LETICIA - LA PACIENTE - (3).
Me desperté el domingo temprano, como si hubiera sido un día de semana, pero me tomé mi tiempo para hacer un rato de “fiaca”, el aire acondicionado con termostato automático me aseguraba un clima fresco y agradable dentro de todo el departamento. La ducha fría me la di también como por inercia, luego, mirándome en el espejo me toqué el mentón y decidí esperar para afeitarme, había tomado por costumbre no afeitarme los sábados y domingos, eso lo hacía todos los otros días para presentarme en la Clínica, pero el perfume era infaltable, me vestí de remera, jeans y mocasines náuticos, después me fui a desayunar al bar de Irina.
Me encantaba la gallega-ucraniana, no tenía un pelo de tonta y, particularmente conmigo, no existía ni el “no” ni el “ni”, además la que me había “tirado” sobre la chica ucraniana me interesó de entrada por distintos motivos. Por un lado, seguramente sería de mi gusto, Irina comulgaba perfectamente con mis modos de pensar y gustos respecto a la presencia y la belleza, sabía de discreción y no había tenido remilgos en decirme que la chica le gustaba, por último, me daban un poco de temor las dos juntas, pero eran temores que redundaban en momentos agradables, agotadores y agradables.
Todavía me quedaban como dos horas para el mediodía y me fui al Súper a comprar un par de bebidas que me faltaban, productos lácteos de consumo rápido que nunca debían faltar en mi heladera y algunas cosas más que se me ocurrieran. El caso es que regresé aún con tiempo a mi favor y cuando estaba acomodando las cosas sonó el portero eléctrico de la puerta de entrada de la cochera, “soy Leticia”, -respondió ante mi “diga” y le abrí sin decir nada más-.
“Hola Gabriel”, me saludó desde el marco de la puerta de servicio y le tuve que decir que pasara. Tenía el cabello suelto y vestía una camisa blanca tipo Mao con botones, los pantalones “breeches” para montar y calzaba botas de caña alta hasta las rodillas, era el uniforme de montar e imaginé que había dejado el casco y la chaqueta en el auto. Toda la ropa era ajustada y resaltaban sus pezones erguidos que no podían disimular ni el sostén ni la camisa, otro tanto pasaba con su culo duro y altivo, era indisimulable y ese pantalón nunca podría hacerlo pasar desapercibido.
“Tuve que venir así vestida porque tu hermano odia a los caballos y cuando tengo práctica es el único momento en que se me despega”, -dijo como disculpándose-… Lo que menos tenía eran ganas de hablar de mi hermano y cuando se acercó para darme un beso de saludo llevé mi mano a su cabeza, pasé mis dedos entre su cabello y tiré de él, bastó con que abriera la boca un tanto sorprendida para que mis labios y lengua se apoderaran de la suya. La sorpresa le duró dos o tres segundo como máximo porque se prendió al beso con ganas y se desató por unos instantes una guerra de lenguas y saliva compartida.
Mi “cuñadita” cheta, asquerosa e insufrible para el trato hacia los demás, se demostraba como alguien a quien no le molestaba recibir órdenes y gozaba con ello. Tirado en la cama la miraba sacarse la ropa y el placer de exhibirse era evidente, las expresiones del goce que anticipaba se le dibujaban en los gestos y en la mirada, pronto estuvo totalmente desnuda y, ciertamente, tenía un físico infartante que no se privó de mostrarme.
De inmediato, antes de que le dijera nada, se subió a la cama para desvestirme a mí, primero me sacó la remera y el gemido fue profundo cuando volví a tomarla del cabello y me ensañe con su boca, sus pezones me pinchaban en el torso, más dureza no se les podía pedir, estaban a reventar y no bien dejé su boca descendió lamiendo y besando mis tetillas y mi torso, pero se apuró para dedicarse a mi pantalón. La ayudé levantando las caderas y me sacó también la ropa interior en un único movimiento, “¡Ohh, era verdad!”, -exclamó cuando mi pija quedó firme y estoica a centímetros de su cara-.
Dos cosas me quedaron claras en ese momento, una era que mi “cuñadita” se había hecho una linda “película” con las cosas que le había contado la amiga y se iría de mi casa con una buena cuota o un poco más de lo había obtenido Mercedes, otra es que le gustaba el sexo duro y ponía de manifiesto la sumisión necesaria para gozar con ello, otra cosa más y que seguro ya me iba a enterar era que le ponía los cuernos a mi hermano desde hacía tiempo.
Tomarla de los pelos para que agachara la cara fue suficiente para que se largara a darle besitos al glande, me miró cuando hacía eso y mi cabeza moviéndose negativamente la llevó enseguida a meterla dentro de su boca. De principiante nada de nada, sabía bien lo que hacía y, aunque se sucedieron, ahogos, saliva a montones y arcadas, yo se la haría tragar toda. Mis manos sobre su cabeza y un golpe de pelvis llevaron sus labios al contacto con mi pubis.
Aflojé enseguida porque la arcada fue fuerte, salió y me miró con los ojos llorosos junto a la boca y la pera llena de espesa saliva, aunque acató a pie juntillas la orden de no hablar y, luego de un pequeño tirón de cabello, siguió afanándose en su tarea. No estaba acostumbrado ni era muy de mi agrado eso de forzarlas a tragarse mi verga, de última, si no sabía mover la lengua cuando la tenía toda en su garganta no me incentivaba, pero con ella era “especial”, era algo así como decirle, “te hiciste la niña pija conmigo y me trataste con arrogancia, ahora aguantá y tragá”.
Mis ínfulas de sádico duraron poco, pronto ella sola estuvo entrando y saliendo de su garganta, no con tanta comodidad, pero lo hacía, aunque así no iba a hacerme terminar, además descubrí que lo mío no era gozar ocasionando dolor ajeno, podía dar sexo duro o alguno que otro chirlo, pero más que nada por satisfacer a mi pareja ocasional y al ver que, cuando sacaba mi verga de su boca y me miraba, Leticia tenía la cara desencajada, estaba colorada como un tomate y por sus mejillas corrían lágrimas por los ahogos, decidí cambiar.
Le ordené que se pusiera en cuatro y lo hizo rápido dejando a mi vista sus bien formados muslos y sus nalgas marmóreas endurecidas por el ejercicio de la equitación. Estaba empapada en su entrepierna y sus dos oquedades parecían palpitar, entonces le pregunté: “¿Por dónde la querés?”, nada iba a quedar sin penetrar, pero no me pareció mal que me diera su opinión y con voz enronquecida por el placer me contestó: “Cómo a Mercedes, Gabi, como a Mercedes”.
Romperle el culo como ella lo merecía por sus tratos implicaba lastimarla y lastimarme yo, así que trabajé el lugar con los dedos y recogiendo sus flujos los llevé al asterisco urgido de verga. “Nooo”, -expresó cuando se dio cuenta que no era mi miembro-, se movió tratando de arrimarme sus nalgas y una de ellas quedó roja de inmediato por el chirlo aplicado con fuerza, “es como yo quiero putita”, -le dije y ya no volvió a hablar-.
Comencé con el índice y el medio mientras ella gemía en voz alta y ayudaba en el movimiento, los hacía girar y pronto los acompañó el anular para lograr más dilatación. Sabía que ella quería sentir la penetración, no había que ser Médico para darse cuenta que sabía usar su “puerta trasera”, pero yo confiaba en “mi amiguito” y pronto estuve listo. Gritó sin contenerse cuando entré de una en su vagina y choqué contra su útero, se contrajo toda, pero no le di tiempo a relajarse, luego de un par de movimientos logré lo que los dos queríamos.
Comenzó con su grito desde que traspuse el primer esfínter y, aunque parecía que su recto me apretaba el tronco como para reventarlo, no me detuve hasta que quedé pegado a sus nalgas y noté que el grito se había transformado en sollozos, no era joda ese grosor, ni Irina que era toda una experta para relajar su esfínter lo podía aguantar de una y con Leticia sentí que su experiencia no podía contar sobre semejante pedazo en su recto, bueno, hasta ese momento. Con Mercedes me había llevado un largo rato penetrarla hasta el final, pero Leticia era una “cheta soberbia y creída”, por ende, pasaría un tiempo para poder volver a hacer equitación.
Como fuere, a pesar de sentir como que algo cedía en su interior, continué con mi ritmo y cuando comenzaba a gozar con la penetración, volví a cambiar. Transpiraba como un beduino, pero entraba y salía con el mismo ritmo hasta que comenzaba a temblar y vuelta al cambio, lo hice así varias veces y mi “cuñadita” comenzó a enloquecer por los orgasmos inconclusos, ni problemas que me hacía con eso, hasta que, incrustado en su culo, tomé su cabello con las dos manos y la cabalgué tirando de ellos como si fueran riendas.
Le hacía mover la cabeza para un lado y para el otro, acorde a los tirones que le daba y se enloqueció, olvidó la premisa de no hablar, se movió como electrizada y gritaba sin contenerse… “Así, así, cogeme como una yegua, rompeme el culo, no la saques nunca de ahí, más fuerte semental, más fuerte, dame duro con tu pija de caballo”, me quedó la pelvis dolorida de los pijazos que le di y a ella se le juntaron todos los orgasmos que no pudo tener en su oportunidad. Se le vencieron las rodillas, se dejó caer cuando le vinieron todos los temblores de golpe y se contrajo de tal manera que me arrastró con ella, pareció que estaba abotonado porque su esfínter me había aprisionado la verga como si fuera una mano, ¡qué aguante ni ocho cuartos!, me vacié como si fuera una manguera y la rebalsé.
La cama y nuestras entrepiernas quedaron anegadas pues su orgasmo se expresó con flujo y orina. Eso no me molestaba, pero el tema fue sacar el miembro de su interior, le pedí que aflojara para salir y no me contestó, estaba desmayada, controlé el pulso en su carótida y esperé unos instantes para que bajara mi erección. Tuve que hacerlo muy despacio porque parecía que le arrancaba todo, pero salí sin mayores problemas y pude gozar un poco con mi ego al verle el culo abierto por el que, de forma tenue, se notaba una fina línea roja. Había sido un polvo tremendo y como pude me levanté para traer un toallón y ponerlo bajo las sábanas pues si se impregnaba el colchón, el aroma a hembra perduraría por un tiempo largo en esa habitación.
Después fue un poco más complicado, se imponía el baño y fui a poner en funcionamiento el jacuzzi. Costó bastante mover y levantar su cuerpo laxo, pero una vez que la acomodé, la llevé al baño y la senté, yo lo hice frente a ella que comenzaba a espabilar y esperé. La cara y los gestos eran de una persona perdida cuando abrió los ojos y poco a poco fue recuperando la conciencia.
“No lo dudes”, -me dijo y gozó como una criatura cuando le sequé todo el cuerpo-. Se notaba en ella algo que nunca mostró, la necesidad de dar y recibir cariño estaba latente y, posiblemente por Educación, por crianza, por conveniencia o por lo que fuere, siempre la mantuvo oculta bajo una máscara de soberbia y destrato. No quiso que le pusiera la pomada, alegó que no podría aguantar mis manos ni mis dedos sin enloquecerse y se hizo la colocación ella misma mientras yo le explicaba cómo.
Se habían hecho como las tres de la tarde y desfallecíamos de hambre, algo que solucionó rápido cocinando un par de hamburguesas para cada uno y a ambos nos pareció un manjar. Se movió por la cocina con sólo su tanga puesta y eso no me generó nada, sólo admiración, quedaba claro que la cosa sería siempre así, disfrutar por momentos.
Luego de almorzar, casi merendar con hamburguesas, me ayudó a sacar y cambiar las sábanas, dejamos lo usado en el lavarropas automático, artefacto que yo no sabía ni usar. “¿Cómo te arreglás con la ropa sucia y el aseo de la casa?”, -preguntó curiosa-… “Cada dos o tres días viene gente de la misma empresa que atiende el mantenimiento de la Clínica y se ocupan de limpiar, llevar la ropa al lavadero y retirarla planchada y lista para usar”, -contesté-.
Era personal de suma confianza, se portaban “de diez” y recibían un suplemento mensual por esto, mis ocupaciones no me permitían hacer nada de todo eso, tampoco nunca me había preocupado por aprender, antes era mi madre quien me mandaba el personal, después me ocupé yo de conseguirlo. Cuando ya estuvo todo listo, se arregló para salir y, aunque decía sentir molestias al caminar, la vi más bonita y deseable que cuando llegó y la besé con ganas al saludarla.
El “polvazo” con Leticia me había dejado baldado, pero no me quise ir a dormir, navegué un rato por Internet y me puse a estudiar un informe que mostraba una revista médica internacional alemana y me venía bien para practicar el idioma, tenía facilidad para los idiomas, pero el alemán me resultaba durísimo. Estaba enfrascado en eso y vibró el celular, era mi hermano… El tono de voz era de preocupación y me preparé…
Corté la comunicación antes de que pudiera contestarme, tenía mucha razón Leticia, era insufrible y yo no tenía ganas de aguantar sus tonterías. Me reí solo pensando en que la novia de mi hermano había apagado el celular y debía estar despatarrada en su cama tratando de recuperarse de la cogida que había venido a buscar y que se había llevado desde mi casa.
Me levanté para servirme una copa y sonó el celular que usaba solamente para la Clínica y eso, sí o sí, ameritaba algún tipo de importancia porque de las ocho habitaciones de internación, cinco estaban ocupadas y si me llamaban a mí era porque el Cirujano de guardia no había podido resolver algún problema…
Me cambié a las apuradas y salí como los bomberos, me jodía terriblemente que me molestaran un domingo, pero me hacía sentir bien que resultara un caso que venía de afuera y no un problema que se hubiese dado en las pacientes internadas. Otra cosa que me jodía era que me hubiese mandado el caso un Juzgado porque eran gastos que no se recuperaban y tendría que derivarlos a la cuenta de Donaciones para reducirlos en la próxima liquidación de impuestos. Perder no iba a perder pues había tres o cuatro operaciones por año que se hacían gratis y se aplicaba el mismo procedimiento, quedábamos como duques y recuperábamos con deducción de impuestos.
Ya me enteraría, pero me extrañaba que mandaran el caso desde un Juzgado, normalmente cuando había este tipo de problemas se atendía al o la paciente de sus lesiones externas en el hospital zonal de su propia localidad y al otro día la derivaban porque no todos los hospitales públicos tenían servicio de Cirugía Plástica y los que los tenían estaban saturados de trabajo, además, no abundaban los Cirujanos Plásticos en las guardias comunes.
Al llegar a la Clínica saludé a los muchachos de la seguridad privada, a la recepcionista y al Cirujano de turno que estaba junto con la enfermera, encaré directamente para el quirófano mientras iba leyendo los resultados de los análisis. Estaba todo bien y después del lavado exhaustivo de manos y brazos me calcé los guantes y el barbijo que era parte fundamental de la asepsia e ingresé a operar.
La paciente era una mujer de cuarenta años y observé su rostro por detrás del separador de cabeza y tronco que tenía a la altura de su cuello. Era rubia, indudablemente teñida porque se le notaban algunas raíces oscuras por los costados de la cofia que cubría su cabeza. Los distintos hematomas que tenía en su cara y los cortes en sus arcos superciliares y en la mejilla no ameritaban en lo inmediato ningún tipo de cirugía reparadora, sus facciones no eran feas, pero, en ese momento no estaba precisamente para ningún concurso de belleza.
Me puse rápido a la labor de extraer sus prótesis mamarias y proceder a la limpieza de todo lo que el derrame de silicona líquida había causado. Verdaderamente lo que le habían hecho allí era una chapuza, no sólo por haber utilizado unas prótesis que no se usaban desde hacía unos diez años sino por las cicatrices que se notaban sobremanera debajo de sus pechos. Toda la zona de sus mamas estaba bastante comprometida y se hizo una limpieza profunda tratando de evitar tener que extirparlas, algo que me hubiera sido más fácil, pero que, en definitiva, no le haría mucho bien a la salud mental de la paciente. Muchas veces no entendía la mentalidad de algunos profesionales o de los pacientes mismos, el torso de la mujer era el normal y lógico para su altura de un metro con sesenta o un poco más y las medidas de las prótesis eran para una copa 110, algo que la haría ver como una “petisa tetona” alejada completamente de la proporcionalidad.
Esto solía pasar, el paciente, en su ignorancia, pide las medidas de las prótesis y el cirujano las pone sin calentarse demasiado por la imagen posterior. Sin hacer ningún juicio de valor a los colegas, eso conmigo no pasaba y si el paciente insistía con lo desproporcionado, ya fuera en pechos, labios, liposucción o estiramientos, simplemente la intervención no se llevaría a cabo en mi Clínica. Era yo quien las “armaba” tratando de lograr que se sintieran “amigas de su espejo” por los resultados finales y hasta el momento, me había dado resultado.
Luego de la limpieza profunda se procedió a la sutura, se aplicaron antibióticos, antiinflamatorios y ya se vería después que es lo que quería implantarse o no la paciente, por lo pronto, el problema principal estaba superado y, lógicamente, se guardó todo lo extraído mandándose a analizar el líquido de las prótesis porque no era normal que se hubiera producido un edema tan pronunciado por la rotura. El problema, si se puede llamar de alguna manera, fue cuando terminé y salí del quirófano. Me sacaba los guantes cuando me encaró un individuo gordo de abdomen prominente, el cual mediría más o menos como la mujer operada y venía acompañado de un “musculito” que me igualaba en altura, se dirigió a mí diciendo que era el marido de la paciente, de modo imperativo afirmó que se iba a llevar a la mujer apenas recobrara el conocimiento.
Lo dejé con la palabra en la boca y llamé a la Enfermera Jefa y al Encargado de Seguridad de la Clínica, “ningún paciente se retira de la Clínica sin mi expresa autorización, menos que menos la paciente recién operada, ustedes ya saben cómo proceder si se presentan inconvenientes”, -les dije, a sabiendas de que el “gordito” me estaba escuchando. Se retiró furioso seguido de su guardaespaldas y noté las sonrisas de satisfacción de la Jefa de Enfermeras y del Jefe de Seguridad.
No obstante, además de mi capacidad, no se llega a mantener una Clínica de tan alto nivel si no se consiguen y se mantienen contactos en los distintos niveles del Poder gubernamental, cualquiera de estos que fueren, nunca falta una mujer, hija o amante que quiera hacerse unos retoques. Primero averigüé cual era el Juzgado que atendía la Causa de Violencia y saqué desde allí al Juez que se haría cargo, bastó un simple llamado telefónico y el “quédese tranquilo Doctor, yo me ocupo de ese estúpido” me hizo sentir mejor, algo similar pasó con el Comisario de la Seccional de nuestra zona.
Estaba por entrar al auto para regresar a mi casa, pensaba en el estúpido que había golpeado a su mujer y el celular vibró sorprendiéndome. En la pantalla iluminada pude leer el “MAMÁ” que me indicaba quien era la persona que llamaba.
No le contesté nada y puse el coche en marcha, pero antes tuve que acomodarme el miembro porque fue como si me hubieran dado un puré de viagra, eso que me había dicho mi madre activó enseguida a mi morbo, si me hubiera dicho “quiero que me cojas por donde te guste más” no hubiera producido lo que produjo ese “hablar tranquilos y solos”. Iba a ser una noche larga y pensaba aprovecharla desde el primer momento.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.