Cuando Conchi y Germán, mis vecinos de toda la vida, me contaron que habían vendido el piso me puse en lo peor. Debió de notarse por mi cara, porque Conchi no tardó en tranquilizarme.
—No te preocupes, Pablo. Se lo vendimos a una conocida de unos amigos que acaba de separarse. Viene con su hija. Sabes que no meteríamos aquí a nadie que pueda dar problemas en el edificio.
—Bueno, eso nunca se sabe, pero tranquila. Si no me dejan dormir vendo el piso y me voy con vosotros a la casita de la playa.
—Yo te adopto ya lo sabes —miro hacia su marido, que estaba entretenido con el móvil y añadió susurrando— Este cada día está más viejo y gruñón y voy a necesitar un joven amante que se cuele en mi casa por las noches.
—Ay Concepción… Si no fuera por el cariño que le tengo a tu marido... ¿Y cuántos años tiene la nueva? ¿Sabes que mis últimos 4 rollos fueron con recién separadas?
—Ella unos 50, yo la veo muy mayor para ti, pero es guapa. La hija creo que tiene 19.
—Bueno, esperemos que la hija no haga fiestas que se le vayan de las manos. Y si los hace al menos que me invite.
Las nuevas vecinas llegaron un par de semanas después, con dos camiones de mudanzas y varios empleados que subían y bajaban. A la madre se le veía muy cómoda organizando y dando órdenes. Se llamaba Paula, y como me había dicho Conchi rondaba los 50. Era morena con el pelo largo y liso, y unos ojos negros enormes en los que se leían muchas preocupaciones y noches sin dormir. La hija era rubia y al contrario de su madre tenía ojos azul cristalino y un tipazo. Iba con un vestidito corto y los empleados no le quitaban ojo mientras subían cajas y cajas sin parar. Me parecieron bastante bordes las dos, aunque lo asocié al estrés de la mudanza. No me acerqué. Pasaron un par de semanas hasta que coincidí con Paula en el ascensor por la mañana temprano.
—Hola, me llamo Pablo. Soy el vecino de enfrente.
—¡Ay, hola! Jo perdona, tenía pensado pasarme a presentarme y saludar. ¡Yo soy Paula, encantada!
—Igualmente —nos dimos dos besos— Cualquier cosa que necesites avísame, suelo estar por casa últimamente.
Hacía un par de meses que había dejado mi trabajo en una agencia de publicidad y me dedicaba a tiempo completo a escribir. Ganaba mucho menos, pero vivía mucho más feliz.
—Genial gracias. Con saber que no soy la única que madruga tanto ya has hecho suficiente por mí. ¿Vas al gimnasio o qué? Por la ropa digo...
—Si, me gusta entrenar a esta hora. ¿Cuál es tu excusa?
—Yo entro a las 7 a la oficina.
Empezamos a coincidir a veces por las mañanas y se fue abriendo conmigo en esos pequeños trayectos de ascensor desde el tercero al menos tres. Ella estaba pasando por un proceso de separación complicado.
—Te tienes que descargar Tinder.
—Que voy a hacer yo ahí...eso es para jóvenes quita, quita...
—Hay gente de todas las edades—
—Ni de coña... Además, no voy a llevar a un tío a casa con Mara, no quiero que piense que su madre es una zorra. En fin, me voy corriendo que llego tardísimo para variar, hasta mañana guapo.
Con Mara (su hija) coincidía muy poco. A veces cuando yo llegaba del gimnasio ella salía a clase. Su madre me contó que estudiaba medicina. Iba siempre hacia la parada del bus mirando el móvil. Una mañana me crucé con ella y llevaba una falda de tablas negra con cuadritos pequeños y una camisa blanca apretada con los botones sueltos que le hacía un escotazo.
— ¡Buenos días! ¿A la universidad?
—Pues sí, qué remedio, pero ya perdí el bus y voy a llegar tardísimo.
—Si quieres te llevo.
—Pues... no sé. ¿No te da mucha pereza?
—Iba a ir por la tarde a hacer unos recados... voy ahora y me los quito de encima. venga sube!
—Vale, mil gracias.
Casi no habló durante el trayecto. No pude evitar mirarle el culo cuando se bajó del coche. Unos días después por la mañana me encontré con Paula en el ascensor.
—Oye gracias por llevar a mi hija a la Universidad, pero que no se acostumbre…
—Jajaja coincidió así, se le echó el tiempo encima.
—Si en ese sentido somos igualitas. Por cierto...mira —me enseño la pantalla de su móvil. Se había descargado Tinder— ¡Al final te hice caso!
—¡Wow! ¿Y qué tal? ¿Alguien interesante?
—Pues sí, llevo una semana hablando con un tío y… ¡Me encanta! —se puso roja mientras lo decía— Tengo ganas de quedar con él la verdad. Me dijo de vernos el sábado por la noche, pero es que no quiero dejar sola a Mara.
—Bueno ya es mayorcita.
—Ya, pero si pasa cualquier cosa no tiene a quién llamar. Además, se está acostumbrando al piso nuevo y no creo que se sienta cómoda de noche sola. Pensé en contratar a alguien, pero no sé si le hará mucha gracia que le ponga una niñera a su edad.
—Bueno, yo no tengo nada que hacer el sábado. ¿Crees que conmigo no le resultará tan incómodo?
—A ver, lleva desde el otro día sin parar de hablar de ti... pero no te puedo pedir eso...
—Para eso estamos los vecinos, y así me debes un favor. Dile al de Tinder que sí y avísame a qué hora vengo.
He currado de mil cosas. Camarero, dependiente, haciendo fotocopias, montando escenarios, pintando casas, en la vendimia, pero hacer de niñero era nuevo para mí. El sábado a las nueve bajé al tercero y me abrió Paula. Llevaba un vestido corto negro lencero de tiras y estaba impresionante.
—Un tipo con suerte el de Tinder... —dije mientras la recorría de arriba a abajo.
—¡Muchas gracias! Pedid lo que queráis para cenar Mara ya tiene mi tarjeta. Cualquier cosa me avisas y vengo.
—Disfruta, y no vuelvas hasta mañana por la mañana. Yo me duermo en el sofá.
Mara bajó a despedirse. Llevaba un vestido corto playero de tiras con bastante escote. Su madre la miró de arriba abajo con un gesto de desaprobación al verla con tan poca ropa, pero no dijo nada y se marchó a su cita.
—Bueno, tú dirás señorita. ¿Ponemos una peli?
—Venga, yo no tengo mucha hambre, pero si quieres pedir algo… Si no, tienes sushi en la nevera que pedimos un montón para comer.
—El sushi me vale.
Me trajo el sushi y una copa de vino y para ella solo un vaso de leche grande. Pusimos “Olvídate de mí” de Michael Gondry. Al cabo de un rato preguntó:
—¿Y tú no tienes novia?
—No, ¿y tú?
—Bueno, hay un chico, pero me aburro con él… Parece que prefiere jugar al wow a echarme un buen polvo.
Me dio un ataque de tos, no me esperaba la pregunta. Ella se partía de risa por mi reacción.
—¿Qué? ¿Te has puesto nervioso?
—Bueno, no sé si deberíamos hablar de esas cosas tú y yo, y menos estando solos.
—Vale, vale, disculpa.
Hubo unos minutos de silencio incómodo. Yo hacía como que atendía a la peli, pero no podía dejar de pensar en lo que Mara me había contado. ¿Qué sería para ella un buen polvo? ¿Qué clase de chaval de su edad podría preferir un videojuego en vez de estar todo el día follando con esa rubia? Yo a su edad solo pensaba en follar a todas horas, con quien fuera. Va a ser cierto eso de que los videojuegos les están afectando…
—¿Te importa? —dijo mientras se estiraba. Yo estaba sentado y ella tumbada a todo lo largo del sofá. Sus pies quedaron sobre mis muslos casi sobre mis rodillas. Terreno peligroso Desde el “buen polvo” estaba algo excitado y podía notarlo.
—Claro, como si estuvieras en tu casa.
Al estirarte se le subió un poco el vestido. Creo que lo hizo sin darse cuenta (o al menos lo disimuló muy bien). El caso es que quedaron sus braguitas a la vista. Eran rosas y semitransparentes, dejando intuir tras ellas que iba totalmente depilada. Si ya estaba algo excitado, verla así fue la gota que colmó mi erección, imposible de disimular. Solo podía confiar en que Mara no apartase la vista de la peli. Para colmo yo seguía mirando sus braguitas y eso no me ayudaba. Ella se escurrió un poco más y tenía el vestido totalmente subido. Cuando se dio cuenta se incorporó y sus pies rozaron mi polla, que a esas alturas palpitaba con vida propia.
—Joder Pablo… sí que te está gustando la peli
—Eh, no es lo que… bueno, si lo es. Perdona Mara ya me muevo.
Ella puso su pie sobre mi polla de nuevo, se quitó las braguitas lentamente con una mano mientras con la otra se acariciaba entre las piernas.
—No pasa nada, yo llevo empapada desde que entraste en casa…—dijo enseñándome los dedos— ¿Quieres probarlos?
Estaban empapados. Claro que quería probarlos. Quería chuparle los dedos y luego meter la cabeza entre sus piernas, pero era la hija de mi amiga. La había dejado a mi cargo. No podía hacerlo. Me puse de pie y me tapé el paquete con un cojín.
—Enserio, para.
—¿No te gusto? Viendo lo que escondes ahí…quién lo diría. Pero bueno, tú te lo pierdes. Me voy a mi habitación y tú puedes pirarte si quieres. No me hace falta un niñero.
Se marchó y dio un portazo. Yo me dejé caer en el sofá. ¿Qué coño acababa de pasar? En la tv Kate Winslet con el pelo azul leía en una cafetería. No sabía si debía irme o quedarme. Al rato me llegó un mensaje de su madre.
—¿Qué tal? ¿Todo bien? Estamos yendo a su casa… y pinta bien. ¿De verdad no te importa si me quedo a dormir?
—Todo bien. Tranquila, me quedo a dormir en el sofá. Pásalo bien.
—De sofá nada. ¡Vete a mi cama!
Aunque me daba un poco de palo, era una tontería dormir en el sofá estando la cama libre. Recogí el salón antes de irme y en el sofá quedaban las braguitas de Mara. Me las metí en el bolsillo y apagué la luz. De camino pasé por su habitación, que tenía la puerta cerrada. Llamé, pero no hubo respuesta.
—Cualquier cosa me quedo en la habitación de tu madre, buenas noches.
La habitación de Paula era grande y austera. No tenía cuadros, papel pintado ni mesitas de noche. Solo un armario y una cama de 2x2 que además de grande era comodísima. Tenía sábanas de algodón egipcio, una auténtica gozada para los que nos gusta dormir desnudos. Saqué las braguitas de Mara y me metí en cama, Estaban húmedas y olían a sexo. Las puse entre mi mano y mi polla y empecé a masturbarme con ellas lentamente. Cerré los ojos e imaginé a Mara en el sofá pidiéndome que le echara un buen polvo. Con la polla a punto de explotar, me contuve, en parte por no manchar las delicadas sábanas de mi vecina y en parte porque quería alargar aquella paja un poco más. Ahora visto con perspectiva, ese fue el momento clave. Quizás si me hubiera corrido en ese momento no habría pasado nada de lo que pasó a partir de esa noche…
Me fui al baño y me empecé a pajear. En el espejo del lavabo había varias fotos de las dos y de cada una por separado. Me centré en una de Mara en la que el sol le daba de lleno en los ojos claros. Su mirada cristalina, su pupila contraída, casi de gata, sus labios carnosos. Tenía la punta empapada e imaginaba cómo se relamía arrodillada ante mí. A punto de correrme de nuevo frené y me puse un bóxer. Fui por el pasillo sin hacer ruido hasta la puerta de Mara. La puerta estaba entreabierta y me asomé.
Su habitación era mucho más bonita que la de su madre. Entraba algo de luz de la calle y se podía intuir que el papel pintado era color crema, con sutiles flores en tonos pastel Me asomé un poco. La cama estaba del lado contrario, a medida que abría lentamente la puerta iba descubriendo la habitación: una alfombra blanca de lana, varios cojines azules por el suelo, Mara sobre la cama durmiendo desnuda… Estaba de lado, de espaldas a la puerta, y tal y como tenía la puerta solo le veía el culo y las piernas. Saqué sus braguitas del bolsillo (Sí, me las había traído) y me pajeaba con ellas mirándola. Pero quería más y abrí la puerta casi del todo. Su espalda. Su melena rubia. Di un paso y ya estaba dentro de la habitación, otro paso. Había una bolsa de Louis Vuitton sobre el espejo, era un poco pijita mi vecina rubia. Estaba casi sobre ella y me pajeaba sin parar, con unas ganas enormes de tocarla y de correrme, pero concentrado en no despertarla. Ella se dio la vuelta, pensé que se había despertado, pero seguía dormida, ahora boca arriba, dándome una magnífica vista de sus tetas. Sobre la mesita de noche un vaso de leche (quizás por eso había salido de la habitación, no podía dormir y fue a la cocina) Yo ya me pajeaba a unos centímetros de sus tetas cuando estaba a punto de correrme y ella abrió los ojos, desorientada. A nada estuve de acabar sobre ella
—¿Qué haces Pablo? —sonreía y me miraba a la polla.
—Sigue durmiendo, solo vine a traerte esto —dije dándole sus braguitas— que te las dejaste en el salón, ya me voy.
—Espera, no te puedes ir así. —dijo mientras se incorporaba.
Me senté al borde de la cama con la polla como una piedra. Ella no dejaba de mirarla. Se bajó al suelo y se puso de rodillas entre mis piernas. Ya no había vuelta atrás.
—Déjame que te agradezca como es debido que hayas venido a cuidar de mí esta noche.
—¿Y cómo vas a hacer eso? —le dije mientras me masturbaba a solo unos centímetros de su boca.
Me miró con una sonrisa traviesa y se hundió lentamente mi polla en la boca, bajando la mirada. No había contacto visual y solo veía su melena rubia. Después de unos segundos la sacó y se dedicó a lamerla desde la base hasta la punta como si se comiese un helado, lanzándome sonrisas y miraditas con sus ojos casi transparentes y volvió a metérsela entera. Le acariciaba el pelo con ambas manos y se fue apoderando de mí un deseo salvaje, animal. Mucho más primario. Agarré su cabeza con ambas manos y empecé a moverla, lentamente. Tenía el pelo muy alborotado y yo empecé a entrar hasta su garganta. Necesitaba mirarla a los ojos y le eché el pelo hacia atrás, quitándolo de su frente, dejando su bonita cara al descubierto y recogiéndolo en una coleta que sujetaba con mi mano derecha. Antes de tirar de su coleta lo suficiente para sacar mi polla entera de su boca disfrutaba manteniéndola el mayor tiempo posible, sujeta y metiéndola hasta el fondo de ella. Viendo como sus ojos se llenaban de lagrimones, mirándonos fijamente. Ella solo tenía que hacerme la señal dándome palmadas en los muslos y yo echaba su cabeza hacia atrás liberándola. Lo repetimos varias veces, yo controlando mis ganas de correrme y ella controlando sus arcadas. Una de las veces quiso aguantar más de lo que podía, y me avisó demasiado tarde y le dio una arcada muy fuerte. Yo se la saqué de la boca y empezó a toser. Dejé que se recuperara.
—¿Estás bien, rubita?
—Sí —no paraba de toser y tenía los ojos rojos y brillantes— Me gusta aguantar mucho para complacerte…
—Sí y a mí me encanta, pero no puedes forzar tanto… Bebe un poco de leche te vendrá bien…
Cogió el enorme vaso de leche y empezó a beber, mirándome con cara traviesa mientras lo hacía. Casi todo el vaso del tirón, y dejó que el último trago se escapara de su boca, cayendo por la comisura de sus labios hasta sus tetas. Me miraba con la boca abierta y la lengua fuera.
—Fóllame la boca como te dé la gana.
Fue como si algo en mi hiciera un clic. Me puse de pie y agarré su cabeza con ambas manos. Se la metí de una embestida hasta la garganta y empecé a mover las caderas y su cabeza. Notaba la punta de mi polla batiendo contra su campanilla y las arcadas no tardaron en volver. Ella se agarraba con fuerza a mi culo, aguantando las bruscas folladas y las arcadas no tardaron en llegar, igual que mis ganas de correrme. Flexione las rodillas y moví su cabeza muy rápido. La leche que acababa de beber empezó a salir exactamente igual que había entrado, dejando mi polla y sus tetas totalmente blancas.
—Me corro Maraaa!!!
La agarré con firmeza, los pulgares en su frente y la mantuve así, mirándola a los ojos llorosos mientras me corría muy dentro de su garganta y me dejé caer hacia atrás en la cama. Ella se tumbó encima de mí con sus tetas llenas de leche. Estábamos pringosos y olíamos a sexo.
—Me ha encantado como usaste mi boca —dijo con una sonrisa de oreja a oreja— Se lo he pedido muchas veces a mi novio porque lo veo en videos, pero me dice que estoy loca…
—Pues el loco es él —le acariciaba el pelo— a mí sí que me ha encantado
—Tenemos que limpiar esto antes de que vuelva mi madre
—Tu madre me escribió hace un rato que esta noche no vuelve
—¿Se va a follar al de Tinder? Como me alegro, el otro día le cogí el móvil mientras se duchaban y tienen conversaciones muy guarras. Ella le contó que de lo que más ganas tiene es por el culo. ¿A ti te gusta hacerlo por detrás?
—Mucho. y a ti?
—No sé, nunca lo he probado, pero me encantaría. Quiero probarlo todo y luego decidir qué me gusta y qué no.
—Pues tenemos toda la noche por delante…