Hacía calor. Mucho calor. Mi marido había tenido que viajar por trabajo y yo estaba encerrada en casa, escapando de ese sudor horroroso que te persigue por todas partes. No me gusta el sudor, ni siquiera después del sexo. Llamadme pulcra en exceso, pero me gusta el cuerpo humano muy limpio. Por eso nunca dejo que mi marido me coma al despertarnos, por muy cachonda que me levante. Quiero estar limpia.
Aquel día ya llevaba dos duchas antes de comer, cuando entró un mensaje de WhatsApp. Mi sobrino Nacho estaba con su nueva novia de visita por la ciudad y querían quedar para que la conociera. Mi sobrino Nacho, el guapo. 23 años, uno ochenta, moreno, deportista, pelo perfecto, siempre morenito. Estudió en ICADE y las tenía locas a todas. Ahora está haciendo un Master en Barcelona y ahí es donde conoció a María. En realidad, no es mi sobrino, es el hijo de la hermana mayor de mi marido. Pero siempre hemos tenido una relación muy próxima, “Tita Carmen” me llama.
Por esas cosas de familia, lo tengo en Instagram (el oficial, no el que uso para otras cosas) y cada vez que cuelga una foto suya en traje de baño, me muero. Es que a todo lo que os he contado hay que añadir que está buenísimo, que tiene una sonrisa que baja bragas ella sola, y que a veces se le marca un bulto impresionante ahí abajo. Sobre todo, cuando sale en las fotos con esas pijitas de las que se rodea y que se frotan con él, las muy zorritas. Golfas. No es mi sobrino de verdad, pero el tabú está ahí. Me siento culpable de ese deseo, pero hay tanto porno de familia que a veces mi cabeza enloquece y se va a Nacho.
Con aquel calor, no tenía ganas de salir, así que les dije que vinieran por casa sobre las 7 y tomábamos algo. Prepararía algo de comer fresquito, un guacamole y un poco de jamón, y con el aire acondicionado de casa no estaríamos tan mal. “Me encantará comer lo que quieras darme, Tita”. Con esa respuesta, tragué saliva. ¿El calor me estaba afectando? ¿Nacho me estaba entrando? “Quieres que llevemos algo?” Este mensaje era más normal, yo estaba delirando claramente. “Ya lo pongo yo todo, jovencito”. En realidad, lo que quería escribir era “ya me has puesto tú toda”, puesto cachonda como a un perra.
Decidí darme una ducha bien fría, para intentar tranquilizarme. Pero acabé cogiendo, de camino a la ducha, el vibrador pequeño del escondite y me lo llevé conmigo. Me ayudaría a sosegarme con un par de buenos orgasmos. Tenía las hormonas enloquecidas y vivía sobreexcitada, no sabía qué demonios me pasaba. Menos mal que estaba encontrando remedios, naturales y artificiales, para esa situación y mi pequeñín supo darme lo que quería.
Dormí una buena siesta y me desperté como nueva. No me dio ningún trabajo preparar lo que les iba a servir y cuando faltaba media hora para que llegaran, decidí arreglarme un poco. Nada de pintarme, con este calor se derretiría todo y estaría ridícula. Pero sí vestirme bien. Pelo recogido para el calor. Un vestido blanco, ajustado de cintura para arriba, que son los que me sacan partido. Nada excesivo, arreglada pero informal. ¿Y debajo?
La duda, como siempre, apareció delante del espejo. Miré hacia la ventana. Hoy sí estaba bien cerrada. Aunque no me habría importado volver a tener a Javier mirándome. Desde aquel día de juego sensacional, no le había vuelto a ver por el edificio, y me temblaban las piernas pensando en qué pasaría el día que nos cruzáramos en el ascensor. Yo recordaría su polla al otro lado de la ventana, pero él tenía mucho más que recordar, me había visto completamente cachonda y emputecida con mi consolador…
Acabé mordiéndome los labios al comprobar que mis pezones se habían disparado. El recuerdo de mi sesión de masturbación, con espectador incluido, había sido demasiado. Me quité la camiseta y miré mi pecho en el espejo. Con el calor, andaba por casa sin sujetador. Me daba bastante vergüenza reconocer que haber tomado el sol en topless en el jardín de la casa de la playa me había dejado un color estupendo. Mis areolas disimulaban un poco más en un pecho morenito. El vicioso de mi marido había tenido razón. Me acordé del primer día que tomé así el sol y él se masturbó desde la ventana, mirándome como un adolescente, mientras yo fingía no verle y me excitaba como una cerda. Por si mis pezones necesitaran aliados, mi cabeza no paraba de atacar con estímulos tremendos.
Fuera bragas también y a pensar qué me ponía. ¿Estaba loca? Mi sobrino y su novia venían a picar algo y yo estaba pensando en mi ropa interior. Me di cuenta de por qué. Porque la competidora que llevo dentro quería medirse con esa nueva chica, con esa María a la que no conocía de nada. Me imaginaba un bombón con cuerpo de modelo, pelo perfecto, sonrisa tonta, cabeza hueca y piernas siempre abiertas para Nacho… y quería desafiarla. Que viera que con casi 50 una mujer puede seguir siendo atractiva. ¿Cómo no iba a pensar que me estaba volviendo loca, con esas ideas rondándome?
Loca o no, decidí ponerme algo precioso. Fui al cajón de abajo del sinfonier y saqué un conjunto de seda azul oscuro que me había regalado mi marido. Precioso, y le daba a mi pecho una forma preciosa. Tonta, ¿cómo te vas a poner azul oscuro debajo de un vestido blanco? ¿Qué quieres parecer, una golfa? Blanco con blanco. Así que esa fue la elección, puro encaje en mis braguitas. Sujetador balconette, el que ya nunca me ponía para diario, haciendo mi pecho redondo y provocador. Me fui al espejo, ajusté las tiras del sujetador y me miré.
Me gusté. El blanco hacía resaltar mi color moreno mucho más y estaba casi guapa. Tampoco me pidáis milagros de autoapreciación. La braguita me estilizaba las piernas, al ser un poco alta. Y pensar que estaba haciendo todo eso para un público inexistente… Nadie me iba a ver así. Pero yo sabía que estaba atractiva. Me puse el vestido, comprobé que me seguía sentando como un guante, y al poco rato sonó el timbre. Nacho llegaba puntual.
Estaba más guapo incluso que de costumbre. Qué bien le sentaba el verano. Un polo rojo perfecto, marcando lo cachitas que estaba, pero sin exagerar. Bermudas por encima de la rodilla, ideales, como bajado de su yate. Ni un pelo en las piernas, depilado como un nadador. Dos besos cariñosos, apretándome contra él, lo que hizo que con mi sujetador fuera una experiencia muy interesante… Y me presentó a María.
Qué monada de niña. Todos mis prejuicios se vinieron abajo al verla. Era un chica que irradiaba dulzura, no la putita a la que yo quería desafiar. Un poco más joven que Nacho, era más o menos de mi altura y de mi peso, pero con una sonrisa que deshacía. Le di dos besos y les hice pasar. Cuando entraron, me fijé en que el vestido azul claro que llevaba le hacía un culito perfecto. Muy discreta por delante, poco pecho, pero con un puntito muy sexy por detrás. Era una muñeca
Y se veía a la legua que estaba loca por Nacho y Nacho por ella. Sentí un punto de celos. Nacho, que se había tirado a todas las chavalas que había querido, siendo siempre un amo, ahora estaba completamente rendidito a María. Era tan tierno ver cómo se ponían ojitos… Les serví una copa de champán a cada uno y otra para mí y empezamos a hablar. No quisieron contarme cómo se conocieron, algo misterioso había ahí que me tenía escamada. Imaginé Tinder o alguna cosa así, no me imaginaba a Nacho pidiéndole un libro a María en una biblioteca.
Cuando nos dimos cuenta, ya estaba sirviendo la segunda botella. La temperatura de la casa y de la bebida eran perfectas y no teníamos nada que nos lo impidiera. Nadie iba a conducir y ellos no habían quedado después. Pensaban ir a ver Oppenheimer, pero estaban tan bien en casa que ya irían otro día. A medida que la conversación avanzaba, yo ya era “Tita Carmen” para los dos, y mi gatita respondía al nombre de Mery. Me estaba divirtiendo con ellos y me encantaba ver cómo Nacho la tocaba en cuanto tenía ocasión y pensaba que yo no les estaba viendo.
Me encantó el morreo que le dio cuando fui a buscar la tercera botella. Lo vi todo en el espejo del pasillo, agazapada como una tigresa de caza. Se echó encima de ella cuando me vio alejarme, sin saber que yo estaba espiándoles. El champán se me estaba subiendo y algo empezaba a despertarse dentro de mí. Mery no le rechazó, sino que sus manos buscaron el culo de Nacho de una forma muy muy sensual. La muñequita también sabía jugar. Les vi un rato y luego tosí para darles tiempo a colocarse, muy formales.
Cuando terminamos la botella, estábamos todos bastante animados. No estábamos borrachos, pero a todos se nos había soltado la lengua. Y algo más que la lengua.
- Supongo que ahora ya no se hace, pero antes, cuando queríamos ser atrevidos, jugábamos a la botella - me reí un poco como una tonta
- Tita, qué traviesa eras - contestó Mery con una sonrisa
- Ahora hay apps para eso - rió Nacho
Se acercó a mí desde el sofá y buscó algo en la pantalla de su iPhone. Seleccionó una app y me la enseñó. Era una especie de dibujo manga donde varias chicas con pechos desproporcionados rodeaban a un tipo de cabeza redonda con los ojos muy abiertos y la boca del tamaño de un buzón de correos.
- ¿Qué es eso? ¿Chicho Terremoto?
Los dos rieron con mi recuerdo vintage.
- ¿Jugamos una partida? - preguntó Mery
- Tita, ¿te animas?
- ¿Queréis jugar a una versión de “verdad, consecuencia o beso” conmigo? ¿Os está fundiendo el calor la cabeza?
- Lo pondremos en modo soft - dijo Nacho -. Puede ser muy divertido
- Es muy divertido y en ese modo te ríes y nada más - añadió Mery -. Juega, por favor, nos va a encantar compartir esto contigo.
Sabe Dios por qué, acepté.
- La app propone retos y, si se falla, impone un castigo. Pero estamos en modo soft, Tita, para preguntas y para penitencias - la sonrisa de Nacho derretiría un iceberg.
- Juguemos, venga - acepté yo, entre escéptica y excitada
- “¿Quién te dio tu primer beso con lengua?” - me preguntó el teléfono. Y eso que era la versión suave.
¿Le contaba a aquellos dos que mi primer beso con lengua había sido con mi primo Antonio, cuando yo tenía 16 años y él 25? ¿Qué iban a pensar?
- Pagaré, no quiero contaros eso
- ¡Que se cumpla el veredicto!
Nacho pulsó el botón y la máquina pronunció mi condena: “Dale un beso, sin lengua, a otro de los participantes”. Suspiré, me acerqué a Mery y le di un besito en la mejilla. Las siguientes preguntas eran muy muy blanditas y sus penitencias también. Fui a buscar otra botella de champán y cuando bebimos la primera copa, les dije que me aburría con aquella cosita de quinceañeras.
- ¿Jugamos unas rondas en modo hard? - propuso Nacho
Fue el champán el que respondió y empezamos aquella nueva partida. Nacho creó usuarios con nuestros nombres y configuró “penas severas”.
- ¿Listas? Modo HARD
- “Nacho, ¿le has tocado la polla a algún hombre?”
- Joder, no. Y aunque lo hubiera hecho, pagaría prenda para no contároslo. - no dejé de acordarme de Mario meneándosela a mi marido en el probador...
- “Ponte en pie y deja que Tita Carmen te quite una prenda”
Me sonrojé, pero el juego era el juego. Se levantó y le quité el polo. Ufff, estaba más guapo incluso que en las fotos. Completamente depilado, musculoso pero sin excesos. Mi sobrino estaba para comérselo. Tenia un extraño tatuaje en un costado, de una estrella de 8 puntas dentro de un círculo. No me gustó mucho ese detalle, la verdad, soy una rancia.
- “Mery, ¿has besado a alguna chica en la boca?”
- Yo tampoco, vamos los dos igual en esto, a cada uno le gusta lo de enfrente.
- “Ponte en pie y deja que Nacho te quite una prenda”
Modosita, se levantó. Lo que yo pensaba que era un vestido era en realidad un conjunto de dos piezas. Nacho, con agilidad, le quitó la parte de arriba. Mery era un ángel incluso así, tenía un sujetador muy inocente de colores, que ocultaba un pecho pequeño, no debía llevar más de una 80. Sonrió y se sentó muy modesta, con su faldita de ángel enrollada en las piernas. Pero pude ver que, en la base de la espalda, tenía el mismo tatuaje que Nacho. Y entonces me tocó a mí.
- “Carmen, ¿has follado con más de un hombre a la vez?”
- ¡No, claro que no! - en el fondo, en el probador yo no les había tocado, todo el juego había sido entre mi marido y Mario
- “Ponte en pie y deja que Mery te retire una prenda de ropa”
- ¡Pero he respondido!
- Pero has fallado la prueba, Tita. Es modo hard. Si te parece mucho, lo dejamos - respondió Nacho
- No, hemos venido a jugar. Pagaré
Me puse de pie, con una actitud un poco desafiante. El champán me estaba volviendo otra. ¿O era el calentón? ¿O yo era esa zorra y no quería verlo? Mery se acercó a mí y comprobó que solo tenía una prenda, mi vestido. Solo podía pagar de esa manera. Me desabrochó con cuidado los botones a la espalda. Apartó los tirantes. Y, sin que Nacho perdiera ojo, deslizó muy muy despacio el vestido por mi cuerpo, hasta que quedó hecho un trapo a mis pies.
Allí estaba yo, exhibida en ropa interior, calzada con mis cuñas favoritas para mejorar mis piernas. Mis tetas estaban tremendas, redondas, desafiantes, suspendidas hacia delante por aquel prodigio del arte de la lencería francesa. El blanco encaje no ocultaba mis areolas, que se veían perfectamente como dos galletas de chocolate, y mis pezones estaban como balas. Mery me miró y tragó saliva. Nacho tenía los ojos abiertos como platos. Yo me senté, tomé un nuevo sorbo de champán y pulsé el botón.
- “Nacho, ¿has sentido deseo sexual por alguna de las otras jugadoras?”
- Sí - la respuesta era fácil
- ¿Por cuántas? - pregunté yo, provocadora
-Por las dos - respondió sin pestañear Mery, a quien el champán había hecho demasiado sincera
Me tocó a mí tragar saliva. ¿Nacho estaba confesando pensamientos impuros hacia su tía, su Tita Carmen, la que estaba en bragas y sujetador delante de él? Mi coño estaba encharcándose como si fuera Doñana en sus buenos tiempos.
- No has sido claro en tu respuesta, Nacho. Debes pagar. Fuera los pantalones
- Pero Tita…
- ¡Obedece!
No le costó cumplir mi mandato y Mery y yo nos relamimos. Debajo de los pantalones había unos bóxers ajustados que marcaban una polla ya bastante crecida. Mery extendió la mano hacia ella, le acarició, pero seguimos jugando. Ni el aire acondicionado podía enfriar aquello. Los tres estábamos enloquecidos.
- “Mery, ¿has contactado con alguien a través de alguna página de relatos eróticos?”
- Sí, por Todorelatos
Mi cerebro colapsó. ¿Podía ser que aquella Mery fuera mi compañera de fantasías? Tenía que poner fin a aquello antes de que se me fuera de las manos.
- “Tu sinceridad merece premio. Puedes quitarle una prenda a otro jugador”.
Ahí es donde tendría que haber dicho “basta”. Pero no lo hice. Se acercó a mí, me tendió su suave mano para ponerme de pie y me giró hacia Nacho. Me dejé llevar. Se colocó a mi espalda. Sentir sus dulces dedos buscando el cierre de mi sujetador hizo que me escalofriara. Sus dedos eran fuego. Nunca me había tocado otra mujer, pero Mery me ponía como loca. Mis pezones querían romper la tela del sujetador. Tragué saliva con dificultad. Pero pasó de largo y colocó sus dedos en los lados de mi braguita de encaje. Muy despacio, haciendo retorcerse a Nacho, la bajó. Se detuvo a medio muslo, añadiendo suspense a mi desnudez, arrodillándose detrás de mí. Mi pelo estaba perfectamente recortado, una fina tira como si fuera una zorra de lujo. Nacho empezó a acariciarse la polla sin pudor por encima del bóxer, hasta que Mery le tiró la braguita que me acababa de arrebatar. Tenían que haber olido el perfume de mi coño encharcado.
- Te toca, Tita Carmen
- “¿Has tenido sexo en un lugar público alguna vez?”
- Sí, en un probador de Dior
- “Tu sinceridad merece premio. Puedes imponerle una prueba a los otros dos jugadores”.
¿Terminaba la partida o me lanzaba?
- Mery, súbete a la polla de Nacho y empieza a montarle. Si no consigues que se corra en un minuto, me explicarás cómo os conocisteis y qué son esos tatuajes que tenéis.
Mi gatita no parpadeó. Estaba tan borracha o tan cachonda como yo, o lo que fuera. Se enroscó la faldita a la cintura, se apartó a un lado la tira del tanga diminuto que llevaba y se dirigió a Nacho. Mi sobrino ya se había bajado el bóxer, enseñándonos un pollón mucho más grande de lo que yo habría podido soñar. Ni un pelo, perfectamente depilado. Estaba completamente empalmado y los ojos le brillaban. Aquel garrote era impresionante. Miraba a Mery, me miraba a mí y gimió como un animal cuando Mery, sin ningún esfuerzo se metió aquel rabo dentro de ella. La muñeca era mucho más salvaje de lo que parecía y empezó a montarle como una campeona de equitación. Empezó a follarle como una diosa del sexo.
Los contemplaba de pie. Había separado las piernas y me estaba tocando el coño. Sí, me estaba masturbando delante de ellos. Chorreaba. Los labios estaban hinchadísimos y mi clítoris pedía guerra a voces. Mery me ofrecía la visión de aquel culito que me había parecido tan seductor, cabalgando a Nacho como una furia, decidida a llevarle al orgasmo. Él la apretaba contra su cuerpo, posesivo y salvaje. Se besaban de la manera más sucia, pero más sexual que yo hubiera visto jamás. Eran mejor que el mejor porno. Pero cuanto el minuto pasó, les obligué a parar. Mery, a regañadientes, se bajó de la polla de Nacho. Se la había dejado brillante, chorreando, empapada. Estaba como un monolito bañado en aceite. Mery se sentó a su lado en el sofá, recogiendo las piernas y haciéndose un ovillo. Volvía a ser la gatita.
- Contadme
- Vale, Tita. Pero no se lo puedes decir a nadie. Nos conocimos por un grupo secreto
- ¿Sois de una secta? - mi calentón daba paso al escándalo, olvidando que no estaba vestida nada más que con un sujetador incapaz de contener mis tetas
- De un grupo secreto de aficionados al sexo - precisó Mery
- Ese es el significado del tatuaje, nos permite identificarnos entre nosotros. Y si pronunciamos las palabras clave, podemos dominar a otro miembro
- ¿Las palabras clave? - yo no entendía nada de aquella historia
- Sí, son las palabras que desencadenan nuestra obediencia y nuestra sumisión
- ¿Y cuáles son? - quise saberlo, claro
- No podemos decírtelo, Tita, es un secreto sagrado
- ¿No hay nada que pueda hacer para convenceros?
Nacho y Mery se miraron a los ojos, dudando. Y me tiré a la piscina.
- A ver qué os parece este precio.
Me arrodillé delante de Mery y separé sus piernas. Jamás había estado con una mujer. Pero aquel era el momento. Estaba borracha y excitada. Todo eran excusas para justificar mi deseo inexplicable. Aquella chica no tenía un coño, tenía un manantial. Yo estaba acostumbrada a mojarme mucho, pero Mery me sorprendió. Acerqué mi boca a su coño y empecé a lamer. Nunca lo había hecho antes, pero sabía lo que a mí me gustaba. Nacho contenía la respiración mientras se masturbaba. Había enroscado mis bragas en su polla y por su cara lo estaba pasando muy bien. Ojalá no fueran mis bragas, sino mi coño, pensé yo, desencadenada.
Aparté con la mano izquierda la tira del tanga y empecé a lamer muy despacio, mientras acariciaba sus labios. La raja de Mery estaba pringosa y mi saliva pronto inundó aquello. Uno de mis dedos empezó a explorar y ella no tardó en gemir. El nivel de humedad aumentaba y un segundo dedo siguió al primero, primero en vertical, luego en horizontal. Su coño joven era flexible, y si había absorbido el pollón de Nacho, mi tercer dedo no tuvo problemas en entrar. Me moría de envidia con su capacidad, yo nunca me había metido tres… Los gemidos se hacían más fuertes y mi lengua daba pequeños toquecitos en su clítoris. Cómo me habría gustado tener a mi Príncipe de Namibia conmigo para metérselo, para follármela como hacía mi marido conmigo, para empotrarla como había hecho en aquella masturbación gloriosa.
Mery se corrió. Se corrió muy rápido. Y solo entonces entendí lo que decía mi marido de “correrse en su boca”. Mery me llenó la boca de deseo consumado.
- ¿Te ha gustado, sobrino? Y suelta eso, tú no puedes acabar
. Me ha encantado, Tita Carmen. Ojalá me hubieras propuesto a mí ese precio
- ¿Lo quieres?
- Me muero de ganas, Tita
- Chúpasela, Carmen75. Nacho no fantasea con otra cosa desde que estuvimos leyendo tus relatos favoritos en Todorelatos - dijo Mery con una sonrisa demoledora.
(Continuará)