MI MADRE - MI CUÑADA - (2).
Había pasado a tomar un cortado por el bar de Irina y me preguntó que me pasaba porque andaba con la cara larga, le conté que tenía que ir al cumpleaños de mi madre y no me sobraban las ganas para eso, no me comentó nada, mejor, yo no era de dar explicaciones y tampoco muy familiero que digamos, hacía rato que me movía “por las mías” y tenía algunas broncas enquistadas con mis familiares directos e indirectos, porque Leticia, mi cuñada, también había entrado en ese entramado, ergo: como tenía que fingir no me sentía cómodo.
Distinto era cuando vivían mis abuelos, el clima de convivencia en la Estancia era otro y me encantaba estar allí, incluso cuando tuviera que aguantar las broncas de mi abuelo, que no eran pocas. Mi abuela era una santa, hoy creo que estaba sometida totalmente al marido, con el “si querido” siempre a flor de labios, él era el típico terrateniente de antaño, pañuelo al cuello, bigotes tupidos, botas de caña alta y la infaltable fusta en la mano derecha.
Nunca se la vi usar, pero saber que la tenía, generaba algún tipo de respeto entremezclado con temor, mi hermano, para variar renegaba del campo y de los abuelos, bueno, de la abuela no tanto porque lo apañaba bastante, pero el abuelo lo hacía llorar sólo con mirarlo serio. La inseguridad y los miedos que trasuntaba mi hermano lo ponían mal al “viejo” y muchas veces nos probaba, creo que era por el placer de humillarlo, conmigo no pasaba, yo le había tomado el tiempo…
Por ejemplo: Si decía de ir a domar un caballo, yo agarraba el rebenque y le preguntaba qué tan malo era, mi hermano corría a esconderse entre las polleras de mi abuela, lo mismo pasaba si había que vacunar a las vacas y toros con la pistola, yo era el primero en subirme a los palos de la manga para que me dejaran vacunarlos y eso a mi abuelo le encantaba, claro está que una sola vez pude vacunar a una vaca, jamás domé a un caballo y de ordeñar a una vaca ni hablar, el abuelo tenía un montón de peones que sabían lo que debían hacer y corrían a cumplir cuando él daba una orden.
En mi casa, con mis padres, no pasaba igual, ahí la que mandaba era mi madre, mi padre aceptó eso desde siempre y estuve convencido de que, cuando mi abuelo dijo que se casaran porque mi madre estaba embarazada y él los iba a ayudar a mi padre se le abrió el cielo. Él venía de una familia humilde, huérfano de padre y madre, criado por los tíos y cuando tuvo la oportunidad se largó a la ciudad a trabajar y estudiar. “Embocó” a la hija del Estanciero o ella lo “embocó” a él, que era lo más probable para tratar de zafar de la autoridad del abuelo y luego unieron sus conveniencias.
De grande descubrí que en la casa paterna se movía todo con niveles de conveniencias y bastante hipocresía. Sabía que mi padre tenía dos amantes a las que les bancaba departamentos y gastos, eran empleadas de las Clínicas. De mi madre no sabía nada o no quería saber, me rompía las pelotas pensar que alguien que no fuera mi padre o yo se la pudiera coger, sí, me expresé bien, siempre le tuve ganas a mi madre, un sinfín de “pajas” habían caído mirando su culo altivo, sus tetas duras y su mirada que, para mí, anticipaba placeres.
“En verano siempre se adelgaza más porque se come con menos calorías”, decía mi padre cuando mi madre insistía con que comiera porque estaba adelgazando por comer porquerías, ninguno tenía en cuenta que verla a mi madre en traje de baño, tanto en la casa o en la playa cuando íbamos a veranear a la casa de la Costa incidía sobremanera en la “actividad manual” y por algún lado “saltaba la liebre”, léase: desperdicio seminal y pérdida de peso.
Una vez, como a los 15 o 16 años me descubrió dándole a la mano porque olvidé la puerta del baño de servicio abierta, me levanté sorprendido del inodoro y mi pito quedó firme como rulo de estatua sin que pudiera atinar a nada, tenía los brazos cruzados sobre sus tetas y se quedó mirando mi verga por un rato, “guardá eso”, -dijo- y luego me dio una monserga de aquellas, explicándome las ventajas y desventajas de la masturbación, ni bola que le di, aunque siempre quedé con la idea de que mi verga le había gustado y eso activaba más mi morbo juvenil.
Ya no daba para seguir pensando, entré en la gran casa-mansión y fui a estacionar en la parte trasera, entraría por la cocina, había allí dos personas a las que saludaba siempre primero cuando me tocaba llegarme hasta la casa grande. Los gritos de alegría de Josefina y Mirta, las dos mujeres que conocía desde chico porque eran la cocinera principal y la encargada del restante personal, sonaron en toda la casa.
Las abrazaba a las dos a la vez y me besaban con los ojos llenos de lágrimas, las dos tenían algo así como sesenta años cada una, eran pareja desde hacía mucho tiempo, todos en la casa lo sabían y disimulaban tomándolo como algo normal, aunque a mi padre no le gustaba nada esa situación. Las demás chicas del servicio, que eran cuatro, miraban y se sonreían, yo levantaba a una y luego a la otra diciéndoles que las extrañaba y la llegada de mi madre seguida de Leticia atemperó el recibimiento eufórico.
“Gabi, mi cielo”, -dijo mi madre y me dio un abrazo sentido casi fundiéndose conmigo-. Me contuve para no excitarme como un caballo porque mi morbo me decía que se abrazaba así para apoyarme sus tetas y sentir mi paquete, a todo esto, Leticia se mandó una cagada de niña “pija” que yo no se la toleraba a nadie en la casa, ni siquiera a mis padres que eran los patrones. “Bueno, bueno, señoras, ustedes pueden retirarse”, -ordenó dirigiéndose a las dos mujeres-. Mi madre que sabía de mis pocas pulgas al respecto del trato con esas dos mujeres saltó enseguida.
Allí estaban los dos Fernando, mi padre y Héctor, mi hermano menor, tratando de ver como hacían para que las Obras Sociales abonaran más rápidos los servicios y atenciones de las Clínicas, un entuerto bastante complicado porque ninguno de los dos estaba preparado para el trato con las Obras Sociales y con sus Dirigentes inmersos en la corrupción de las coimas y prebendas.
Uno porque se mantenía en “sus trece” de médico y no entendía de administrar, el otro porque hablaba de Leyes, pero no tenía ni la capacidad ni el título para aplicarlas, Leyes además en las que se cagaban los que exigían prebendas para abonar las deudas de las Obras Sociales, cobrar cobraban, pero luego de varios reclamos y a los premios, algo que en este país no era conveniente porque la inflación mensual te devoraba las ganancias…
La acotación sirvió para que se activara todo el tema del almuerzo y se dejaran de lado esas conversaciones que no llevaba a nada pues no habría ningún tipo de arreglo si las decisiones no partían desde las más altas esferas del Gobierno, allí se hacían las Leyes que la Justicia tenía que aplicar, pero… como eran todos amigos y más de uno, sino todos, estaban en la misma, parecía una competencia para ver quien se llenaba más rápido los bolsillos, por lo menos es lo que se notaba mirándolo desde afuera.
Salvado el momento de la comida en que se habló de banalidades, a mi madre se la notó cariñosa conmigo y en más de una ocasión provocó roces con sus caderas, pero tenía una sutileza especial para que nada se notara. Las tetas resaltaban en su vestido y, a pesar de mi profesión, había algo que me agradaba sobremanera, me encantaban las tetas naturales que se mantenían en su lugar en base a cremas y ejercicios y mi madre se llevaba las palmas con eso, aparte, claro está que no dejaban de ser una de mis obsesiones.
En un momento dado estaba sentado en un sofá individual en el living, degustando un buen whisky con hielo y se me acercó, se sentó en el apoyabrazos, me acarició la nuca con una de sus manos y me preguntó sobre “mis novias”. Me concentré bastante para no tener una erección que, por el modo en que estaba sentado, me resultaría dolorosa, pero siguiendo el hilo de su conversación pasé una mano por su cintura y la bajé un poco hacia la nalga que quedaba sobrando del improvisado asiento, aunque no la moví.
La dejé con la palabra en la boca, pero no pudo dejar de observar cuando me acomodé el miembro erecto que pedía a gritos por un poco de lugar para ubicarse mejor, la distensión la generó mi cuñada y ayudó a que mi madre no dijera nada más. Leticia venía destilando sonrisas y dispuesta a congraciarse conmigo para tratar de sacar alguna ventaja y “a falta de pan, buenas son tortas” dice el refrán.
Previo a un buen lavado de manos, nos fuimos al dormitorio de mi madre, al de ella porque mis padres tenían dormitorios separados. Estando allí le pedí que se sacara la ropa, la muy hija de su madre fue desabrochando los botones de la camisa y me miraba mordiéndose los labios, mi “vieja” estaba de costado sentada en una silla con respaldo y no podía verle la cara, yo ponía mi mejor cara de profesional, pero mi miembro no entendía nada de medicina.
Ante mis ojos aparecían dos montes gloriosos protegidos por un sostén de media copa que dejaba libre la mitad de las areolas y apenas llegaba a tapar sus pezones, noté que eran grandes porque, aunque todavía no lo veía, ya estaban erectos y me habló al sacar pecho para desabrochar el sostén… “Por favor, con cuidado Gabi, soy muy sensible allí y me dijo mi amiga Mercedes que tenés las manos frías”. Mi madre se sonreía cuando me froté las manos y Leticia cerró profundamente los ojos cuando mis dos manos se adueñaron de sus tetas.
Las toqué, las palpé, las acaricié y en un momento dado apreté sus pezones usando un poco de fuerza, esto era algo que no tenía nada que ver con una revisación médica, pero ella respondió tal como esperaba, volvió a cerrar con fuerza los ojos y contuvo un gemido que no se escapó por poco, luego apretó con su mano mi mano sobre su teta. Desde ese lado mi madre no podía verla y estaba a punto de hacer cualquier desastre, por eso decidí terminar dejándola y quedándome recaliente.
“Tenés una pequeña diferencia en el seno izquierdo, no es muy significativa, pero me gustaría hacerte una serie de pruebas y te voy a dar una tarjeta para que se la presentes a la recepcionista, así no tenés que esperar turno”, -le dije en voz alta para dar por terminada la revisación-. Saqué dos tarjetas, en una puse, “Atención preferencial sin turno” y en la otra escribí, “Mañana, mediodía, mi casa”. “¿Entendiste?”, -le pregunté con cierto tono imperativo-. Su respuesta afirmativa no me dejó ninguna duda acerca de que tenía ciertos modos de sumisa y eso me gustó, la “cheta” sería tratada como se merecía.
Se cambió rápido y se fue a hablar con mi hermano llevando en la mano la tarjeta “legal”, la otra había ido a parar al bolsillo trasero de su jeans. Mi madre se apresuró a preguntar sobre lo que tenía y le contesté que era una pavada, “le voy a hacer la pantomima de la medición, a lo sumo la inyectaré con algo inocuo y la dejaré tranquila con sus temores, sus tetas están, además de excitantes, perfectas, jajaja” …
Se quedó pensando como dudando de algo hasta que se decidió, “Gabi, tenemos que seguir la conversación de hace un rato”. Le contesté que en ese momento no podía, que tenía que ir a ver a alguien y para hablar de lo que habíamos dejado pendiente necesitábamos privacidad y tiempo. Le di un beso diciéndoles que terminara bien el día, luego los saludé a todos con un “hasta luego” y pasé por las dependencias de servicio para despedirme de mis “mamás postizas”.
De regreso a casa, ya en el auto, me iba “haciendo la cabeza” con mis dos “parientes”. Por un lado, estaba mi madre, mi seguridad respecto a que mi “viejo” le pasaba poca bola era total, lo que le contaban sus amigas debía ser cierto, sabía que había tres con las que se reunía y si bien es cierto que mi “madrecita” era una “yegua de exposición”, las amigas eran de “competición”.
Ya me había tocado verlas a dos de ellas en una confitería bailable de moda, las amigas, una viuda y la otra casada con un Arquitecto famoso, no me vieron, pero yo si las vi cuando entraron a un reservado VIP, tomadas de la mano con dos “cachas patovicas de boliche” y allí adentro no se entraba a bailar, las señoras, de “santas”, nada que ver.
A eso le sumaba que luego se lo contaban como “cosas de mujeres” y, como mi madre que era muy del “qué dirán” o del “¡Cristo santo, que no se entere nadie!”, seguramente le costaría entrar en esa variante, pero, aunque podía pasar todo por mi imaginación, estaba seguro que había una verga que conocía de verla, que le gustaba desde hacía un tiempo y con la cual no tendría luego problemas de infidencias o indiscreciones. Si se daba, no apostaba mucho por su experiencia, aunque igual la haría pedir por mi abuela.
Por el otro lado estaba mi “cuñadita”, con sus tetas en mis manos y viéndola morderse para no exteriorizar su gozo y aceptando órdenes como toda una putita, la comencé a mirar con otros ojos. No me cabían dudas de que mi hermano era un cornudo en toda regla, pero no era algo que me quitara el sueño. Se me hacía que ella estaba buscando “la horma de su zapato” y, para eso, posiblemente había visitado varias “zapaterías” porque mi hermano no era de su talla o no la satisfacía en la medida que ella quería.
Por si fuera poco, recordé como gozaba, orgasmaba y gritaba como desquiciada su amiga Mercedes cuando tenía mi verga incrustada profundamente en su culito pedigüeño y me imaginé que le había contado con pitos y señales, ergo: ella tenía que probar si la horma le calzaba. La muy pagada de sí misma sabía que tenía con que atraer al hombre que quería, pero se me hacía que, en este caso “iría por lana y saldría trasquilada”. Entré el auto y estacioné por inercia, pues venía haciéndome la película de mi cuñada y de Mercedes juntas en una sola cama, terminé riendo solo adentro del auto porque tuve que esperar un rato para no salir y caminar doblado.
La ducha tibia, tirando a fría me calmó bastante y luego de secarme, ponerme un bóxer y servirme una copa, me senté en mi sillón favorito para analizar las Historias Clínicas y los análisis de las tres pacientes que debería operar el lunes, como fuere, no me podía concentrar, estaba bastante extrañado porque yo no era un tipo de los denominados “calentones” y la conversación con mi madre, más las “películas” que me había hecho sobre ella, me descompaginaron bastante y no estaba acostumbrado a eso.
Dejé todo lo que estaba viendo y decidí que cenaría algo frugal, pedí para más tarde dos porciones de comida en el restaurant con delívery y me encerré en la habitación en que tenía un par de máquinas para ejercitarme, corrí un rato en la cinta, levanté peso trabajando bíceps, tríceps, pectorales, hice un poco de cintura y abdominales y quedé a full. Me dio tiempo a bañarme nuevamente, recibí la comida y cené relativamente temprano, ese sábado tampoco saldría, me fui a dormir temprano sabiendo que estaba diez puntos para recibir a mi cuñada el mediodía del domingo.
GUILLEOSC - Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.