HERMANAS - LA PORDIOSERA - (6).
La cirugía de la chica joven salió perfecta, la recuperación fue excelente y, aunque estaba un poco dolorida, sus signos vitales respondían tal lo esperado. Con indicaciones de analgésicos y reposo la dejé tranquila en su habitación. Con la señora mayor no fue lo mismo, la operación en sí salió bien y comenzó una buena recuperación, pero, por más que los análisis estén todos bien antes de comenzar, lo que puede guardar la psiquis de las personas el Cirujano no lo conoce y en esta mujer se produjo una crisis al salir de la anestesia. “No me deje morir doctor”, -pidió con voz temblorosa cuando su presión arterial descendió a niveles peligrosos-.
Nos llevó su tiempo lograr estabilizarla, se piel se veía transparente y no era cuestión de subir la presión porque sí, también había que controlar que las fluctuaciones entre subidas y bajadas no afectaran el funcionamiento de otros órganos. En un momento dado pidió que nos comunicáramos con sus hijos y, como nadie esperaba por ella, tuvimos que tratar de ubicarlos por medio del número del teléfono alternativo que había dejado en sus datos, no hubo caso, nadie contestaba.
Finalmente pudimos lograr que estuviera más o menos normal, no me había despegado del costado de su cama y cuando quise acordar era pasada la medianoche. No lo pensé dos veces, sin cambiarme tomé el coche y fui para casa, la idea era poner un poco de ropa en un bolso, algunos enseres y regresar a la Clínica, en ese momento esa paciente me importaba más que mi madre, Irina u otra mujer que fuera.
Me extrañó que Emma no me hubiese llamado y recordé que tenía el celular apagado, al encenderlo saltaron los mensajes de voz, “cariño, tu padre vino a buscarme y decidí regresar a casa”, -decía en uno de ellos-… “Tu celular está apagado, imagino que debés estar operando, cuando pueda llamame y te explico”, -decía en otro mensaje-… Esto me vino bien, no estaba para “chiches” ni “jueguitos” de ninguna índole, guardé lo que había venido a buscar y volví a la Clínica recordando que en la mañana siguiente iría gente a ordenar y limpiar el departamento.
Al regresar decidí circular por la calle paralela y entrar por la parte trasera del edificio pues dejaría el auto guardado en el estacionamiento. Nunca me había percatado, quizás por la hora que era, lo que sí es cierto es que las calles que rodeaban el edificio de la Clínica, desde unos trescientos metros antes, eran bastante oscuras. En las veredas de ese barrio existían árboles relativamente frondosos y tupidos, según me dijeron eran aromos, esos de las flores amarillas, perfumadas, pero, por su polen, bastante nocivas para los asmáticos y personas con deficiencias respiratorias.
El caso es que, entre estos árboles y la deficiente iluminación pública, lo que parecía agradable y pintoresco de día se convertía en algo tenebroso y oscuro en la noche, mucho más a esa hora o es lo que a mí me parecía. Los faros del auto iluminaban sin problemas a los autos estacionados a ambos lados de la acera y me pareció notar que, a unos cincuenta metros más adelante, había una pelea en una de las veredas. Ni problemas que me hice, borrachos, drogadictos o delincuentes me daba igual, no estaba por la labor de prestarles atención.
Había notado que eran tres y sólo porque la luz potente del auto los había iluminado, pero pensaba seguir sin que me importaran, aunque quedó claro que no siempre es uno el que decide. Muy poco antes de llegar al lugar en que peleaban una de las figuras corrió hacia el pavimento y se cruzó delante del auto de modo temerario, los frenos respondieron, pero no pude evitar golpearla levemente con el paragolpes, las luces me mostraron que era una chica y su cuerpo quedó a unos centímetros, de posición supina y con los brazos abiertos.
Me bajé enseguida para atender a la que podía estar herida y otro que venía del costado se frenó de golpe, pensé enseguida en una emboscada y me tensioné para esperar lo peor, pero el tipo, de unos treinta años, trataba de mantener sus pantalones alzados con una mano y se giró rápidamente para salir disparando en sentido contrario, el mismo sentido en que había corrido el que estaba con él. La chica tenía un gorro de lana que le tapaba toda la cabeza, el cabello que parecía de un rubio color ceniza caía a los costados de las orejas y estaba en un estado lamentable, en apariencia de desnutrición.
Trataba de sentarse en el asfalto y por el costado, desde más arriba de la sien le corría un hilillo de sangre, el leve golpe con el auto había sido a la altura de sus rodillas, entonces intuí que, o bien la habían golpeado en el forcejeo o se había golpeado al caer. Me miró con unos inmensos ojos azules y no le calculé más de veinticinco años, aunque, a decir verdad, podría haber tenido quince o cuarenta, “gracias” alcanzó a decir y se desmayó.
“¡Mierda, mierda, sobre llovido, mojado” !, -pensé-, incluso se me ocurrió dejarla a un costado y seguir mi camino, miré y en los alrededores no parecía haber “mirones”, pero, primó el Juramento Hipocrático e hice lo menos aconsejable, la levanté como pude, sin que me llevara mucho esfuerzo porque era bastante delgada, abrí la puerta del acompañante y la cargué en el auto. Ya en la Clínica fue todo más fácil, me ayudaron con la camilla y le pedí a la enfermera jefa y al médico de turno que la atendieran y le hicieran todos los análisis pertinentes.
“Yo la conozco”, -dijo una de las chicas de mantenimiento-, “suele venir a la cocina a pedir algo de comer, creo que duerme en la calle o en alguna casa de “Okupas””, -afirmó-… Le pedí a ella que se encargara de la limpieza de la ropa y a la enfermera que, luego de los análisis, la bañaran y le dieran de comer, “manténganme informado”, -ordené y me fui a ver a la paciente “veterana”-. Por ese lado estaba todo bien, se encontraba completamente estabilizada y dormía sin necesidad de sedantes, leí los controles que se le habían hecho y salí de su cuarto.
Me fui para mi oficina y me alcanzó Ingrid, una de las Jefas de Enfermeras preguntando, “¿qué hacemos con la chica Gabriel, la pobre está totalmente desnutrida, no creo que tenga drogas en el cuerpo, igual ya le mandé a hacer un análisis de sangre, ¿qué fue lo que pasó?”. Con ella existía mucha confianza, estaba conmigo desde cuando practicaba en la Clínica de mi padre y comenzó luego en la Clínica conmigo, era una especie de matrona, destilaba autoridad, una alemana rubia, grandota, como de un metro setenta y cinco, viuda desde hacía varios años, pero yo sabía que tenía una dulzura y don de gente especial.
Le expliqué lo que había pasado y después de escucharme atentamente me dijo: “Dejala por mi cuenta, yo me ocupo de ella, lo de la cabeza no es nada lo podremos arreglar con la gotita y en la mañana va a parecer una pendeja de secundario, después decidís vos lo que querés hacer”. Quedamos así y le dije que iba a aprovechar para tirarme un rato en el sofá, “descansá tranquilo, te llamó en unas cuatro horas”, -expresó sonriente y me besó en las mejillas-.
Si no era ella, sería Helga, la hermana gemela soltera, la que me despertara cuando Ingrid cumpliera el turno. Las dos eran “mis” Jefas de Enfermeras, parecían clones, tenían adoración conmigo y yo con ellas, las “hermanas macana” como las llamaban bajo cuerda en la Clínica eran espectaculares, eficientes, muy conocedoras de su trabajo, discretas, leales y alguna vez… le enseñaron “cosas” al “doctorcito”, jajaja, me sentía protegido por ambas.
Cuando una de ellas me llamó, agradecí y la ducha que me di en mi baño privado me despejó completamente. Desayuné y me fui a ver a la señora que nos había dado un susto el día anterior. Estaba desayunando y se sentía muy mejorada, aunque con los dolores lógicos…
Luego me tocó ir a verla a Norma, me encontré allí con su hermana Elvia, cuya “producción” en maquillaje, peinado y vestido había cambiado para mejor y se lo hice saber alabando su belleza, lo hice casi por inercia y me di cuenta tarde que había hablado de más. Si Norma el día anterior me había “echado los perros” de modo no tal sutil, Elvia me dio a entender que a ella sutileza le sobraba, pero sus colmillos habían aparecido y no se amilanó ante las bromas de su hermana.
Me mandé de una, no era a lo que estaba acostumbrado, ni lo que solía practicar, pero los pezones empitonados de Elvia y las nalgas paradas que dejaba adivinar el vestido de verano ajustado que llevaba más la conversación que estábamos teniendo e imaginando un trío con las dos hermanas en un futuro próximo, me llevaron a razonar con la cabeza de “abajo”, precisamente la que no tiene neuronas.
“¡Qué los parió!, ¡qué envidia!, revisala acá Gabriel, prometo no abrir la boca”, -pidió Norma sin disimular su excitación-… “No te imagines nada raro, acá adentro es todo muy profesional y necesito dibujar y medir con lo que tengo en mi consultorio”, -le contesté cuando salía con Elvia de camino a mi consultorio. En el trayecto me paró Helga, la Jefe de Enfermeras, diciendo que la chica que yo había llevado en la madrugada ya estaba lista para verla y le dije que apenas me desocupara la vería.
Haciendo alardes de caballero dejé pasar primero a Elvia y cuando giré luego de cerrar la puerta me la encontré parada en medio del cuarto, vestía un hermoso conjunto de lencería compuesto por un sostén de media copa y una tanga cuyas tiritas tenían volados, el cuadro lo completaban sus sandalias de tacos finos y el vestido que estaba arrugado a sus pies. “¿Me saco algo más?”, -preguntó poniendo cara de nena inocente, aunque yo ya sabía que de inocente ni las uñas-. Mi pija ya estaba para derrumbar paredes, pero acostumbrado a mirar y tocar cuerpos desnudos de verdaderas bellezas, mantuve la línea.
“Se me hace que para que te atienda profesionalmente vas a tener que venir dentro de diez años”, -le dije pasando a su lado y rozando sus pezones con mi brazo-. Me fui a sentar al sillón de mi escritorio y Elvia no perdió tiempo, ese lugar parecía hacerla sentir en “su territorio” y pronto se arrodilló entre mis piernas tratando de bajar mis pantalones con cintura elástica, levanté el culo y ella arrastró al bóxer en la maniobra, fue inmediato, no pudo contener una exclamación, “¡madre mía, estoy en el cielo y si Norma ve esto se muere… de placer!”, -expresó tomando firme la verga con una de sus manos-.
Se me dio que pensar que su trabajo de Relaciones Públicas no tenía que ver sólo con hablar y mostrarse agradable porque la mamada que comenzó a darme tenía horas y horas de práctica. Se la tragó como si fuera una bananita y aguantó arcadas y ahogos, entraba y salía sin que se lo pidiera y sin que tuviera necesidad de moverme, pensé que Irina, la ucraniana, estaba medio escalón por delante porque sabía mover la lengua cuando la verga estaba en su interior de su boca, pero Elvia lo hacía de maravillas.
“Haceme la cola porque tengo un tampón”, -me dijo cuándo se dio cuenta que, por más que gimiera y se esmerara, yo no tenía visos de terminar enseguida-, me di cuenta de lo que eso significaba y, aunque me hubiese gustado hacerle el culo “a pelo”, saqué un preservativo del cajón del escritorio y lo abrí para dárselo.
Se lo metió en la boca y lo deslizó por el tronco ensalivado demostrando que, de eso, sabía un rato largo. Al girarse para apoyar medio cuerpo sobre el escritorio me brindó un panorama espectacular, mejor aún fue cuando se corrió el hilo de la tanga y apareció el asterisco, indudablemente usado, aunque ella lo fruncía como si fuera el de una adolescente. Esperó un tanto confiada, pero no le resultó tan sencillo porque cuando forcé e hice fuerza para que el glande penetrara acusó la invasión con un gemido doloroso y contenido.
“¡Ayy, por Dios!, despacio Gabi, la medí mal con la boca, es más gruesa de lo que pensé”, -me pidió echando una mano hacia atrás como para parar la introducción-. “No me gusta que me digan cómo debo hacerlo”, -le contesté y aproveché para meter la mitad que me faltaba, pero ya no lo hice despacio-. Aguantó el grito de dolor y golpeó el escritorio con una de sus manos, pero como no me detuve, aun insultando en voz baja, tuvo que aguantar, morderse y acoplarse para tratar de seguirme el ritmo, tampoco es que le costó mucho, enseguida estuvo a tono y su orgasmo se fue gestando junto con el mío.
Explotamos los dos a un mismo tiempo luego de varios movimientos que se extendieron por minutos y fue una descarga placentera que ella estiró apretando mi verga con sus contracciones, esperé a que todo se normalizara y cuando salí ella giró presta para sacarme el preservativo y limpiarme el miembro usando su boca. Me lo dejó brillante y se fue para el baño diciendo que Norma tendría que sanar rápido para que pudiéramos estar los tres juntos. Al salir le dije que la hermana, aunque se fuera de alta, tenía como para dos semanas más de recuperación…
La hicimos corta porque le dije que tenía que seguir con otras pacientes y no bien se fue, me metí a dar una buena ducha, notando que el “polvo” me había venido muy bien, fue como desestresante. Tanto así que no contesté el celular cuando me llamó mi madre, pensé que me querría contar que había pasado con mi padre y no tenía ganas de escuchar sobre su relación de pareja, además quizás podría llegar a pensar que yo estaba enojado porque se había ido sin despedirse o algo por el estilo y eso no me venía nada mal.
La sorpresa me la llevé cuando fui a ver a la “accidentada” de la madrugada, el baño, la cepillada del cabello que se veía de un rubio resplandeciente y el ambo blanco de enfermera me mostraban a una belleza de mujer que andaría en los veinticinco años. Me presenté con ella, me dijo que se llamaba Viviana y se mostró un tanto arisca y prepotente, algo que, para mí, demuestra inseguridades…
En el instante en que comencé a decir lo del dinero entraba Helga a la habitación trayendo la ropa de Viviana, la alemana grandota se quedó parada escuchando. Se notó bastante cuando se sorprendió por el tenor de las respuestas que le estaba dando a la rubiecita, pero no abrió la boca. Me sucedió en ese momento que pensé que Viviana no era ninguna negada, tenía estudios, buena Educación y, quizás por miedos, asumía un papel de soberbia y creída que me hinchaba las pelotas.
“Pensá en lo que te dije, puedo brindarme, pero, que te ayude depende de vos misma, de lo contrario Helga te da la ropa, te vas, seguí penando con tus miedos y carencias y… si te he visto no me acuerdo. Helga, ayudala y después que decida lo que quiere hacer, yo tengo que atender las consultas”. Me fui del cuarto sabiendo que la Jefa de Enfermera le hablaría bien de mí y aclararía las posibles dudas de la chica. Me tenía totalmente intrigado, no era normal que una chica como ella anduviera por la calle, sola, huyendo y pasando hambre y necesidades.
La mañana estaba siendo bastante movida, atendí a tres pacientes antes de la hora del almuerzo y como mi secretaria ya sabía que no tenía intervenciones en la tarde, había concretado cuatro turnos más para consultas. Esto me daba un buen margen de tiempo para almorzar tranquilo y pensé enseguida en descansar un poco más en mi sofá, el mal dormir de la noche anterior, la adrenalina acumulada y el “polvito” con Elvia me pasaban facturas. Había pedido la comida en mi privado y la estaba degustando con ganas cuando vino Helga a hablar conmigo…
Dos minutos después de que Helga salió de mi despacho golpearon la puerta, el “adelante” sonó claro y la que entró en mi privado fue mi madre, ingresó y antes de saludarme trabó la puerta, ¡a la mierda con mi proyectado descanso!...
Estaba infartante como siempre, vestía con elegancia y todo lo que se pusiera encima le sentaba bien. Cuando se arrimó a mi lado, sentí el aroma del perfume que ella usaba, el de toda la vida y que a mí me transportaba, a ello se le unió la cercanía de sus labios y el piquito que pretendió darme se convirtió en un beso fogoso de labios entrechocados y lenguas compartidas, mis manos salieron disparadas para ascender por el costado de sus muslos y quedar aparcadas en las nalgas que pronto acaricié y apreté.
Le di un consolador que guardaba para usarlo con una paciente, cuando venía a atenderse la desquiciada quería una doble penetración con dos vergas parecidas, pero sólo conmigo y me vi obligado a comprarlo, después se mudó de ciudad con el marido y el “juguete” había quedado en el cajón del escritorio. Me miró un tanto sorprendida por el regalo, pero la calentura pudo más, lo tomó en sus manos, lo acarició mirándolo bien, los ojitos le brillaron y me dijo: “Andá tranquile bebé, yo me quedo un rato más en tu privado”. Salí de allí aguantando para no reírme a carcajadas, mi madre estaba muy lanzada, terrible diría.
Me vino bien el tema de las consultas, la charla con mamá, sus pedidos de verga y pensar en lo que haría con el consolador me habían recalentado, pero tenía que mantenerme en mis trece, yo decidía cuándo y dónde, la cuestión es que me fui a verla a Viviana, sin apurarme, para tratar de bajar la hinchazón que tenía en la entrepierna y ordenar mi libido, no fuera a ser cosa que me lanzara de cabeza contra la “atropellada” pues ya había notado que, de tetas no estaba nada delgada ni desnutrida.
GUILLEOS1 - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.