COMO SOY - LA UCRANIANA - (1).
Llegué al piso que habito desde hace varios años en un estado deplorable, apenas si pude bajar del auto en la cochera, ni siquiera sé si lo estacioné bien, pero eso no me supone tanto problema, el Lamborghini Diablo GT de color negro puede ocupar cualquiera de los cuatro lugares que me corresponden en el estacionamiento, dos quedan libres, el otro lo ocupa un Audi RS762, también negro, que uso para determinadas ocasiones.
Había salido de casa a las siete de la mañana, atendí a pacientes hasta las doce del mediodía, almorcé y en las primeras horas de la tarde me esperaban en Cirugía para hacer tres operaciones, las hice, salieron bien y salí de la Clínica a las nueve de la noche después de cenar algo ligero. El baño con agua bien caliente me reconfortó y desnudo como quedé después de secarme me paseé por el enorme departamento.
Living como para jugar un “picadito” de baby-fútbol, cocina-comedor y cinco habitaciones, cuatro de ellas con baños privados, la más grande de todas, lógicamente era la mía y con una cama hecha a medida de casi tres metros de lado. Cuando había ido a vivir allí, apenas al comenzar los estudios de Medicina, hice colocar un enorme espejo en el techo y otro que ocupaba gran parte de una de las paredes. El “viejo” me había dicho que iba a tener montones de mujeres, pero que tratara de disfrutar sin descuidar los estudios.
Por esa habitación pasaron compañeras de estudios, médicas residentes y hasta profesoras, aunque, cuando había que estudiar o me preparaba para las prácticas no recibía ahí ni al loro. Me generaba un morbo tremendo verlas desnudas en la cama o paseando por la habitación, además ellas se sentían de un modo especial al verse reflejadas, algunas tenían algún prurito por esto, pero cuando se veían a sí mismas gozar y retozar con una verga en su interior o haciendo un “69” o teniendo orgasmos se soltaban y gozaban más, como si existiera una especie de comunión íntima entre los espejos y ellas.
Últimamente tenía ganas de quitarlos, por lo menos el del techo, ya no era lo mismo para mí, posiblemente porque uno va madurando y el morbo o los incentivos no son iguales, pero, por una cosa o por otra, seguían estando allí. Como fuere, era viernes y dudé en ese momento en cambiarme para ir a tomar algo a la confitería de la que era habitué o leer las Historias Clínicas de las pacientes que debían ser operadas la semana entrante o entregarme manso a Morfeo que, a todas luces, era lo que más me apetecía. Ganó Morfeo, aunque tardé un poco en dormirme.
Tenía un teléfono celular exclusivo para llamadas de urgencias de la Clínica, ese número sólo lo “manejaba” la Enfermera Jefe o la Recepcionista de turno, el teléfono de línea y el celular que usaba habitualmente estaban desconectados, de todos modos, los que me conocían sabían que no debían insistir cuando entraba directo el contestador. Decía que no me podía dormir y era porque me puse a pensar en quien era yo y como vivía mi vida.
Me llamo Gabriel, soy Médico Cirujano, al igual que mi madre y mi padre que ya no operan, sólo dirigen, tengo treinta y tres años, mido 1,85 metros, tengo el cabello castaño claro y ojos verdes que llaman bastante la atención, mi rostro podría definirse como “de hombre”, con rasgos masculinos bien marcados, mis hombros son anchos y de buenas espaldas, cintura acorde y muslos bien plantados, con un culo parado que les encanta a las mujeres y que son las únicas que tienen acceso a él.
Sensa joda con los muchachos que suelen dedicarse a mirar con cariños a otros muchachos y que se multiplican como si fuera moda!, no hay “tu tía” con eso, yo camino sólo por mi vereda, aunque no jodo ni me meto con las veredas de los demás, ¡ah!, tampoco atiendo profesionalmente a “trans” con ganas de ser físicamente como las mujeres.
Empecé la Universidad a los diecinueve años y fue allí que recibí este inmueble, un quinto piso en un edificio de cinco pisos, a razón de un departamento por piso. El edificio completo es de mis padres, bueno, en realidad de mi madre, ella proviene de una familia de abolengo podrida en dinero, terminó siendo la única heredera de un par de Estancias y varias propiedades junto con jugosas cuentas corrientes en el exterior, cuando mis abuelos murieron en un accidente de aviación.
Lo de mis padres fue un “amor de facultad” que se estiró en el tiempo, él le lleva a mi madre cinco años, cuando ella estaba en tercer año y él en quinto año, a punto de recibirse, lo conoció, le gustó y “se lo llevó al huerto”. Mi madre sigue estando muy bien, es una MILF que uno no puede dejar de mirar, así que imaginen el choque de físicos porque, según dicen soy muy parecido a él.
Cántaro va, cántaro viene, mi madre quedó embarazada de un servidor y con el abuelo y la abuela no se jodía, casamiento, irse a vivir juntos, uno peleándola recién recibido, la otra estudiando, primero con el bombo y luego con el bebé. En realidad, lo de “pelear, pelear” fue relativo, el abuelo tenía adoración con su hija y con su nieto, además no se llevaba nada mal con mi padre, así que, poca práctica “matadora y extenuante” de hospital público y enseguida le puso una Clínica con Internación y Cirugía.
Claro está que mi padre no tenía un pelo de tonto y contrató a buenos profesionales, en poco tiempo la Clínica y su fama se extendió, bueno, lo de siempre, cuando hay dinero de por medio es más fácil, hoy tiene dos famosas Clínicas propias y participación importante en otras dos, es decir, el dinero es lo que menos falta en mi familia. Mi madre se dedicó a operaciones chicas, apéndices, abscesos, etc., no hizo mucha carrera que digamos, pero era “La Doctora fulana de tal”, Médica Cirujana, la cual se ocupaba de administrar una de las Clínicas.
Al poco tiempo de recibida, según ellos, por falla del DIU, se embarazó y nació mi hermano Héctor. Algo falló en ese “polvo” porque, si bien los rasgos son parecidos, es delgado, un tanto esmirriado, se quedó unos diez centímetros largos por debajo de mi altura y ya intentó con estudiar en varias carreras, ahora mismo está enfrascado en Derecho, no quiere saber nada con Medicina y ya mi padre y madre desistieron de convencerlo de nada.
No quiso vivir en el edificio en que vivo yo, se emperró en eso, vaya a saber porque pelotudez porque conmigo no tenía mayor problema, entonces mi padre alquiló los cuatro pisos restantes y le compraron un piso cerca de la Facultad de Derecho. Yo había comprado antes un auto importante, merced al abuelo, claro está y lo fui cambiando año a año, pero, como mi hermano le pidió a mi madre un coche deportivo, hace un par de año recibí el Lamborghini, debido a algún tipo de compensación que ni me calenté en averiguar y mi padre me regalo el Audi por eso de aparentar en reuniones o Congresos.
Hacía tiempo que había dejado de meterme en las cosas de la familia, si me querían dar yo recibía, pero dejaba siempre claro que mi vida era mía y no aceptaba imposiciones, ni lesiones de moral, ni marcación de cualquier tipo de pautas. Esto ya había saltado cuando mi padre exigió que me dedicara a ser Cirujano en una de sus Clínicas y yo me negué, estaba decidido a abrirme paso por las mías y lo mío era la Cirugía Plástica, les gané por cansancio y la Clínica que dirijo está a mi nombre, me la montó entera mi madre, sin importar la opinión de su marido.
Me dormí sin darme cuenta y me desperté temprano, me jodía estar en la cama, máxime cuando no había habido “tiroteos amistosos”, conecté los teléfonos y me cambié para ir a desayunar, nunca lo hacía en mi casa, los días de semana lo hacía en la Clínica antes de atender a los primeros pacientes y los fines de semana, cuando se daba, bajaba a desayunar a un pequeño bar que atendía la viuda de un descendiente de españoles, una especie de “Manolo” como le diríamos nosotros, éste había heredado el bar del padre y al fallecer por un ataque cardíaco, le quedó para su segunda esposa.
Todos le decíamos cariñosamente “gallega”, pero de gallega no tenía nada, era una cuarentona bastante alta, rubia natural de cabello casi blanco, unos ojos celestes que rajaban la tierra y un físico como para quedarte extasiado mirándola, la cintura era diminuta en comparación a sus caderas, pero éstas no eran exuberantes, las nalgas se notaban que no eran de latina, pero las tetas merecían un renglón aparte y las sabía lucir. Ella atendía la caja y el lugar siempre estaba con clientes, abundaban los que iban a consumir y le “echaban los galgos” a la “gallega”.
Tenía una calidad tremenda para dejarlos “pagando”, aunque siempre regalaba sonrisas, nunca era un “no” rotundo, ese “ni” que parecía tener siempre a flor de labios hacía que los clientes siguieran viniendo y consumiendo tratando de… Yo tenía otra táctica con este tipo de mujer, la trataba con todo respeto, la saludaba, pero nunca hacía ningún tipo de intentos, apenas alguna sonrisa cómplice cuando alguno “patinaba” en su intento de conquista.
Si tenía que darse, ella tendría que venir al pie, mujeres me sobraban y de eso de tocar tetas y culos o tratar con mujeres hermosas estaba saturado. No le daba pie a ninguna de las chicas del personal de la Clínica, pero las pacientes, bueno, las pacientes, muchas de ellas, venían para que les dé bola… Un buen día se dio con la “gallega”, le avisó al mozo que me dijera que quería hablar conmigo y luego de tomar el desayuno me acerqué a la caja…
La saludé y me fui a casa pensando que, si Irina resultaba ser como la ucraniana esposa del empresario, esa iba a resultar una tarde movida. Esa paciente tenía el cabello renegrido, pero era de piel clara, es verdad que le había realizado un par de intervenciones en cara, cintura, nalgas y pechos, aunque lo mejor fueron las tetas, le quedaron naturales y más erguidas sin necesidad de aumentarle el volumen y, según ella, con los pezones sensibles al extremo, estuvo tan agradecida que tuve que ir dos días a visitarla a la casa cuando el marido estaba de viaje y las dos veces salí de allí como si me hubiera pasado una aplanadora por encima.
A las dos de la tarde estaba subiendo en el ascensor y la recibí con la bata de médico, pidiéndole que se pusiera cómoda, miró con agrado el lugar y no pudo evitar decir, “veo que no te privás de nada”, igual no me aceptó ningún tipo de refrigerio y aunque mi trato era un 100% profesional, se la notaba un tanto nerviosa, no hice mención a eso, le tomé todos los datos, le pregunté sobre algún tipo de enfermedad anterior. Lo normal en estos casos y la hice pasar a una de las habitaciones en que tenía, además de la cama y los muebles normales de un dormitorio, una camilla y las luces LED que me permitirían ver en detalle sus arruguitas.
Descubrí las normales y naturales para una persona de su edad, tenía cuarenta y cuatro años y, aunque no se notaban a simple vista con la luz normal, con la luz blanca de su espejo de tocador, en la parte exterior de sus ojos y en la comisura de sus labios ella si las veía. Le expliqué lo que era, como se podía solucionar con pequeños pinchazos inyectando Botox, cuanto le duraría la aplicación y como actuaba endureciendo los músculos circundantes para evitar que las arrugas aparecieran. Le aclaré algunas dudas que ella tenía con ese tipo de aplicaciones y la escuché decir…
Las tetas eran perfectas, la copa 90 que usaba de sostén le iba apretada y dejaba que saliera parte de ellas por encima, yo pensé enseguida que una copa talla 95 le quedaría grande, los pezones parejos aparecieron apenas se sacó el sostén y lo dejó sobre la camilla, la areola era apenas un poco más grande que los pezones y yo noté que tenía muy poca flacidez, algo lógico por otra parte porque no había tenido hijos e hice la pantomima de calentar las manos.
“Quedate tranquila que tengo que auscultarte”, -le dije- y no esperé su respuesta fui por detrás de la camilla y mis manos abarcaron las dos tetas, calzaban justo en mis palmas y me pareció notar que contuvo una especie de escalofrío. Sin decirle más comencé a palpar toda la superficie, en hipótesis para buscar nódulos, pero yo sabía bien como tocarla para provocar su excitación y/o apretar, acariciar y soltar. Irina trataba de aguantar, pero cuando mi pulgar y mi índice de cada mano se adueñaron de sus pezones y los apreté notando su dureza, su temblor fue muy significativo.
“¡Ahh, por Dios!, por favor Gabriel, si seguís me dejo hacer todo lo que quieras. Tocame, apretame, no sabés las ganas que tengo de hombre”, -se me enloqueció la ucraniana y yo no iba a echarme atrás-. La recosté en la camilla y me prendí a sus tetas como ternero mamón a su teta, temblaba, se contraía y gemía sin poder controlarse cuando le daba pequeños mordiscos en esos pezones endurecidos.
Una de mis manos se trasladó a su entrepierna, su pollera recogida me daba fácil acceso, pero antes acaricié el interior de sus muslos notando el calor que desde esas profundidades se desprendía y corrí con mis dedos su ropa interior para embadurnarlos con sus jugos de mujer excitada. Mi pulgar dio una pasada por su botoncito rígido y erecto provocando una contracción que la hizo elevar su cintura, algo que se incrementó cuando penetré con mi dedo medio su vagina expectante.
Tuve que besarla comiéndole la boca de improviso cuando explotó por el placer de un orgasmo que ninguno de los dos esperó. Esperé unos segundos a que se recuperara y luego la tomé de la mano para llevarla hasta la cama, ¡me cago en la flacidez de sus tetas!, ni se movían al caminar, subió a la cama luego de dejar caer la pollera y quedó de espaldas esperando, vi que la vedettina hacía juego con el sostén y la comencé a deslizar por sus muslos, despacio, tranquilo, acariciando la piel de sus caderas y muslos, Irina era un espectáculo aparte, se retorcía y gemía quizás anticipando mejores placeres.
Me había desprendido la chaqueta exhibiendo mi tórax marcado y mis tablas, sus ojos expresaron admiración y eso me encantó, ¡qué joder!, que uno tiene su ego también. No se quedó quieta, se incorporó para sentarse en la cama y comenzó a bajar mis pantalones de cintura elastizada, arrastró el bóxer en la maniobra y mi verga saltó inhiesta ante sus ojos, ¡Madre de Dios, parece de película porno!, -expresó mirándola fijamente-.
Modestia aparte, mis casi 21x7 centímetros no pasaban desapercibidos y una compañera de la Facultad que trabajaba en la prostitución para costearse los estudios destinó todo el tiempo que le quedaba libre para enseñarme a usarla. Extrañamente, en ese momento pensé en ella, se había recibido y se fue a ejercer en Médicos sin Fronteras, nunca más la vi, era una mujer sensacional. Como fuere, la sorpresa de Irina duró poco, con sus manos en mis glúteos la acercó a su boca y comenzó un trabajo desquiciante.
Pasó la lengua como para que las papilas gustativas reconocieran el sabor y, de a poco, aun con arcadas y ahogos llevó a cabo el “acto de desaparición”, eso fue lo que me pareció, me había mirado cuando comenzó con su tarea, pero después se dedicó a tragar, tragar y tragar, no creí que lo lograría pues muchas habían fracasado en su intento, pero ella sabía bien lo que hacía y pronto pareció que besaba mi pelvis, la sacó expulsando saliva y algunas toses, aunque no se detuvo y su nuevo intento se convirtió en algo torturante, pero delicioso.
Traté, juro que traté de aguantar aplicando mi experiencia al respecto, aun así, sus chupadas y su lengua moviéndose lograron lo que muy pocas habían logrado desde que comencé a aprender el tema del “aguante” y me descargué en el fondo de su garganta emitiendo un gemido que tampoco pude contener, parecía que el “polvo” provenía desde mi columna vertebral e Irina parecía tragar como bebé desesperado de hambre.
No paró de chupar y lamer hasta que la sacó de su boca y exudando dulzura, me tomó de la mano e hizo que subiera a la cama, apoyó la espalda en las sábanas, levantó las piernas abiertas y esperó la penetración indicándome con la mirada, me era más fácil ponerme de rodillas y tuve que apretar mi verga morcillona para tratar de llevar el glande a su oquedad empapada. Pensé que no podría, con el dedo había notado que el sitio no estaba muy usado, pero, fue como si fuera magia, al penetrar el glande recobré el vigor, noté enseguida cuando sus músculos vaginales comenzaron a ayudar con el acelerado trabajo de “recuperación”.
Fue ella la que moduló la penetración haciendo fuerza con sus piernas cruzadas en mis caderas hasta que las pelvis se besaran y su orgasmo por lo logrado no se hizo esperar. Hasta allí había sido, de alguna manera, la dominante en la escena, a partir de ese momento me tocó a mí, sabía que me costaría mucho volver a acabar enseguida y me dediqué a incrementar las penetraciones mientras me aferraba a sus tetas y apretaba sus pezones.
Alguna vez me dijeron que las rubias son insulsas y poco dadas al momento del placer, nunca estuve de acuerdo con esa afirmación, hubo muchas rubias y la entrega conmigo siempre fue maravillosa, pero Irina estaba en un escalón altísimo. “Dame más Gabriel, dame más, valió la pena la espera”, -exclamaba casi gritando-, en ese momento no iba a ponerme a averiguar porque lo decía, estaba ocupado en entrar y salir cambiando los ritmos para que ella entrara en una seguidilla de pequeños orgasmos que la dejaron baldada.
Era una especie de trapito cuando la hice girar y la puse en cuatro, en esa posición su culito parecía mejor armado y aproveché sus jugos para jugar con mis pulgares en su asterisco apurando una dilatación, se dio cuenta enseguida de lo que yo pretendía y me pidió: “Despacio ahí Gabriel, a mi esposo le daba asco y la tuya es enorme”, -pidió casi rogando, pero aceptándolo de forma sumisa-. Pareció que ella misma abría el hueco manejando el esfínter para permitir el paso de la verga y me mandé sin detenerme.
El grito fue tremendo y lo ahogó con la almohada mientras con una mano trataba de detenerme o amagar a hacerlo, las rodillas se le aflojaron y me dejé ir con ella incrustando todo el miembro en sus entrañas. Tres, cuatro o cinco segundos de reloj y ella se comenzó a mover oscilando las caderas como si quisiera reconocer el tronco que la invadía, luego siguió empujando para que yo lograra el movimiento ancestral de entrar y salir.
Gritó, gimió, tuvo orgasmos, rogaba para que se lo rompiera, sollozaba diciendo que no la aguantaba, fue todo un repertorio, de contenerme ni hablar, me llevó con ella, acabamos juntos y ninguno daba para más. Se abrazó a mí cuando salí y me quedé a su costado mirando el techo…
Se fue más que feliz sin arrugas que lamentar, más de una vez habíamos repetido con ella, los espejos le encantaban y parecía mejorar con la “práctica”, lo mejor era que tenía muy claro cuál era su lugar. Me preparaba para salir a desayunar a lo de Irina y vibró mi celular, era la novia de mi hermano.
Una pija, cheta o como quieran llamarla, de verdad insufrible, practicaba equitación y se creía la reina de las amazonas. Tenía veinticinco años, un físico que paraba el tránsito, pero cero empatías, salvo cuando algo le interesaba, provenía de una familia otrora acomodada, el padre empresario había presentado la quiebra en su empresa y ahora estaba levantando un poco sus activos, merced a que, estaba seguro, mi hermano y mi madre habían aportado lo suyo para eso.
“Hola cuñado, llamaba para recordarte que hoy es el cumpleaños de tu madre y lo vamos a pasar en la casa desde el mediodía, tu padre ya se está poniendo a preparar un asado, ya sabés que tu madre te espera y yo quiero aprovechar para hacerte una consulta, me tenés que ver porque ando medio floja de algunos lados y me dijo Mercedes que la atendiste muy bien, jajaja”. Mercedes era muy amiga de ella desde el colegio secundario, seguían la misma carrera en la facultad y quiso agrandarse las lolas diminutas que tenía.
Le había hecho un trabajo excelente y en las consultas posteriores a la recuperación descubrió que le encantaba el sexo anal y yo descubrí a una supuesta tímida a la que le encantaba el sexo y no hacía diferencias de veredas. Era evidente que había vuelto a funcionar el “me lo contó y quedé intrigada”, ese “boca a boca” entre mujeres me solía molestar, pero, en este caso en particular, si se daba como yo pensaba, aun lamentándolo por mi hermano, le mostraría a una “pija” lo que era una buena verga.
GUILLEO1 - Continuará... Se agradecen comentarios y valoraciones.