Nota: Este es el mismo relato que subí ayer. Decidí resubirlo con el nombre del capítulo en lugar del título de la serie.
Placeres prohibidos
Las fotos eróticas de mi hija
Era la niña de mis ojos, mi mayor orgullo, lo único realmente bueno que había hecho en la vida. Siempre disfruté de cumplir con cada uno de sus caprichos. Ella, traviesa pero inteligente, nunca se aprovechaba de ese enorme poder que le daba. No exageraba con sus peticiones. Y cuando pedía algo demasiado costoso, o demasiado insólito, lo hacía tras haber pasado mucho tiempo de la última vez que me pidiera algo de ese nivel.
Luisana jamás me había traído problemas. Prácticamente se criaba sola, o al menos esa era la impresión que me daba. Su madre, Ely, se encargaba de los consejos femeninos. Por lo demás, nunca me vi obligado a intervenir en su vida. Era increíblemente correcta, y cuando parecía hacer algo fuera de lugar, lo hacía con tal gracia que resultaba imposible reprenderla. Es más, parecía hacer esas cosas a propósito, para poder parecerse más a una chica normal, o porque simplemente se deleitaba viendo cómo fruncía el ceño. Y es que su perfección a veces rayaba lo inverosímil.
Por todo esto me sorprendió muchísimo haberla encontrado en esa página pornográfica.
Todo había ocurrido de casualidad. Ni siquiera era asiduo a esa página en la que la encontré. Pero de alguna manera me topé con ese sitio triple equis. Después de ver varios posts, con los que enseguida me puse al palo, vi a un costado uno que aparecía en una pequeña ventana, como recomendado por los algoritmos de la página. El título era muy llamativo. “Chetita de dieciocho años de la que te ves a enamorar”.
En las primeras fotos no la reconocí. Supongo que tuve que haberlo hecho, pues, por más que tuviera el rostro casi completamente tapado por el celular con el que apuntaba al espejo, debí notar su contextura física, su cabello, su piel. Pero, en fin, supongo que nunca imaginé encontrármela en una página pornográfica, y por eso no sospeché la terrible verdad.
Luisana apareció primero con una remera negra y una calza del mismo color, que le daban un aspecto de Gatúbela que inmediatamente me llamó la atención. En la siguiente foto, también con el celular cubriendo su rostro, se encontraba con un pantalón blanco bajado hasta los muslos, mostrando un perfecto orto cubierto por una insignificante tanga negra. El título de la publicación no exageraba. Era una chica de la que fácilmente uno podría enamorarse. Llevé la mano a mi verga, dispuesto a masturbarme. Estaba en mi cama, haciendo fiaca para poder empezar el día, y ahora, con semejante estímulo visual, no pensaba levantarme sin antes desahogarme con un polvo solitario.
Justo en la tercer foto me percaté de que esa adolescente con la que me estaba excitando era Luisana, mi propia hija. Esta vez estaba posando de una forma que ya había visto muchas veces. Su trasero apoyado en la pileta del baño, mirando al espejo. El orto de mi hija de veía enorme desde esa perspectiva. Luisana tenía un culote blanco, y arriba llevaba un buzo gris, bastante grande.
Conocía muy bien ese baño en el que mi hija se había sacado esa foto subida de tono. Era el baño de mi casa. Sacudí la cabeza, sin terminar de creer lo que estaba viendo. ¿Qué hacía mi hija sacándose fotos para que un montón de pajeros desconocidos la vieran? Eso no iba con su personalidad. O al menos era lo que había creído durante todo ese tiempo.
Me quedé un rato viéndola. El hecho de que en el torso tuviera esa prenda que la cubría por completo, hacía que la semidesnudez de cintura para abajo resaltara aún más. La nena sabía lo que hacía. Tenía un cuerpo y unas facciones privilegiadas, y las usaba astutamente. Siempre estuve al tanto de su avasallante sensualidad, sobre todo desde su adolescencia, pero verla ahora me generaba sensaciones que se suponía que no deberían generarme.
Me pregunté cómo llegaron esas imágenes a esa página. Quien la había subido era un hombre, evidentemente. Al menos su Nick “Tonycierra” así lo indicaba. De seguro era un viejo pajero que dedicaba el tiempo a recolectar fotos de Instagram de chicas lindas que recién salían de la escuela. Aunque, por otra parte, esas fotos eran demasiado sensuales para ser de Instagram ¿o no? Además, no recordaba haberlas visto. ¿Sería que las había subido a “mejores amigos”? Eso podía explicarlo. Quizás se trataba de un exnovio despechado que, luego de la ruptura, las había hecho públicas como venganza. Si ese era el caso, debería hacer algo al respecto. Estaba muy malacostumbrado a no necesitar intervenir en la vida de Luisana. Pero ahora no me quedaría más remedio que hacerlo.
Estuve a punto de cerrar la página, pero de repente me entró la curiosidad. ¿Cuántas fotos había? Usando el mouse, me deslicé por la página, hacia abajo. Efectivamente, había más fotos de Luisana. Las primeras eran similares a las anteriores. Prendas ajustadas, poses sugerentes. El perfecto culo y la hermosa cara de mi hija como protagonistas. Sin embargo, a medida que fui bajando más y más, me encontré con que no todas las fotos eran así. De hecho, estaban puestas en ese orden a propósito, para que, a medida que uno fuera bajando, se encontrara con las imágenes más atrevidas al final del post.
La primera que me llamó la atención fue una en la que se encontraba boca abajo, con el celular en la mano. Lucía una tanguita negra, y parecía que no llevaba corpiño, aunque, por la posición, no se dejaban ver sus senos desnudos. Tenía un gesto provocador. Los labios gruesos separados. Su piel blanca siempre pareció tener un brillo anormal, que la hacía ver como una perfecta muñequita, y ahora eso se veía perfectamente reflejado en esa foto. La niña de cara angelical y de culo endemoniado. Una combinación que podía volver loco a cualquier hombre.
Luego siguieron los desnudos. Mi hija de dieciocho años posaba con descaro, mostrando las tetas. Pero eso era lo de menos. Su genitales se veían también en primer plano, al igual que su ano, expuesto de forma obscena, mientras ella separaba sus nalgas y miraba a la cámara con gesto desafiante. Finalmente había otras tantas en las que se autoestimulaba metiéndose un consolador en su sexo.
¿Cuándo había crecido tanto? Por más que quisiera verla como una niña, ya era toda una mujercita. Y su exacerbada belleza harían que tuviera experiencias sexuales con mucha mayor frecuencia que una chica común y corriente.
¿Y ahora qué carajos hago?, me pregunté. Quizás simplemente debería hablar con Ely, y que ella se encargara. Después de todo, eran cosas de mujeres, ¿no?
Sacudí la cabeza. No podía hacerme el tonto con eso. Me di una ducha de agua fría, tratando de ignorar la erección que se negaba a desaparecer. Esa misma tarde Luisana vendría a mi casa. Compartíamos la custodia con mi exmujer desde hacía dos años, aunque ahora que Lu ya contaba con la mayoría de edad podía ir y venir con el progenitor que quisiera. Me había pedido estar conmigo ese finde, y, por supuesto, no se lo negué. Ahora me daba cuenta de que, quizás, su insistencia en esos últimos meses en venir a dormir a mi casa había sido porque ahí se sentía con mayor libertad para sacarse esas fotos eróticas. Pensar en esto fue una excusa más para volver a ver ese post. En efecto, en cada una de las fotos había algún detalle que confirmaba que habían sido hechas bajo mi techo. Incluso esas en las que se penetraba con un enorme dildo se las había sacado en el pequeño dormitorio que usaba cuando venía a mi casa. Esta vez estaba mirando las fotos en la pantalla de la PC (me había mandado el link por email). Tuve que cerrar la ventana abruptamente cuando me percaté de que no podía evitar verla como a una mujer en lugar de como lo que era: mi hija.
Luisana llegó a casa al atardecer. Tenía puesto el uniforme de escuela, y, además de su mochila, llevaba un bolcito con las cosas que necesitaría en los próximos días. De todas formas tenía un ropero en su dormitorio, con ropa interior, pijamas, y algunas otras prendas, que no solía usar con frecuencia, pero que siempre venían bien.
—¡Papi! —exclamó.
Soltó el bolso y me dio un efusivo abrazo. Cuando estaba conmigo, por momentos, dejaba de ser esa adolescente inteligente y segura, y volvía a ser una niña. Mi niña. Eso me encantaba. ¿Cómo podría estar molesto con ese angelical criatura? Agarré su rostro con ambas manos y le di un beso en la frente. Luisana llevaba el pelo castaño suelto. Era lacio y brillante. Tan hermoso como lo era la propia Luisana. Los ojitos marrones siempre observaban con suspicacia. La piel era suave como el trasero de un bebé, y no tenía una sola imperfección. Mi hija era el arquetipo al que aspiraban todas las chicas de su edad. Hermosa, pero humilde; sensual, pero sin ser vulgar; inteligente, pero no una aburrida intelectual; inalcanzable, pero cordial, como una princesa que era amable con sus súbditos.
—¿Cómo estás, princesa? —le pregunté.
—Rebién —dijo Luisana.
Ya era el atardecer, y de repente el día se había puesto oscuro. Parecía que se venía un fuerte chaparrón. Realmente no hacíamos gran cosa cuando estábamos juntos. Quizás salíamos a cenar, quizás al cine. Lo que nos importaba era pasar el tiempo juntos. Así que esa lluvia no iba a arruinar ningún plan. Pero igual sentí que me daba mala espina, aunque no sabía por qué.
—¿Y… qué andás haciendo en tu tiempo libre? —le pregunté mientras cenábamos.
Una pregunta rara. O al menos la formulé de manera extraña, demasiado directa. Luisana abrió los ojos, como intuyendo que había cierta ansiedad en mis palabras. Tenía las pestañas arqueadas, lo que hacía que su mirada fuera más intensa de lo que ya de por sí era.
Me percaté de que también iba maquillada, y con los labios pintados de un rojo suave. De hecho, siempre iba así a la escuela, pero nunca había reparado en ello. ¿Y esa pollera gris no estaba demasiado corta? Supongo que ya era muy tarde para pensar en esas cosas. Solo faltaban unos meses para que terminara el colegio.
—Lo de siempre —respondió Luisana—. Preparándome para la universidad, yendo a las clases de inglés, gimnasio, patín artístico… Nada nuevo.
En efecto, mi dulce hija era una chica con muchas inquietudes, y que no le gustaba dejar las cosas a medias. Era un ejemplo. No era de esas chicas que andaban mostrando el culo en internet.
—Bueno, pero debés salir, tendrás algún novio o algo parecido —dije.
Ella sonrió, risueña.
—No tengo tiempo para esas cosas —respondió, con determinación.
El problema que tenía la pobre era que no solía encontrar personas que estuvieran a su altura. Para Luisana, el resto de los adolescente debían ser uno chiquillos.
—Sí, sí. Pero a veces es bueno socializar, Princesa —dije—. Además, debe haber algún chico que te interese.
Extendió la mano y la apoyó en la mía.
—Papi, el único hombre al que amo sos vos —dijo, con un precioso brillo en sus ojos.
Sonreí, y hasta me sonrojé un poco. ¿Por qué me ponía así? Si la que me estaba diciendo eso era mi hija, y no una chica a la que me quería llevar a la cama.
Debía hablar de lo de las fotos. Debía decirle que dejara de hacerlo. Pero no encontraba el momento oportuno de abordar tan incómodo tema. Y cuando terminamos de cenar ocurrió algo que postergó aún más la conversación.
—¿Eso es una gotera? —preguntó Luisana, aguzando el oído.
—¡Mierda! —exclamé, levantándome de la mesa.
El ruido provenía del pequeño cuarto que usaba mi hija cuando me visitaba. Y lo peor era que no era solo una gotera, sino dos. Ambas caían sobre la cama. El colchón ya estaba mojado, y, para colmo, no podía correr la cama, porque siempre habría una gotera que cayera sobre ella. No me quedó otra que quitar las sábanas y el colchón, y poner a este último contra la pared.
—Tu casa necesita algunas refacciones, ¿no? —dijo Luisana.
—Eso pasa cuando te divorciás desinteresadamente, y le dejás todo lo que tenés a tu exmujer, para que tu hija tenga la mejor vida posible —respondí, con tristeza.
—Qué tontito, si no te lo dije como reprimenda —dijo Luisana. Me agarró del brazo y se acurrucó sobre mí.
Nos quedamos en la sala de estar, viendo una película. Cuando Lu bostezó, supe que estaba en un aprieto.
—Bueno, yo podría dormir acá —dije, señalando el sofá en el que estábamos sentados—. Y vos dormís en mi cuarto.
—Estás loco. Si alguien va a dormir acá soy yo, que soy más chiquita. Vos no entrarías. Tendrías que tener las piernas colgadas, y te acalambrarías —dijo ella.
No me causaba ninguna gracia hacerla dormir ahí, pero lo que me decía era la pura verdad. Era una sofá de dos cuerpos, demasiado chico para reemplazar una cama. Me indignó el hecho de no poder brindarle las mínimas comodidades a mi hija. Pero la otra alternativa me resultaba inquietante, sobre todo, después de esa tarde en la que vi a Luisana desnuda, totalmente expuesta para el regocijo de miles de viejos verdes.
Puse unas almohadas en el sofá, y Luisana se acomodó ahí. Avergonzado, fui a dormir a mi cama de dos plazas. Pero un tiempo después, golpeó la puerta de mi dormitorio.
—Me equivoqué. Ese sofá es duro, y no creo que pueda dormir bien ahí —dijo, cuando le indiqué que entrara.
—Claro. Vení, dormí acá. Yo voy al sofá.
Luisana tenía un pijama azul de puños rojos, conformado por dos piezas que la cubrían completamente. Estaba lejos de tener el aspecto de esa chica audaz y provocadora que había visto hacía unas horas. No obstante, su sinuosa figura se advertía a través de esas prendas.
—No seas boludo —dijo ella—. Vos no vas a ir a ninguna parte. Haceme lugar.
Sin esperar a que yo respondiera, se subió a la cama. ¿Y qué podía objetar? La cama era lo suficientemente grande para los dos. Y ella no era otra cosa más que mi hija. De hecho, era absurdo no haber acudido a esa alternativa desde un principio, después de todo, era la más razonable.
—¿Qué te pasa hoy? Estás raro —dijo Luisana.
Las luces estaban apagadas, y su dulce voz resonó en la oscuridad.
—Nada —dije, haciéndome el tonto. Estaba convencido de que no era el momento ni el lugar oportuno para tocar el tema de las fotografías. Pero entonces Luisana encendió la luz.
—No soy tonta, ¿sabés? —dijo—. Sé que te pasa algo. Aunque quieras ocultarlo, me doy cuenta. Te conozco desde que tengo memoria.
Me dio gracia esa última frase. Luisana tenía la costumbre de decir esas cosas que parecían obvias, pero a la vez eran muy originales. Me di vuelta a mirarla. Tenía una expresión de enojo, cosa que me sorprendió. Fuera lo que fuera en lo que estaba pensando, definitivamente no era por lo de sus fotos en bolas.
—Estás saliendo con alguien, ¿no? —dijo, con un hilo de voz. Me sorprendió ver sus ojos brillosos, a punto de derramar lágrimas. Su enojo ahora se mezclaba con la tristeza y la impotencia—. Podés decírmelo, si es así —agregó después, aunque no parecía convencida de lo que estaba diciendo.
Luisana siempre había sido celosa, pero nunca se había mostrado de esa manera. La separación con Ely ya había sido hacía años. Era obvio que en algún momento iba a salir con alguna mujer.
—Pero si tu mamá se puso en pareja al poco tiempo de que nos separamos. ¿A ella le hiciste un escándalo también? —pregunté, evadiendo la respuesta, aunque en realidad no era necesario hacerlo, porque ciertamente, no estaba saliendo con nadie. Estaba disfrutando de mi soltería y no me molestaba para nada pasar largos lapsos sin sexo.
—No te estoy haciendo ningún escándalo. Solo te lo estoy preguntando —dijo ella.
—Te voy a ser sincero, princesa —dije, acariciando su mejilla con ternura. Encendí la luz—. No estoy saliendo con nadie, pero es probable que algún día lo haga. Si tu mamá rehízo su vida, bueno, yo también puedo hacerlo.
—Es diferente —dijo ella, con el ceño fruncido.
No solía comportarse como una caprichosa. Pero había ocasiones en las que se le metía algo en la cabeza, y resultaba imposible hacerla cambiar de opinión. Ni siquiera recordaba la última vez que se había puesto tan terca, pero ahí estaba esa versión un tanto irritante de mi hija.
—Diferente, ¿por qué? —pregunté.
—Porque soy mujer. Y siento celos de mi papi, no de mi mamá. Supongo que si fuera hombre sería al revés. Son esas cosas que no tienen explicaciones —respondió ella, con total normalidad.
—Eso no está bien Lu. Una cosa es el cariño. Hasta puedo comprender los celos. Pero ser posesivo no es bueno, ni sano.
—Ya lo sé —dijo ella, con un puchero—. Entonces… ¿no estás saliendo con nadie?
Suspiré hondo. De pronto Luisana se había convertido en la niña que debía proteger.
Entonces agarré el celular, y se lo dije. Luisana se mostró sorprendida y horrorizada cuando vio sus propias fotos en el teléfono.
—Hijos de puta —dijo. Ella no solía putear—. Están compartiendo mis fotos gratis. Con razón me bajó la cantidad de suscriptores.
—¿Cómo? —pregunté.
Entonces mi hija pareció recordar que estaba conmigo. Pareció avergonzada, y me desvió la mirada.
—¿Le dijiste a mamá? —preguntó.
—todavía no —respondí.
—No le digas nada, porfi, porfi, porfi —repitió una y otra vez, con las manos juntas, como en un rezo, con los ojos aún brillantes mirándome intensamente.
—Se lo tengo que decir. Es tu mamá —respondí, aunque con una determinación tan débil que ella pareció intuir que podía hacerme cambiar de opinión—. Primero explícame, ¿qué es todo esto? Es obvio que no subiste esas fotos a esta página. Pero… ¿por qué te exponés de esta manera?
—Porque sí —dijo, encogiéndose de hombros—. Me gusta. Y gano plata.
—¿Ganás plata? —pregunté, sorprendido. Luego reparé en algo que había dicho. “Me bajó la cantidad de suscriptores”—. No me digas que tenés Onlyfans.
Ella sonrió, divertida por lo escandalizado que me veía.
—Hoy en día es algo normal. Muchas chicas lo hacen. Y si no fuera por viejos verdes que se suscriben, no habría tantas chicas como yo que se dedican a esto.
—¿Viejos verdes? —dije, sintiéndome aludido—. Yo solo vi ese post por casualidad.
—Ya lo sé, tonto —dijo ella—. Además, no me estoy quejando. Simplemente es mi cuerpo. Yo decido exponerme de esa manera. Pero no me gusta que me roben las fotos y las suban gratuitamente. ¿Podés denunciar esa publicación, porfa?
—A ver, a ver. Es demasiada información en muy poco tiempo, Luisana —dije yo—. Si te soy sincero, ni siquiera estoy seguro de si es correcto permitir que lo hagas. Y tampoco me gusta que uses esta casa como escenario.
—¿Y a vos en qué te afecta? —preguntó.
—Ya te digo que no tengo en claro si está bien avalar que sigas haciendo esto o no. Además, si es tan normal como decís, bien podríamos contarle a tu mamá a ver qué opina.
—¡No, mamá no! —dijo ella, gritando—. Es una mojigata. No quiero lidiar con ella.
—No sé... —dije, exhausto—. Hagamos una cosa. Hablemos mañana —dije.
Luisana apagó la luz. Ahora realmente estaba incómodo. Cuando le mostré el celular me vi obligado a ver nuevamente algunas de las fotos. Luisana era de esas chicas que a cualquier hombre le resultaría irresistible. Con su belleza podría destruir naciones.
Para aumentar mi incomodidad, Luisana se acercó a mí, y me abrazó. Su pierna envolvía las mías. Luego empezó a masajearme la barriga, cosa que me sorprendió.
—¿Sabés qué me dijo Romi el otro día? —me preguntó, de repente. Romina era una de sus mejores amigas. Una de sus únicas amigas. Me sorprendió que volviera a hablarme, pero le indiqué con un gruñido que me develara el misterio—. Que le parecés muy lindo, y que si hicieras un poco de ejercicio y marcaras más tus músculos, hasta se acostaría con vos.
Me sorprendió la información. A mis treinta y ocho años no era un adefesio. Pero lejos estaba de pensar que podía atraer el interés de una chica de la edad de mi hija. Y tampoco dejaba de sorprenderme el contexto en el que me decía todo esto.
—Bueno, es un halago —dije.
—¿Te acostarías con mi mejor amiga? —preguntó ella.
—Por supuesto que no —dije yo, sin la menor convicción. Romina no estaba nada mal. Aunque no le llegaba a los talones a Luisana. ¿Pero por qué estaba pensando en mi hija en esos términos?
—Pero ¿por qué no lo harías? ¿Porque es chica? ¿Porque es mi amiga? —insistió ella.
—Supongo que por todo eso —respondí.
Sabía que estaba en un terreno peligroso. Si Luisana se molestaba porque imaginaba que estaba de novio, si creyera que estaba teniendo algo con su amiga, no sabía cómo podía reaccionar.
—No quiero que te la cojas. Ni a ella ni a nadie —dijo mi hija, intensificando los masajes en mi barriga.
—Okey —dije, solo para darle la razón. Todo eso se estaba poniendo muy raro.
—Lo digo en serio —dijo ella.
De pronto su mano bajó raudamente. Se metió por debajo del elástico de mi ropa interior, y se encontró con mi verga.
—Luisana… ¿Qué estás haciendo? —pregunté, petrificado.
Mi hija empezó a masturbarme. Sentir su delicada mano en mi verga era algo que no me vi venir.
—Mmmm ya la tenías media dura —dijo ella—. Estabas pensando en mis fotos, ¿no?
En efecto, yo no era de palo, y ver de nuevo sus fotos, y tenerla acostada a mi lado habían despertado ciertas sensaciones que no podía controlar. Pero una cosa eran esos impulsos primitivos, y otra cosa era llevarlo al plano de lo real. Y sin embargo, mientras Luisana me masturbaba frenéticamente, y la verga se me endurecía por completo, no atiné a impedir que siguiera adelante.
—Lu… princesa… esto… no deberíamos hacer esto —balbuceé, patéticamente.
—Entonces, ¿querés que me detenga? —dijo ella, deteniendo estrepitosamente la masturbación.
Me pregunté si estaba soñando. Estas cosas solo podían ocurrir en los sueños. O quizás también en la ficción. Había notado que muchos relatos eróticos que se subían a páginas similares a la que encontré a mi hija desnuda, era muy recurrente las fantasías incestuosas. Sobre todo, las de madre-hijo y padre-hija.
Entonces Luisana volvió a encender la luz, y la cosa volvió a tener tintes realistas, cosa que no estaba seguro de si era algo bueno o malo.
Miré a Luisana, aún asombrado. Me observaba con una sonrisa pícara en sus labios. Parecía que estaba haciendo alguna travesura. Era realmente hermosa. Incluso sin poder apreciar su perfecto cuerpo, pues estaba cubierta hasta los hombros por las sábanas, su hermoso rostro era algo con lo que podía deleitarme. Tenía una piel de porcelana, suave y sin impurezas. La nariz pequeña y respingona. Los labios carnosos, pero no demasiado gruesos. Los ojos grandes y expresivos. Acaricié su mejilla con ternura, como lo había hecho miles de veces, solo que ahora esa ternura iba acompañada de una incontrolable lujuria.
—No. No quiero que pares —dije.
Apenas terminé de pronunciar esas palabras, Luisana aferró mi verga con fuerza. ¿Cuándo había empezado a sentir deseos por mi propia hija? Claramente no había sido ese día, mientras veía sus fotos. Ese solo fue el detonante que había sacado a relucir ese deseo prohibido que tenía hacía mucho tiempo. Recordé, años atrás, cuando su cuerpo empezó a tomar forma. Sus senos crecieron, y sus caderas se ensancharon y se hicieron sinuosas. ¿No la había visto de una manera inadecuada ya en esos tiempo? ¿No se me habían cruzado fantasías pecaminosas? ¿Y qué tal cuando venía a visitarme con ese uniforme de escuela, con la pollera recortada, dejando sus piernas desnudas, y provocando la sensación de que, con una mínima brisa, su ropa interior podría quedar expuesta? Recordé también algunas vacaciones en la playa. Ella con una microbikini, paseando su belleza ante la mirada estupefacta de decenas de turistas.
Me acerqué y le di un beso.
—No sé a quién saliste tan hermosa —dije—. Ni si quiera tu mamá, en sus mejor momento, había sido tan hermosa.
Luisana solo sonrió, aceptando el halago sin agregar nada. Le bajé el pantalón de un tirón, con bombacha y todo. Me quité la remera, y ella se quitó la parte superior del pijama. Quedó desnuda. ¿Cuándo había sido la última vez que la había visto completamente desnuda?
Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal. A pesar de mi excitación, no podía quitarme se encima esa horrible sensación de estar cometiendo un crimen. Pero la naturalidad con la que Luisana manipulaba mi verga, me dio cierto alivio.
Entonces me puse encima de ella, y la penetré. Mi hija gimió. Su fisionomía se vio afectada por el movimiento, y reaccionó al placer de su sexo con un gesto que me pareció tan obsceno como encantador.
—Cogeme —dijo ella, entre jadeos, a pesar de que ya lo estaba haciendo—. Cogeme como cuando estaba en la panza de mamá —agregó después.
Me quedé petrificado. ¿De dónde sacaba ese fetiche tan perverso esa niña a la que, hasta hacía poco, consideraba impoluta? Ciertamente, el embarazo de Ely no había disminuido su lujuria. Más bien al contrario. Y muchas veces la había penetrado, mientras Luisana crecía en su útero.
La embestí con una violencia que desconocí, metiéndole la verga entera en su vagina.
—Así —dije, totalmente enloquecido por esa lujuria exacerbada que me había despertado mi Princesa. Era una lujuria bien diferente a la que había sentido antes. Una lujuria que no creí que existía. Mi cuerpo no parecía dar abasto con tanta calentura—. Así me cogía a tu mamá y a vos —le dije, como si un demonio me hubiese poseído.
Pero ella no pareció escandalizada, ni mucho menos. Después de todo, la propia Luisana me había instado a decir esas palabras.
Levanté sus piernas y ella apoyó los talones en mis hombros. Quedó completamente abierta, indefensa ante mis arremetidas. De repente me sentía se dieciocho años de nuevo. Mis movimientos pélvicos eran ágiles y veloces. Nunca había imaginado ser capaz de hacer semejante despliegue físico.
Los gemidos de Luisana llegaron a un punto en el que parecía ya completamente dominada por la lascivia. Dudaba que en ese momento pudiera pensar en alguna cosa en concreto. Yo mismo me sentía así. Todas mis neuronas, todas las células de mi cuerpo estaban concentradas en ese momento de infinito placer. Mi princesa acabó. Los flujos desbordaron su sexo, y mientras yo seguía penetrándola, chorritos de sus flujos salían disparados y terminaban en mis muslos, y en las sábanas. Un delicioso enchastre. El orgasmo de mi nena fue increíblemente intenso.
—¿Querés la leche de papito? —pregunté, pues ya estaba listo para eyacular. Ella asintió con la cabeza, todavía exhausta por el orgasmo que pareció ser inusitadamente violento—. ¿Dónde la querés?
Por toda respuesta ella abrió la boca y sacó la lengua. Qué putita resultó ser la niña de mis ojos, pensé, deleitándome con la escandalosa imagen que me estaba dando Luisana.
Me paré sobre el colchón, y empecé a masturbarme. Nunca había podido decirle que no a mi hija. Y si ahora pedía tomar mi semen, no se lo iba a negar. Sería un pésimo padre si lo hiciera.
Cuando la eyaculación ya era inminente, flexioné las piernas y le metí la verga en la boca, sin piedad. El semen brotó con increíble potencia. Luisana se atragantó con la leche de su papito, pero no la liberé de mi falo. Ese era su castigo por andar mostrándose desnuda por internet. Luisana tosió, pero se esmeró en tomarse tragarse toda la leche, hasta que en su rostro no quedó ninguna pisca.
Me dispuse a dormir junto a ella, mientras la lluvia seguía cayendo con fuerza. No dijimos nada. ¿Qué podíamos decir? Sin embargo, ambos sabíamos que a partir de ahí nuestra relación no sería la misma.
Luisana me abrazó, igual a como lo había hecho hacía un rato, solo que esta vez ambos estábamos desnudos.
—¿Ya te cansaste, papi? —preguntó, con un tono juguetón.
—Sí —respondí, con sinceridad. Y es que cuando uno ya está cerca de los cuarenta, no tiene las mismas energías que cuando tenía veinte—. Pero tenemos toda la noche. En un rato me voy a recuperar.
—¿Te ayudo? —dijo ella.
Pensé que iba a masturbarme, pero lo que hizo fue llevarse mi verga fláccida y pegoteada por el semen a la boca.
—Sí, bebé —dije, jadeando, sintiendo cómo mi instrumento volvía a endurecerse con una increíble facilidad—. Tenemos toda la noche, y también todo el fin de semana —agregué, regodeándome en el hecho de que aún quedaban dos días enteros en los que podríamos liberar nuestra pasión oculta.
Fin del capítulo
Los siguientes capítulos de esta serie serán: "el pequeño maldito" y "la extraña enfermedad de tía Eva", "La profesora socialista y el alumno liberal", y "El enemigo de mi esposo", y ya están disponibles en patreon, para quienes quieran apoyarme con una suscripción. Aquí iré subiendo un capítulo cada quince días Recuerden que esta serie es antológica, con capítulos autroconclusivos. Pueden encontrar el link de mi Patreon en mi peffil.