LA DEUDA
CAPITULO 3
Presente
Claudia seguía siendo taladrada analmente y a ritmo constante por aquel hombre. A pesar de la humillante situación, no podía dejar de admitir que ese individuo sabía lo que hacía. Y la estaba haciendo gozar. Mucho.
La volvió a agarrar por el pelo para levantarle la cara y que Iván pudiera meterle la verga en la boca. Esta vez no protestó. Iván le acercó su polla a los labios. Claudia lo miró a los ojos. Vio que su hijo lo deseaba y abrió la boca. Le lamió el glande. Sabía a semen y a coño, a su propio coño. El tamaño del pene de Iván, incluso medio flácido, era considerable. Y en poco tiempo volvió a erguirse, a llenarle la boca. La lengua de Claudia se enroscaba cual serpiente entorno al falo terso y palpitante.
Muy bien, chico... Así, así...Cógele la cabeza...Fóllale la boca, coreaban al unísono los tres hombres.
Iván les obedeció, rodeó la cabeza de su madre con ambas manos y le metió la polla hasta el fondo de la garganta. Claudia a penas podía respirar. Las embestidas del toro humano eran cada vez más salvajes. El chico y el hombre se miraron. En los ojos del hombre brillaba la lujuria. En los de Iván, todo era gozo, disfrute, gusto...Satisfacción.
Claudia se sacó como pudo el pene de su hijo de la boca, para coger aire. Babeaba copiosamente y se le había corrido la sombra de ojos:
Me vas a ahogar, cariño...Aaaaaagggg... Y este bruto...Aaaaaagggg.
Lo siento, mamá.
¡Para un momento, pedazo de bestia!
¿Qué quieres? Aún no he terminado...
Solamente quiero darme la vuelta... ¡Que me va a romper el cuello!
Espera, vamos a hacer otra cosa...
Sin sacarle la verga del culo, como si de dos contursionistas se tratara, el hombre consiguió sentarse con Claudia empalada encima de él. La espalda de ésta quedó pegada al torso del hombre. Este le sujetó ambos muslos, por encima de la rodilla y los atrajo hacia él para que quedara totalmente espatarrada.
Así te podremos follar los dos a la vez.
Ingrid seguía chupándosela a su padre. De vez en cuando se paraba, miraba a su madre, lo que le estaban haciendo, miraba a su hermano, miraba a los dos hombres que le iban acercando sus miembros, y volvia a su mamada. Julio cerraba los ojos y los volvía a abrir para mirar como su hija le chupaba la verga. Sentía su lengua lamiéndole el glande. Lo hacía muy bien, su pequeñaja. Ingrid, otras veces, sujetándole la polla por la base, abría la boca y alzaba la mirada buscando la de su padre, buscando su aprobación. Julio abría y cerraba los ojos y movía la cabeza de abajo a arriba, dando por sentado de que estaba más que complacido.
Era la segunda verga que conocía su boquita. La primera y única hasta ese momento era la de Iván, su hermano.
Tres teléfonos móviles lo seguían filmando todo.
Ingrid
Ingrid había hecho toda su escolaridad en un colegio de monjas. En un internado. Solamente volvía a casa los fines de semana. A los trece años, le bajó la primera regla. Hasta ese momento su sexualidad estaba totalmente adormecida. A partir de ese día, tanto su cuerpo como su mente despertaron, crecieron, se desarrollaron de manera rápida y sorprendente. Su compañera de habitación, Ana, un año mayor que ella y mucho más precoz, no tardó en darse cuenta. En pocas semanas, los senos de Ingrid crecieron hasta convertirse en un par de hermosas tetas, dos bellísimos meloncitos. También el vello púbico se puso a crecer como si lo hubieran adobado con mil fertilizantes.
A Ana le gustaban los chicos. Siempre estaba hablando de lo buenos que estaban, de las ganas que tenía que la desvirgasen, de lo bueno que tenía que ser chupar una buena polla. Ingrid la escuchaba gemir a menudo, por las noches, en el silencio monacal de la habitación. Sus gemidos no duraban mucho rato y se terminanban siempre con una especie de chillido gutural y un largo suspiro. Las primeras veces, Ingrid le preguntaba si se encontraba bien a lo que Ana le respondía riendo que sí, que se encontraba divinamente. Con el cambio físico, hormonal, Ingrid comprendió de qué se trataba y cuando la escuchaba masturbarse, ella también sentía un cosquilleo en su bajo vientre.
En el internado, los aseos y las duchas eran colectivos. Y fue en las duchas donde Ingrid tuvo su primera experiencia lésbica. Con Ana. Ingrid acababa de cumplir los catorce. Como tantas otras veces, cogieron sus toallas y se dirigieron a las duchas. Ana se enjabonaba frente a Ingrid, acariciàndose sus pequeñas tetas, como si estuviera en un espectáculo erótico. Ingrid la miraba y reía:
¿Qué haces? Cómo entre la monja...
Estoy muy caliente, amiga, dijo, poniendo una voz sensual a sus palabras y deslizando una mano a su entrepierna. Oh, ven, dame la mano. Tócame...
¡Estás loca! Como nos vean...
Anda, no seas miedica... Qué te piensas, que estas monjas no se masturban...
Ana le tomó la mano y se la condujo hasta su sexo. Ingrid se dejaba hacer, más por curiosidad que por deseo. La mano de Ana presionaba los dedos de la de Ingrid para que se hundieran en su rajita.
¿Notas mi clítoris? ¿Notas como se pone gordote?
Ay, no sé yo... ¿Qué quieres que haga?
Pero que inocente que eres... Anda, ven, abrázame...
Se abrazaron bajo el chorro de agua caliente. Ana la besó en los labios. Ingrid se apartó tímidamente pero Ana le sostuvo la cabeza y la volvió a besar. Le buscó la lengua con la suya. Como serpientes, sus lenguas se entremezclaron. A Ingrid, aquel besó le gusto mucho más de lo que se esperaba. La boca de Ana tenía gusto de chicle de fresa. Fue un morreo eterno. Ana le acariciaba las nalgas, se frotaba contra sus muslos; le buscó el sexo sin dejar de morrearla... Le acarició el clítoris como se lo hacía a ella misma. Ingrid gemía, jadeaba... Se separaron un poco. Ingrid se apoyó en la pared de baldosas. Cerró los ojos. Ana continuaba trabajando su clítoris con los dedos de una mano. Con la otra, le magreaba los pechos, le pellizcaba y retorcia suavemente sus pezoncitos:
¿Te gusta, pequeña zorra? Eh que te gusta...
¡Oh, sí! Me gusta mucho... No pares... ¡Oooohhh!
Te gusta oir como me masturbo todas las noches, ¿eh que sí?
Sí, si...Ana... ¿Qué me estás haciendo? ¡Oooooo! ¡Qué gustooo! ¡Síiii! ¡Aaaaaaaaaggggg!
Ingrid iba a recordar ese primer orgasmo toda su vida. E iba a haber muchos más. En la intimidad de su habitación, sus manos aprendieron a conocer todos los rincones de sus cuerpos; sus lenguas cataron sus más íntimos jugos. Ingrid perdió su virginidad gracias a los dedos de Ana. No le importó en absoluto. Estaba enamoradísima de ella.
Hasta el día en que fueron descubiertas en su habitación porque una alumna, seguramente celosa, las denuncio. Ana fue expulsada ipso facto. Ya tenía antecedentes. Ingrid, tras reunirse la directora con sus padres y recibir una fuerte reprimenda, pudo continuar en el centro. Pero ya nada fue igual.
Presente
Claudia, ensartada por el culo como una brocheta, se preparó psicológicamente para recibir una segunda polla en su coño. La de su hijo. Extendió los brazos hacia él y le dijo:
¡Ven, amor mío!
Iván se posicionó entre las piernas del hombre y por segunda vez aquella tarde la penetró profundamente. La vagina de Claudia rebosante de jugos exhalaba un intenso olor a hembra en celo. Iván podía sentir a través de la pared vaginal inferior como la otra polla se unía a la suya para colmarla por completo.
¡Ooohhh, Dioooosss! ¡Cómo te siento, vidaaa míaaa!
Y a mí, ¿no me sientes, puta? Le preguntó levantándola casi medio metro con una fuerte embestida.
Iván y aquel bestia sincronizaron sus movimientos pendulares de tal manera que consiguieron que sus vaivenes fueran simultáneos, como una maquina de coser, como una correa sin fin. Claudia se sentía como una muñeca de trapo, como una muñeca hinchable de última generación, con dos de sus tres orificios ocupados por miembros viriles...Le quedaba uno libre...
Ivan e Ingrid
Una noche, durante las vacaciones de verano, en la que los padres de Ingrid estaban de viaje, Iván se coló en su habitación y se acostó junto a su hermana. Esto ocurrió dos meses antes del asalto al chalé de los tres violadores. Hacía mucho tiempo que no le hacía el mínimo caso a su hermana. Al parecer estaba saliendo con una chica mayor que él, a la que nunca presentó a la familia – Ingrid nunca supo de quien se trataba, si bien corría el rumor de que era la mujer del entrenador de rugby.
Ingrid se hizo la dormida. Llevaba una camiseta y unas braguitas. Iván se había desnudado por completo. Se pegó a ella, a su espalda, y la abrazo posando su brazo sobre sus pechos...
Hacía dos años largos desde la última vez que hizo el amor con Ana. Dos años en los que Ingrid no hacía más que pensar en su amiga, sin encontrar ninguna otra chica que le produjera las mismas emociones. Y eso que lo había probado en más de una ocasión. La echaba muchísimo de menos. Se acariciaba muy a menudo. Pero no era lo mismo, ni mucho menos...
A pesar de que a menudo pensaba que su hermano era un borde pretencioso, también era cierto que lo quería con locura, como se quieren los gemelos, los mellizos. Además Iván se había convertido en un joven muy atractivo. Jugaba al rugby y entrenaba casi todos los días. Estaba “muy cachas”, como le decían en casa. Alto, moreno, con unos pectorales y unos biceps que mostraba con orgullo a la mínima ocasión. Ingrid tenía la impresión que incluso su madre se lo miraba de una manera impropia de una madre.
¡Qué buena que está mi hermanita! Le susurró al oído, mientras le sobaba las tetas por encima de la camiseta.
Ingrid sentía la fuerza de sus brazos, de su torso pegado a ella, de su pene erecto contra sus nalgas. Ella seguía haciéndose la dormida.
Sé que no duermes, bonita. Le dijo presionando su polla contra su culo.
Esto no está bien. Le respondió Ingrid, sin moverse.
Tengo ganas de ti... ¿Te parece mal?
Iván deslizó sus manos bajo la camiseta de su hermana y le agarró los pechos, turgentes y cálidos.
¡Qué tetas, por Dios! Como las de mamá...
Eres un cerdo, Iván.
Reproches, insultos pero sin resistencia alguna. Ingrid era conciente de que estaba abandonándose al acoso de su hermano. Se dejó quitar la camiseta. Ivan le quitó las bragas, también. Encendió la luz de la mesilla de noche.
¡Apaga la luz!
No...Quiero verte...Quiero que me veas.
Ingrid se quedó tendida de cara. Ivan le abrió las piernas y se arrodilló entre sus rodillas.
No cierres los ojos. Mírame. Primero, voy a comerte el coño, hermanita. ¿Te lo han comido ya?
Si.
Ah, ¿sí? ¿Y quién ha sido el afortunado?
Ingrid no quiso contestarle. Lo miró a la cara pero no pudo evitar bajar la mirada hasta su sexo. Le pareció increíblemente grande, muy largo y con una extraña forma, curvado hacía arriba. Ingrid engulló y soltó un “oh” de sorpresa.
Ja, ja, ja... Y yo he heredado esto de papá... ¿Quieres saber cuánto mide?
¿De papá? ¿Qué te hace decir eso?
Ya te lo contaré un día... No perdamos el hilo... ¿Quieres saberlo o no?
No. Ni me importa...
Iván se levantó. Ingrid se lo miraba atónita. Todo en él era músculo. Y esa polla majestuosa concentraba toda su atención. Además todo su pubis estaba totalmente depilado lo que aumentaba la sensación de longitud. Iván se puso a regirar en los cajones de la mesa de trabajo de su hermana hasta que encontró lo que buscaba.
Ya está. Una regla. Ahora podrás comprobarlo por ti misma.
Tú estás loco... Además, no creo que sea para tanto.
Parte de la erección había desaparecido. Iván se rió y le dijo que eso tenía remedio. Se acercó a su hermana, que se había incorporado un poco en la cama, le cogió la mano y se la puso sobre su verga:
Cógela...Ya sabes cómo va esto. Le dijo haciéndole el gesto de la paja.
¡Ni hablar!
Va, que te mueres de ganas...Anda, sólo para que veas lo que te pierdes, jajaja. Va, yo te ayudo...
Y así, primero con la ayuda de la mano de su hermano, y poco después sólo con la suya, Ingrid se puso a pajear a su hermano. Este se dejó caer hacia atrás. Ingrid se la bombeó con las dos manos. Ana le había contado muchas cosas sobre los chicos, sobre su pene, sobre la cantidad de esperma que soltaban al correrse, sobre cómo les gustaba que se lo hicieran con la boca. Ingrid no estaba segura de que Ana hubiese experimentado todas esas cosas pero, en cualquier caso, todo le parecía muy real cuando se lo explicaba.
Joder, hermanita... Que me voy a correr ya si sigues así de entusiasta... Acércame la regla...Puso la regla por encima de su polla. ¿Qué? ¿Cuánto?
Veintitrés centímetros. Eso es mucho, ¿no?
Pues sí, es mucho. La de la mayoría de los tíos mide entre quince y dieciséis centímetros. ¿Sabes cómo me llaman en el equipo?
…
Anaconda... Dicen que lo único que le falta para ser como la de un senegalés es el color. Y se volvió a reir. Ahora me toca a mí. Túmbate otra vez...
¿Me vas a follar?
Sí, hermanita...Pero primero te voy a comer ese coño que tienes y que lo huelo desde aquí... aunque antes tendré que encontrarlo en esa pelambrera que me llevas.
¿Cómo la de mamá, no?
Ni hablar... Mamá hace años que lo tiene totalmente depilado... Y le sienta muy bien...
Pero, ya está bien... Díme, cómo lo sabes tú, todo esto...
Vale. Luego te lo cuento...Pero lo primero es lo primero.
Iván la deleitó con un suculento cunnilingus, tal como le había enseñado la señora Martín, la mujer de su entrenador de rugby. Ingrid no era precisamente discreta cuando le llegaba el clímax: se contorsionaba como una epiléptica, chillaba como si la degollasen y se apretujaba las tetas como si fueran globos que quería explotar. Su hermano se quedó pasmado durante unos segundos pero no tardó en reaccionar y, cogiéndola de las caderas, la penetró con su estilete de veintitrés centímetros.
Durante unos largos minutos la machacó sin que ella hiciera otra cosa que jadear, gemir, berrear, encadenando los orgasmos, uno tras otro y chillando:
¡Cerdoooo! Cerdoooo! Cerdooooooo!
Cuando ella ya estaba colmada, sólo entonces se dio cuenta que su hermano seguía dentro de ella, con su vaivén infatigable. Y le dijo:
Por favor, no te corras dentro... No tomo nada...
No te preocupes, hermanita... Hoy no voy a regar tu flor... Voy a darte toda mi leche para que te la bebas...
Solamente de oir estas palabras, Ingrid se convulsionó en un cuarto y definitivo orgasmo. Su vagina era como una planta carnívora que devorase con ácido hirviente al pobre falo que había caido en su seno. Fue demasiado para Iván que salió raudo de ella y acercándole la polla a la altura de la cara de su hermano le pidió que se la chupara. La pobre sólo tuvo tiempo de abrir la boca. El primer lechazo, potente, copioso, le fue a parar directamente a su garganta. Ingrid se atragantó y le vino una arcada. Los siguientes manguerazos de semen fueron a parar a su cara, a su pelo, a la almohada. Ingrid agitaba las manos ante sí pidiéndole que parara. Y claro, no paró hasta que le salió la última gota de esperma.
Ingrid se levantó y salió corriendo hacia el cuarto de baño, insultándolo y mostrándole el dedo corazón alzado. Iván seguía empalmado. Silvia, la señora Martín, la mujer del entrenador, ya había tenido ocasión de gozar de la capacidad de Iván a mantener la erección a pesar de haber eyaculado. Así que la siguió hasta el baño y mientras la pobre Ingrid se lavaba la cara como podía y se enjuagaba la boca, Iván se pegó a su espalda y colocó la punta de su verga entre las nalgas de su hermana. El espejo del lavabo les devolvía una imagen con una carga de vicio inaudita: Ingrid, con la cara mojada, el rostro desencajado, pegotes de semen en su pelo; las manos de Iván aferrándole las tetas, cubiertas en parte por su propia lefa:
Abrete el culo, hermanita. Seguro que éste lo tienes virgen.
A Ana le gustaba mucho que Ingrid la penetrara el coño con sus dedos e incluso en alguna ocasión con la mano entera. Y a Ingrid, también le gustaba, aunque nunca iba tan lejos. La primera vez que Ana le metió un dedo en el ano, se dio cuenta de que le gustaba casi tanto como cuando se lo metía en la vagina. Ana le decía que era una auténtica guarra y le metía un segundo e incluso un tercer dedo. Ahora, su hermano iba a darle por el culo y en lugar de protestar apoyó su pecho contra el lavabo y con ambas manos se abrió las nalgas.
Joder, pero qué puta que eres, sister.
Le dolió un poquito. Su hermano no se iba con delicadezas. Su larga verga se alojó en su recto. Completamente. La dejó en su interior unos largos segundos. A la señora Martín le encantaba, aunque ella era más locuaz de palabra, siempre diciéndole las peores obscenidades que decía que la ponían todavía más cachonda. Ingrid sólo emitía unos guturales “ooohhh” y “aaahhh”. Mientras su hermano la sodomizaba, ella deslizó una mano entre sus muslos para poder acariciarse el clítoris.
Esta vez se corrieron los dos a la vez, sin saber cual de los dos gritaba más.
Me meo, hermanita. Dijo Iván sacándole la polla del culo.
Pero qué romántico que eres...
Ya. Y tú eres Blancanieves, no te jode. Aparta, que voy a mear...
¡No seas guarro! ¡No mees en el lavabo!
Ingrid apenas tuvo tiempo de separarse antes de que el chorro de orina le cayese encima de las manos. Realmente su hermano era un burro y estaba montado como un burro, pensó, no sin cierta satisfacción.
Presente
Ya nadie prestaba atención ni a Julio ni a su hija. Ya nadie filmaba. Solamente los dos teléfonos, el de la mesa de la televisión y el que estaba sobre la cómoda en el extremo opuesto del salón, seguían grabando. Sobre el sofá-cama, era casi imposible ver a Claudia. Un auténtico amasijo de piernas, de brazos, de cuerpos...Y en el centro de todo ello, Claudia. Insertada como un insecto. Sólo que en lugar de agujas eran pollas. Su boca acogía ahora la de uno de los hombres. La mano que le quedaba libre pajeaba la del tercero. Iván seguía dentro de ella, practicamente sin moverse, a punto de correrse por segunda vez. El hombre que la sodomizaba ya se había corrido pero su falo seguía vibrando en su recto. Era un cuadro de auténtica bestialidad. Solamente se oían mugidos, rugidos, soplidos, aullidos. Y los apagados chillidos orgásmicos de Claudia.
Ingrid proseguía su trabajo oral pensando en su hermano, su miembro, su cara de satisfacción y goce extremo al follarse a su madre; pensando en el momento en que su padre iba a eyacular. Pensando en cómo la miraba, en cómo le había gustado que la mirara así. También pensaba en su madre; en cómo la veía disfrutar con todos esos hombres haciéndole de todo... Y le vino a la mente una sentencia: mi madre es una puta.
Julio había aprovechado ese momento de inatención y, poco a poco, había conseguido aflojar las ligaduras que lo mantenían atado a la columna. Al final, logró zafarse de ellas y acto seguido se arrancó la cinta adhesiva que lo amordazaba. Ingrid lo vio enseguida, interrumpió la felación, se levantó y se abrazó a su padre.
¡Papá! ¡Haz algo!
Su padre se llevó el dedo índice levantado a la altura de su boca para indicarle a su hija que se mantuviera callada.
Lo siento, mi vida...No puedo hacer nada.
Justo en ese instante, los tres teléfonos se pusieron a sonar al unísono. La orgía que se desarrollaba en torno a Claudia se interrumpió inmediatamente. El hombre que acababa de eyacular en el culo de Claudia se deshizo énergicamente de la almagama de cuerpos que lo rodeaban y gritó:
¡Que alguien conteste, coño!
Era una llamada entrante de Don Andrés.
FIN DEL CAPITULO 3