VIDA NUEVA - NOTICIAS QUE ALARMAN. (16).
Años de no sentir el melodioso canto de diversos pájaros al despertar y los sonidos placenteros de una oxigenada mañana campestre adornada por mugidos y relinchos no tan cercanos, pero tampoco lejanos, me hacían sentir maravillosamente bien. Posiblemente por la edad, las circunstancias, la compañía, los sentimientos que surgían plenos porque se tenía con quien plasmarlos, los proyectos a futuro que se encaraban distintos o todo un compendio de sucesos agradables hacían que cuerpo y mente absorbieran distinto, mejor, estupendamente mejor.
Los postigos entreabiertos de la puerta-ventana que daba al balcón principal de la habitación no llegaban a filtrar ni la luz del sol que alumbraba radiante ni los sonidos del trajín de la mañana. Hacía unos minutos que me deleitaba con todo eso y admiraba las líneas del grácil y menudo cuerpo que reposaba a mi lado. Ella abandonada todavía en los brazos de Morfeo descansaba con el antebrazo y una mano sobre mi pecho, la mitad del rostro que dejaba ver la cabellera rubia alborotada denotaba una quietud y una paz que contagiaba, la espalda, las nalgas paradas y las piernas, un tanto, separadas inquietaban a mi libido y dejaban asomar a mis colmillos.
Sin embargo, los apuros que podía marcar mi entrepierna nunca habían dominado mis acciones y entre la duda sobre lo que podría tener cuando quisiera y las urgencias fisiológicas, opté por mover despacio su brazo para no despertarla y levantarme para ir al baño. Luego de saciar determinadas urgencias, me di un reconfortante baño y regresé a la habitación envuelto con una toalla aferrada a mi cintura. Viviana se despabilaba y el “buenos días amor”, acompañado de su sonrisa, me sonó a canto de ángeles. Cuando me acerqué a la cama y vi su cuerpo pletórico de desnudez, me vino a la mente algo que en ese momento parecía ser una tontería… Pensé en la mil y una película que había visto y que mostraban a una pareja salir de la cama después de haber tenido sexo o haber hecho el amor y me vino a la mente lo que siempre interpreté como una tomadura de pelo para el espectador, como si se lo tomara por estúpido.
Tenía claro que, en algunos diálogos, las sábanas podían tapar una que otra desnudez como para no hacerlo tan explícito, pero, en tiempos modernos, que la mujer o el hombre salieran de la cama con la ropa interior puesta, me pareció siempre una tremenda estupidez de los directores o guionistas. Tomas previas con besos encendidos, caricias desbocadas, ropas desparramadas y cuerpos entrelazados y luego se pasaba a otra toma en que hablaban los amantes en la cama o salían de ella, pero siempre con la ropa interior puesta. ¡Mojigatos de morondanga!, para mí, por eso solo pasaban a ser de Categoría “B”.
Disquisiciones al margen, tal como pasaba siempre en la vida real, Viviana saltó de la cama y me abrazó pegando su menuda desnudez a mi pecho fresco y se notó la diferencia del calor de los cuerpos, a ninguno de los dos le importó eso y el beso se hizo intenso, luego se repitió y las manos de ambos se movieron… Resultado, media hora más de cama y ducha compartida con una joven hembra convertida en mujer que hacía saber que no retaceaba ninguna parte de su entrega. Bajamos a desayunar cuando eran apenas pasadas las nueve de la mañana, saludamos y me presenté con las dos chicas que se encontraban haciendo la limpieza y se ocuparían de la habitación, luego nos fuimos para la cocina, allí se encontraban Matilde e Irina que nos recibió con una sonrisa cómplice y complacida, amén de los besos y los abrazos para la feliz pareja. A Matilde se le notó una mirada maternal cuando nos preguntó qué queríamos desayunar.
Matilde preparó todo, enseguida nos tuvo lista una buena vianda y la conservadora con hielo y bebidas. También me alcanzó una escopeta del 12’ con una cartuchera-cinto repleta de cartuchos, “era del papá de Viviana y está prácticamente sin uso”, -expresó con una cierta dulzura en la mirada y los gestos que me hizo pensar que entre ellos había más que un simple trato de empleada-patrón. Dejé mis elucubraciones pseudo-eróticas de lado cuando aparecieron las dos rubias, sus cabelleras resplandecían a la luz de Febo y los shorcitos cortos de jeans y las remeras cortas que dejaban los ombligos y la cintura al aire denunciaban que debajo de éstas llevaban puestos los sostenes de los trajes de baño, seguro que eran tangas y en eso me jugaba la cabeza, verlas contentas, sonrientes y más que sexis alejó definitivamente ese pensamiento sobre Matilde y el fallecido papá de Viviana.
Circular por los caminos hechos para los camiones y las máquinas cosechadoras se hizo más o menos sencillo porque el arenero tenía buena suspensión, pero se notaban que les faltaba mucho mantenimiento y, en varios lugares había crecido el pasto en una medida que hacía inútil las prevenciones contra el fuego. Eso era trabajo para que atendiera Miguel junto con el capataz y les dije a las chicas que había que tenerlo en cuenta, de hecho, en la misma Estancia había máquinas para hacer el trabajo. Finalmente, luego de recorrer varios kilómetros, llegamos al bosquecito, señor bosque diría yo, que me había comentado Matilde. En el camino se me habían cruzado varias liebres, comadrejas y felinos chicos que, más que gatos monteses parecían gatos caseros que vagaban por el campo como salvajes y esto no era de extrañar, solía pasar en muchos campos del país.
Yo llevaba la escopeta al costado de mi asiento, cargada, pero abierta, aunque, como el instinto de cazador no congeniaba mucho conmigo, en ningún momento paré para intentar practicar algunos tiros. Nos internamos entre los árboles bajos eludiendo algunas ramas y estacionamos frente a la famosa cabaña, que no era otra cosa que una prefabricada de madera de una sola habitación con un par de catres, una cocina de leños y un pequeño baño.
El abandono era tal que no daba para quedarse allí, Viviana opinó que era una pena no mantenerla porque el lugar era hermoso y no estaba alejada de la verdad, se respiraba paz en ese lugar. Decidimos seguir hasta el arroyo que cruzaba por entre medio del bosque, pero casi llegando al final del mismo, tampoco aquí hubo necesidad de bajar del arenero. El vehículo chico se metía por dónde fuera hasta que llegamos a un claro junto a uno de los bordes de un cauce que tendría unos cuatro metros de ancho.
El pasto estaba corto allí y el sonido del agua corriendo con libertad te daban ganas de quedarte en el lugar dejando que el tiempo pasara. Irina se disponía a bajar la conservadora para arrimarnos a la orilla y le dije que esperara, luego me acerqué varias veces pasando las ruedas anchas sobre el pasto, avanzaba, retrocedía y giraba el vehículo aplastando aún más el sitio. Ya conforme con esto, dejé un espacio dividido entre el sol de un lado y las sombra de las Cinacina del otro, entonces las chicas extendieron el mantel para hacer un improvisado picnic, pero… Ambas tuvieron otra idea en mente y me percaté de esto cuando las dos se sacaron los shorcitos, se los bajaron como en cámara lenta apuntándome con sus apetecibles nalgas, me miraban con la cara torcida y un brillo casi maligno en los ojos, estaba claro que el picnic tendría que esperar. Conocía bien la desnudez de sus cuerpos, pero a la luz del sol era distinto, mi libido se disparó y pensé que estaría pálido pues toda la sangre del cuerpo se me instaló en el miembro.
Era una erección, dolorosa si se quiere y tuve que sacarme rápido el pantalón junto con la ropa interior. El “amigo” pareció agradecer cuando quedó firme como una estaca clavada a 45°, “¡madre de Dios, esta va a ser una mañana dolorosa!”, expresó Irina asombrada y algo divertida, tanto así que le ganó de mano a Viviana para acercarse-. Se arrodilló sobre el mantel y se aferró a mis nalgas con las dos manos a fin de tragarse media verga de una y sin pedir permiso. La arcada la sorprendió y sacó la boca chorreando saliva por el mentón, Viviana mientras tanto la había abrazado desde atrás y acariciaba sus tetas y, por lo que pude ver, apretaba sus pezones provocando un deleite compartido. No la dejé seguir, necesitaba sentarme pues el placer y la expectativa me habían aflojado las piernas, fue lo que hice y me sentí más seguro, la ucraniana siguió en mi entrepierna y se colocó en cuatro dejando el culo parado como si adorara a su tótem, el cual volvía a hacer desaparecer en su boca.
Viviana se había colocado de costado y sus dos manos se ocupaban de sus orificios arrancando gemidos desesperantes de la rubia-mayor, gemidos que no se convertían en gritos porque tenía la boca ocupada y se me dio por pensar por dónde habría metido sus dedos o sus manos mi novia. A una señal mía, ella también se agachó y sin dejar de “jugar” con sus manos me presentó el culito a disposición de mi mano más hábil. Tardó relativamente poco en ponerse a gritar del placer por el orgasmo que alcanzó con mis dedos índice y anular que alternaban en uno y otro agujero. Segundos después fue Irina la que se estremeció y gimió en un tono bastante alto, entonces desistió de la “garganta profunda” que me estaba brindando y gateó para colocarse a punto de dar una “cabalgada”. Enseguida dejé de verla porque el culito de Viviana me tapó el sol y mientras una se ensartaba pidiendo que se lo rompiera, la otra acercó sus nalgas para que me ocupara de sus huecos deliciosos.
Irina acusaba dolores en su penetración y me di cuenta que se la estaba metiendo en el recto, no sólo eso, no bien encastró el glande profusamente ensalivado, se dejó caer como si se auto flagelara y el grito hizo volar a los pájaros que se posaban en las ramas, creo que ni uno quedó estacionado en ninguna de ellas y me extrañó ese modo de penetrarse. A mí me gustaba, pero ella parecía que se estaba castigando por algo, aunque el momento no daba para preguntar, ni el momento ni el ritmo endemoniado que le imprimió a su “cabalgada anal”.
Viviana se movía despacio y se arrimaba a la ucraniana, seguramente para besarla, me empapaba la cara y sin dudas lo disfrutaba porque sus caderas parecían moverse solas, pero no escuchaba sus gemidos. De pronto se levantó de mi cara, se paró y con las piernas abiertas se arrimó a Irina para que ésta se ocupara de su intimidad. Me convertí en un espectador privilegiado de una película porno de lesbianismo, pero desde un ángulo distinto.
Miraba el cuerpo de mi novia, nada más que la cabellera, la espalda y las piernas porque su culito estaba tapado por las manos de la rubia-mayor que, era lógico, apretaba y atraía esos dos montes hermosos para que su boca no se escapara de la hendidura vaginal. Igual no me iba mal, el que parecía ser un consolador de carne recibía apretones, subidas y bajadas que me ponían a mil. Hasta que, a las dos a la vez las escuché gritar y las vi levantar la cara al cielo cual si fueran lobas aullando al sol cuando el orgasmo fue simultáneo.
No se me bajó un ápice y, al notar esto, la rubia mayor se giró poniéndose en cuatro y me presentó sus ancas, “metémela de nuevo”, -pidió con una voz que denunciaba urgencias-. Trató de ocultar su rostro cuando me incorporé, pero pude notar que había llorado y no creí que fuera por la cogida brutal a su culo, de alguna manera estaba acostumbrada, igual no quise preguntar, mis sentidos estaban puestos en la descarga, la erección seguía doliendo y había una sola forma de aliviarla. Viviana hizo de “conductora de ariete” y gozando con los apretones que le daba a mi verga, acercó el glande a la cavidad vaginal de la que esperaba, “dale con todo”, -me pidió y se me antojó que en su mirada había una mezcla rara de pena y de sadismo-. Lógicamente, tampoco elucubré nada y le hice caso, el glande penetró y no se detuvo ni siquiera cuando escuché una especie de aullido de ambas hembras, una, seguramente por el dolor, la otra, no sé por qué, ya no podría detenerme y mi ritmo se hizo un tanto violento.
Sabía que Irina se cuidaba, Viviana había tenido su cuota en la mañana y la descarga era eminente así que me dejé ir chocando con fuerza el glande contra el útero, lo que nos arrancó un quejido a los dos. El líquido caliente fue el detonante para ella y tuvo un orgasmo que pareció estar aguantando para acoplarlo con el mío. A todo esto, Viviana me abrazaba con una mano desde atrás, pellizcaba mis tetillas y me besaba en la espalda, seguramente su otra mano estaba ocupada porque sentí sus gemidos y estremecimientos casi a la par de los nuestros. Nos recuperamos de a poco y noté una delgada línea roja que salía del ano de Irina, enseguida me fijé que no era gran cosa y mojé un pañuelo con agua mineral para limpiarla…
Sellamos el “acuerdo” con un abrazo, besos, risas y lágrimas compartidas por ambas rubias, luego de eso, la toalla húmeda sirvió a los efectos de una higienización no tan profunda, se vistieron y tuvimos el famoso picnic. Después de que terminamos de comer guardaron todo menos el mantel que usaron para tirarse un rato al sol. Imaginé que querrían hablar “cosas de mujeres” y me largué a caminar bordeando el arroyo que serpenteaba hasta salir de la zona de los árboles y se hacía un poco más ancho. Desde el borde contrario del arroyo había unos quince metros de distancia hasta una alambrada de seis hilos que marcaba el límite entre los dos campos, se extendía por más de mil metros, posiblemente muchos más y me llamó la atención pues eran distintas a las otras alambradas internas del campo de Viviana. Me llamó mucho más la atención que desde ese borde contrario del arroyo se había hecho una zanja de unos dos metros de ancho que se internaba hacia los campos de mi madre.
No desviaba el curso original del arroyo, pero era un brazo que se internaba en el campo vecino y se extendía aproximadamente por más de un kilómetro hasta un monte que no alcanzaba a divisar bien y en el cual me pareció ver algunas cabañas. Estaba alejado de lo que sucedía en el campo de mi madre (a ciencia cierta, ella también), pero nunca había sabido de la necesidad de agua, mi abuelo tenía varias bombas en determinados lugares del campo y al ganado nunca le faltó agua, lo mismo pasaba con los sembrados, incluso algunos de ellos tenían riego artificial que se usaba cuando era menester. La zanja que pasaba por debajo de la alambrada no parecía tener más de un año de construida y me animaba a arriesgar que eso fue algún tipo de arreglo con la madrastra de Viviana y mi novia ni enterada estaría de esto. También tendría que hablar con Miguel porque él debería haber recorrido la zona y tendría que haber notado esa anormalidad o el nuevo Capataz debió hacérselo notar.
Regresé para el auto con algunas dudas y un tanto apurado porque escuchaba la bocina pulsada insistentemente. Al llegar dónde estaban las chicas vi que ellas estaban subidas al arenero y que, en el campo vecino había dos paisanos de boinas anchas y montados a caballo que les gritaban obscenidades y decían que saltarían el alambrado para acercarse a ellas. En ese lugar había unos veinte metros desde el borde contrario del arroyo hasta la alambrada y cuando llegué al lado de las chicas se dirigieron a mí con formas que no eran propias de gente de la zona… “Llegó el machito, son muchas hembras para vos solo grandote. Animate, te damos una mano y la pasamos bien por un rato” … “Está todo bien muchachos, ya nos vamos”, -expresé y puse el arenero en marcha para irnos rápido de ese lugar seguido de las risotadas de los dos tipos. Estaba caliente como un chivo y con una pila de dudas que habría que comenzar a dilucidar.
El que hablaba, que estaba seguro que no era un paisano “original”, no tenía ningún problema en hacer notar la empuñadura de una pistola automática colocada debajo de la faja ancha, en el lugar en que normalmente se lleva el facón. (Cuchillo tipo daga, típico del campo argentino que se usa debajo de la faja ancha con que se sostiene el pantalón y deja asomar la empuñadura. Se usa en la parte trasera a la altura de la cintura o en la parte delantera al alcance de la mano, derecha o izquierda según el caso).
Era totalmente ilógico eso que yo le decía a Irina, los paisanos trabajadores del campo no usaban nunca armas de fuego en la cintura y era muy difícil que tuvieran un mal trato con quien desconocían, decididamente esos tipos no eran trabajadores comunes de la Estancia, además, si fueran efectivos de Seguridad no andarían “disfrazados” de paisanos, allí había algo más que se escapaba de la normalidad y todo ese lugar ni siquiera lo manejaba mi madre. Estuve callado hasta que salimos del bosquecito y apuré un poco más la marcha cuando circulábamos por el camino de tierra paralelo a las alambradas, las chicas ni hablaban esperando que yo lo hiciera y le dije a Irina que lo llamara a Miguel y a Pedro a la casa… “Decile que dejen todo lo que están haciendo y se vengan urgente para la casa, tengo que hablar con ellos dos”. Me miró extrañada y preguntó si estaba enojado por lo que ella había contado.
Al rato de estar en la casa llegaron Miguel y Pedro y me encerré con ellos dos para conversar en privado del tema. Luego de explicar lo que había visto, estuvieron los dos de acuerdo en aventurar que podría haber plantaciones clandestinas en la zona, pero, conocedores del tema por haber trabajado en los Servicios Especiales de la Gendarmería Nacional, que se ocupa precisamente y prioritariamente de ese tema, opinaron, al igual que yo, que no era conveniente efectuar ningún tipo de denuncia a nivel local. Es sabido que, para que algo así funcione, se necesita la “vista gorda” de Funcionarios Políticos o de Seguridad de la zona y hacer alguna denuncia implicaría meter la cabeza en la boca del león. Por eso mismo Miguel fue de la idea de comunicar la inquietud al Jefe de la División Antidrogas de la Gendarmería, ellos se podrían ocupar del tema sin necesidad de dar aviso a otras Fuerzas de Seguridad y me pareció buena idea.
Al día siguiente aprovecharon los dos para ir a dar las novedades del tema y ver que se podría hacer al respecto, además aprovecharían para finiquitar la relación que los unía a esa Fuerza de Seguridad. De paso también se les unió Irina porque tenía un posible comprador de la propiedad en que funcionaba antes el bar y debía pasar por la Inmobiliaria. Viviana y yo tendríamos para entretenernos tratando de recorrer las instalaciones de la Estancia y para conocer a un par de familias que vivían como puesteros.
En la noche del día posterior regresaron los tres a la Estancia y, durante el transcurso de la cena, Irina nos informó que ya había vendido en buen precio el bar y las instalaciones, además, estaba en tratativas para adquirir una propiedad en uno de los mejores barrios de una Localidad de la Provincia de Buenos Aires y le festejamos la iniciativa. Pedro hizo saber en voz alta que en la mañana vendría un tío a visitarlo y bromeamos con él diciéndole que lo vigilaban de cerca.
Luego de la cena y de los cafés, al retirarse Matilde y Gracia, me fui al privado con los dos muchachos para que me contaran que habían averiguado y cuáles serían los pasos a seguir. Sí o sí tenía que confiar en ellos porque, si bien es cierto que de tonto no tenía nada e intuía que allí pasaba algo que tenía que ver con lo ilegal, mis conocimientos eran muy limitados y ni hablar de ponerme a jugar al Poliladron o tratar de hacerme el espía para saber lo que pasaba en los campos de mi madre. Lo poco que sabía de armas me lo había enseñado mi abuelo, pero lo más mortífero que había utilizado en mi vida había sido un bisturí y, estando en mis manos, no era precisamente para causar daños, no obstante, estaba en condiciones de hablar con los Gendarmes sin pasar como un neófito. El que llevó la voz cantante fue Miguel…
Me despedí de los dos muchachos y me fui para la habitación, la rubiecita me estaba esperando con un camisón transparente, muy cortito y sugerente, pero se notaba que quería saber qué es lo que había hablado con Miguel y Pedro. Se la hice un poco más sencilla y le “dibujé” algunas de las conversaciones llevando el tema a la posible instalación de puestos con personal de Seguridad en distintos lugares de la Estancia. Se dio por conforme con eso y ya no pude seguir pensando más en la Gendarmería, las drogas, las “cocinas”, la posible distribución y sus implicancias, su mano pequeña se apoyó en mi “paquete” mientras me besaba denotando toda su entrega y me olvidé de todo…
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.