimentó, todavía temblaba cuando me dijo que siguiera, que era una bestia y que la volvía loca con mi aguante. Yo sabía que si me dejaba llevar y eyaculaba en esa posición me temblarían las piernas y la saqué para levantarla en andas y llevarla a la cama, caminé un trecho con ella riéndose y pidiendo que la cogiera hasta por el ombligo y ya en la cama gritó cuando la puse patitas al hombro y la penetré sin piedad sin que me importara la puntada en el glande al chocar en su interior.
Tres o cuatro minutos después y sin que le aflojara el ritmo, volvió a terminar moviéndose con cierta violencia y sus jugos salieron como en un geiser, “hijo de puta, me estás matando de placer”, -dijo con un tono entrecortado-. Yo hice oídos sordos a sus gemidos y quejidos y saqué la verga endurecida para puntear el agujerito entre sus nalgas, “despacio sobrino, te lo pido por favor, entrá despacio, además de grande es muy gruesa”, -pidió y ahora se le notó el temor en la voz-. No lo puedo negar, tenía ganas de romperle el culo de una, entrar sin detenerme y hacerla gritar como condenada porque ese culo lo ameritaba y porque me había enervado al conocer la hipocresía familiar.
No me cabían dudas que “las pasaría a todas por la piedra” y no habría culo que se salvara de ser perforado, pero yo no tendría por qué sufrir las consecuencias y ese conducto estrecho me la pelaría si trataba de hacerlo tal como mis ganas querían, entonces me levanté, busqué el lubricante anal que siempre tenía preparado en mi mesa de noche y me aboqué a la tarea de embadurnar y dilatar el agujerito. Mi tía Lorena se puso más loca, su ano era altamente erógeno y gritaba pidiendo más dedos, cuando no que pedía verga sin demora, “rompele el culo a tu día, no me hagas desear, partilo, la puta madre sobrino, qué puta me hacés sentir, estoy acabando sólo con tus dedos”, -decía temblando enfervorizada-.
Media verga entró de una, se deslizó sin problemas por su recto mientras ella trataba de ahogar su grito en la almohada, allí me quedé quieto, el glande y parte del tronco parecían estar dentro de una morsa que apretaba todo el largo, esperé a que se moviera sola y continué la penetración hasta que pegué nuestras pieles. Menos mal que había puesto el lubricante, no hubiese podido entrar sin lastimarme o pelármela toda pues a ella le dolía el culo, pero a mí su estrechez estaba a punto de reventarme la verga. Me quedé quieto haciéndola latir hasta que sus quejidos se convirtieron en gemidos y sus caderas comenzaron a moverse.
Entrar, salir, cambiar el ritmo y la intensidad o rudeza de la penetración se convirtió en una constante durante varios minutos y yo gozaba sintiendo sus contracciones, temblores y gemidos apagados contra la almohada, los estallidos de placer de mi tía la llevaron a quedar laxa y estirada porque, finalmente, sus piernas se vencieron y se dejó caer sobre la cama llevándome a mí con ella en su desplome. El “polvo” resultaba espectacular y lo completé llenándole las tripas con todo lo que tenía en mis testículos, después salí de ella sin que se inmutara.
Fue una pena que no se me diera por sacarle una foto a ese maravilloso culo y a sus nalgas paradas que dejaban exhibir un agujero inusual en medio de ambos cachetes. Mi tía me había secado y estaba más que satisfecho, ella tenía los ojos en blanco y no se movía, su satisfacción estaba asegurada y estaba seguro que desde ahora en más tendría ese culo cuantas veces quisiera y sin necesidad de perfume o gotitas, me acosté a su lado dejando una pierna sobre las suyas y me dormí un buen rato.
Un par de horas después me desperté, noté que comenzaba a aclarar y su ronroneo me hizo saber que ella también estaba despertando y trataba de acomodarse pegándose a mí, “no me puedo ni mover, pero quiero más y cuantas veces se te ocurra, serás mi sobrino-macho”, -me dijo con voz de nena mimosa, a la par que me acariciaba la cara y su mirada estaba llena de picardías-… “Mirá como estoy”, -le dije señalándole la verga nuevamente endurecida-, pero primero hay que darse un baño y luego vemos, ese culito me sigue tentando”, -expresé acariciando sus nalgas-.
El baño nos vino bien a los dos y allí tuvo que estampar su boca contra las cerámicas para no gritar cuando mi verga la perforó nuevamente por ese culo tentador, no estaba dispuesto a esperarla porque sólo quería descargarme, pero ella respondió rápido y tuvo un par de orgasmos, el último de los cuales hizo que saliera de ella y tuve que llenarle la boca de leche, luego se sentó en la bañera haciéndome señas de que no quería más. Preparamos el desayuno riéndonos y me contó que en la familia cada uno hacía “de su culo un pito” y, para no echarse culpas el uno al otro se habían puesto de acuerdo en no meterse en la vida sexual de cada uno.
Después de la charla en el desayuno la llevé a mi tía Lorena hasta su casa, la hija todavía no había llegado y regresé a la mía, ya había tomado la decisión, mis primas no me interesaban tanto, aunque, lógicamente, serían “atendidas” según se cuadrara, pero lo que tenía metido entre las cejas eran los culos de mi madre y de mi abuela, conmigo no habría hipocresías o remilgos que valieran, las dos sabrían lo que era tener mi verga en sus tripas y yo gozaría concretando eso, aunque más no fuera para hacerles sentir que las poseía.
Ya en casa me puse a tomar un poco de sol en el enorme balcón, estaba terminando la primavera y el verano se acercaba a pasos acelerados, siempre aprovechaba los primeros rayos fuertes de sol y tenía una gran ventaja sobre otras personas, el mate de mi piel ayudaba para que el color cobrizo se afirmara rápido en ella y mi tostado era envidiado. Tenía puesta una zunga y pensando en cómo abordaría a mi madre o a mi abuela hizo que mi deseo aflorara, la verga asomaba por el elástico superior de la pequeña prenda y me fui quedando dormido.
Me desperté pasado el mediodía, el sol había girado y como tenía el cuerpo hirviendo se comenzaba a sentir algo fresquito, la ducha caliente me recompuso y me vestí dispuesto a salir a almorzar porque tenía un hambre que me trepaba a las paredes. El día estaba espectacular, pero igual me llevé una campera de verano, en primavera el tiempo cambiaba en horas y evitaba las sorpresas. El taxi me llevó para la zona del barrio de Barrancas de Belgrano, había pensado en un Restaurant-Trattoría pues quería atorarme de pastas de las mejores.
Le pregunté al taxista el porqué de la enorme cantidad de tránsito que notaba y me contestó que, en unas tres horas, el equipo de River Plate jugaba una final en el estadio Monumental del barrio de Núñez, yo era socio de ese club desde que era un bebé, eso por capricho de mi abuelo y la empresa todavía pagaba la cuota anual manteniendo el palco de socio VIP en ese lugar, me gustaba el fútbol, pero era hincha de San Lorenzo de Almagro, otro de los clubs denominados “grandes”, en principio fue por llevarle la contra al “viejo”, después me gustó, así y todo, me dieron ganas de ver fútbol y yo no era el prototipo del hincha fanatizado con tal o cual color de camiseta pues disfrutaba de todo el espectáculo.
Almorcé muy bien sin dejar de observar el paso de los hinchas para el lado del estadio y me dieron ganas de ir a la cancha, en su momento mi abuelo me había conectado con varios dirigentes de ese club, según él decía: “Siempre es importante estar cerca de los que dirigen” y yo conocía al actual Presidente de la Entidad, no pensaba hacer cola para sacar ninguna entrada y lo llamé por teléfono.
Me atendió muy deferente y me llamó directamente por mi nombre, índice evidente de que me tenía agendado, tras cartón me dijo que no podría venir él en persona, pero me mandó a un empleado de Relaciones Públicas para que me esperara en una de las puertas no habilitadas para el público y por allí entré para dirigirme a mi palco, se crea o no, ese bien también había sido heredado. Antes de entrar me encontré con un alto dirigente al que también conocía, en realidad no me lo encontré, me estaba esperando en la puerta del palco y con él había dos chicas que no llegaban a los treinta años, una rubia y una castaña, ambas de jeans y con las remeras del equipo local, las cuales marcaban perfectamente sus tetas excitadas, una señora que orillaba los cincuenta y un muchacho, también de unos treinta, al cual “se le caían las plumas”.
Seguidamente me presentó a las dos chicas, a la señora que resultó ser la Productora del programa y al muchacho que era el Estilista de ambas, yo ni hice alusión a que las conocía del programa. El ambiente en general de un partido de fútbol tan importante es altamente excitante y enseguida se pusieron a mirar el entorno porque desde el palco se dominaba todo el campo de juego y las tribunas repletas, apareció el camarero y los invité con bebidas claro que, en ese interín, la rubia y el Estilista me ametrallaron a preguntas. Me radiografiaron y evaluaron la ropa que usaba, que, si bien es cierto que era sport, la primerísima marca se hacía notar, lo mismo que el calzado de ocasión porque yo no era amigo de usar zapatillas al vestir. El interrogatorio era casi lógico, no cualquiera tiene un palco VIP en ese estadio, “el emplumado” lo comenzó, ya que, después de decirme quienes eran y que programa de televisión hacían, me preguntó si yo era Empresario y si estaba casado.
El partido se había puesto interesante, se sucedían situaciones de riesgo y, aun prestando atención al juego, noté que las mujeres hablaban entre ellas y le hacían bromas a la de cabellos castaños por tal jugador, además de cuchichear sobre mí. Yo ni bola, había ido a ver fútbol, la estaba pasando bien y disfrutaba del espectáculo, incluso me hacía a la idea de que el domingo terminaría bien. No hubo goles en el primer tiempo y apenas terminó, la Productora se volvió hacia mí y me preguntó si no me interesaría estar como panelista en el programa hablando de temas de la Historia Argentina.
No llegó a contestarme, mi celular comenzó a sonar y me disculpé para atender porque era Mario el que llamaba… “¡LO TENGO, YA LO TENGO!, MANDÉ UN CONEJO Y RESULTÓ”, -gritó en el celular y me aturdió-, le pedí que se calmara y me explicara bien, “¡NO, NO PUEDO EXPLICARLO POR ACÁ!, VENÍ URGENTE AL LABORATORIO, PIENSO MANDAR OTROS DOS Y QUIERO QUE ESTÉS PRESENTE”.
Estaba alteradísimo y yo me puse igual, de buenas a primeras todos los tiempos se aceleraban, me despedí apurado de la gente que estaba conmigo en el palco, me disculpé porque había surgido una urgencia que me obligaba a retirarme e intercambié tarjetas con la Productora, “apenas pueda te llamo”, -le dije guardando su tarjeta y viendo que se quedaba mirando la mía con la boca abierta-. Era normal, el apellido compuesto de mi familia generaba siempre ese tipo de reacción. Bajé las interminables escaleras internas del estadio como si flotara, ni recuerdo como llegué al auto, sólo sé que arranqué y me dirigí al sur de la ciudad. Mario me esperaba expectante y enloquecido en el laboratorio y comencé a creer que la posibilidad de “viajar en el tiempo” se convertía en una realidad más concreta.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.