EMMA - NORMA - (4).
Llegué primero que ella a mi casa y me fui a dar una ducha rápida, quieras o no, la adrenalina por el momento de la operación y la discusión se siente en los olores del cuerpo. A medio secar le abrí la puerta del ingreso por la cochera y le dejé la puerta entornada para que pudiera entrar sin problemas, luego me fui a terminar de secar y a vestirme. Poder concretar una de mis fantasías me ponía bastante nervioso y decidí ponerme sólo el bóxer y una bata corta a medio muslo, luego caminé hacia la cocina porque escuchaba a mi madre trastear allí.
De tacos altos y un vestido de noche, de diseñador como todo lo que ella usaba, ajustado, con breteles y de verano, de esos que marcaban sus curvas, la vi de espaldas sacando los platos y los cubiertos para ponerlos sobre los individuales que ya había puesto en la mesa. “Hola mamá”, -le dije abrazándola desde atrás-. No quise ser alevoso y apoyé mis manos en sus caderas, tampoco quise apoyarme en ella, aunque su culo era tentador, eso sí, el beso en el cuello provocó que se le erizara toda la piel. “Hola cielo, estoy preparando la mesa con tu cena, compré pastas”, -dijo girando para darme un beso entre la mejilla y la comisura de mis labios.
Terminamos de comer mientras me decía algunas cosas más, levantó luego los platos y quiso preparar un café. Se notaba a las claras que quería encarar el tema que la llevó a ir a mi casa, pero no se animaba o no sabía cómo. Yo ni me movía de mi lugar pues al observarla como se movía todo mi libido y el morbo se trasladaban a mi entrepierna y trataba de no mostrarme como un salido. Sirvió el café, se sentó y amagó con hablar nuevamente de mi padre…
No pudo llegar a contestarme pues le tomé el cuello con la mano y arrimé su cabeza para poder comerle la boca, se quedó dura cuando mi lengua comenzó a penetrar entre sus dientes, hasta que reaccionó gimiendo y se la notó entregada devolviendo el beso con todas sus ganas. No sé qué pudo pensar ella, yo me sentía en la gloria, estaba besando los tentadores labios de mi madre y notaba sus ganas de llegar a más cuando su pelvis se apretó contra mi muslo para lograr que el bulto se hiciera sentir cerca de su abdomen plano.
Me asaltó un instinto de animal, de macho cabrío y las ganas de sacarle la ropa y penetrarla sin más me dieron vueltas en la cabeza, pero, por un lado, yo no era de actuar así y con ella no era sólo una cuestión de sexo, necesitaba acariciarla, mimarla, sentirla, a la vez tenía claro que el ego nunca queda de lado en ninguna relación íntima y, de alguna manera, se imponía lograr que mi madre obtuviera lo que quería y experimentara una cierta dependencia de hembra convirtiéndome en su macho. Por eso fue que la tomé de la mano y la llevé hasta el sofá del living.
Allí los besos se multiplicaron y, atendiendo y escuchando el tono de sus gemidos, mis manos se movieron para deslizar sus breteles y dejar sus tetas al alcance de mi admiración. Me extasiaba con sus tetas naturales y mis palmas se hicieron cargo de toda su masa apretando sutilmente y cambiando para pulsar con mis dedos índice y pulgar sus pezones medianos y endurecidos, todo lo cual le provocaba estremecimientos que parecían conectarse con toda mi entrepierna.
Los besos en el cuello me transmitían su entrega y sus temblores y luego de mirar sus ojos cerrados y ver que sus labios se movían como rezando, aunque sin emitir sonido, descendí para adueñarme con mi boca de sus maravillosas tetas. “Así hijo, así, dale a mami lo que tanto necesita, exprimilas, son todas tuyas, chupalas hasta secarlas”, -decía con la voz entrecortada y se estremecía moviendo su pelvis-.
Yo estaba entre nubes, pero sabía perfectamente cuales eran mis deseos y mis ganas. Mi boca y mis labios absorbían sus pezones abarcando casi la totalidad de sus areolas y mis dientes mordían suavemente la dureza de sus botones mientras una de mis manos se deslizaba desde su rodilla para ascender por un muslo terso de piel irisada.
Sentir en mi mano el calor que irradiaba desde su entrepierna por poco me pierde, no sé cómo hice para controlar mis dedos y evitar hundirlos en su vagina empapada, pero lo logré y recorrí la zona en derredor sin mover la tela de su ropa interior. Su desesperación se hacía evidente y creo que, si hubiera podido, sus labios íntimos habrían atrapado mis dedos cual si fuera una boca ávida y para eso elevaba su pelvis para que el contacto se estrechara.
Esa especie de pequeña tortura sirvió hasta que comenzó a temblar, a contraerse y gritó desmadejándose en un orgasmo descontrolado, “no puedo tolerarlo más, dámela, penetrame, metete en mami, sí, sí, sí, tomá, ¡Cristo santo hijo!, nunca sentí igual”, -expresó alzando la voz a la par que todo su cuerpo temblaba-. Haber logrado que mi madre tuviera un orgasmo de esas características sin haberle ni siquiera tocado el sexo me produjo una satisfacción que es imposible definir con palabras y, a la vez, me incentivó para seguir, sentí unas ganas insanas de producirle un placer infinito sin que me importara lo que su cuerpo y su mente pudieran aguantar.
El vestido había quedado arrugado a la altura de su vientre y acomodé su cuerpo laxo llevando sus nalgas al borde del sofá, el culotte negro tardó en salir acorde al tiempo que me tomé para deslizarlo despacio por sus caderas y, con sus piernas abiertas, quedó a mi vista una maravillosa vagina depilada que no tardé en tomar con mi boca. Mis papilas gustativas atesoraban recuerdos de aromas maravillosos de distintas entrepiernas, pero aquello fue un néctar de dioses, mis labios se extasiaron, mi lengua se enloqueció, lamí, chupé, penetré y mi excitación se incrementaba con sus grititos de placer y sus gemidos desacompasados, a veces sutiles y otras veces casi desgarradores, la sucesión de sus orgasmos que notaba en sus contracciones y en su profusión de jugos tuvo su punto culminante cuando absorbí y chupé su clítoris mientras mi pulgar incursionaba con poca sutileza en el asterisco de su culo lubricado y ya no tan fruncido.
Sus palabras sueltas carecían de coherencia y de pronto dejé de escucharlas notando además como su cuerpo se convertía en una cosa laxa sólo mantenido por mis brazos en sus caderas. Saqué mi cabeza de entre sus piernas y la vi inerte, recostada sobre un costado, con los ojos blancos y con la boca abierta de la que salía un hilillo de baba. Me asusté de su estado, la acomodé para controlar su pulso y recién allí tomé conciencia de que me había “pasado de rosca”, ni su cuerpo ni su mente habían tolerado el placer al que no estaba acostumbrada, su edad no daba para tanta exigencia y me fui calmando a medida en que noté que su respiración se hacía normal.
La cosa no daba para más, ni por asomo la llevaría al dormitorio para cogerla así porque sí. No era una mujer con agujeros para rellenar, era mi mejor fantasía y nos merecíamos disfrutar de una entrega mutua, ambos nos debíamos el tiempo necesario para gozar de nuestros cuerpos y pensando así me di cuenta que las horas habían pasado y quedaba poco tiempo para el descanso. La sonrisa surgió sola y estuvo acompañada de un pedazo grande de ego, algo similar me había pasado antes con mi cuñada y me sentí más que bien por mis performances. Ni siquiera me molestó no haber terminado, aunque mi bóxer empapado me anunciaba una profusión de precum inusual, ni en mi adolescencia me había pasado igual.
Se notaba que Emma, luego del desmayo devastador, había entrado en un sueño plácido y profundo, no sabía si ella estaba acostumbrada a dormir tan profundo, pero tampoco quise despertarla y como pude la levanté y la llevé a mi habitación, le saqué la ropa y la acomodé en mi cama, fui a higienizarme, luego puse la alarma del celular con sonido de vibración y me dormí a su lado, en realidad, caí rendido.
Sabía que ella era de dormir hasta tarde y si a eso le sumaba su impensado gasto de energías me pareció lógico que siguiera dormida cuando me levanté, me di una ducha rápida y me fui para la Clínica, pero antes le dejé un mensaje escrito para que, si quería desayunar, fuera a hacerlo al bar que estaba apenas salía del edificio. En la Clínica, como solía suceder todos los lunes, la actividad era total. El domingo había terminado tranquilo, desayuné café solo y luego hice las visitas correspondientes para cada paciente internado, realicé las curaciones ayudado por la Enfermera Jefe y por otro Cirujano de turno, di un par de altas y me dirigí a ver a la paciente golpeada.
La mujer no estaba bien, pero era evidente que no era sólo por los problemas físicos, me dijo que se llamaba Norma y, sollozando, me contó que el marido estaba muy alterado y nervioso porque la Justicia lo estaba investigando por enriquecimiento ilícito y por algunas licitaciones fraudulentas.
La dejé allí con sus pensamientos y me fui a recepción, le dije a una de las chicas de administración que debería hacer una lista con las personas que podían visitar a esa enferma en particular. En ese mismo lugar me avisaron que hacía instantes había llamado mi madre por teléfono y, como quedaba más de una hora para mi primera consulta, me fui para mi oficina, la llamaría desde allí. El celular no llegó a sonar dos veces y atendió…
Corté la comunicación y me recosté en el sillón del escritorio, tenía una erección de caballo, la libido de mi mamá se había despertado y estaba desperezándose a un ritmo acelerado. En ese momento golpeó la puerta mi secretaria para decirme que había dos pacientes que habían dejado sin efecto su comparencia a la consulta. Me vino de perlas, le pedí que no me molestaran hasta que tuviera que atender a la próxima paciente y la vi irse, fue una de las pocas veces en que me arrepentí de aplicar el “no comer donde se caga”, la morocha estaba mortal y yo tenía unas ganas brutales de ponerla.
Luego de descansar en el sofá por casi dos horas me fui a atender a las dos pacientes de esa mañana, una era un lifting y otra un tema de corrección de labios, menos mal, no sé si hubiera estado en condiciones de portarme muy profesionalmente si tenía que tocar y palpar tetas.
En el horario en que iba a comer pretendió entrar en la Clínica un enviado del Intendente golpeador y se suscitó un entredicho con el hermano de la mujer que esperaba para entrar a verla. La cosa no pasó a mayores, el empleado municipal se tuvo que retirar y yo me puse de acuerdo con el hermano de Norma para que activara el tema del pedido del divorcio, que interpusiera un pedido de alejamiento y que vieran de poner una custodia policial enfrente a la puerta de la habitación.
En las casi cuatro horas que sucedieron estuve ocupado implantando un par de prótesis a una chica de veinticuatro años, era hija de un empresario relativamente importante y tal como venía la mano con ella, tenía como para ir “armándola” de a poco. No era fea, pero no tenía nada de tetas, apenas si eran dos “limoncitos” que sobresalían en su pecho y en un par de semanas luciría sus buenos 85 de copa. Luego quedarían enderezarle la nariz, engrosarle un poco los labios y un retoque en las orejas.
Había costado hacerle entender de su propio potencial facial porque la primera consulta vino acompañada del pedido para que le hiciera la cara de una artista de Hollywood. Hacer algo así implicaba un trabajo de varias operaciones, no es como en las películas que le sacan las vendas al actor operado y éste se parece de inmediato al que quería parecerse. Hay un tema de estructura ósea de lo que sería todo el rostro que debe ser compatible, a veces hay que hacer trasplantes óseos, engrosar músculos, sacar de un lado para injertar en otro lado para evitar los rechazos y etc., etc. Definitivamente, nada que ver con las películas.
El caso es que, después de la operación hablé con la madre que quería saber cómo había resultado todo, le expliqué con lujo de detalles y la autoricé a quedarse con la hija, lógicamente luego de esperar un rato por la recuperación. Hablaba con la mujer y pensaba que, indudablemente había rasgos similares, pero, aun sin conocerlo, definitivamente estuve convencido de que la paciente había salido muy parecida al padre.
Ya con todo terminado me dispuse a retirarme, creo que si me miraban bien se me iban a notar los colmillos, salí dispuesto a no perdonarle ni las orejas a mi mamá y me dirigí hacia el estacionamiento. Nadie me había avisado nada, tampoco sé si se habían dado cuenta de éstos, pero me encontré de pronto con una nube de noteros y camarógrafos de la Prensa televisiva que se me pusieron por delante del auto impidiéndome continuar la marcha.
Me puse como los dibujos animados en que a alguno de ellos le sale humo de las orejas por la bronca del momento, ¡la única que me faltaba! y, claro está, sabía por quién venían. Se apresuraban y se atropellaban todos por preguntar, pero no es sólo eso, también atropellaban al que se le pusiera adelante y me vi obligado a descender. Con el verso de “la gente quiere saber” les importaba tres cuernos quien tenía adelante y tiraban preguntas a mansalva, sin tener siquiera una idea cabal sobre que preguntar. Entendí porque algunos entrevistados se enojaban pues tampoco te daban pie para contestar.
Las preguntas llovían sin ton ni son… “¿Es verdad que le masticaron los pechos?”, “¿es muy grave la deformación del rostro?”, “¿verdaderamente fueron tres los que la violaron?”, “¿qué más le desfiguraron además de los pechos y la cara?”, ¿es cierto que la quisieron secuestrar?”, “¿quién se hará cargo de los gastos que demande su internación?”. Sabía que cualquier cosa que dijera la jauría lo podía tergiversar y opté por decir lo básico:
Lógicamente que no se dieron por conformes con esto y una Periodista que había sido paciente de la Clínica se acercó cuando subía al auto y me preguntó: “Gabriel, ¿es verdad que fue el marido quien la golpeó con saña?” … “No sé, eso está en fase de investigación”, -le contesté-, pero como el Intendente me había resultado una mierda de tipo, le bajé el micrófono y le dije cerca del oído, “yo no te dije nada, pero, averiguá por qué tiene los nudillos de las manos raspados y lastimados”. Me dio las gracias con un movimiento de cabeza.
Como pude me subí al auto y lo puse en marcha rogando para que ninguno de esos energúmenos me rayara la carrocería con los micrófonos, cámaras o celulares con los que grababan, me retiré despacio y estacioné el auto a unos cien metros de la Clínica, desde allí llamé por teléfono a la gente de Seguridad para decirles que tuvieran especial atención por si cualquiera se quería meter a la Clínica y, de paso, les metí un “cañazo”, “alguno me va a tener que explicar mañana porque nadie me aviso de la presencia de los Periodistas”.
Esperé un par de minutos dentro del auto tratando de calmarme, pensando que, sin comerla ni beberla me había metido en un lío de aquellos, debido a ello busqué en Internet al Intendente “golpeador” y me encontré con que era uno de los referentes más importantes del Gobierno de turno y había un gran alboroto con esto porque había intervenido directamente la Justicia y no podía limpiar su falta así porque sí.
Según un Periodista ubicado en la vereda de enfrente de la Política gubernamental y muy crítico con lo que decidiera el Gobierno, el Presidente y/o sus Funcionarios, denunciaba en las Redes Sociales que ni siquiera habían opinado al respecto las feministas, las del “colectivo de actrices en favor de la mujer”, el Ministerio de la Mujer o los defensores de los Derechos Humanos pues, como decían, “cuando el afectado era uno de ellos, el “mutis por el foro” funcionaba a las mil maravillas”.
Me era imposible adoptar una postura Zen para tratar de sacarme todo ese problema de la mente y nada parecía resultar, hasta que miré la hora y pensé que mi madre ya estaría en mi casa, el ánimo me cambió y me puse nuevamente en marcha, estaba seguro que el culo y las tetas de mi mamá me harían olvidar de cualquier inconveniente relacionado con la Clínica.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.