PICARDÍAS - VIOLENCIA DE GÉNERO. - (8).
A las siete de la mañana ya estaba bañado y cambiado, Viviana debía estar durmiendo a sus anchas y aproveché para bajar e ir a verla a Irina. La gallega-ucraniana se puso contenta de verme y a la vez se extrañó que bajara tan temprano y fuera a desayunar un día de semana. Me senté en una mesa al lado de la ventana esperando a que llegaran los de Seguridad y le conté que tenía a una jovencita muy importante alojada en mi casa, le dije que por el momento no le podría dar más datos, pero, como tenía que ponerle una custodia iba a necesitar que les diera el desayuno y la merienda a los muchachos que cumplirían ese servicio.
Desde la puerta del bar los llamé a los cuatro “roperos” que me había mandado el Coronel y me presenté con ellos, les convino más trabajar veinticuatro horas seguidas y traían un móvil no identificable que quedaría en la cochera por si tenían que salir siguiendo a un auto, aunque también estaba la posibilidad de hacer de conductor con el Audi y los cuatro dijeron que esa era una mejor posibilidad, máxime al saber que los recorridos no serían muy extensos y lo más probable es que siempre fueran de a pie, las más de las veces conmigo.
Los dejé que desayunaran y que decidieran quien era el que se haría cargo del primer turno, luego debería subir para que les diera un microondas y los ubicara en un cuartito que existía en la cochera, allí podrían disponer de un sillón de un sólo cuerpo, pero bastante cómodo, sabía que lo estaba jodiendo al portero que usaba el cuartito para “perderse” solo o acompañado en algunas ocasiones, pero no era cosa que me calentara demasiado, yo era quien le pagaba el sueldo, vía mamá, por supuesto.
Subí con un termo de café con leche, media docena de medialunas de manteca y dos porciones de torta, -Viviana iba a engordar a pasos agigantados-, pensé riéndome para mis adentros. Ingresé por la puerta de servicio y pronto me encontré en la cocina, la rubiecita estaba estirada con los brazos en alto tratando de alcanzar una taza y como vestía la remera que me había sacado la tarde anterior, quedaban expuestas sus nalgas cubiertas por un culotte de encaje en color blanco con transparencias que destacaba su culito…
Mientras preparaba la mesa para desayunar la escuchaba tararear alguna canción y luego apareció con los mismos jeans anteriores, pero se había cambiado la remera por una blusa celeste corta y suelta que apenas tapaba la cintura del pantalón y dejaba notar el sostén de media copa que contenía sus tetas indisimulables, las sandalias la hacían más alta y el cabello rubio bien peinado enmarcando el rostro en que destacaban los ojos celestes, la nariz y los labios semi gruesos, estética y naturalmente alineados me hizo sentir un cimbronazo, aunque, extrañamente, no fue precisamente en mi entrepierna.
No pudo preguntar más, el timbre nos sacó de las explicaciones, era el custodio, los presenté, le di el microondas para que se lo llevara y él me dejó un “Handy” para avisarle de nuestros movimientos o para hacerle saber si lo necesitábamos. “Vos no te podés mover sola y cuando se te ocurra hacerlo le avisás a él o a cualquier de los otros muchachos para que te acompañé”, -le dije a Viviana y lo aceptó-. Justo cuando se detuvo el ascensor para que el muchacho se fuera, bajó de él mi madre y también se la presenté al custodio, ella lo saludó con amabilidad y se giró hacia nosotros dos.
Para variar, quedé como un boludo con el marco de la puerta en la mano mientras ellas se iban abrazadas hacia el interior del departamento. Desaparecieron como por encanto, se fueron las dos a la habitación de Viviana y sólo me quedó ordenar la mesa y poner las tazas, platos y cubiertos en la pileta. Mi madre estaba vestida muy elegantemente, pero, además, muy sugerente y sabiendo lo que había debajo de sus ropas, sumado a eso el culito flaco y tentador de la rubiecita me estaba calentando feo, la libido me jugaba una mala pasada.
Yo me conocía bastante bien, me comenzaba a gustar demasiado Viviana, era viva, inteligente, instruida, quería averiguar de mis cosas y cuando una mujer pregunta es porque existe un interés cierto, por otro lado, “pintaba” para ponerse mucho mejor cuando recuperara algunos kilos y no le esquivaba al bulto pues de tonta o inocente no tenía un pelo. Claro que yo no pensaba renunciar a mi forma de pensar y ese “te obedezco como si fueras mi novio o mi esposo” que había dejado deslizar me resultaba demasiado espontáneo.
Tratando de no pensar me puse a lavar la vajilla, tenía mucha experiencia como para no darme cuenta que si dejaba que algunas cosas se plantearan llevaba las de perder, las comparaciones no estaban a mi favor pues lo primero que se me ocurrió fue buscar similitudes de mi modo de pensar y actuar al momento en que estaba de novio con Elizabeth y notaba que con Viviana me sentía mejor. Como fuere, dicen que el “barbudo” aprieta, pero no ahorca y el celular vibrando me sacó de esos pensamientos. Era Leticia y se la notaba alterada.
¡Pedazo de idiota!, si lo hubiera tenido a mano, le dejaba la cara irreconocible, yo me sabía bastante retorcido en mi modo de pensar y actuar, pero jamás le pondría la mano encima a una mujer, eso no es sólo de cobardes, es propio de infradotados, ignorantes, indecisos, de tipos carentes de personalidad y el estúpido de mi hermano tenía todas esas malas fichas en su haber, aunque nunca pensé que actuaría de esa manera, bueno, tampoco pensé que era y actuaba como un pobre “mirón”. Decidí no decirle nada a mi madre porque se pondría en campaña para tratar de arreglar el problema y yo prefería que se dedicara a Viviana.
Mi madre y Viviana salieron de la habitación riendo como compinches y volvió a vibrar mi celular, esta vez era el Abogado. “Hola Gabriel, tengo novedades, recién comenzamos, pero creo que esto va a ser más fácil de lo que pensaba, en cuanto tenga las averiguaciones hechas me voy a reunir con un Juez conocido y activaremos todo”, -me anunció entusiasmado-… “Atienda tranquilo Doctor, la chica está a buen resguardo y aparecerá cuando sea necesario”. Me saludó y cortó la comunicación, pero yo seguí hablando ante mi madre y Viviana que me miraban. “Muy bien Doctor, deme cincuenta minutos o una hora y estaré con usted”. Luego de decir esto dejé el celular y las miré a las mujeres…
A mí me venía bien que se tomaran su tiempo, me podría dedicar un rato a Leticia, la confitería a la que la había citado quedaba a pocos metros de un excelente hotel para parejas y no pensaba perder tiempo, eso si ella me lo permitía porque no debía estar muy contenta por lo que le había hecho mi hermano. Llegué un poco antes que ella y la esperé por unos cinco minutos, vino elegantemente vestida con pollera tableada, sandalias y una campera de verano por sobre la blusa y cuando me vio encaró enseguida hacia mi mesa enarbolando una fresca sonrisa.
Los lentes oscuros que tenía puestos estaban bien para el sol que en la calle alumbraba bastante, pero no eran lógicos dentro de la confitería y me dio bronca darme cuenta del por qué los estaba usando. Me saludó dándome un piquito y no pude dejar de observar la mancha violácea que se notaba por debajo del armazón de los lentes, tampoco me gustó nada la hinchazón que tenía en el tabique de la nariz.
Antes de irnos para el hotel, tomé varias fotos de su rostro, con y sin los lentes puestos, Leticia me calentaba y me iba a sacar las ganas con ella en la cama, pero, además, esas fotos servirían para contarle a mi madre que me había encontrado con ella y lo que pasaría con el noviazgo de mi hermano, por otro lado, era hora de ponerlo en evidencia al pelotudo, le gustara o no a mi padre.
Entró decidida al auto, de ahí al estacionamiento del hotel, pedimos una habitación con jacuzzi y poco menos que me llevó de la mano, pues no bien cerré la puerta de la misma comenzó a sacarse la ropa y pronto quedó con el culito parado, me apuntaba con él y había apoyado las manos sobre la cama, desde allí, con la cara torcida me decía que la cogiera en esa posición, “empezá así Gabi, después en la cama te voy a cabalgar yo, si estás arriba estoy segura que me faltará el aire”.
Me desnudé rápido y me puse detrás de ella, le pasé el glande por la vagina empapada y trasladé parte de sus jugos al asterisco que parecía esperarme relajado. Primero pensé en taladrarla de una y sin que me importaran sus gritos, sabía que a ella le gustaba, pero me sentiría mal si hacía eso, bastante dolor debía tener en la cara y me salí para ir a la cabecera de la cama. Me miró raro sin saber que haría y encontré lo que buscaba, había un par de preservativos y un sobrecito con lubricante, la sentiría, pero no tendría más dolor que el necesario.
La vagina no me supuso mayor problema, el glande entró resbalando por su propia lubricación y más que grito fue un gemido profundo de placer cuando llegué a topar en su interior. Movía las caderas entrando y saliendo, disfrutando de la cogida, de las rugosidades de conducto vaginal y de ese culito que tenía frente a mis ojos y que se prestaba solícito a recibir mis dedos que trasladaban el lubricante artificial.
“Así, así, mi semental, me encanta sentir tu pija con ese movimiento, pero ahora quiero que me partas el culito, dale, metela”. No tuvo necesidad de repetirlo y el gemido fuerte se convirtió verdaderamente en un grito que no pudo o no quiso contener, además, tuvo que acostumbrarse rápido porque no la esperé, enseguida comencé a moverme incrementando los movimientos. Mi pelvis chocaba contra sus nalgas, el sonido era casi musical o así parecía sonar y los testículos golpeaban su vagina sin que me causara dolor. Leticia entró en una catarata de orgasmos que le venció las manos, sus urgencias y las mías no daban para aguantar, por eso me dejé ir con ella y le llené las tripas de leche caliente. Temblaba y se agitaba cuando me prendí a sus hombros y forcé unos cuantos empujones más para vaciarme por completo. Hasta que habló, “pará Gabi, me duele”, -dijo y me di cuenta que la nariz apoyaba en la cama y que el tono de su voz no era igual.
¡A la mierda con el momento sexual apasionado!, salí de ella sin esperar y la hice girar para mirarle la nariz, luego la senté en la cama y sabiendo que no debía avisarle porque el dolor sería más fuerte, con los dedos índice y pulgar de mi mano derecha, ejercí una leve torsión para acomodarle el tabique nasal. El “ayyyy” fue bastante corto, los ojos se le llenaron de lágrimas y alguna se escapó, pero como la abracé enseguida y comenzó a respirar mejor se acurrucó en mi pecho y nos acomodamos los dos apoyados en el respaldo.
Nariz torcida o no, Leticia no se quería ir sin obtener lo que había venido a buscar y, manos mediante, me tuvo a punto en un santiamén. Fue una experiencia alucinante, ella misma cambiaba los lugares y el tema no era subir y bajar por mi tronco como algo normal o mover las caderas hacia los lados, había apoyado las manos en mi pecho y subía y bajaba con los movimientos típicos y pausados que utilizaba cuando iba arriba de un caballo, con el agregado de los apretones que se hacían sentir, me costó horrores aguantar “la montada” y cuando no pude más, aproveché uno de sus orgasmos para volver a llenarle las tripas.
Ninguno de los dos podía más, pero nos quedó tiempo para el baño restaurador cargado de enjabonadas cariñosas, aunque alejadas de lo erótico. Luego de secarnos bien y ya en el coche le di los medicamentos que la harían sentir mejor, le hice una receta por si tenía que comprar más, la llevé y la dejé a dos cuadras de la casa de los padres y me volví pensando que me convenía bastante que Leticia se fuera a la Costa y se quedara a vivir allí, no daba para andar jugando a las escondidas con ella y con mi madre a la vez.
Volví al departamento y, de camino regresaron mis broncas por el proceder de mi hermano, quedaba contarle a mi madre, no iba a poder evitar que se pusiera mal, aunque los “vicios” de mi hermano me los guardaría para mí como un as en la manga. Todavía no habían regresado y comí unas minutas en el bar de Irina, bromeamos un rato y, aunque se le notaba la intriga, no me hizo ninguna pregunta sobre Viviana, sólo le dije que andaba con mi madre haciendo compras y que luego le diría que se la presentara.
Ya en casa estimé que mi madre se había quedado a almorzar con Viviana, posiblemente en el mismo shopping y me ocupé de bajar las fotos del teléfono a la computadora, las hice más legibles, en algunas utilicé el zoom para que se viera bien el golpe y las imprimí, las guardé y me fui a tirar un rato, ya me llamaría cuando llegaran. Me despertaron con las risas y salí de mi habitación con el gesto adusto que Emma captó rápidamente. A decir verdad, las dos estaban preciosas, producidas y con ropa nueva, vestidos veraniegos que marcaban sus curvas, pues, aunque Viviana estaba delgada, sus curvas las tenía, bien peinadas y depiladas estaban las dos para casarse.
Se le vino la noche cuando miró las fotos, se agarró la cabeza y no se puso a llorar a lágrima tendida porque, de alguna manera, actuó su entrenamiento como Cirujana y pudo contenerse, aunque algunas lágrimas sueltas se le escaparon cuando dijo que todo era culpa de ellos por haber hecho la vista gorda en sus continuos fracasos.
La “vieja” se despidió de Viviana y de mí y se fue mal, iba a encontrarse con mi padre para tratar de ver que hacían con el idiota, aunque yo daba por descontado que, a esas alturas, ya no había nada que se pudiera hacer. Leticia no me había dicho nada, pero yo creía que ya estaba demasiado “quemado”, por falta de personalidad, indecisiones, por drogas, por desvaríos o desviaciones sexuales, si por mí fuera le pondría el “chaleco” y lo metería en un hospicio, pero yo era Cirujano Plástico, no era Psiquiatra. Ya se vería, en ese momento tenía otra cosa en la cabeza.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.