INSINUACIONES - DIVORCIO. - (9).
Luego de que se fuera mi madre, me quedé sentado en el sofá pensando en lo que había sucedido, no había dudas de que le había “metido cartuchos” a Emma en contra de mi hermano y alguna que otra mentira había deslizado en lo que conté, pero no me afectaba demasiado. Posiblemente el idiota no tenía la culpa de todo su proceder y el porcentaje de idiotez fue alimentado por mis padres. Se suele dar por decantación, a uno le ponen los puntos y los límites haciéndolo más fuerte y más preparado para las exigencias, pero con el otro no se actúan igual.
Es el hijo menor, subyace la idea de que está más desprotegido, se es más elástico con las exigencias, los límites son escasos y para que no “sufra” se le permite demasiado, si a eso le sumamos que, obsesionados por el trabajo como en el caso de mis padres, no existe mucho tiempo para estarles encima y amor para repartir, optan por hacérsela más fácil, admitiendo caprichos, dándole más en lo material, sin que primen las exigencias. El resultado suele ser un dechado de incertidumbres e inseguridades plagado de disconformidades que, por algún lado explotan. Entendía que no se daba en todos los casos, las familias no son iguales ni tienen las posibilidades que tenía la mía, pero, desgraciadamente, es lo que suele pasar y en infinidad de casos, los problemas suelen acumulárseles y pasarle por encima al, supuestamente, “protegido”.
Mirarle el rostro angelical, aceptar con gracia sus dichos con doble intención, verla mover sus manos, observar el brillo de sus ojos celestes al hablar y notar su razonamiento acertado en las respuestas y opiniones, más el agregado de sus tetas erguidas, hacía que se fueran minando mis bases de tipo auto obligado a permanecer incólume con y para las mujeres que se me acercaran.
Cuando la vi marcharse moviendo su culito para la habitación donde tenía las máquinas de gimnasio decidí que me iba a privar del culito de Viviana porque, a decir verdad, tenía mis temores, la rubiecita me movía bastante los esquemas, pero, hablando de esas virtudes sobre lo que a nalgas se refería y aun a pesar de lo pasado antes con Leticia, todavía me quedaban ganas de “arrimar el bochín”, era ella, estaba seguro que era ella la que despertaba mis instintos. Se me hacía dificultoso tenerla en la casa, para colmo, los planes que tenía mi madre de irnos a la casa que usaba mi abuelo para sus “citas nones santas”, se había ido al cuerno. Mi madre desatada, entregada y con el culito parado esperando por mi embestida se me antojaba como una imagen que repercutía directamente en mi entrepierna y, como a esa hora Irina tenía cerrado el bar, se me ocurrió llamarla por teléfono.
Me contestó enseguida, dijo que le faltaba como una hora para abrir el local y estaba descansando en la habitación que tenía en los fondos del bar. “Si estás liberado podrías venir un rato a verme, ¿no?”. Más justo imposible, pareció que me había adivinado el pensamiento, para mejor agregó: “Tu putita ucraniana te va a esperar con ganas”. Ganas tenía y si no las hubiera tenido, el tono de su voz y mi imaginación acelerada me decidieron con más rapidez. Le avisé a Viviana que en un rato regresaba y bajé.
La puerta de entrada del costado estaba entornada y luego de un pasillo relativamente largo me encontré con otra puerta totalmente abierta, me asomé y la gallega-ucraniana me habló: “Estoy aquí señor”, -dijo desde un costado de la habitación-, se me cayeron las babas y me asomaron los colmillos al verla, Irina tenía puesto un camisón transparente con encajes que le llegaba a medio muslo y se notaba perfectamente que era su única vestimenta. Las sandalias altas hacían como que flotara al caminar y se acercó para besarme sin pudores, tardamos un rato en el intercambio de salivas y necesité abrazarla apretando sus tetas sobre mi pecho mientras mis manos se hicieron dueñas de sus nalgas prietas, luego me pidió con voz sensual: “Dejame mimarte”.
Con una mano en mi pecho y otra sobre el “paquete” que latía, me acercó suavemente a la cama para hacer que me sentara y comenzar a sacarme los pantalones, no había modo de resistirse a su sensualidad o al roce de sus dedos, yo me saqué la remera y mientras levantaba las caderas para que el pantalón y el bóxer se deslizaran por mis piernas, me tiré hacia atrás, apoyándome en la cama y mirando el techo. No tuve tiempo de esperar, pronto sentí sus besos por el interior de mis muslos y luego la calidez de su boca cuando abarcó rápidamente todo el miembro erecto y lo llevó a su garganta. Ella gemía con su maniobra al subir y bajar la cabeza y no pude dejar de imitarla con los gemidos, su mamada era sublime, pero, como mi verga parecía latir desesperada, me dejó pronto para que no me vaciara como un chico.
“En menos de media hora viene la camarera y yo tengo muchas ganas de sentirte, ponémela en la cola y dame con ganas, antes me encantó sentirla en mis tripas y quiero más”, -me dijo con dulzura-. El tono de su voz, su mirada y la acción de girarse y apoyarse en la cama actuaron como un resorte para todo mi cuerpo, ella se puso más saliva en el agujerito, mi glande chorreaba también por la saliva que había dejado en él y casi que no tuve necesidad de apuntar, lo apoyé para entrar y me sorprendió con el caderazo y el grito.
“Vos sos mi macho y me gusta que mi macho me tome así”, -expresó apretando los dientes y aguantando el dolor que le había provocado esa auto penetración-. Ese, “mi macho”, me hizo saber de su calentura y su urgencia porque la vez anterior me había pedido suavidad al no saber cuánto aguantaría. Como fuera, en apariencia, seguía dominando yo y comencé a entrar y salir, la sacaba toda y volvía a entrar, algunas veces con lentitud y otras con un pijazo firme y profundo que acusaba con contracciones y quejidos.
Me encantaba acariciar esas semiesferas de carne dura y turgente, yo sabía bien lo que era un culo firme o como “armar” los que no eran tan firmes, el de Irina era perfecto y el gusto de verlo, tocarlo y sentir cuando su piel se le encrespaba como con escalofríos cuando entraba hasta lo profundo me hacía sentir muy bien. Se aguantaba como para terminar juntos, pero yo venía “servido” y, aún caliente, traté de alargar el acto un poco más.
El orgasmo de la ucraniana se manifestaba como por etapas, era con apretones en mi verga que entraba y salía y cada eran más seguidos, hasta que estalló en uno enorme que la hizo tirarse sobre la cama y gritar con un sonido sordo que absorbió el colchón. Yo no quise ser menos y la llené apretando fuerte sus caderas, potenciando con el líquido y mis gemidos, sus contracciones y temblores. “No salgas, dejame sentirte”, -decía dando apretones-, y me quedé, claro que me quedé, si hacía fuerza para salir me la cortaba, la presión era tremenda, pero aflojó rápido y la verga se retiró vencida. Quedé tirado sobre ella, las piernas me temblaban y las palabras no me salían. Siempre opiné que las mujeres pueden un poco más y ella no fue la excepción, seguía moviendo las caderas debajo de mi pelvis, aunque ambos sabíamos que no podríamos seguir.
Esa fue una especie de mentira piadosa, la enjaboné acariciando todo su cuerpo y lo mismo hice cuando la enjuagué y la sequé, Irina daba grititos y quedó caliente como pava de aluminio al fuego. Tuvimos tiempo para cambiarnos, abrir el negocio y tomarme un rico café cortado porque no apagaba la máquina del café al mediodía. Cuando me iba a contar sobre lo que había conversado con la amiga, Karina, la ucraniana de la colectividad, apareció la camarera y lo dejamos en el aire, lo único que me dijo es “está dispuesta”.
Al regresar al departamento no la encontré a Viviana en la cocina y la llamé en voz alta, me contestó desde la habitación que usaba como gimnasio y la voz sonó un tanto estrangulada. Tenía puesto un corpiño de competición que trataba, sólo trataba de contener las tetas que pugnaban por escapar y un shorcito de jeans que más que short parecía un slip. Transpiraba hasta las orejas y se esforzaba tirando de unas cuerdas para levantar una cierta cantidad de kilos en pesas. Le dije que dejara eso, le alcancé una toalla y le estuve explicando el uso de la máquina sin usar tanto peso para lograr más y mejores repeticiones. La movía, la tocaba y la acomodaba mientras ella se mostraba sumisa a acatar mis indicaciones, “vos no necesitás echar músculos como si fueras una fisicoculturista, tenés que tonificar los músculos y darle mejores formas”, -le decía y le daba gracias a Irina porque supe que no reaccionaría con Viviana así estuviese desnuda, mi morbo y mi libido no existían-.
Me costó ponerle cara seria cuando la escuché decir eso, pero lo logré, la miré con seriedad y no le contesté nada girando luego para irme a mi habitación. “No te enojes, fue una broma”, -alcancé a escuchar cuando salí del cuarto, tampoco contesté. Estar con Viviana en casa no implicaba que desatendiera mis otras obligaciones y llamé por teléfono a la Clínica. Matías. Mi segundo a cargo me informó que Norma, la ex del Intendente ya se había ido de alta, que todas las demás pacientes estaban bien y que no había novedades, con estas noticias dormí, en realidad, me “desmayé” un rato tranquilo.
Me levanté con hambre, ya era la hora de la cena y mi cuerpo me pedía alimentos, en la cocina me esperaba una hermosa jovencita de cabello color castaño, estilo carré y aparte del vestido de verano y las sandalias de taco, destacaba en su cara un hermoso par de lentes con marco redondos de carey que la convertían en una estudiante “traga-libros”, una “nerd”, pero sólo de cara, el físico, aun con su delgadez, se potenciaba con lo ajustado del vestido, difícil que así le miraran mucho la cara.
Las seguridades que quería demostrar Viviana se entremezclaban con ciertas inseguridades, pero yo tenía claro que lo había pensado bastante bien y ya me tenía “apuntado los cañones”, esto, por otro lado, no me molestaba en absoluto pues, en el fondo yo también sabía que eso de “cambiar de monta” a cada rato, llegada una determinada edad, no era lo más conveniente, lo pasás bien por un rato, o no, porque nadie está exento de “comerse un sapo” y luego el vacío vuelve a reinar, las expectativas a futuro son nulas, no hay sueños y esperanzas y, aunque se lo pretenda ignorar, eso de encontrar a “la otra parte” subyace en cada uno.
Luego de una cena agradable y mientras recogíamos los platos riendo de alguna pavada sin importancia, algo que, sin dudas, hace a las buenas relaciones, vibró mi celular. Dudé en atender porque era mi madre y, seguramente, me trasladaría algún problema, pero, tampoco era el caso de dejarla “pagando” y atendí cruzando los dedos, la voz no me auguró nada bueno.
De viaje a casa de mi madre lo pensé sin querer, pero lo pensé, índice evidente de que andaba rondando en mi psiquis. Si ella se iba a EE.UU. con mi hermano, de alguna o de muchas maneras, me liberaba el camino con Viviana y para tratar de aguantar las ganas que le tenía a la rubiecita debería recurrir a Irina, regresar al trabajo para poder tener mis rebusques o apurar los trámites con el Abogado pues, cuanto más rápido se fuera de mi casa menos peligro corría mi auto impuesta soltería.
Esta última posibilidad fue lo peor que pude haber pensado pues me di perfecta cuenta que el tipo inteligente, bien plantado y supuestamente experimentado necesitaba la presencia del cuerpo sensual y atractivo de la rubiecita flaquita, quería sus discernimientos, me encantaba su risa cristalina, su dulzura, su sinceridad, su desparpajo, sus dichos con doble intención, su madurez forjada con miedos y su nueva búsqueda con renovadas esperanzas. Tenía que aceptarlo, pocos días de conocerla y estaba “hasta las manos”, para mejor, no le era indiferente y eso era lo que me asustaba más.
Estacioné el auto en la parte trasera de la casa grande y salió una de mis “mamás postizas” a recibirme, “hola mi ángel, tu madre está en la habitación, pidió comer allí y no la vi nada bien, ¿qué pasó?”, -preguntó preocupada-. Le conté por arriba lo que había pasado con mi hermano y mi padre y ella sólo torció la cara en un rictus que me dio a entender el “era de esperarse”, aunque no opinó al respecto. Le pedí entonces que me preparara la habitación aledaña a la de mi madre pues me quedaría allí esa noche.
Rechacé la cena que me ofreció y cuando se fue me dirigí al bar a prepararme un whisky con hielo, no me apuré para subir, me senté en un sillón pensando en que no estaba para demasiados “chiches” si mi madre se ponía mimosa, Leticia en la mañana e Irina en la tarde habían cubierto mi cuota con creces, además me jodía un poco eso de ser el artífice del “polvo reparador”, pero, si no había más remedio…
“Escuché cuando entraste el auto”, -me dijo no bien traspuse la puerta de la habitación-, “me preparé para esperarte, pero no estoy bien, soy un fracaso como esposa y como madre, abrazame Gabi, cogeme, rompeme toda, pegame, hacé lo que quieras conmigo”, -expresó corriendo las sábanas y mostrándome su cuerpo desnudo-. Me acerqué a la cama, la abracé, la tapé y le acaricié el rostro pidiéndole que se calmara, el cuerpo lo mantenía tal como yo se lo conocía, pero en su cara se notaba el pesar por lo acontecido.
Le acerqué un vaso con agua y una pastilla de un somnífero que la haría dormir toda la noche, la tomó sin preguntar que era y me contó que tendría que acompañar a su hijo menor para tratar de salvar lo que quedaba de él. Verdaderamente no tenía ganas de aguantar su perorata y explicaciones, pero tampoco estaba con ganas de “cargarle las tintas” y si decía lo que yo pensaba era como echar nafta al fuego. Sólo le respondí que iba a salir todo bien y se giró como si fuera un estertor o un ramalazo de deseo y habló: “Tocame Gabi, tocame”, me pidió y le acaricié suavemente los pechos a la par que escuchaba que con voz tembloroso y adormilada me contaba que viajarían mañana. Se durmió bastante rápido y me acomodé vestido a su lado pensando en lo que pasaría a partir de mañana.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.