ACLARACIONES - DUDAS - EL CULITO. (12).
Lo de Miguel fue fácil, estaba de franco de servicio, pero le pedí que viniera a mi casa porque tenía que hablar algo muy importante con él, me contestó que tardaría una media hora. El grandote tenía el grado de Cabo Primero en la Gendarmería Nacional y aún vivía con sus padres, Viviana y yo sabíamos, por conversaciones aisladas, que no estaba muy conforme con la carrera castrense y estudiaba la carrera de Ciencias Económicas, porque, según había deslizado, “algún día quería ser su propio jefe”, el trabajo que tenía en casa le dejaba mucho tiempo libre para el estudio.
Irina estaba a punto de cerrar el negocio y cuando atendió el teléfono me preguntó si iba a pasar por la casa, le contesté que no, que estaba con Viviana y tenía algunas cosas que conversar con ella, “¿querés que vaya por tu casa?”, -preguntó y me pareció buena idea-, le avisé al custodio para que la dejara subir y la esperamos sabiendo que llegaría enseguida, por lo pronto, más rápido que Miguel. En realidad, llegaron casi juntos, uno salió disparado de su casa e Irina se tomó su tiempo para arreglarse un poco.
Apenas entró, la gallega-ucraniana se dio un abrazo con Viviana como si se conocieran de toda la vida y lanzaron esos grititos que nunca entenderé a que se deben. Irina preguntó por mi madre y le conté muy por arriba lo que había sucedido, “es una pena, recién nos conocíamos, pero lo hubiésemos pasado muy bien con ella”, -afirmó y me sonó a una cierta frustración. “Nosotros dos estamos de novios”, le lanzó Viviana y la ucraniana no acusó la noticia como mala, al contrario, nos felicitó, pero la rubiecita siguió y tomándola del brazo, en el mismo momento en que Miguel tocaba el timbre, le deslizó al oído: “Tenemos que hablar las dos solas, me tenés que enseñar un montón de cosas”, -le dijo y no escuché la contestación porque se fueron para la cocina tomadas del brazo-.
Una vez que Miguel e Irina estuvieron juntos les propuse almorzar en casa o salir a un restaurant, los dos prefirieron almorzar en el departamento, pues ya podíamos comenzar a contar nuestra inquietud mientras esperábamos al delívery. Encargué carne asada, era lo más práctico y rápido y nos sentamos en el comedor a conversar los cuatro. Viviana me pidió que hablara yo y les expuse todo desde el momento en que casi la atropello con el auto, cortamos un poco la historia porque llegó la comida y las dos mujeres prepararon lo necesario para comer.
Mientras comíamos continué con el relato, “ya me parecía que había algo raro, no salir y tener custodia las veinticuatro horas, siempre es por algo fuerte y complicado”, -acotó Irina, a todas luces condolida por la situación de Viviana. El asunto fue llegar a lo que pretendíamos y allí hubo que contestar varios interrogantes, pero, previo a esto les pregunté cuanto era lo que ganaban mensualmente… Ninguno de los dos tenía ingresos como para tirar cohetes y lo ofrecido superaba en cuatro veces lo que le ingresaba a uno con dos trabajos y a otra trabajando todos los días mañana y tarde sin días feriados o francos. Además, les aseguré que las condiciones quedarían registradas por contrato ajustable y renovable, con un mínimo de cinco años de servicio. Con las preguntas comenzó Miguel.
Luego de explicarle a Miguel y de darle a entender que yo preferiría que, hasta que se pusiera bien al tanto viviera en la Estancia y de allanarle varios interrogantes, haciéndole entender que no tan difícil eso de controlar ingresos y egresos y conocer al personal con el que se cuenta, le llegó el turno a Irina…
A ella no hubo mucho que explicarle, pero les dejamos claro a los dos que todo podría decidirse en unos diez días o menos y cuando se diera había que hacerse cargo enseguida. También que habría que hacer una sangría con el personal existente o no, todo dependía de la confianza que les generaran a ellos y que debían ejercer autoridad y no autoritarismo, “la gente de campo es muy distinta a la de la ciudad, saben obedecer y son leales, pero no se les debe “pisar la cabeza”, también son muy ladinos cuando quieren y te saben “esconder la leche””, -les dije-.
Otra cosa que se aclaró es que, si bien el Administrador decidía sobre gastos y sueldos, el personal de la casa y adyacencias, respecto de las tareas, quedaba bajo las órdenes exclusivas de Irina y que era conveniente que trabajaran en conjunto conversando las decisiones, algo en lo que estuvieron de acuerdo porque enseguida se estableció una buena onda entre ellos.
Cuando terminamos la charla y se iban los dos más contentos que “mono con dos colas”, Irina se retrasó un poco para salir y me dijo que después debía consultar conmigo sobre el destino del bar, “podrías pasar un rato por casa después de que cierre, ¿no?”, -preguntó expectante por mi respuesta-… “Tendría que ser mañana, aunque de ir, sería con Viviana, vos decidís, también podrías venir a cenar acá, los espejos siguen estando”. Se le notó enseguida la cara de sorpresa, pero se recuperó rápido diciendo que pasaría mañana en la tarde-noche.
No bien se fueron, subieron al ascensor y cerré la puerta, luego nos desparramamos los dos en el sofá y abrí uno de los brazos para que Viviana se reclinara sobre uno de mis costados. Ya habíamos dado un paso importante, nos faltaba mucho porque primero tenía que salir la sentencia, después había que apersonarse en el lugar y entrar a ver lo que habían dejado. Hablando de eso con mi novia me surgió una inquietud y lo llamé al Abogado.
Pensaba en pasar por la Clínica esa tarde, pero la noticia que me daba el Abogado me activaba todas las alarmas. En la Clínica no se daban los datos de los domicilios del personal, menos que menos del Director, pero, los archivos no estaban escondidos y cualquiera medianamente interesado podía tener acceso a ellos, máxime si existía algún incentivo de por medio. Esto lo pensé para mí y no quise decírselo a Viviana, bastante mal estaba después de escuchar al Abogado y miraba con recelo a las ventanas con las cortinas abiertas.
Todo esto que estaba pasando me afectaba, tener que tomar decisiones que no tenían que ver con lo cotidiano de mi profesión, el Abogado, las traiciones, los custodios, los temores por alguna clase de atentado, los miedos de Viviana, el viaje de mi madre y que, de alguna manera, me dejara “colgado”, nada de eso me hacía bien, menos mal que estaba la rubiecita, el hecho de saber que estaba a mi lado y era incondicional, aliviaba todas mis penas, posiblemente a ella le pasaba igual, tenía ganas de dormir una siesta, pero pensé en otro modo de sacarme las “mierdas” y me fui un rato al gimnasio improvisado que tenía.
Lógicamente, la flamante novia me acompañó y salió rápido para la habitación donde tenía sus cosas, yo me puse a trabajar vestido sólo con el bóxer, pero pensando solamente en una cuestión de comodidad. Apenas regresó, Viviana me miró apreciativamente y el brillo de su mirada fue muy significativo, “ni se te ocurra ponerte en mimosa, quiero “fundir” un poco mis músculos para sacarme todas estas “mierdas” de encima”, -le dije-, de todos modos, no pude dejar de apreciar que el corpiño deportivo y el shorcito ajustado y “cachetero” desviaba bastante el deseo de ser sólo un gimnasta.
“Si mi vida, como quieras”, -me respondió-, luego de darle una serie de indicaciones para trabajar mejor con otra de las máquinas se puso de inmediato a hacer abdominales, yo me tiré sobre el banco y concentrado en eso trabajé con pesas, claro está que, en la posición en la que estaba sólo podía mirar el techo, el desparramo se armó cuando me senté y me puse a trabajar la cintura. Viviana fortalecía muslos y glúteos y me apuntaba con su shorcito y parte de sus nalgas que asomaban.
Claro que la quería y, a poco que me esforzara podría decir que la amaba, la rubiecita me había trastocado todos los conceptos respecto a aquello de no tener relaciones que pudieran conllevar sentimientos para con alguna mujer. Con ella era distinto, necesitaba quererla, mimarla, hacerla sentir muy bien, disfrutaba de sus frases con doble intención, me encantaba el fuego que ponía en la entrega y estábamos aprendiendo juntos lo del sexo sacando a la luz todo lo que nos gustaba.
Reconozco que la prejuzgué porque pensé que al estar en la calle había aprendido lo suficiente y un poco más, algo que, a esa altura, con ella no era cosa que me molestara, pero resultó que no tenía mucha experiencia, aunque las ganas de aprender y de hacerme sentir le sobraban. Trataba de llevarlo con calma y le había hecho el amor con paciencia y aplicando mi sapiencia que, modestia aparte, no era poca, traté siempre de no desbordarme y tampoco era practicante del sexo duro. Todo eso lo pensaba mientras le miraba el culito, ya no tan flaquito, con mejores formas sin que esto implicara ser más grande y debí que contenerme para que no se me “saliera la cadena”. Tuve ganas de arrancarle el shorcito, mandarle un par de salivazos y meterle el tronco hasta el tope sin que me importaran sus gritos, llantos y lamentos. Lógicamente, no lo hice, pero obvié de mirarme en los espejos que había en esa sala, tenía temor a que se me vieran los colmillos.
Viviana tenía la particularidad de hacer aflorar mis instintos más cariñosos y también los más primitivos, además, en algunos casos, los incentivaba porque con “su hombre”, como ella decía, no debían existir tapujos, este fue uno de los casos porque giró la cabeza, me miró con lo que interpreté como una mezcla rara de inocencia y deseos de hembra preguntando: “¿Me parece a mí o me estás mirando el culito?” … Me paré acercándome y apoyando mi erección entre sus nalgas, le contesté: “No sólo te lo estoy mirando, lo estoy admirando y con unas ganas…”.
“Listoooo, vamos al dormitorio”, -dijo con una sonrisa resplandeciente-, no perdió tiempo, me tomó de la mano y me llevó “como chico para el colegio”. Al llegar al costado de la cama me dejó la mano para sacarse el corpiño y me ofreció sus pechos un tanto saladitos por el sabor de su transpiración, el gemido fue profundo cuando comencé a “comerlos” y su mano se cerró sobre el tronco oculto bajo el bóxer, hasta que ella misma se dejó caer sobre la cama y me pidió que le sacara el short. Tardé dos segundos para la maniobra y se giró poniéndose en cuatro en el borde de la cama, “es todo tuyo mi cielo”, -expresó con voz sensual y expuso sus nalgas para mi deleite. Abrir sus nalgas con mis manos y pasar la lengua desde la vagina empapada hasta su ano contraído, degustando toda una suma de sabores agridulces me produjo un placer profundo y a ella otro tanto pues no pudo evitar el gemido de satisfacción, gemido que se transformó casi en un grito cuando incentivé la maniobra hasta llegar a ubicar la boca sobre el asterisco cerrado que parecía abrirse cuando la lengua en punta lo “atacaba”.
La tuve un rato así, gimiendo, moviendo sus caderas y golpeando suavemente la cama con sus puños mientras la lengua forzaba milímetro a milímetro el lugar. “Seguí, seguí”, -gritó exigiendo cuando aparté la boca para tomar el tubito de Lidocaína y sacarme el bóxer, luego se relajó nuevamente cuando comencé a realizar la maniobra con mis dedos embadurnados, no me apuré, el gel dormiría toda la zona permitiendo la relajación y pronto logré tener tres dedos en su interior. “Apenas si siento tus dedos amor, metela toda”, -pidió urgiéndome-.
Estaba que reventaba, el precum descendía por el tronco, pero un pequeño ramalazo de lucidez me hizo dar cuenta que, en esa posición, la bestia se desbordaría. Quería “hacerle la cola” y tal como estaba “le rompería el culo”, es así, estaba seguro de eso, entonces subí a la cama poniéndome más gel en el glande y la acosté de espalda haciéndole levantar las piernas para que sus oquedades quedaran expuestas, la cara de Viviana estaba llena de expectación, pero sus ojos acusaban un cierto temor, lo que me aseguraba un placer doble pues no sólo la penetraría, sino que también vería sus expresiones en primer plano.
La mano que no había usado con el gel se encargó de una teta y su pezón, a ella le encantaba eso y la otra dirigió el glande a su meta. Sonreía y expresó, “necesito tu pija en mi culito” cuando la punta penetró, yo sabía que, hasta ahí sentiría una pequeña molestia, pero la cosa cambió cuando la mitad del tronco estuvo en su interior, cerró los ojos con fuerza, abrió la boca sin emitir ningún sonido y apretó los ojos como con miedo a que se le salieran de las órbitas. El masaje en su pezón y las palabras de aliento mientras me mantenía quieto en su interior sirvieron para que se fuera relajando. No me era tan simple la cosa, el lugar era estrecho en demasía y tenía que aguantar las ganas de derramarme sin remedio porque el morbo me superaba y a la vez tenía que aguantar las ganas de penetrarla de una sin que nada me importara. Como siempre me sucedía, el razonamiento pudo con ese intento de sadismo y con los instintos de macho cabrío, por eso me comencé a mover lentamente.
Viviana no se quedó quieta, ella también movió sus caderas y lo que parecía anormal comenzó a normalizarse. Casi sin darnos cuenta mi pelvis tocó sus nalgas y al notar que sus facciones habían cambiado por otras más placenteras y empujaba su cuerpo tratando de que la penetración se hiciera más profunda, mis movimientos de entradas y salidas se incrementaron. “Me gusta, carajo, me gusta que mi culito sea tuyo”, -decía abriendo sus piernas y levantándolas para que me moviera más cómodo. Con el túnel abierto, las tripas acomodadas y a ella gozando de la cogida anal, no me quedó más que ponerle más ganas a los vaivenes que le imprimía a mis caderas y a mi miembro. Ya me había aguantado y podía seguir moviéndome sin tantos problemas, pero la que no se pudo aguantar fue Viviana, los temblores, las contracciones, la profusión de jugos que se deslizaban hasta el émbolo de carne y los gritos de la rubiecita anunciando primero un orgasmo enorme y luego una seguidilla de otros más pequeños me sacaron de la contención.
Me tiré sobre su cuerpo, aferré sus tetas con las dos manos y me moví con ganas utilizando las caderas para moverme a gusto, la pobre Vivi parecía un bollito que recibía la cogida de su vida, pero le quedó un resto para darse cuenta de que mi miembro latía y con un hilo de voz me pidió, “llename la cola de leche amor, hacémela sentir”. No fue un orgasmo, pero el grito de satisfacción cuando recibió la leche caliente en sus entrañas sonó como si hubiera sido el mejor de ellos. Me secó y aún me apretaba cuando mi erección iba amainando, pero su sonrisa como de triunfo me hizo sentir muy bien. El poco resto que nos quedó fue para movernos, sus piernas bajaron como en cámara lenta y alcancé a correrme para no aplastarla. Quedé boca arriba pidiendo aire, ella, (no sé de dónde sacan fuerzas) pasó una pierna por sobre las mías y un brazo sobre mi pecho, me dio un beso en la mejilla y con voz tenue me dijo cerca del oído: “Mi culito parece el túnel subfluvial, pero, quiero más”. No me percaté si se durmió después de eso o yo me dormí primero, el caso es que quedamos K.O.
Con los horarios totalmente desfasados, me desperté como a las diez de la noche, estaba solo en la cama y la escuché tarareando alguna canción en la cocina o el comedor. Pasé por el baño, la ducha me vino muy bien y poniéndome un bóxer me fui para la cocina, Viviana estaba poniendo la mesa y había calentado las sobras que quedaron de la carne del mediodía, no es que estaba vestida, portaba encima de su cuerpo un delantal corto que ataba a su cintura, los pechos le quedaban al aire y mirándola de atrás resaltaba el culito parado y bastante relleno.
Dejó la fuente que había sacado del horno y me abrazó para comerme la boca y luego que aflojó el beso, aun tomándome del cuello con sus brazos, expresó: “¿Sabías que después de hoy, le puedo gritar al Mundo que te amo?”, le contesté que yo también y le pregunté por qué después de hoy, “Porque me di cuenta de que, a pesar de tus ganas de romperlo, te tomaste todo el tiempo del Mundo para que tratara de no sentir dolor, más bien fue intenso y una rotura con amor, luego… luego no hay palabras, pensé que tocaba el Cielo, pero no te pongas muy contento, me dolieron hasta las pestañas, jajaja, ¡madre de Dios, qué pedazo de…! y aún me parece sentirte”…
Lo decía con gracia, gozándolo, reviviendo los momentos y acompañaba todo con gestos y picardías que me hacía sentir muy cómodo a su lado. No pude hacer más que volver a abrazarla y besarla, a la par que mis manos se deslizaban hasta sus nalgas, ahora enteramente mías, “Despacito cielo, despacito, que yo me hago la valiente, pero tendré que sentarme torcida, mejor vamos a comer, no quise pedir comida, con esto nos arreglamos y acá estamos tranquilos porque cerré la ventana”, -me dijo dándome a entender que el tema de la inseguridad la rondaba-.
Cenamos tranquilos, le conté que mañana en la noche vendría Irina a cenar y se haría realidad su fantasía. Por lógica quiso preguntar por ese tema, pero sólo me limité a decirle que, llegado el momento, gozara y disfrutara, lo aceptó y no preguntó más al respecto. Después quise saber qué es lo que tenía pensado hacer cuando le entregaran la Estancia y todas las propiedades…
Terminamos de comer con tranquilidad y, por momentos notaba que Viviana me miraba y no decía nada. Creí entender lo que quería, ella deseaba que yo la acompañara y estuviera a su lado cuando se trabajara en la normalización de sus bienes, pero eso me generaba un problema enorme por el tema de la Clínica, el problema no era estar seis meses sin trabajar, lo más que podía pasar es que no se incrementara mi capital por las cirugías que yo hacía, aunque la Clínica no dejaba de generarme dividendos y mi segundo al mando era de mi total y absoluta confianza, además de excelente profesional, el tema era dejar de lado mi profesión por tanto tiempo. Ya vería como manejaba eso, por lo pronto era un tema que no quería abordar.
Luego de los cafés y de la copa que nos fuimos a tomar al living nos pusimos a mirar un rato las Redes Sociales, enfocadas fundamentalmente a tratar de averiguar algo del ex novio y de la madrastra. No había nada de movimientos en ellas y desistimos de insistir. Después surgió la idea de mirar una película juntos, sabiendo que no había muchas ganas de dormir de por medio, tampoco resultó nada nos conformaba y, en parte todo tenía que ver con el encierro al que, de alguna manera, estábamos sometidos, pero había que bancarlo, no había más remedio.
En un momento dado Viviana me miró y me dijo seria: “Mañana tendríamos que ir directamente a la División de Homicidios de la Policía a hacer la denuncia por la muerte de mi padre, a la tarde habrá que prepararse para la llegada de Irina, pero… por ahora, ¿qué te parece si nos vamos a la habitación?, tengo ganas de seguir con nuestra especial luna de miel”. Me temblaron hasta las uñas cuando le vi la mirada y, ¡qué tanto joder, yo ya estaba jugado! y, después de todo, “sarna con gusto no pica” ...
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