LAS GEMELAS - ESTANCIA “LA VIVI”. (15).
Tenía claro que ninguna de las dos se andaba con vueltas, pues pasaban de besos, mimos y preliminares varios, si había que “hacer un culito”, pues bien, a ponerse a hacer el culito, también en eso eran como calcadas. Helga no perdió tiempo, destapó el tubito del gel, impregnó sus dedos e Ingrid se apoyó con los codos en la cama, las piernas ligeramente separadas se afirmaron en el piso y la maravillosa imagen de sus nalgas duras quedó expuesta ante mis ojos y a merced de los dedos largos y no tan finos de la hermana.
Helga, (la mayor, según decía, porque, al nacer, había berreado unos segundos antes que Ingrid) me demostró que tenía una capacidad innata de ambidiestra, ya que una de sus manos se ocupó con maestría de la firmeza de mi estaca y la otra jugueteó con sus dedos en el ano de Ingrid que gemía y movía encantada sus caderas. A decir verdad, si bien es cierto que iban “a los bifes” y no se permitían preliminares, también es cierto que no se consideraban “huecos para rellenar” porque sus orgasmos no tardaban en llegar.
Pronto fueron tres los dedos de la “mayor” que se movían entrando y saliendo del culo de la hermana “menor” y ya había usado dos tercios del tubito de gel. Una mordía las sábanas para no gritar sus orgasmos ni gemir alto por el placer que experimentaba y la otra no le iba en zaga porque los dedos índice y medio de mi mano más “activa” se perdían en su culo querendón y no se privaba de darme sus buenos apretones con sus contracciones, aunque, en este caso, apretaba los dientes para que sus gemidos no se desbocaran.
Helga consideró que el ano fraterno ya estaba debidamente dilatado y ofició de “mamporrera” para acercar el glande al agujerito palpitante. “Entrá y no detengas, “si tiene que doler que sea de una vez y no por etapas”, -expresó Ingrid-, yo me reí para mis adentros y me “pintó” la pizca de sadismo porque sabía que los dedos no eran comparables en absoluto con “el cumplidor”. La “mayor” había arrimado el ariete y cuando el glande comenzó a penetrar se ubicó para tener una vista en primer plano de la profanación y yo empujé…
Salvando el tema de la estrechez que parecía estrangularme todo el tronco, debido a la lubricación no hubo mayores problemas para penetrar ese culo que, no sé si era virgen, pero tampoco era el momento para ponerme a preguntar, lo que si fue notorio es que se la aguantó como no esperaba, la sintió, claro que la sintió, pero, apenas si se le escapó un gemido. Faltaba ingresar un cuarto de pija para “besar” sus nalgas con mi pelvis y recién allí sentí cierta resistencia, entonces preferí salir y volver a entrar, cinco o seis veces al mismo ritmo para permitirle a Helga ocupar el lugar que quería, para eso dio un salto felino y se subió a la cama poniéndose frente a la cara de la hermana con las piernas abiertas.
Ingrid dejó de proferir sus ahogados gemidos de dolor hermanados con la sábana y, tomando fuerte las caderas de la hermana, se prendió a la vagina de Helga que, debido a los brillos que se veían, imaginé totalmente anegada. Era mi momento y la vagina de una absorbió el único grito que dio la “valquiria” sodomizada cuando, finalmente, forcé totalmente el esfínter y choqué las pieles. Me puse como loco, esas nalgas siempre me habían gustado e inicié un martilleo constante saliendo y entrando en su totalidad.
Era toda una suma de sensaciones, Ingrid me apretaba cuando salía y fruncía el recto usando sus músculos cuando entraba haciéndome sentir como si fuera el primer intento. Fue un concierto de gemidos, una incrustando la boca y la otra que recibía las chupadas y usaba una mano que se trituraba el clítoris erecto, mordiendo la almohada para amortiguar lo que quería salir de su boca, sin contar aquí lo que eran los movimientos de caderas de una y otra.
Quería aguantarme, juro que quería aguantarme, pero eso de estirar el tiempo del coito resultó una utopía, salir totalmente y volver a entrar hasta lo profundo tratando de entrar más de lo que la lógica y la física lo permitían no fue para superar ningún record Guinness, las contracciones de sus orgasmos y verlas gozar a las hermanas no me permitieron continuar con el ritmo y le llené las tripas cuando mis huevos parecieron estallar.
La bruta de Helga me vio acabando dentro del culo de la hermana y dio otro salto para ponerse nuevamente a mi lado y no tuvo empacho para “arrancarla” de ese conducto estrecho y llevarse la pija a su boca para terminar de absorber los dos o tres “lechazos” que faltaban. El gemido de Ingrid fue más sonoro y tuve la satisfacción de ver su culo abierto en una medida inusual, pero no tuve mucho tiempo para pensar. Helga, luego de tragar, se había puesto enseguida en la misma posición que tenía la hermana y apretándome el tronco con una mano se abrió las nalgas con la otra y tironeó hasta apoyar el glande. Prácticamente no tuve necesidad de empujar, fue ella la que retrocedió y una vez que entré se ocupó con sus músculos de hacer que mi pija se vigorizara nuevamente.
Le di con las ganas que me quedaban y logré que tuviera un par de orgasmos, tampoco fue que me llevó mucho tiempo, las alemanas enseguida entraban en sintonía, pero no pudo hacer que tuviera otra eyaculación, mis gónadas trabajaban a destajo, pero no tuvieron tiempo y mis energías estaban diezmadas. La inactividad forzada por la cama de internación y la comida consumida en mi calidad de paciente, no ayudaban a acumular demasiada energía y mis piernas parecían fallar a un ritmo apresurado.
Tuve que tirarme sobre la espalda de Helga y aceptar que no podría, “tranqui, tranqui, no te muevas, tanto tiempo de estar “de cama” te aflojó todos los músculos, dejame un ratito más a mí”, -dijo entendiendo la situación-, pero eso no impidió que me masajeara todo el tronco con sus músculos internos. Estuve a punto de pedir una tregua y la carcajada que largué la hizo aflojar con su presión para que pudiera salir.
La risa tuvo que ver debido a que me asemejé o me vino la imagen de un perrito faldero abotonado a una hembra de ovejero alemán y me hice a la idea de que si se movía del lugar me arrastraría de la pija sin que me pudiera soltar. ¿De qué te reís, loco?, -preguntó Helga-… “Me río por no llorar cielo, me hice a la idea de que podría cómodo con las dos y me abandonaron las fuerzas”, -le contesté, mi ego no me permitía decirle lo de la imagen mental de los perros-. Luego de eso me lavaron bien, intercambiando caricias, besos y risas, se cambiaron y se despidieron con sendos besos diciendo que no olvidarían la promesa de pasar esa noche juntos. Me acosté en la cama mirando el techo y mis ganas de pensar en el momento pasado se diluyeron como un pedo en un túnel de viento, perdí completamente la noción de consciencia y me dormí como si me hubieran dado una dosis cuádruple de Diazepam.
Como a las diez de la mañana vino el Abogado y nos reunimos con Matías para que firmara el contrato que lo convertía en el Director General de la Clínica, saludé, creo que, a Ingrid, a mi ex secretaria, a las empleadas de recepción y administración y me fui al estacionamiento a buscar el Lamborghini que me había dejado Miguel hacía como una semana atrás. El brazo izquierdo lo movía bien y sabía que podría manejar sin problemas sin necesidad de hacer fuerza o movimientos extraños con él.
Lo primero que hice fue ir al departamento y mientras manejaba no pude evitar pensar en mis padres. Mi padre había pasado dos veces por la Clínica, la primera vez, yo estaba “casualmente” sedado y descansando, pero se interiorizó de todas mis dolencias, “cómo todo Cirujano, ni se calentó con lo que le contamos”, -me dijo Matías y yo creí siempre que no era por un tema “profesional”, era porque los demás le interesaban poco-.
La segunda vez habló dos o tres palabras conmigo y sólo para saber cómo me sentía, ni preguntó cómo ni por qué había pasado, jajaja, mi abuela decía sobre “las visitas de Médico” cuando alguien pasaba a verla sólo por un rato, pero lo de mi padre fue menor a eso, lo tomé como algo “normal” y no me afectó tanto. Lo que si me jodió fue que mi madre me llamó tres días después del tiroteo, también para interiorizarse, pero sin denotar ningún signo de alarma en su voz, le bastó con saber que estaba bien y recuperándome.
Verdaderamente no esperaba este tipo de reacción “profesional” de ella para conmigo. Me dijo que mi padre le había avisado al día siguiente, pero también le había dicho que estaba bien e internado en mi Clínica y que no había querido molestar. Entendía que nuestra relación había transpuesto determinados límites “normales” entre madre e hijo, pero, “es lo que había” y debía hacerme a la idea de que, en definitiva, primaban más en ella sus inconsecuencias y sus culpas y me desatendí pensando que la debía estar pasando bien.
Pasé por el Banco y retiré una cantidad de efectivo como para estar cómodo, luego paré en un restaurant al que solía ir seguido y me desquité bastante de la comida de la Clínica ordenada por la Nutricionista. Finalmente, como a las cuatro de la tarde “Home, Sweet, home”, allí hablé con el muchacho que todavía cumplía las funciones de Seguridad, le dije que se levantaba el objetivo y me comuniqué por teléfono con el Coronel para ponerlo al tanto y pedirle que me hiciera llegar la factura por los servicios y, como no estaba de más, lo felicité por los hombres que me había mandado.
Me agradeció contento, claro está que él no sabía que Miguel y Pedro se quedarían conmigo, pero, una cosa no quita la otra. Ya en el interior de mi casa pude notar que estaba todo en perfecto orden y hablé con la Gerente de la empresa de Mantenimiento para que no me mandaran, hasta nuevo aviso, a la gente que solía venir a efectuar la limpieza. Puse en una valija, algo de ropa interior y ropa cómoda como para andar por el campo, mis enseres personales, me surtí de varios medicamentos, fundamentalmente analgésicos, cerré bien las puertas y salí dispuesto a enfrentar una nueva vida.
No quise avisarle a Viviana, llegaría a la Estancia como a las nueve de la noche porque pensaba viajar con tranquilidad y haciéndome a la idea de lo que iba a depararme la vida allí, lógicamente con muchas ganas de encontrarme con “mi mujer”, cada vez estaba más convencido de ello y no me desagrada pensar así. Los largos tres kilómetros de ancho camino de ripio que tuve que transitar de camino a la Estancia no los hice muy tranquilos, cualquier vehículo transitando de la mano contraria podía “morder” alguna de esas piedras y el parabrisas del Lamborghini no era precisamente barato, amén de todo lo engorroso que sería conseguirlo, afortunadamente, posiblemente gracias a la hora, lo recorrí tranquilo alumbrando la oscuridad del campo con mis luces delanteras.
Me sentí ilusionado cuando llegué a la tranquera que anunciaba con letras negras en un cartel de fondo blanco de 1m x 0,50cm, “Estancia La Vivi”. Descendí del auto para abrir la tranquera y una bocanada de aire puro y oxigenado me recibió ensanchando a mis pulmones citadinos. Hay recuerdos que los sentidos atesoran en los ignotos rincones de nuestra mente y los sacan a pasear cuando las circunstancias y los hechos se presentan. Afloraron enseguida y recordé cuando, de chico, solía llegar a los campos del abuelo.
La oscuridad era total, abrir, entrar y volver a cerrar, se me antojó como la entrada a otro Mundo. Luego fue colocarme nuevamente detrás del volante y las potentes luces del auto me dejaron ver el inicio de un camino prolijo y entoscado, era ancho como una gran avenida y estaba flanqueado por una interminable hilera de cipreses. “Allá vamos” me dije, puse primera y arranqué pensando en que daba comienzo a una aventura que, a como diera lugar, debería tener un final feliz. Las luces difusas de lo que entendí sería la casa principal se veían a lo lejos, apareciendo y desapareciendo como por arte de una magia oculta detrás de los árboles erguidos cual soldados vigilantes. Fueron unos quinientos metros de cipreses y el paisaje cambió abruptamente a una hilera de frondosos robles que me hizo pensar que, en una determinada época del año, al entrar o salir de la Estancia, se pasaría del verde perenne de los cipreses al casi rojo de los robles.
Las luces de la casa se veían mejor, se notaban también algunas luces dispersas que señalaban otros edificios separados de la estructura principal, posiblemente galpones y luego de unos trescientos metros, después de una pequeña curva, me encontré con la casa principal, modernizado, pero típico casco de Estancia de época. Me acerqué a la edificación apagando las luces de los faros y sin que el sonido del motor se dejara oír.
La casa era enorme, cuadrada o, según comprobé después, rectangular porque se extendía casi el doble de metros hacia atrás, una galería cubierta importante sustentada por columnas y grandes arcadas iluminadas a pleno la rodeaba. De frente la planta baja de techos altos en que se notaba una puerta principal de dos hojas, dos ventanales enrejados que iban casi desde el piso hasta cerca del techo al costado de la puerta grande y dos puertas más chicas en los extremos.
La planta alta parecía ser distinta porque los techos de tejas coloniales se notaban más bajos, un amplio balcón de puerta similar a la principal y las ventanas que daban al frente que denunciaban tres habitaciones-dormitorios, el del medio, seguramente el principal y otra habitación más alta que toda la casa en lo que vendría a ser un primitivo mirador, también con balcón y ventana. Todo estaba iluminado con faroles de época y bombitas modernas de bajo consumo, el camino bordeaba un parque con césped bien cuidado y algunas plantas más grandes que destacaban (azaleas) entre muchas otras más chicas de diferentes colores, lo mismo acontecía en las galerías cubiertas en que los canteros y macetas parecían predominar junto a mesas y diversos asientos de mimbre o madera.
Sobre los costados, de un lado, a unos setenta u ochenta metros comenzaba un bosque de lo que me parecían paraísos de tupido follaje, sólo podía observar a los árboles de frente, hasta dónde abarcaba el haz de luz proveniente de la casa, pero por detrás lo denso y oscuro daba lugar a imaginar un bosque que no era chico ni mucho menos. Sobre el otro costado, a la izquierda de quien miraba a la casa de frente y también a unos ochenta metros, había un galpón inmenso, el cual, a simple vista, dejaba ver dos grandes portones en los que fácilmente podía ingresar un camión de carga.
El lugar era espectacular y no se observaban corrales en las cercanías, pero seguramente estaban porque los sonidos que llegaban a mis oídos eran característicos del ganado vacuno encerrado. Solamente se veían luces interiores en un costado de la casa, justo debajo de lo que sería el atalaya o mirador y en la parte media que entendí que sería el living principal. No vi ni escuché perros, pero, por las dudas, atendiendo a que todavía era desconocido, no descendí del auto y toqué la bocina para anunciarme.
Se abrió una de las puertas más chicas del costado de la casa y pude ver la figura de Pedro que se asomaba a la galería, pero las figuras de dos mujeres rubias, una un poco más baja que la otra, que salieron gritando y corriendo desde la puerta principal, me llamó más la atención. “Es Gabriel, es Gabriel” decía la más menuda de ellas y recién ahí descendí del auto afirmándome sobre uno de sus costados. El corazón me saltaba en el pecho cuando vi que Viviana se lanzaba como desesperada a mi encuentro, seguida de Irina.
La rubiecita, que vestía de jeans, remera y zapatillas deportivas, tardó poco en llegar a mi lado y abrazarse a mi como un koala cariñoso que de oso no tuvo nada cuando se prendió con su boca a mis labios. La vi venir y sólo mi brazo derecho la mantuvo aferrando su cintura, el otro brazo, el que había sido herido no podía hacer mucha fuerza, pero la mano no necesitaba de fuerza para acariciar con toda la palma ese culito que sabía mío y que se me brindaba. “Viniste amor, viniste”, -decía Viviana apenas pudo dejar de besarme, aunque sin disolver el abrazo-. De inmediato se acercó Irina y me abrazó desde un costado, pero, quizás debido a la cercanía de Miguel y de Pedro que también se acercaron, su besó no pasó de estampar sus labios en mi mejilla, eso sí, muy cerca de la comisura de sus labios, aunque con un brillo en los ojos que conocía.
También se acercaron dos mujeres que habían salido detrás de Pedro. Una de ellas como de cincuenta años o más que me presentaron como Matilde resultó ser la cocinera y la otra de unos veinticuatro o veinticinco, de nombre Gracia, que era la hija de la primera. Las dos mujeres eran de tez blanca y tersa, cabello renegrido y largo recogido en una cola de caballo que le llegaba casi a la cintura, me gustaron porque miraban de frente con enormes ojos negros, vivaces, inquietos y que generaban confianza. “Bienvenido señor Gabriel”, dijo Matilde con una sonrisa genuina y empática y del mismo modo lo hizo Gracia. No pude estirarles la mano para saludarlas porque estaba acaparada por el cuerpo de Viviana, pero me acerqué a darles un beso en las mejillas que aceptaron con cierto rubor.
Años de observar cuerpos de mujeres me llevaron de inmediato a hacer un paneo rápido de sus formas. Ambas tenían una altura similar a la de Irina, pero sus figuras eran más ampulosas, macizas, duras, voluptuosas, sin que llegaran a ser obesas, no noté adiposidades ni siquiera debajo de sus bíceps y mucho menos en sus cinturas, quizás un poco más pronunciadas en Matilde, pero eran lógicas por la edad. Las caderas eran acordes a su físico y por las formas imaginé unos culos como para ser tenidos en cuenta. Lo que nunca pasaría desapercibido en ambas eran las tetas, duras erguidas, ni exuberantes ni pequeñas, su medida que oscilaba en los 90 de copa resaltaba como faro en las tinieblas, aunque, lógicamente, en ningún momento di señales de miradas a aquellos montes, a todas luces naturales y de pezones más notorios en la más joven, posiblemente por conocer al nuevo “patrón”, ¡qué joder, las mujeres pueden estar buenas, pero yo también tengo lo mío!...
Ambas mujeres se me antojaron como prototipos de la “morocha argentina”, una mezcla rara de raza originaria de la llanura pampeana, con la latina europea, alejada de la voluptuosidad caderona de las sudamericanas que se unía más a la raza africana, sutilezas físicas que unidas a la vivacidad en miradas y gestos, las convertían en sensuales y como volcanes en ebullición. Siempre tuve la idea de que una mujer sensual le lleva varios cuerpos de ventaja a una mujer sexual y en la intimidad, son de temer, más que agradables, pero...
Disquisiciones al margen, pronto se desató un maremágnum de preguntas, comentarios, informaciones y datos, “paren, chicas, chicos, vengo cansado de andar todo el día y con un hambre de caballo, denme un rato para comer y beber algo”, -les dije riendo-, esto generó la respuesta inmediata de Matilde, “nosotros hace instantes comimos carne asada, si gusta le caliento algo con ensalada o le preparo pastas, usted pida y en un rato lo tengo listo”, -expresó solícita como buena cocinera-.
Con Viviana acurrucada debajo de mi brazo observé el inmenso living en que se veían dos juegos de sillones separados, uno de época y el otro más moderno y, de hecho, le eché el ojo a un individual que se encontraba un poco más apartado, “me gusta ese sillón, parece cómodo y se ve todo el living desde allí”, -le comenté a Viviana-, “yo lo ubiqué de nuevo allí, era el sillón y el lugar favorito de mi papá”, -contestó mi novia con un brillo de ternura en los ojos-. Desde ese living subía una escalera ancha que llevaba a las habitaciones superiores, pero no era la única, había otra en el comedor que cumplía la misma función. También se notaba un pasillo que llevaba al interior de la casa y pregunté adónde llevaba ese pasillo…
Matilde preparó rápido algo para cenar mientras Gracia ponía la mesa y, como si estuviera estipulado de antemano, lo hizo en la cabecera de la mesa de la cocina, tal como se lo había pedido ante su idea de armar la mesa del comedor, “Gracia, Matilde, yo desayuno, almuerzo, meriendo y ceno en la cocina, a menos que la ocasión sea especial y para eso les avisaré antes”, -les dije y les agradó a las dos-. Me puse a cenar servido y atendido por Viviana y comenzaron los informes. Miguel me dijo que estaba en contacto más estrecho con la gente y que salvo un par de conatos de rebeldía solucionado de inmediato con el despido de los rebeldes, todo el personal trabajaba bien y respondiendo a las órdenes de un nuevo capataz que había nombrado de entre el personal más antiguo, pues, precisamente, uno de los despedidos había sido el capataz anterior, del cual se había descubierto algunos chanchullos, pero que no daba para denuncias penales.
Respecto a las cuentas, se habían puesto al día el tema de los impuestos, todo lo cual, desde ese momento, se debitaba directamente de una de las cuentas bancarias. Desde el Estudio del Abogado se habían ocupado de saldar las deudas por los juicios laborales. Dijo también que faltaban unas veinte cabezas de ganado, con unas cien para vender y los silos de granos estaban a un 70% de su capacidad, pero, como se avecinaba una cosecha, se pensaba en vender ese remanente guardado y estaban en tratativas con una empresa cerealera. El material rodante estaba en condiciones, salvo una camioneta que se había mandado a arreglar y las maquinarias propias del agro, tractores, sembradoras, cosechadoras, si bien tenían sus años, funcionaban correctamente. Se habían controlado los tanques de combustibles por medio de la empresa de combustibles y ya estaban llenos, eso era importante porque no había necesidad de acarrear combustible o ir al pueblo cada vez que algún vehículo necesitara de él, la empresa llenaba los tanques cada vez que se los llamaba para el efecto.
Me asombré pensando que la Estancia funcionaba como empresa mejor de lo que funcionaba la que era de mi abuelo y actualmente la de mi madre, por lo que me hice a la idea de interiorizarme bien del funcionamiento de la de Viviana porque algún día… Lo que nunca preví es que sería mucho antes de lo que yo mismo podría esperar Por el lado de Irina, se había despedido a quien oficiaba de Ama de Llaves y a una de sus laderas, se arreglaban con Matilde y la hija quienes ya conocían a Viviana de antes, más dos chicas que ya se habían retirado a descansar. Había cambiado a los jardineros y contratado a una empresa nueva que se ocupaba de los jardines y el mantenimiento en general. Tenían buena comunicación de celulares porque en la Estancia funcionaba una antena de una compañía telefónica, pero había que pensar en hacer colocar una antena satelital para el tema de la Internet, pues yo necesitaba una actualización constante de lo mío, algo que también necesitaría Viviana cuando comenzara a estudiar.
Me empezaba Miguel a contar sobre los puestos y las casas que se encontraban en la Estancia y le dije que lo dejáramos para los días subsiguientes, ya había pasado de la medianoche y necesitaba descansar. “Tenés una habitación para mí”, -le pregunté a Viviana, con cierta doble intención-… “La nuestra, por supuesto, ¿acaso te crees que te iba a dejar dormir en otro lado?, no Doctor, el dueño de casa duerme conmigo, eso sí lo dejo dormir, jajaja”, -contestó la rubiecita apretándose más contra mí costado. Su respuesta generó sonrisas y la exclamación de Irina que, desde un primer momento me miraba con una mezcla rara de deseo, pero más cercana a la adoración o admiración, algo que noté cuando me contó rápido de lo bien que se sentía en ese lugar y lo agradecida que estaba por la oportunidad de un cambio de vida más agradable. Le salió la española de adentro y nos dijo: “Hala, hala, tira, venga, vamos, que estáis esperando tortolitos”.
Subir la escalera principal pisando esos largos y anchos escalones de mármol blanco limitados en sus costados por una balaustrada con diversos torneados hecha en roble que brillaba en su color natural, fue algo irreal y, acepto que quizás fue por el momento, se me hizo como estar en una película de época, de las viejas del cine argentino que solía ver mi abuela en un moderno y enorme televisor blanco y negro. Algo similar me pasó al estar frente a la puerta doble de la habitación, también de madera de roble labrada. Ya adentro, aunque no era mi proceder ni mi mentalidad, entendí algo de la forma de ser o de moverse de un terrateniente. El lugar era enorme, calculé 6 x6 m. sólo de habitación, ostentoso, lujoso, pero sin estridencias, los muebles eran de época y se notaba que ya desde entonces se preferían las camas grandes.
Aunque se notaban cambios que hacían a la modernización del lugar, tanto que los placares empotrados con puertas de madera dura ocupaban el sitio de lo que podía haber contenido roperos. Una puerta interior comunicaba seguramente con el baño y la abrí para encontrarme con un antebaño amplio y cómodo que, luego sí, continuaba con un baño, donde se había colocado un jacuzzi en lugar de la bañera original, todo lo demás parecía antiguo, pero modernizado para comodidad de sus ocupantes.
“Tenían buen gusto tus padres”, -le dije a Viviana ingresando nuevamente al dormitorio en sí- y el cuadro que me encontré no podía ser mejor. La rubiecita estaba cruzada sobre la cama y me miraba desde su posición de cúbito ventral, pero sosteniendo su cabeza con las palmas de las manos apoyadas debajo de su quijada lo que hacía que su mirada se centrara en mi persona. Movía las piernas flexionando sus rodillas y su cintura, muslos, gemelos y pies parecían brillar, lógicamente, sin olvidar su culito prodigioso que me parecía más relleno y apetitoso. Salvo las sábanas de un color azul oscuro, toda otra ropa brillaba por su ausencia, pero lo que más brillaba en esa habitación esa su bello rostro enmarcando una indiscutible mirada de deseo, ¡vamos, que estaba deseosa, recaliente y dispuesta a devorarme! Los enormes ojos claros parecían recorrer todo mi cuerpo haciéndome saber sin decirlo que mis ropas sobraban y la estaca de mi entrepierna pronto estuvo de acuerdo con el pedido implícito de la ex flaquita casi raquítica.
Mi remera voló al acercarme a la cama, lo mismo pasó con mis mocasines y el pantalón quedó suelto, sin botón ni cierre ni cinturón que lo mantuviera en su lugar y así me detuve con mi entrepierna frente a su rostro. Sus dos manos se ocuparon de bajar el pantalón y el bóxer y yo fui pisando cada pernera para lograr sacarlo, primero una pierna, luego la otra, pero sin moverme de ese lugar porque Viviana me tenía aprisionado con su boca tratando de tragar el ariete sin que le importaran las arcadas y ahogos mientras sus manos estrujaban mis nalgas deleitándose con mi culo masculino.
“Esperá, esperá”, -pidió dejando de chupar-, fue en respuesta a mi movimiento para dejarme caer en la cama y enseguida supe por qué. De un salto se incorporó y se prendió con sus brazos a mi cuello y sus piernas se aferraron a mi cintura, “ponémela así”, -alcanzó a decir antes de comerme la boca con una pizca de desesperación, pero ni siquiera tuve que moverme, el glande se encontró rápido con la abertura anegada y fue ella quien movió las caderas para ensartarse. Ganas sobraban y no se detuvo con paradas inoportunas, la penetración nos dolió a los dos, el choque contra su útero repercutió en el glande y los gemidos dolorosos se apagaron dentro de las bocas unidos por el beso goloso. Pronto tomó un ritmo placentero y no tardó en ponerse a temblar, apretaba fuerte con sus músculos vaginales y sus gemidos me sonaban a música de lo más agradable.
La dejé, no me costaba aguantarla en esa posición y me sentía como “realizado” por el “polvo” que se había procurado Viviana, pero luego de unos instantes me tocaba a mí y subí a la cama apoyando mis rodillas y, sin que ella se desprendiera, apoyé su espalda sobre las sábanas y su cabeza en la almohada, acomodé un poco sus piernas y mi bombeo se intensificó, entraba y salía con fuerza y ganas, acariciaba y apretaba sus tetas y pezones y la escuchaba con deleite cuando gritaba intercalando dolor y placer en cada embestida.
Unas veces con fuerza, otras con extrema dulzura, variaba mis ritmos, rápido y lento, lento y rápido, todo incentivado por los sonidos y temblores que ocasionaba la cadena de pequeños orgasmos que me brindaba “mi mujer” y por la desesperación que, por momentos, la asaltaba cuando me detenía por la mitad y apretaba sus pezones hasta que pedía alzando la voz que la siguiera cogiendo, “dame más mi cielo, me muero si no la tengo”, -decía sin preocuparse por quien pudiera escucharla-.
Ella fue quien provocó que me saliera de su interior, el movimiento al alzar un poco más sus piernas y caderas tuvo su razón de ser, “porfi amor, ponémela en el culito y llenalo de leche”, -me pidió con una voz en que se mezclaba un pedido cargado de dulzura con uno de hembra deseosa de la verga de su macho y, como era de esperarse, no la dejé con las ganas. “Soy tu hembra, tu esclava, rompelo con ganas”, -dijo un tanto desquiciada cuando el glande se apoyó en el agujerito que parecía palpitar-.
Precisamente porque era y lo sentía mío, lo penetraría como yo quisiera y esto fue con lentitud y gozando de los gestos que su rostro no podía disimular cuando el ariete avanzaba y el túnel se ensanchaba. Cerraba los ojos y apretaba los labios aguantando la cogida anal, en un momento llevó la mano hasta el miembro y lo tocó, entonces abrió los ojos llorosos y al ver que la miraba, expresó: “Me gusta Gabi, me gusta mucho, pero me duelen hasta las orejas no termina nunca de entrar”. Con mi ego y mi cuota de sadismo a pleno decidí cambiar la temática y comencé a entrar y salir en un vaivén al que ella se acopló de inmediato hasta que sola, como algo natural, trataba de empujar con sus caderas para que penetrara más. Por sí sola y por la posición no podía hacer mucho, pero me dio lugar a profundizar cada estocada y en un parpadeo mis muslos chocaron con sus nalgas, después todo fue más fácil y Viviana se enloqueció dejándose llevar por sus sensaciones y oleadas de placer.
Eso de entrar y salir casi en su totalidad, para volver a entrar hasta lo más profundo y sentir que las tripas parecen enderezarse con cada arremetida, desquicia al más pintado y yo no era la excepción ni mucho menos. Ya no pude seguir aguantando y no tuve necesidad de contarle lo que iba a suceder en el fondo de su culito, pues, se dio cuenta y apuró su propio orgasmo para que fueran simultáneos, los gritos de placer también lo fueron y tampoco me privé de hacerlo. El “completo” había sido fantástico y quedamos los dos para el “arrastre” pidiendo cama a gritos. Me volqué hacia un costado para quedar tendido boca arriba y Viviana, con ese resto prodigioso que no sé de dónde sacan las mujeres, se levantó, fue hasta el baño y, luego de un rato, regresó con una toalla húmeda y me limpió cuidadosamente. Me di cuenta de esto entre nebulosas, sólo pensé que mañana sería otro día.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.