Cuando traspasas barreras infranqueables entras a sitios prohibidos, inmorales y obscenos donde nunca esperaste estar. Donde involucras sentimientos y deseos insanos, sucios e impúdicos por personas que deberían de estar restringidas para ti.
Mi madre y yo estamos por terminar de romper todos los tabúes morales que nos ha impuesto la sociedad y que de alguna manera hemos intentando mantener intactos durante toda la noche… hasta ahora, que nuestros deseos están llegando a límites insospechables.
Tabúes puros. Tabúes decentes. Tabúes castos que nunca deberían de ser alterados por las mentes cochambrosas del ser humano, ya que cuando se quiebran, cuando se rasgan, cuando se fracturan, ingresan por esas fisuras una serie de sentimientos censurados que jamás debieron de internarse dentro de sí. Ingresan deseos ilegales. Fantasías abolidas por todo lo que se considera natural. Pasiones que son condenables.
Y es que un hijo nunca debería tener deseos impuros por su propia madre. Por sangre de su sangre. Carne de su carne. Un hijo jamás debería de fantasear con enterrar su dura erección en la encharcada hendidura de su progenitora, pues estaría olvidando que por ese mismo agujerito tú fuiste parido. Que por esa misma caverna sexual femenina fuiste expulsado.
Sin embargo, mi teoría para justificar esta aberrante necesidad de poseerla consiste en creer que uno siempre vuelve a donde fuiste originado. Y yo fui originado en el vientre de mi madre. Fui dado a luz por esa misma vagina por la que yo pretendo acceder.
Es cierto que no puedo entrar completamente dentro de ella, para recorrer y reconocer con mi cuerpo cada recoveco de esa panza donde fui gestado, donde fui desarrollándome desde que fui sólo un cigoto resultante del óvulo de mi madre y el espermatozoide de papá. Pero sé que voy a confortarme con meter mi erecto falo, el que concentra, de alguna forma, todo lo que represento y todo lo que soy.
“No debes” “Tienes que detenerte” “No puedes mancillarla” “Es antinatural”… me reprocha mi conciencia mientras siento cómo mis venas fálicas se hinchan de ansiedad y de deseo en toda la circunferencia de mi miembro.
Y yo sé que debería de hacer caso a lo que me exige mi conciencia. Sé que no debería de estar sintiendo lo que siento. Que no debería de continuar con lo que pretendo a fin de no convertirme en un puto psicópata de mierda que no tiene perdón alguno. Sin embargo, mis deseos son desmesurados. Son terriblemente irrefrenables. Y aunque sé que no debería de tener a mi progenitora a cuatro patas delante de mí, completamente desnuda, con sus mamas enterradas en mi cama, su cabeza hundida en lateral sobre una almohada, y sus manos empuñando mis sábanas, esperando ser invadida por mi sexo, la parte más pervertida y oscura de mi ser gana mi batalla moral.
Esa donde luchan el poder de la moral contra el poder del deseo. Pero entonces me doy cuenta que nuestra pasión incestuosa hace mucho que ganó a la moral. Y yo sé que la voy a fornicar. Y yo sé que la voy a hacer temblar de placer. Y yo sé que sus gritos tronarán por todo el cuartel militar. Y que no voy a parar de cogerla hasta que ambos hayamos desfallecido de placer.
La blancura resplandeciente de su tonificado cuerpo es de infarto. Parece que estuviera bañada en leche de tan blanca que se mira bajo el haz de mi lámpara de techo. El corazón que se forma en sus caderas anchas y en la redondez inmensa de sus nalgas me acelera el corazón.
Ni de puberto ni mucho menos de adolescente tuve en mi mente imágenes como estas, imaginándome cómo sería ver a mi progenitora de esa forma tan… obscena. Ni siquiera tuve fantasías guarras en las que pudiera haber creado imágenes procaces como estas en mi cabeza.
Pero sé que si en algún momento hubiera podido fantasear con ella habrían sido menos aparatosas que estas.
Su hermoso culo está limpio. No tiene vellosidad. Su ano luce oscurito, fruncido, pequeño, cerrado. Serán por los nervios o por el miedo que palpita. Se abre y se cierra como si estuviera respirando por sí mismo.
Así como está en la posición de perrita, logro distinguir también la humedad de sus labios entreabiertos. Carnosos. Con una vellosidad casi invisible. El arco inverso que hace mamá en su espalda me recuerda a algunas de las putas con las que he fornicado durante los últimos meses. De hecho me hace sentir extrañado que mi madre tenga esta postura tan… perfecta.
Sus pechos enterrados en la cama. Su culo entregado a mis ojos. Sus piernas entreabiertas. Su espalda arqueada hacia adentro. Es como si supiera exactamente cómo excitar a un hombre. Es como si ella fuera consciente de la adrenalina que me produce. Del bombeo de sangre que se me acumula en mi sexo. En la cantidad de espermatozoides que se están generando en mis testículos.
Pero a pesar de todo, sabe que ella no está ante cualquier hombre, así como también yo sé que no estoy ante cualquier mujer. Por eso tiene miedo. Por eso sigue dudando. Por eso no lograr entregarse por completo.
—Tranquila, por favor —le suplico a mi madre, poniéndome de rodillas en el suelo, detrás de su culo, de manera que mi boca queda justo a la altura de su abertura vaginal y mi nariz a centímetros de su recto.
—Oh —farfulla al sentir el aliento de mi boca cerca de sus pulpas mojadas, y mis resuellos cerca de su oscuro agujerito depilado.
—Tienes un hermoso culo, madre… delicioso… y huele a ti… a sexo… a madre cachonda… a mujer caliente.
Ella parece tensa aun cuando se estremece. Yo respiro en su coño y todas sus feromonas se entierran en mis poros. Y ella reacciona nuevamente asustada. Nerviosa. Noto cómo la línea que separa a sus inmensas nalgas se entreabre, convirtiendo a sus glúteos en dos grandiosas masas temblorosas.
—Hummmm —vuelvo a aspirar con mi nariz, y sin tocarla ella vibra, se estremece.
Su ano una vez más se contrae. Respira hondo. Sus labios hinchados también se estrechan y luego se abren como una rosa en abril.
—¡Oh… dios…! —gime mi madre, como si ya se la estuviera metiendo, cuando ni siquiera la he tocado aún.
En realidad estoy fascinado viendo cómo su ano y su rajita respiran por sí solas. Me calienta la forma en que palpita su carne remojada. La manera en que su vulva sube y baja. La forma en que sus secreciones surgen de su panochita como si estuviera sudando. Y por eso vuelvo a respirar sobre su sexo. Y mi madre jadea horrorizada.
—¡Aaaay….!
Y a mí me excita la forma en que sus piernas tiemblan. En que su vagina se abre y se cierra. En que su ano sigue respirando. En que sus labios vaginales secretan.
—¡Yo… no sé… si podré hacerlo… mi vida…! —duda ella con voz débil y caliente, aferrándose con las manos un poco más fuerte a las sábanas de mi cama.
—Sí podrás hacerlo, madre —le susurro en su vagina, esperando que mi voz penetre por su útero hasta llegar a sus oídos—, porque lo deseas tanto como yo —le digo, y entonces levanto mis dedos y palpo en su caliente vagina, que desprende calor y fluidos acuosos.
—¡Aaaah! —gime temblando, y su entrepierna palpita sobre mis yemas—. ¡Oooh! ¡Aoooh…!
El sudor de su entrepierna moja mis dedos. Y yo empleo ese mismo sudor para acariciar toda su rajita, arrastrando esa humedad hasta su ano, donde ella tiene su límite a juzgar por la manera tan intensa en que se estremece.
—¡Ahí… no… te lo ruego… Erik… ahí no…!
—Ahí no —accedo a su petición.
Pero no desisto en palpar su delicioso chochito palpitante, el cual precioso una y otra vez. Y me encanta cómo vibra bajo mis dedos. Cómo se desprende esa humedad que hierve sobre mi piel.
—Imagina que soy papá, Akira… —le digo, clavando un dedo en su interior, mientras mi glande cosquillea de gusto y ella completamente, haciendo vibrar sus gordos glúteos, sus firmes piernas, sus tensos muslos.
—¡Qué… me haces…! —lloriquea, intentando incorporarse.
Y yo no le respondo enseguida, sino que permito que su cavidad vaginal apriete ese dedo que he ingresado dentro de sí. Y es el primer contacto que percibo de su interior. Ahora una parte de mí está dentro de ella. Y mamá lo sabe, y por eso me sigue apretando.
—Qué coñito tan apretado, madre.
—¡Ay, Erik… por favor no… no remuevas dentro de mí…! ¡Siento que…! ¡Siento que…! ¡Oh… qué cosquilleo siento…!
Cuando meto un segundo dedo, mi madre vuelve a gritar.
—¡Aaaaahhhhh!
Bato mis dedos dentro de ella y siento cómo sus paredes vaginales se contraen sobre mis falanges. Estoy ardiendo en calentura. Y mi madre está ardiendo de placer. Quizá la calentura que sentimos los dos es el sucio morbo de que yo, su hijo, tenga dos dedos metidos en su palpitante vagina de madre cachonda.
—Agita tus nalgas mientras tengo clavados mis dedos en tu coño caliente… Akira… hazlo… y hazlo con furia...
Mi orden es aceptada casi de inmediato. No sé cómo lo hace, pero sus nalgas empiezan a botar sin siquiera mover las caderas. Mis dedos son absorbidos por su interior y mi verga me exige a goteos que por favor la empale cuanto antes. Que quiere sentir ella misma la manera que tiene de apretar el coño mi madre.
—Desquítate… Akira —le digo, y entonces saco mis dedos y entierro mi cara en su hendidura vaginal—. ¡Estás muy enfadada con él! —le digo, dándole unas chupadas intensas a sus labios verticales—. ¡Haz como si quisieras asfixiarme y grita… grita muy fuerte!
Con mi cara enterrada en su olorosa vagina, su humedad me empapa mientras mi lengua recorre todo su centro. El cunnilingus que le hago la estremece.
—¡Aaaah…! ¡No! ¡Erik! ¡No!
Sus lloriqueos de mojigata me excitan. Sus grititos dicen que no, pero la forma en que su coño se restriega en mi cara me dice lo contrario.
—¡Aaaay! ¡Aaaah!
Mi lengua encuentra su clítoris y lo ataca con la punta. Luego bajo un poco más mi boca y con mis dientes muerdo sus labios vaginales. Los estiro de repente y meto mi lengua en su interior.
—¡Qué me haces… oh, Erik… qué me haceees!
Sus lloros sólo hacen que intensifique las chupadas de chocho que le doy. Siento en mis labios a fina vellosidad de su pubis. Luego vuelvo a su vagina y la lameteo. Y el contacto mi boca contra su vagina es tan intenso que mi madre termina corriéndose sobre mí.
—¡Aaah! ¡Uffff! ¡Aaaaaaahhhhhh!
Su vagina convulsiona contra mi cara. Mi boca recibe su orgasmo con tanta apetencia, que el sabor saladito de sus flujos termina tatuada en mi sapidez.
El chapoteo que produce mi boca contra su vagina es semejante al que se escucha cuando los perros beben agua. Y esos sonidos me la ponen más dura aún. Me alejo del coño de mi madre y veo, extasiado, cómo sus pulpas rosadas continúan vibrando por varios segundos más, hasta que sus contracciones se detienen y Akira deja de jadear.
—Llegó la hora de cogerte, Akira —le informo incorporándome, cuando ya no me siento capaz de seguir retrasando este momento—. Por favor, con tus manos ábrete de nalgas… porque tu coronel… está a punto de metértela con todo y huevos.
—E…r…i…k…
Mi madre está agobiada. Siente remordimientos por haberse corrido sobre mi cara. Sin que me lo diga noto su culpabilidad. Por eso continúa con su cara enterrada en la cama. No quiere mirar a su hijo, al que le ha entregado uno de sus mejores orgasmos de la vida.
—Por… favor… No… hijo…
Los susurros de su boca son tan sensuales como la forma gloriosa en que su culo enorme tiembla delante de mí. Con mi mano derecha distribuyo las gotitas que salen de mi glande por toda la cabeza, y cuando aprieto mi tallo siento cómo la hinchazón de su carne palpita sobre mis palmas.
—Ábrete de nalgas, Akira —le digo, como se lo diría a una ramera convencional.
—¡N…o…! —me dice ella, moviendo sus nalgas involuntariamente.
—Lo harás… porque tú eres mi putita… —me atrevo a decirle, jugando a que ella es mi puta y yo su cliente.
—¡Oh! —gime mi madre, al mismo tiempo que su respiración se vuelve más intensa—… ¿cómo puedes dec…irm…e esto… Erik…? ¡Yo soy tu…!
—Mi puta —le recuerdo, antes de que diga en voz alta que es mi madre y que los cabrones de afuera lo escuchen… si no es que ya lo han estuchado antes después de tantas veces en que se lo he dicho—. Eso es lo que eres Akira… una puta a la que he pagado por sus servicios sexuales…
—¡Erik… oh… Erik…!
Me acerco un poco más detrás de ella y palpo sus labios vaginales con mis dedos.
—Vas hacer lo que yo te diga, Akira, porque tú sólo estás aquí para darme placer… tu opinión no cuenta… sólo la mía.
—¡Hummm! —No logro identificar si el jadeo de mi madre se trata de un rechazo o una aceptación a mis palabras.
Mientras tanto, yo sigo acariciando su coñito mojado.
—Ábrete las nalgas de una vez… —insisto, ahora más determinante—, si no lo haces te juro que lo que te voy a empalar… será tu ano…
El simple hecho de sopesarlo me provoca escalofríos.
—¡¿Eh?! ¡Nooo! —Se estremece ella, pero noto en su color de voz una especie de lascivia reprimida que podría estar ocultándome sus verdaderos sentimientos.
Y sin entender si lo hace por obligación o por placer, veo enseguida cómo mi madre deja caer todo su pecho sobre la cama y posa sus delicadas manos blancas en las carnes que componen su culo.
—Sí… sí… así… —la apremio hipnotizado.
Y de pronto entierra sus dedos en las nalgas, y poco apoco se las va separando de manera que su rajita empapada va surgiendo ante mis ojos, con sus pulpas vaginales asomándose sin pudor.
—¡Qué rica estás! —le digo, casi sin aliento.
De su hendidura sonrosada y semiabierta brotan flujos blanquecinos, producto de su excitación. Mi empalmada polla se hincha un poco más y apunta directamente a su vagina. Me aproximo sólo un poco, lo suficiente para que mi glande pueda respirar el fuerte olor a hembra en brama cuya abertura permanece dilatándose sola gracias a la lujuria contenida.
Entonces escucho lo impensable. Algo que podría haber escuchado de cualquier dama que tuviera a cuatro patas en mi cama, pero jamás de ella, mi propia madre, que se descubre ante mí y ante sí misma como una mujer hambrienta de verga, cuando me dice:
—Métemela…
—¿Sí? —pregunto con malicia.
—Sí…
—Pídemelo otra vez…
—… Erik… no me hagas esto… que me muero de la vergüenza.
Su culo está dispuesto para mí. Sus nalgas blancas resplandecen deliciosas. Su ano cerradito marca los compases de sus pálpitos al mismo tiempo que resuenan los latidos de mi corazón.
—Pídemelo otra vez, Akira… dime que te la meta…
—Yo… Erik… por favor —lloriquea, y se abre las nalgas con más vehemencia que antes—… por favor… métemela ya…
Mi madre sigue con su cabeza apoyada en la cama, con los ojos cerrados y su boquita semiabierta cuando guío el glande de mi pene hasta la carnosa grieta que tiene entre las piernas y la empiezo a acariciar.
—¡Ohhh! —farfullo al percibir el calor de su chocho hambriento de falo—. ¡Uffff!
Sentir el palpitar de su vagina despierta es algo celestial. Una sensación de hormigueo que empieza a escaparme por las piernas. Los lamentos de mi cachonda madre se hacen evidentes cuando mi gordo cabezón comienza a luchar por clavarse dentro de su cavidad. Casi pienso que no cabrá dentro de su coño hasta que ella misma echa las caderas hacia atrás y mi glande rompe sus compuertas vaginales y se introduce entre los pliegues.
—“¡Aaaah!” —gemimos los dos.
Yo por sentir cómo su estrecha hendidura aprieta con fuerza mi capullo, y ella, dolorida, reaccionando ante la gruesa invasión que siente justo ahora dentro de su vagina.
—¡Qué… ancha… qué gruesaaaa! —lloriquea ella, abriéndose el culo un poco más.
Echo mis caderas hacia adelante y otros centímetros más ceden dentro de su gruta caliente, la cual sigue despertando, apretándome el falo como si quisiera abrazarlo con su interior.
Mi madre vuelve a gimotear, mientras me dice:
—¡Empuja… hijo… empuja!
Es escuchar la palabra “hijo” para que el morbo de saber que estoy empalando a mi propia madre me despierte mis instintos más perversos y me obliguen avanzar un poco más, haciendo justo lo que ella me pide, empujar y empujar mientras su vagina empieza a tragar.
—¡Aaay que grande la tienes…! —chilla.
—Y toda es tuya… —le recuerdo, posando mis manos sobre sus nalgas gordas, las cuales aprieto muy fuerte hasta hacerla gritar de dolor y de placer.
—¡Me vas a partir… oh… Erik…!
—Trágatela toda… —le exijo, empujando más hacia adentro, hasta que por fin tiene dentro la mitad—. ¡Un poco más… mamita… un poco máaaas…!
—¡Ohhh… Me estás partiendo… me estás invadiendo… qué gruesa está!
Mis venas empiezan a hincharse dentro de sus paredes vaginales, mientras ella, con sus músculos interiores, engulle vorazmente mi larga y gruesa extremidad masculina, la cual continúa invadiéndola, dilatándola, mientras ella palpita sobre mí.
—¡Me mataaaaassssss! —llora muy fuerte.
Y afuera del cuarto escucho unos vítores perversos que me recuerdan que tenemos espectadores pegados a la puerta de mi alcoba.
Akira, que con dolor, fogosidad y paciencia está absorbiendo con su vagina toda mi anaconda, sigue gimiendo entre lloros y palabras ininteligibles. Mi glande percibe con agonía la rugosidad de sus paredes internas, al tiempo que percibo su calor abrasador, que me quema, que me cosquillea, que me electrifica incluso las pelotas.
—¡Sólo un poco más… Akira! —bufo como un toro en celo, enterrando centímetro a centímetro mi larga erección.
—¡Es… enorme… y palpita… dentro de mí… palpita… hijo…!
Otra vez expresa la palabra “hijo” sin que le importe que nos puedan escuchar. Y otra vez esa misma palabra me provoca una sensación de intransigencia que finalmente me obliga a ensartársela completamente hasta que mis huevos chocan contra su pubis.
—¡Aaaahhh! —grita al sentirla toda adentro.
—¡Te la estás tragando toda…! —le digo a mi madre, con mi corazón palpitando muy fuerte, sabiendo que hemos traspasado la barrera maternal—. ¿La sientes… la sienteesss? ¡Yo te he metido toda mi barra en tu vaginaaaa!
El pecado del incesto ha sido consumado. Mi madre está temblando sobre la cama. Mi verga está temblando dentro de ella como una delincuente infractora que acaba de derribar nuestros valores más íntimos en una relación filial.
—¡Ohhhh… madre…! —me estremezco al proferir lo que ella es.
Cierro los ojos, aprieto sus nalgas, y percibo la sensación de dureza dentro de su cavidad. Antes estuvo allí mi cuerpo pequeño, cuando era un bebé. Ahora es ni duro pollón el que clavado en su intimidad sagrada de madre, profana con perversión lo que nunca debió de ser mancillado.
—¡Estás rellena de polla… muy rellena! —gimo, sabiéndome pecador.
Y entonces siento cómo palpita su vagina sobre la totalidad de mi falo, que está siendo devorado por su abertura como si de un monstruo marino se tratara.
—¡Ayyyy…! ¡Me siento… muy abierta… muy… rellena…!
La dejo insertada un momento en su interior, para permitir que su vagina se acostumbre al largo y al grosor de mi dureza, mientras percibo cómo ella se estremece, cómo gime, como tiembla de arriba abajo en tanto mi falo palpita dentro de ella.
—¡Uffffff… qué rico aprietas, mamacita… qué rico aprietas, de verdad!
Cuando menos acuerdo, es ella misma quien empieza a moverse en círculos, teniendo mi tallo en su interior, abrazándolo, frotándolo, acariciándolo. Y así, apretada como la tengo dentro de sí, la empiezo a sacar, muy lentamente, hasta la mitad. Mi madre nota cómo una abertura muy grande va quedando en su vacío, y por eso echa sus caderas de golpe contra mi mis muslos para sentirla toda de nuevo, de manera que mi verga termina clavada una vez más en su hondura.
Los dos gemimos por la rudeza de la penetración, pero luego nos relajamos. Por eso aprieto la gordura de sus nalgas y hago el mismo procedimiento de antes. Desentierro mi dureza de su vagina, y esta vez, cuando mi glande es lo único que dejo dentro, empujo con fuerza y se la vuelto a zambutir.
—¡AAAAAHHHHH! —chilla mi madre.
Acaricio sus nalgotas, que se tensan en mi piel. Entierro mis dedos en sus carnes deliciosas y las estrujo. Extraigo mi verga nuevamente pero dejando mi glande dentro, y luego se la vuelvo a enterrar con impetuosidad. Sus gritos hacen eco en mi alcoba y consiguen que yo me excite mucho más.
—¡Empuja… mi coronel… empujaaa!
—Tu coronel te va a matrellar el coño a pollazos, menuda prostituta.
Le digo tal insulto “prostituta” con tal naturalidad que ninguno de los dos es capaz de procesar lo que está pasando hasta que los embistes que le propino se vuelven rápidos y certeros.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
—¡Buffff! ¡Bufff!
—¡Oh, Erik, Erik…!
“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
Sus nalgas botan en mis muslos en cada estocada. Mi verga se clava en su vagina muy fuerte mientras ella no deja de gritar de placer.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
—¡Uffff, sí, sí, sí, Akiraaa!
“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
…………..“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
Su vagina inundada hace estragos en mi falo y en mis bolas, que se encuentran mojadas ante cada chapoteo.
………..“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
—¡Aaaaahhhh!
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
Azoto su culo. Arrecio las embestidas. Mi madre entonces se suelta las nalgas y apoya sus manos en la cama, para incorporarse. Y entonces se eleva un poco y veo sus tetas colgando sobre pecho. Unas tetas enormes, llenas, calientes, y unos pezones puntiagudos que tengo ganas de morder.
—Te la voy a sacar, y cambiaremos de postura en la cama —prevengo a mi madre—, quiero que me cabalgues y que me mires a los ojos mientras saltas sobre mi polla.
—¡Oh, nooooo…! ¡Aaah! ¡Aaah!, Erik… no… eso, nooo…
Enrollo su pelo en mi muñeca y levanto su cabeza mientras la empalo muy fuerte. “¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”… Mis bolas chocan una y otra vez contra su culo.
“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
—¡Por favor… Erik… no quiero mirarte… o no podré…!
—Claro que podrás… ¿escuchas cómo chapotean nuestros genitales? Estás empapada, ¡estás caliente!
—¡No, no… no…!
“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
……………..“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
Nuestros movimientos se vuelven torpes cuando le saco mi falo y se oye un húmedo “plop”. Mi madre se sienta sobre sus talones mientras yo me acomodo en la cama con mi sable de carne bien tieso.
—Vamos, perra, encima.
—¡Erik! —se escandaliza.
Pero ya no estamos para remilgos. Estoy caliente. Ella también se muere por sentarse sobre mi verga, y a medida que ella se acomoda sobre mí, entiendo que era cuestión de tiempo para que se entregara a sus propios deseos.
Entonces veo, cachondísima, cómo la zorra de mi progenitora se pone a horcajadas sobre mi duro pene, separa sus muslos poco a poco hasta que su vagina, que no deja de gotear, se encuentra directamente con la punta mojada de mi extremidad fálica.
—¡Siéntate sobre ella! —le ordeno.
Y entonces ella, mi progenitora, con sus ojos torcidos, se va enterrando poco a poco hasta que queda completamente sentada sobre mis piernas, con mi pollón ensartado en su interior.
—¡DIOOOOOOOOOOOSSSSSSSSSS! —jadea.
Y entonces todo este acto sexual se transforma en una intensidad de lo más sucia y perversa. Mi madre se desata ante su propia inmoralidad. Queda drogada ante las sensaciones uterinas que siente con mi rabo dentro de ella. Sus movimientos oscilatorio mientras la penetro se aceleran.
—¡Así, mamacita… así, así…!
Sus sentones son consistentes. Fuertes. Impetuosos. Sus tetas enormes botan sobre su pecho acompasadamente. Yo me incorporo un poco y muerdo sus pezones, sin dejar de sacudir mis caderas de arriba abajo para que la cogida que nos estamos dando sea inolvidable.
“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
…“¡Plaz…!”… “¡Plaz…!”…
Esta vez sus nalgas son las que chapotean en mis muslos mojados por sus propios fluidos. Su culo azota y azota una y otra vez mientras ella se da sus deliciosos sentones. Ya nada nos puede parar. Ni mis dientes mordiendo sus pezones, ni sus tetas que no dejan de botar cuando mi boca se separa y éstas giran y giran sobre su propia órbita.
Cuando convulsiona sobre mí entiendo que le he provocado un nuevo orgasmo, y fascinado por mi experiencia la giro sobre su propio cuerpo y la pongo bocarriba de la cama.
Me echo encima de ella. Apoyo mis manos a los barrotes de la cama para impulsarme y penetrarla violentamente. Clavo de una sola estocada mi verga en su interior, y antes de empezar con los embates, acerco mi boca a la suya y nos besamos.
Nuestras lenguas se clavan en la boca del otro, y con la saliva que acumulamos durante nuestro juego de labios, hilos de babaza empiezan a salir por las comisuras.
—¡Estoy… en la gloriaaaa mi amor! —me dice ella.
Y como una exigencia de que quiere ser follada duro de nuevo, sus piernas se enrollan en mi espalda baja. Sus talones se clavan en mis nalgas. Separo mis labios de su boca y veo cómo un hilo de saliva forma un puente de su lengua a la mía, hasta que se rompe.
—¡Quiero sentirte otra vez… hijo! ¡Párteme… párteme en dos y hazme gritar como el cabrón de tu padre nunca lo hizo!
Sus intensos gritos no se hacen esperar cuando así, a modo de misionero, contoneo deliciosamente mis caderas mientras la empalo con fuerza. Los resortes de la cama se restiran en cada sacudida. El golpeteo del cabezal de mi cama choca contra la pared de mi alcoba. Los gritos de mi madre se vuelven intensos.
Sus pechos enormes se agitan sobre sí. Botan en su torso. Los pezones vuelvan en mil direcciones a lo redondo. Los chapoteos tras las clavadas que le pongo se convierten en una sinfonía que hace juego con mis jadeos y los gritos de mi progenitora.
—¡Aprieta… aprietaaaa! —le grito.
Y ella contrae su coñito, hasta aplastar las venas hinchadas de mi falo, que yace empapado contra su propia humedad.
—¡Me estás… volviendo loca… Erik… Erikkk!
Los golpes de mi cama contra la pared persisten por un buen rato al ritmo de los resortes. Mis metesaca se convierten en una cogida apoteósica. Ella no para de gemir ni de gritar. Mi hábil verga no deja de enterrarse una y otra vez dentro de su carne. En determinado momento mi madre clava sus uñas en mi espalda cuando los espasmos vaginales me anuncian un nuevo orgasmo.
—¡Córrete conmigo…, mi amor… por favoor! —me suplica, cuando suelto los barrotes del cabezal y dejo caer mi cuerpo contra el de mi madre, con el propósito de sentir su piel desnuda y sudorosa contra la mía.
Y así, con sus piernas enrolladas ahora en mi culo. Sus uñas clavadas en mi espalda. Sus duras tetas aplastadas contra mis pectorales, mis labios y los suyos unidos en uno solo, besándonos apasionadamente, con nuestras lenguas batiéndonos la saliva que hay en nuestras bocas, y con su ardiente coño contrayéndose contra mi verga endurecida, siento cómo mis bolas empiezan a lanzar un torrente de esperma, que lanza inmensos disparos justo en el interior caldoso y agitado de su maternal coñito ardiente.
—¡Arggggg! —gruño mientras me derramo dentro de ella…
Dentro de mi madre. De mi prostituta madre. Y es justo cuando quedamos sudorosos, uno encima sobre el otro, cuando de repente escucho que alguien abre la puerta de mi alcoba.
—¡Por Dios! —grita mamá.
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